Es más una historia de amor que de música, dice Alissa, holandesa de un español limpio, casi sin acento, sentada al sol en un parque de Valencia, en España. Es una historia de amor, pero también es una historia de cine, de película, y una historia del destino. De esas cosas que no se explican, que un poco no se entienden.
Marcos nació en La Blanqueada pero pasó casi todos sus años en San José de Mayo. La suya, dice, era una vida común y buena, estable, tranquila. Daba clases de natación en Punta del Este, sin sobresaltos, y los fines de semana iba a ver a Nacional, su club. No podía —no quería— pedir más. Pero un día lo sacudió una pregunta: ¿y si eso era todo? ¿Y si eso iba a ser así, cada semana de cada mes de cada año, para siempre? ¿Entonces qué? ¿De qué iba a estar hecho el resto de su camino?
De repente, todo fue distinto. Hubo dudas y hubo excusas y hubo impulsos, y cuando al fin logró vender todo lo que tenía, todo lo que era suyo, se compró un pasaje y se fue. El plan era este: tres meses por Europa hasta llegar al sur de Italia, a la tierra de sus ancestros, y luego a México, donde estaba parte de su familia, y a América Latina y a Estados Unidos y Canadá. El plan era ese: apenas una hoja de ruta.
De repente estaba en Ámsterdam, la capital de Holanda —de Países Bajos—, cuando conoció a un viajero chileno con el que decidió compartir parte de su aventura. Hicieron tramos juntos, se separaron, se encontraron de casualidad en Florencia y resolvieron volver a coincidir en Roma, uno para volver a casa, otro para seguir.
La primera vez que Marcos vio a Alissa fue ahí, en Roma. Acababa de llegar al hostel, tuvo problemas con unos cobros, estaba enojado y frustrado como para resolver la situación, entonces le pidió al chileno que buscara ayuda en esa chica de perfecto inglés y español. Ella intervino pero nada se solucionó. Marcos se fue sin siquiera agradecerle. Era octubre de 2019.
A la mañana siguiente cruzaron algunas palabras. Ella, que estaba de voluntaria en un cine italolatino de la zona, le invitó un café; él aceptó pero como la cita incluía a otro colega, no entendió. Bebió, agradeció, se fue. A la noche siguiente se cruzaron en la ida y vuelta de un bar; ella le invitó una copa, él acompañaba al chileno que ya había tomado lo suficiente. No explicó nada, solo dijo que no. Ella pensó que bueno, que lo había intentado, que ya estaba, que eso era todo. Una mañana después, por fin, Marcos la vio hablar “con un porteño”. Se le acercó. Le pidió el teléfono. Se despidieron para seguir sus propios caminos. Se hablaron casi todas las horas de todos los días durante las seis semanas siguientes.
Entonces se reencontraron en Catania. Marcos estaba tras las raíces de su familia, Alissa consiguió un vuelo, él reservó el hospedaje. Alquilaron un auto. Subieron hacia el volcán Etna. El uruguayo manejaba, la holandesa ponía música desde su propia playlist. De repente, aquel día de noviembre de 2019, empezó a sonar “Candombe para Gardel”.
Los dos se acuerdan de lo mismo: de cómo la miró él, de cómo le devolvió la mirada ella, de la voz de Rada, de la melodía, de improvisar la percusión. Marcos dice que fue un flechazo. Ahí empezó la historia de amor.
Ahora, hace cuatro años que Alissa vive prácticamente en español, ese idioma que la fascinó desde pequeña. Formada en Derechos Humanos, hizo su espcialización de grado sobre América Latina, tuvo un profesor uruguayo que la marcó, conoció de la literatura y de la música y de la cultura de este rincón del sur. Dice que toca piano desde chica y que le apasiona la buena música y eso, para ella, son el candombe y la plena. No recuerda cuándo fue la primera vez que se enfrentó a la obra de Rada, pero recuerda aquello, esa subida al Etna y el momento en que todo cambió.
Pero esta, que es una historia de amor, también es una historia del destino.
Para comienzos de 2020, Alissa quería hacer una pasantía en el Río de la Plata y Marcos quería concretar su viaje por América Latina. El romance seguía pero iban a despedirse, y para eso, viajaron un mes por toda la costa de Uruguay. Era perfecto y era triste: toda la magia estaba a punto de esfumarse. Entonces, una pandemia imposible cerró todas las fronteras. La holandesa quedó aquí, varada en esta tierra que tanto la atrapaba, instalada en San José con una familia desconocida, un amor fresco, un montón de incertidumbres.
Pasaron una temporada en Barrio Sur y al final, cuando el covid empezaba a dar tregua, Alissa le dijo a Marcos que se volvía, que quería hacer un máster en Europa, que si él estaba listo para acompañarla.
Ahora, Marcos y Alissa llevan casados un año y medio. Vivieron en Alemania, en la frontera con Suiza; llevan un largo tiempo en España y aunque no saben qué les deparará el futuro, saben, sí, que en setiembre cierran un ciclo en Valencia y que el objetivo es siempre el mismo: “viajar, viajar y viajar”. Moverse. Seguir.
En noviembre de 2021, ella lo sorprendió con entradas para un show de Rada, que en plena gira internacional, tocaba en un club valenciano. Aquella noche hubo globos y sonrisas, tapabocas y camisetas de Uruguay, amor, música, llanto. Aquella noche, dicen, fue “emocional” y “extraespecial”. A Marcos, que lo único que le reprocha al Negro es que sea de Peñarol, se le cayó alguna lágrima y entendió que no hay, fuera de casa, más identificación con Uruguay que esas canciones, ese artista. Esa voz, banda sonora de un amor de película.
Un grupo de fanáticos de Ruben Rada desea tomarse una foto con él tras un concierto, pero no sabe por dónde sale el artista. Una chica ve a algunos miembros de la banda mientras se suben a un ómnibus. El grupo se moviliza y uno apela a un grito para llamar la atención:
—“¡Aguante el Ricardito!”.
El objetivo se cumple. Rada aparece, se toma fotos, charla, luego el intercambio sigue por redes. ¿Por qué la mención a una golosina tan tradicional, tan nacional, resultó llamativa y amigable? Porque todo ocurrió en la ciudad de Kawaguchi, Japón, y el que gritó fue Isamu Kato, un japonés que escucha a Rada en una ciudad a más de 18.000 kilómetros de Montevideo.
En 2021, Rada realizó una gira por Japón en la que dio 15 shows en distintas ciudades. En el centenario del establecimiento de las relaciones entre Japón y Uruguay la asociación Min On, que organiza conciertos que fomenten el intercambio cultural, lo invitó junto a su banda.
“Es un personaje divertido y amigable que ha hecho muchas apariciones en televisión, y sus fanáticos japoneses más arraigados han deseado durante mucho tiempo que venga a Japón”, lo describieron desde la organización.
Uno de esos fanáticos japoneses arraigados es Isamu. Tiene 36 años, vive en la prefectura de Saitama y, dice, se siente rioplatense. Es hincha de Boca, come comida típica, toma mate y escucha, entre otras cosas, a La Vela Puerca, a No Te Va Gustar, a Rada. “Siempre hablamos con mis amigos yoruguas en Japón por Facebook. En 2021 vimos que Ruben iba a venir a Japón y decidimos ir a su concierto”, cuenta.
“Fue divertido”, dice sobre el show, y recuerda con especial asombro la voz de Julieta. “Los japoneses no sabían castellano, pero cuando Ruben nos decía que bailemos junto con la música, los japoneses bailaban también”, recuerda. Rada tenía un traductor.
Tras el show Isamu y su grupo querían sacarse una foto y sucedió toda la secuencia hasta la golosina y el grito. El grupo logró su objetivo y quedó feliz. La situación también sorprendió a Rada que compartió una foto grupal en su cuenta de Instagram. “Gracias a los que trajeron las banderas, nos hicieron sentir más cerca”, puso.
Después, Isamu subió a su Instagram una selfie con Rada. “Quilombo yorugua en Japón. Muchas gracias por venir a Rada y su grupo. Que me traigan Ricardito la próxima”, escribió.
El Negro le dio la última gran sorpresa ya que compartió la foto y replicó: “Gracias a vos, la próxima te traigo un Ricardito”.
Dos años después, Isamu no se olvida y sigue mostrando su amor rioplatense: “Que vuelva a Japón antes de que termine la producción de Ricardito”, acota a El País. El fan nipón de Rada ahora tiene dos motivos para esperarlo: volver a disfrutar de su música y una promesa por cumplir.
Músico y productor, comenzó a trabajar con Rada en 1996, en el disco Botijas Band, y desde entonces se ha convertido en uno de sus grandes socios creativos. Es el hombre con el que el Negro comparte más horas de estudio, el que sabe cómo bajar a tierra sus “locuras” y cómo impulsar sus ideas hacia canciones acabadas, precisas. Sin embargo, en esta anécdota con El País, Montemurro habla de otra cosa: de la generosidad de su amigo, de cómo lo rescató de un momento oscuro.
«En 2020 me tatué a Rada. Tenía la idea hacía mucho tiempo, porque en mi casa siempre escuchábamos Ruben Rada: mi abuelo, mi mamá y yo. Entonces para mí Rada significaba eso, toda mi familia. Mi abuelo tenía de Rada la música de la época más milonguera, del tango; mi mamá ya estaba más actualizada, y yo escuchaba esa etapa de Rada para Niños.
Una vez me lo encontré en un almacén y le mostré el tatuaje. Él, superamable, hasta cantó canciones conmigo y todo. Nunca lo dejé de escuchar, siempre me trae buenos recuerdos.»
Adriana Busiello CÁCERES
No le pasó lo mismo a sus hermanas. Cuando con Marisa y Alejandra se fueron a Venezuela, la única que parecía tener ese arraigo profundo, esa añoranza de primera edad, era ella, Adriana, que apenas tenía ocho años y todavía dice que aquel tiempo en la escuela montevideana fue de lo mejor de su vida.
Primero emigró el padre; después, la madre. Uruguay, en plena dictadura, era un país difícil en todos los frentes y su familia ya no podía con las dificultades económicas. Las niñas se fueron en 1979, al estado de Miranda y después, mucho después, a Isla de Margarita. Los Busiello iban a pasar 36 años enteros lejos de casa.
“Toda una vida”, dice Adriana, que tiene 51 años y un hablar venezolano sereno, sobrio.
Fue allá, en Venezuela, lejos de toda la familia que había quedado acá, en su tierra, en algún momento al borde de sus 30 años, que un día se cruzó con la telenovela Trapos íntimos (2002) y, en ella, con “Cha Cha Muchacha”, una canción que la cautivó.
Fue todo una misma cosa: averiguar de quién era el tema; descubrir que ese tal Ruben Rada era, igual que ella, uruguayo; indagar en toda su obra, sentir un orgullo nuevo. Era su paisano y lo habían elegido para la cortina de una telenovela extranjera, de esa misma nación extranjera que hacía tanto rato era su casa.
“Y cuando descubrí la canción ‘Mi país’ fue increíble. Solamente alguien que ha estado en esa situación de ser extranjero, de estar lejos de su tierra, puede sentir lo que esa canción transmite. Fue una cosa… Mis mejores recuerdos de la infancia son aquí, en Uruguay, y escuchar esa letra, ese sentir, fue algo muy significativo”, dice a El País.
Ahora, Adriana lleva casi ocho años de vuelta en Montevideo. En 2014, apremiados por la crisis socioeconómica venezolana, hubo un cónclave familiar y decidieron que adonde fuera uno, irían todos: que ya no iban a volver a partirse como hacía más de 30 años, cuando cinco partieron y tantos otros quedaron acá. A Uruguay regresaron 18: la cuarta hermana de Adriana, nacida en Venezuela, un montón de sobrinos y los hijos de esos sobrinos, que ahora ya tienen descendencia charrúa. “Es una mezcla hermosa”, dice.
Con 51 años, tras haberse formado en Publicidad y Marketing y haber tenido su negocio propio, Adriana está a punto de recibirse de maestra de primera infancia, su verdadera vocación, un sueño cumplido. Y ahí, con los niños, completa el círculo Rada: utiliza sus canciones para trabajar como asistente en un jardín público, escuchan “Las manzanas” y también “Yo quiero” y algunas más. Su primer proyecto cuando tenga un grupo a cargo va a ser, dice, teatralizar “La comparsa de los bichos”.
Al Negro aún no ha podido verlo en vivo: llegar a Uruguay fue enfrentarse a una dificultad altísima para conseguir trabajo y, cuando al fin lo logró, entonces irrumpió la pandemia. “Ahora, afortunadamente, estoy empezando a salir de todo eso”, dice. “¿Pero viste cuando tienes una lista de deseos pendientes? Uno es poder ver a Rada en vivo”.
OSCAR VILAS
Oscar Vilas lleva 20 años en el diario El País, donde hoy es editor de Audiencias y Contenidos. Poco antes de ingresar a esta redacción, vivía en Argentina con su pareja embarazada y, dicen, un show de Rada «adelantó» la llegada al mundo de su hija Catarina.
«Era 2001. Yo vivía en Buenos Aires y trabajaba para una empresa de medios brasileña. Estaba en pareja con una brasileña, además. Sara. Vivíamos juntos, ella estaba embarazada, y el 2 de junio de 2001 cantaba Rada en La Trastienda porteña. Era un sábado, y allá fuimos a verlo. Y como siempre, estaba el agite del Negro, y la brasileña —que estaba con el embarazo a término, le faltaban dos semanas— se meneó bonito.
Parece que la que terminó siendo nuestra hija, Catarina, se agitó tanto en la panza que terminó naciendo antes, el martes 5 de junio. Y no sé si será el recuerdo mío o qué, pero con la madre siempre nos pareció que, a medida que era chiquita y le poníamos la música de Rada, como que ella tenía una sensación muy particular. Desde muy chiquita reaccionaba a algunas melodías de Rada de una forma muy especial, aunque no sé si eran algunas de las que aquella noche hizo el Negro.
En 2002 me volví a Uruguay y la madre y la niña vinieron a vivir por primera vez a Montevideo, y en octubre o noviembre de 2003 terminé aquí, en la redacción de El País.
Después disfrutó mucho acá de Rada para Niños y un par de veces lo fuimos a ver incluso a la Sala Zitarrosa. Ahora esa niñita tiene 22 años y seguramente a Rada ya lo escuche poco, pero nos dejó nuestro recuerdo.»
«Rada es mi primer ídolo. Si bien lo escucho en casa, desde mi infancia, me pasó que la primera vez que escuché la canción “Terapia de murga” fue en una fiesta privada, en la que Rada y su banda cerraban; yo trabajaba en la orquesta de (el maestro Raúl) Medina y gracias a eso pude decirle, al final, en un lugar en común que había para los músicos, todo lo que lo amaba y cómo me hizo llorar con “Terapia”. Desde ese momento, cada vez que lo veo se lo digo. Me hace bien su música, me hace bien que mis hijos hayan crecido con su música y con Rada para Niños. Lo amo, lo admiro y siento que es como un familiar, porque lo sentí cerca toda la vida.»
En 2023, la actriz y comunicadora Paola Bianco (1975) recibió a Ruben Rada en el programa Mi casa es tu casa de Canal 10, en el que abrió las puertas de su hogar para recibir a distintos invitados, y le contó esta historia que ahora revive para El País: una historia de cariño y un inigualable momento de emoción, la primera vez que escuchó la canción “Terapia de murga”, del disco homónimo de 1991 y luego regrabada en Alegre caballero (2002).
Es brasileña, doctora en Lingüística Aplicada, y la música de Rada le inspiró un trabajo académico para la enseñanza del idioma español .
“No es que me sienta uruguaya, pero es algo que no puedo explicar”, dice por videollamada Luciana Domingo. “En Salvador de Bahía, donde viví cinco años, alguna vez me sentí extranjera. Pero en Montevideo nunca me pasó. Hubo un tiempo en el que fuimos una cosa sola. Quizás viene por ahí”.
Luciana es brasileña, de la ciudad de Pelotas y, desde hace 11 años es un poco de Yaguarón, donde está radicada. Y algo uruguayo tiene, algo de sangre y de historia que viene de la familia de su madre, pero también algo construido y que se lleva adentro, en la piel: algo que es el amor por el candombe y, por transitiva, por Ruben Rada.
Doctora en Lingüística Aplicada, estuvo casada con un uruguayo, estudió en la Facultad de Humanidades y vivió, entre 2000 y 2001, repartida entre los barrios Sur y Palermo. “Fue el combo perfecto para volverme candombera de alma”, dice a El País. A Rada lo veía los domingos, tocando el tambor entre la gente, una estrella nacional en el más popular y cercano de los planos posibles. Y no lo podía creer. Luciana ya había notado que, en Montevideo, no era frecuente ver a los negros ocupando los espacios, y sin embargo todo cambiaba cuando llegaba el fin de semana, escuchaba “un toque” y, de repente, los veía siendo reyes de las calles, copando todo.
“Yo me sentí muy cómoda con eso”, dice. “El candombe me mueve, me emociona, me llena; lo siento en la piel”.
En 2021 ella, que trabaja como docente del área de Lingüística Aplicada en una Universidad Federal de Brasil en la frontera con Cerro Largo, y que se dedica a investigar la producción de material didáctico para la enseñanza de lenguas, se encontró con una convocatoria de una revista de la Universidad Federal de Santa Catarina y, casi al mismo tiempo, vio cómo Rada subía a sus redes una incomparable versión de su tema “Candombe para Figari”.
Dice que aquello le llenó el alma de una manera que no pudo ni puede describir. Entonces, sobre esa canción, empezó a escribir un artículo. Lo firmó con un colega, Renan Cardozo; lo escribieron en tres días, un tiempo récord para el ámbito académico, lo presentaron de forma anónima, se lo aceptaron, no le pidieron ni la más mínima corrección.
Al final, dice, ese artículo —“Arte para bailar: el candombe de Rada para Figari”— se volvió un referente en la enseñanza del idioma español en Brasil, un terreno nutrido de materiales españoles pero con poco de regional.
El resumen de su trabajo dice esto: «Con muestras auténticas de lengua, buscamos auxiliar al profesorado en su tarea de enseñar español en Brasil, inspirarlos a crear sus propios materiales de informaciones y contenidos accesibles en internet y, finalmente, pero no menos importante, expandir el razonamiento de los alumnos de Brasil sobre la cultura afrouruguaya, estimulándolos a pensar sobre puntos de su propia cultura».
Rada también aparecerá en su próxima publicación, un libro llamado Bien de bien. Guía para la enseñanza de español en perspectiva afrouruguaya, que llegará este semestre.
“Me molesta un poquito que en Brasil no se conozca la música uruguaya, que confundan ‘candombe’ con ‘candomblé’ y piensen que es algo de religión. Yo me autodeclaré la embajadora del candombe en Brasil”, dice entre risas, “y siempre que tengo la oportunidad, en clases o donde sea, trato de vincularlo y de compartir”.
Más allá de su profesión, Denise Mota recibió una invitación especial de Rada, que la convocó para escuchar el disco en portugués As noites do Rio / Aerolíneas Candombe (2022). Así recuerda Denise esa experiencia singular.
«Recién llegada a Uruguay, no conocía nada del Negro, y un amigo mío me prestó siete discos de Rada. Me quedé enloquecida. Me pareció una cosa increíble, extraordinaria, un desbumde artístico. Escuché durante siete días sin parar y empecé a cantar “Te parece”, este tema que es medio un Lado B del La Yapla Mata (1985). Y empecé a cantar esta música en mis shows, me apropié tanto de ella que hicimos un arreglo medio brasileño, terminé grabandola, y es un marco muy importante en mi carrera, porque me hizo conocida en el medio, en la escena montevideana.
Después hubo un «Ayer te vi» que me trae una memoria de cuando hicimos nuestra primera presentación juntos, fue con esta canción en un barcito underground, en una cava en Montevideo. No nos conocíamos mucho, fue increíble porque él llegó con una ropa con el mismo tono de la mía, yo estaba embarazada de mi primera hija, casi pariendo ya. Hicimos ese tema junto a una banda tremenda, y hubo una sintonía, una sinergia tan buena entre nosotros… Me acuerdo que él tocaba y cantaba y yo bailaba con mi panza gigante. Casi parí ese día de tanto que canté, bailé y vibré con aquel hombre en aquel barcito chico, él generoso como es, dándome vida, este placer en la vida. Ese video existe y es muy bueno reverlo.
Después los encuentros empezaron a ocurrir de manera muy natural. Patricia, su mujer, se volvió muy amiga nuestra, entonces Rada iba a casa y llevaba una olla con el pollo que había hecho en la casa, con el pesto, con el chimichurri que él hace; llevaba la olla solo para calentarla y cantábamos hasta la madrugada, tomando vino o el whisky que a él le gusta. Luego vinieron a pasar una Navidad con nosotros, con nuestra familia allá en Vitoria, en el Espíritu Santo, y fue maravilloso, nunca me voy a olvidar.
Después Rada fue a ver el nacimiento de mis hijas en el Hospital Británico, ¡provocando un alboroto! Todas las enfermeras paraban para hablar y sacarse fotos, y él no lograba llegar a mi cuarto para ver a los bebés. Las dos veces pasó lo mismo. Él siempre tan carismático, amoroso, siempre tan buen padre de los hijos y de quien se aproxima. Es como me siento cuando estoy con él.
La última vez que nos vimos, él vino para mi casa en Río de janeiro, y tratamos de ofrecerle una fiesta con la élite de la nueva música de esta ciudad. Hicimos una noche maravillosa, trajimos tres tambores de candombe y él tocó toda la noche, hasta el amanecer. ¡Llegó hasta la policía de tanta fiesta que hicimos! Él tiene una energía que no se apagará jamás.»