Islas de calor:
las zonas y los barrios más calientes de Montevideo
Científicos uruguayos estudian a Montevideo en clave de isla de calor urbano. Aquí, un repaso de los factores que agravan el diagnóstico y las acciones para mitigar este fenómeno.
Científicos uruguayos estudian a Montevideo en clave de isla de calor urbano. Aquí, un repaso de los factores que agravan el diagnóstico y las acciones para mitigar este fenómeno.
Por Mariángel Solomita
La ciudad no es la misma bajo este sol tremendo. Ninguno se salva, pero algunos barrios arden más que otros. Montevideo entera es una gran isla de calor, un fenómeno climático ampliamente estudiado en el primer mundo que recientemente cautivó la atención de técnicos y científicos sudamericanos que comenzaron a difundir sus primeros diagnósticos.
El aumento de la temperatura de la superficie es inevitable en una ciudad. Mucha gente viviendo junta, en un lugar asfaltado, edificado, usando artefactos eléctricos, vehículos para trasladarse y maquinaria industrial constituyen una fórmula que genera calor. La culpa la tiene la urbanización, aunque hay factores que agravan el panorama.
Los satélites captan desde el espacio el calor que emana una ciudad. Miden la temperatura del suelo, o del tope de un edificio, o del agua, o de la copa de los árboles. Valiéndose de esos datos de uso libre, los ecólogos Luis Orlando y Mauro Berazategui investigaron la ecología urbana en Montevideo, estudiando las islas de calor que la conforman en un contexto socioecológico latinoamericano.
Midieron las temperaturas de 2017 a 2023 de las zonas urbanizadas de la capital y de las que no lo están, en la periferia; hicieron un promedio y después los compararon entre sí, calculando las diferencias. Y determinaron en qué puntos, durante el verano, la temperatura está por encima o debajo del promedio de 32°. Además, en una segunda etapa, los disgregaron por estaciones, información clave a la que El País accedió para realizar este informe.
“La isla de calor se genera por la alteración del paisaje”, explica Orlando. En las zonas rurales hay vegetación que como ya explicaremos más adelante tiene un metabolismo que ayuda a disipar el calor. Lo mismo sucede con los arroyos y los espejos de agua, que absorben el calor y lo liberan a cierto ritmo. “Cuando se hace una ciudad se va sustituyendo la vegetación y el agua por cemento, metal y otros materiales que acumulan mucho más el calor y lo liberan de otra manera, y eso lo que hace a gran escala es ir alterando el flujo de calor”, plantea Orlando.
Con la información relevada, los expertos elaboraron un mapa de temperatura que identifica cuántos grados por arriba o por debajo del promedio —32°— mide cada barrio. Aquí abajo, el lector puede navegar por las distintas zonas e incluso buscar cuál es la temperatura promedio durante el verano en su casa.
El rojo más intenso se concentra en la rambla portuaria, en La Aguada. Allí, la temperatura ronda los 6° y 6,5° por encima del promedio. El cruce de Cuareim con Nicaragua y también la esquina entre Cuareim y Venezuela son las que levantan mayor calor: la temperatura es de 38,1°. A la altura del Palacio Legislativo, llega a 36,7°. La famosa rotonda se posiciona como el segundo punto más agobiante.
El puerto cierra el podio con 36,5°;la frescura del agua se anula con la imponente radiación que absorben los contenedores y las estructuras metálicas. “Es el efecto de la industria que está funcionando permanentemente”, señala el investigador.
Hacia el Centro, el calor baja pero no cede. En la puerta de la Intendencia de Montevideo, sobre 18 de Julio y Ejido, marca 35,4°. Prácticamente igual está la cosa en Plaza Independencia, en cambio aumenta dos décimas en Ciudad Vieja, a la altura de la Plaza Matriz. El barrio La Comercial mide 34,5°, igual que parte de Tres Cruces, que desciende casi un grado cuando se acerca a Parque Batlle, donde la vegetación se abre paso para ofrecer un respiro: el alivio de la naturaleza.
Decíamos que lo de las islas de calor no es un fenómeno nuevo, pero sí poco estudiado en la región. Un par de años atrás, una herramienta del BID y del Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey permitió crear un mapa de las islas de calor en Latinoamérica de cuya creación participó el especialista argentino en planificación urbana Antonio Vázquez Brust.
La difusión de los datos tuvo un eco mediático. Despertó curiosidad puesto que cada vez se sufren más las altas temperaturas, pero también influyó que deslizara la preocupación de si todo ese calor, con el aumento de las temperaturas globales, no empezaría a hacernos mal. Hubo organizaciones no gubernamentales que contactaron al experto, por ejemplo una de Paraguay que busca identificar cuáles son las escuelas ubicadas en los puntos más calurosos. También lo buscó la Intendencia de Montevideo, que desarrolló su propia versión del mapa, al que usaría como guía de ciertas acciones.
“Creo que hemos puesto en la misma vitrina a los golpes de calor y a las islas de calor urbano que otros temas que generan ansiedad ambiental, como las inundaciones, la suba de los mares, el derretimiento de los polos, la pérdida de los bosques o el efecto invernadero”, enumera Vázquez Brust. El siguiente paso es separar los factores que acentúan el calor y los que podrían mitigarlo: “Los dos factores principales son el yin y el yang, porque uno mejora y otro empeora, son verde versus negro: arbolado versus asfalto”.
El asfalto funciona como una caja fuerte que guarda el calor, lo concentra y lo va soltando, incluso a la noche. En cambio los árboles no. Los árboles y la vegetación absorben agua por sus raíces y la evaporan por las hojas, usando el calor del aire. Así enfrían la zona en el entorno de 1,6°, según varios estudios.
Otra investigación, realizada por un grupo de investigadores de la Facultad de Agronomía, halló que en los meses más calurosos en los tramos arbolados de calles montevideanas se registraron temperaturas de 9° menos. “Cuando uno hace zoom en los barrios, algunos están muy frescos, tienen muchos parques o están cerca de cursos de agua. Pero hay barrios que están al doble de la temperatura media del suelo”, dice Vázquez Brust. En su investigación encontró que no es raro que lo distritos más calientes coincidan con donde vive la gente de menores recursos, siendo esta también una fuente de inequidad.
Volvamos al mapa elaborado por Orlando y Berazategui en busca de los puntos donde el calor es más soportable. En Parque Rodó, a la altura del lago, la temperatura es de 33,9°. Disminuye cuando nos movemos hacia Pocitos, que está 1,5° por debajo del promedio (30,4°). Esta fue una sorpresa para los investigadores. Creen que la cercanía del agua, los árboles altos y cierta altura en la zona inciden en este dato. “Los edificios si bien son altos, están alineados con la corriente de viento de la playa”, plantea Orlando.
En el Prado, donde además del Jardín Botánico está el arroyo Miguelete, la temperatura se mantiene apenas medio grado por encima del promedio. En el extremo más fresco está Santiago Vázquez, que gracias a la presencia del río Santa Lucía se ubica por debajo del promedio, con 29,4°. Y la zona de Villa García, atravesada por el arroyo Toledo y el arroyo Manga, marca 27,2°.
Todo suma. Un par de aires acondicionados funcionando no es problema, ¿pero qué pasa si tenemos un murallón de aires largando a la superficie aire caliente para enfriar el interior de la habitación? Lo mismo con los autos; un embotellamiento sí mueve la aguja. “Un atasco, la circulación lenta o autos que paran en los semáforos con el motor encendido afectan mucho por su combustión, las emisiones de monóxido de carbono levantan mucho la temperatura”, explica Vázquez. ¿Y las construcciones de edificios? “Si tienen perímetro libre y permiten que el aire circule, baja mucho su efecto”, dice. Pero, cuando tenemos paredones de torres, una al lado de la otra, con estrechos pasillos entre medio, el terreno pude volverse una caldera. Eso por un lado.
Por el otro está la gran influencia negativa de las olas de calor, que acentúan el incremento de la temperatura. En febrero, en Uruguay hubo 2° o 3° en todo el país en promedio por encima de la temperatura habitual, y hablando de máximas entre 3° y 4°. “La ola de calor, además de la radiación, tuvo que ver con que venimos teniendo viento norte de zonas mas cálidas durante varios días”, explica Matilde Ungerovich, especialista en Ciencias de la Atmósfera.
Las olas en las islas empeoran lo que se conoce como el confort climático. Pero más que atender a las temperaturas máximas, que suelen estar por encima del nivel de confort humano —y también animal, entre los 20° a 22°—, hay que atender las mínimas.
“Lo que más importa es la temperatura mínima, porque tiene que descender durante la noche para que se recupere la temperatura corporal y si no tenemos la suficiente cantidad de horas de descanso para recuperarla, al otro día no estaremos en las mejores condiciones para afrontar otro día de calor. Si esto se prolonga en el tiempo provoca agotamiento, y en personas más sensibles o con enfermedades crónicas, puede ser muy perjudicial”, explica la agrometeoróloga y biometeoróloga de la Facultad de Agronomía, Celmira Saravia.
En los últimos 25 años las temperatura mínimas se incrementaron en Uruguay durante todo el año. Además, la tendencia indica que tendremos cada vez más noches tropicales, con temperaturas que superan los 20°. Esto es un síntoma del cambio climático, que en consecuencia impide que escape la radiación durante la noche y se enfríe la superficie, señala Saravia. La situación se agrava con las olas de calor, que según distintas investigaciones también se mantendrán. “Si estamos por encima del umbral tres noches seguidas, como pasó recientemente, las cosas se pueden empezar a complicar en la salud”, advierte Saravia.
En 2003, en Europa murieron más de 70.000 personas durante una ola de calor, sobre todo mayores de 65 años. Sin la costumbre de sufrir tal infierno, no tenían elementos de refrigeración acordes, o estaban solos, y al debilitarse no pudieron pedir ayuda a tiempo. La otra población más vulnerable son los niños menores de cinco años. La debacle parece lejana, pero de todas formas la incidencia del calor atroz en la salud de los uruguayos comenzó a estudiarse. La bióloga Valentina Colistro, investigadora del departamento de Medicina Preventiva y Social de la Facultad de Medicina, participó de un informe internacional sobre el impacto de las temperaturas extremas. “Yo hubiera esperado más muertes por calor, pero no lo vimos por ahora”, dice. Entre las patologías atribuibles al calor, las más usuales son las cardiovasculares. Además, encontró una leve tendencia de mayor afectación a las mujeres.
En las últimas semanas, emergencias móviles y ASSE recibieron consultas por patologías usuales de la estación —virus gastrointestinales y respiratorios—, pero no se destacaron casos de baja de presión, desmayos ni mareos.
Entonces, el peor futuro parece lejano, ¿o no es tan así? Vázquez Brust opina que no queremos verlo. “Mi intuición es que si lo quisiéramos observar lo veríamos”.
No está todo perdido, insisten los expertos. Aunque es caro, se pueden plantar árboles. Y será más efectivo aún si se generan bosquecillos urbanos para lograr que copa con copa se unan y armen un manto que absorba la radiación antes de que toque el suelo. Y se pueden desentubar los arroyos, que en las ciudades hasta ahora han sido cubiertos de cemento para crear calles y carreteras. En Seúl, por ejemplo, se liberó el arroyo Cheonggyecheon, se crearon corredores verdes y cientos de hectáreas de parques, logrando reducir hasta 5° la temperatura, según informó el diario argentino La Nación.
En Los Ángeles pintaron cientos de calles con pintura clara que refleja la luz del sol, lo que bajó 3° la intensidad del calor. Nueva York cambió el color negro de los techos de miles de casas y edificios por pintura blanca, para bajar así los gastos de refrigeración (y en consecuencia las emisiones de dióxido de carbono). Róterdam y Amsterdam cambiaron baldosas de parques públicos por arbustos de porte pequeño. En Singapur se reguló la altura de las construcciones dependiendo de la zona y se fomentar las inversiones en espacios verdes. En Medellín se plantaron 9.000 árboles y 90.000 especies de plantas pequeñas.
En Argentina se crearon refugios climáticos que funcionan en museos y edificios públicos, donde el personal está capacitado para atender a los ciudadanos golpeados por el calor. Montevideo, por su parte, también dio algunos pasos adelante.
María Mena, directora de saneamiento de la intendencia, cuenta que desde 2010 trabajan sobre el cambio climático y empezaron a incorporarlo en sus proyectos, con acciones más o menos colaterales, pero que suman a la meta. Por ejemplo creando jardines de lluvia, o en 2023 plantando 10.000 árboles y arbustos en espacios públicos; y renaturalizando cursos de agua, limpiándolos y plantando árboles.
Todo suma, repiten los expertos que siguen con el interés puesto en este fenómeno.
La dupla de ecólogos que integra Orlando se apronta ahora a cruzar los datos de la isla de calor con el consumo energético, que el viernes, con temperaturas cercanas a los 40°, marcó su récord histórico. Y después se abocará a medir la isla de frío urbano, que también existe. Y comparará ambas, para así señalar cuáles son esos lugares donde el costo térmico se impone cada vez con más fuerza.