La fantasía de un mundo de colores intensos
En 2023 la película Barbie rompió récord de taquilla y recaudación para los estudios Warner Bros. También generó que se volviera a hablar de la muñeca de plástico creada en 1959.
El pelo rubio le llega a la cintura. No es lacio ni enrulado, tiene unas ondas perfectas y exactas imposibles de desarmar. Lleva una corona plateada y caravanas, un vestido celeste y blanco que parece salido de un cuento, tiene tules y flores que le marcan la cintura. Los labios apenas cerrados en una sonrisa rosada, los ojos turquesas con unas pestañas como una ilusión. Detrás, sobre la espalda, oculto debajo del pelo, un botón que permite cerrarle o abrirle los ojos, hacerla pestañar.
Es algún día a comienzos de los 2000 y una niña recibe de regalo por parte de su tío la muñeca Barbie Bella Durmiente. La niña tiene seis años. La saca de una caja rosada, le acaricia el pelo sedoso con las manos, le mueve las piernas debajo del vestido celeste, la hace dar algunos pasos, encuentra el botón en la espalda, le cierra los ojos, se los vuelve a abrir, y en esa mirada de plástico encuentra toda la felicidad del mundo. Esta muñeca no es una más: es una fantasía que se puede tocar, poner al lado de la cama para dormir, crear, con ella, cualquier mundo.
Todas las niñas —o casi todas— de los 90 y 2000 jugábamos con Barbies: les creábamos ropas y peinados, las llevábamos de acá para allá, teníamos autos y novios y, en el mejor de los casos, casas con cuartos, cocinas, baños, patios, perros. Pero había algo mejor: no hacía falta tener autos y novios y casas con cuartos, cocinas, baños, patios y perros porque Barbie traía, con ella, la posibilidad de lo imposible. Cualquier cosa podía existir en el mundo de Barbie.
Tal vez porque ella, una muñeca que hasta entonces era siempre flaca, alta, mayormente rubia y hermosa, quería decirnos, justamente, eso: podés hacer y lograr lo que quieras.
Quizás nació para eso.
Es algún año hacia el final de los cincuentas y las niñas juegan a ser madres. Visten a sus muñecos y los hamacan entre sus brazos y los hacen dormir en silencio. Hay una de ellas, en Estados Unidos, que se llama Bárbara. Es hija de Ruth Mosko (que por entonces ya lleva el apellido de su esposo) y de Elliot Handler y se aburre de jugar con esos muñecos.
Su madre, que trabajaba como taquígrafa, ahora es la presidenta de una empresa que creó con su esposo y con su amigo Harold Matt Matson. Se llama Mattel, por la unión de los nombres Matt y Elliot y se dedican a fabricar juguetes.
Un día Ruth mira a su hija y entiende que está aburrida y se da cuenta de que prefiere jugar con muñecas de papel que se parezcan más a una mujer adulta que con las muñecas de plástico con formas de niñas.
Entonces piensa: qué pasaría si Bárbara tuviese una muñeca que le permitiera otro juego, imaginar otras posibilidades. Entonces se acuerda: que en un viaje a Alemania conoció a Lilli, una muñeca con cuerpo de mujer que se viste a la moda y se vende entre el público adulto. Y entonces, crea: una nueva muñeca que se parece a Lilli pero es para niñas, una mujer de plástico rubia con los ojos y los labios pintados y un traje de baño blanco y negro que lleva el nombre de su hija, Barbie.
Es 1959 y Mattel presenta en Estados Unidos a su nueva muñeca. Ruth no lo sabe, pero acaba de cambiar la historia de los juguetes para siempre.
Casi 20 años después, en una entrevista con The New York Times, dirá que su muñeca es más “sexy” que la mayoría de los juguetes en el mercado de su país. Dirá, también, que ese fue su propósito: crear algo que una niña pudiera usar para “proyectarse a sí misma en su sueño de su futuro”.
Desde entonces —y como respuesta a las críticas constantes de que el proyecto de mujer que proponía la muñeca no era algo real— Barbie ha cambiado el color de su pelo, los tonos de su piel, la forma de su cuerpo —apenas, porque principalmente sigue siendo una mujer de extrema delgadez, con la cintura marcada y las piernas largas—, su vestimenta y sus accesorios, el contorno de sus ojos y la manera de mostrarse ante los demás, ha tenido una pierna ortopédica y ha llevado un audífono. En total ha tenido más de 180 profesiones diferentes. Ha sido doctora, veterinaria, fotógrafa, bailarina, profesora y hasta reina de Inglaterra.
Hay cosas que no cambian: Barbie quiere decirle a las niñas que, pase lo que pase, en cualquier contexto y bajo todas las circunstancias, pueden ser lo que quieran, llegar a cualquier lugar.
El 20 de julio de 2023 se estrenó en cines Barbie, la película dirigida por Greta Gerwig que al poco tiempo ya se había convertido en la más taquillera en la historia de los estudios Warner Bros.
De pronto Barbie tiene un cuerpo, el de Margot Robbie, y su mundo rosado y plástico existe en la realidad y Ken, el muñeco que crearon para que fuera su novio, es un Rayan Gosling rubio y musculoso. De pronto, 64 años después de su nacimiento, todos hablan de ella. De pronto hay críticas que dicen que es una gran película, con todo el despliegue y la fantasía que una historia así necesita y otras que dicen que es “linda, pero no muy profunda”. De pronto, a través de la historia de una muñeca se habla de feminismo y se hace en pantallas grandes de cines de distintas partes del mundo que llegan a millones de mujeres y niñas.
En 2023 Barbie sigue siendo una mujer rubia y hermosa que puede lograr lo que quiera —ganar un Nobel— y llegar a cualquier lugar —ser presidenta de un país—, que camina con los empeines estirados porque nunca se baja de los tacos, que tiene a los hombres a sus pies y los domina porque los hombres fueron creados en función de su existencia, que luce perfecta y sonríe siempre porque no hay ninguna preocupación, porque no existen los problemas. Y está bien que así sea. A veces hay que seguir creyendo en esa fantasía.
Pero también sabemos una cosa: que cuando Barbie sale de la caja y camina por las calles de la realidad, los colores de su mundo se desgastan y se vuelven pálidos y ya no es tan fácil lograr cualquier cosa, llegar a cualquier lugar.