Bienvenidos a la Base Artigas
Hay una avenida Artigas que en invierno se cubre de nieve. Se extiende por unos 200 metros y muere en la Rambla de los Orientales, a orillas de un mar helado. La avenida tiene un cruce: la calle Lavalleja. Sobre sus veredas imaginarias se alzan casillas rojas, cuyas puertas son iguales a las de las cámaras de frío de un frigorífico. Por estos caminos transitan cientos de personas cada verano, científicos y militares uruguayos en su mayoría. Así es la Base Científica Antártica Artigas: un pequeño oasis glacial en una isla antártica, donde desde hace 40 años, Uruguay desarrolla y ejecuta lo pactado en el Tratado Antártico: la ciencia y la paz.
Este es un viaje a la última frontera uruguaya, al continente más inhóspito, el que decide cuándo se entra y cuándo se sale. En la Antártida es en vano planear: su clima arrasará con cualquier itinerario. Pero si todo cuadra, un avión Hércules partirá desde Montevideo, volará unas cuatro horas hasta Punta Arenas para cargar combustible y esperar el “sí” de la meteorología. Si la visibilidad y el viento lo permiten, despegará hacia el sur. Unas tres horas separan la ciudad más austral de Chile de la isla Rey Jorge, hogar de uruguayos, chilenos, rusos, chinos y coreanos.
El aterrizaje es desafiante. La pista del aeródromo Teniente R. Marsh, perteneciente a Chile, es corta y de tierra. Una vez que se abre la puerta del Hércules, el frío recorre cada centímetro de la cara, de las manos, para no volver a abandonarlas. El 14 de febrero de 2024, a las 20:40, hubo 22°C en Montevideo. Ese mismo día, a la misma hora y en este Uruguay, la temperatura era de 3°C, la sensación térmica de -19°C. Así fue la bienvenida.
Nuestro hogar durante una semana fue la Base Artigas, una de las dos que posee Uruguay en la Antártida. Es gestionada por el Instituto Antártico Uruguayo (IAU), organismo bajo la órbita del Ministerio de Defensa. Pocos saben que existe otra: La Estación Científica Antártica Ruperto Elichiribehety (ECARE), en Bahía Esperanza. Fue la segunda en inaugurarse, en 1997, y solo funciona en verano. La Base Artigas, en cambio, no tiene descanso desde hace 40 años, ni siquiera durante el invierno más crudo del planeta.
Pestaña 1: La Antártida y la Base
“Antártida” proviene de dos palabras griegas: “anti” (lo opuesto de) y “arktos” (el oso). Los griegos denominaban “arktos” al polo norte, en referencia a la constelación de la osa menor, referencia para ubicar el norte. La Antártida, por definición, es lo opuesto al norte.
No hay insectos, no hay vegetación, no hay rastro del hombre más allá de los límites de cada base. Lo único que sobrevive es el liquen, una especie de hongo capaz de colonizar cualquier ecosistema. Y una fauna marina amenazada por lo que varios científicos uruguayos fueron a estudiar allí: la microscópica contaminación que proviene de otros continentes y el cambio climático.
La Antártida fue la última región de la tierra en ser descubierta y colonizada por los humanos. Fue avistada por primera vez en 1603 por el navegante español Gabriel de Castilla. Más de 400 años después, el continente se rige por fronteras simbólicas, se habla una decena de idiomas, lo habitan unas 1.000 personas en invierno y alrededor de 5.000 en verano. Hay bases que tienen escuelas, iglesias y hasta consultorios odontológicos.
¿Cómo y cuándo llegó Uruguay a asentarse en esta isla con países que son potencia? En 1984 se fundó esta base, pero para llegar a lo que es hoy, hubo expediciones previas y la firma de un convenio clave.
En 1968 se creó el IAU, en 1975 pasó a depender del Ministerio de Defensa y en 1980 llegó el gran hito: Uruguay fue aceptado como miembro adherente del Tratado Antártico. En 2015, el país pasó a ser miembro pleno y consultivo: es uno de los 29 de los 52 países adherentes que tiene voz y voto en el plenario internacional. Este acuerdo, firmado en 1959, prohíbe cualquier actividad militar en el continente y prioriza el desarrollo de la ciencia.
Antes de viajar a la Antártida, el IAU brinda una guía con información básica. Detalla la documentación requerida para la escala en Chile —en la Antártida no se requiere documento alguno—, la ubicación de la base en el mapa, quiénes son las autoridades en el territorio y una larga lista de “prohibidos”: no acercarse a menos de 20 metros de la fauna, no salir a recorrer en solitario, no pisar el liquen, no traerse a Uruguay ni la más mínima piedra. Pero hay un ítem que es el más consultado de todos: la ropa.
La temperatura media ronda los 2°C en verano, pero las ráfagas de viento pueden hacer que la sensación térmica sea de hasta 20 grados menos. Por eso recomiendan abrigarse por capas.
El IAU proveé el equipo básico para soportar el frío y la nieve. Consta de una campera impermeable por fuera y polar por dentro; un pantalón grueso, botas y antiparras. El color rojo tiene un propósito: que se pueda identificar con facilidad entre la nieve ante una emergencia. Con la indumentaria puesta, uno pesa tres kilos más.