En noviembre de 1830, ya hace casi 200 años, se realizó el primer discurso de asunción presidencial en Uruguay. “Me presento hoy para recibir sobre mis débiles hombros la inmensa carga del Estado y la responsabilidad, anexa á los destinos públicos”, pronunció Fructuoso Rivera, electo por la Asamblea General Legislativa. Desde ese entonces, la mayor parte de los que estuvieron en el poder decidieron exponer sus ideas, proyectos y ponderaciones a través de estos discursos inaugurales.

Cada alocución tuvo sus propias características. Algunas fueron más aguerridos, otras llamados a la paz. Hubo quienes se extendieron más al expresar sus ideas, pero otros eligieron la brevedad. Hay quienes, incluso, fueron más sinceros que otros, al reconocer el “terror” que puede generar tomar la posta del poder.

Rivera reconoció que no tenía el “caudal de luces y aptitudes para desempeñar un destino tan elevado” como el de ser presidente. Francisco Giro, quien asumió en 1852, después de que concluyera la Guerra Grande, opinó que la “misión” de un gobernante es “difícil y penosa, tanto que al pensar en las dificultades que presenta”, no puede “prescindir de cierta impresión de terror”, sin la “capacidad necesaria para superarla”.

Todos los discursos: las palabras que se repiten más de 20 veces

Se analizaron todos los discursos desde 1830
Cada discurso demuestra cómo cambió el lenguaje a través del tiempo, y cómo cada uno decidió expresarse. El lingüista Adolfo Elizaincin recuerda que los discursos en muchas oportunidades no son escritos por quienes los pronuncian. Es una práctica extendida a nivel mundial. Y recuerda que Rivera, por ejemplo, era “prácticamente analfabeto” y tenía “muy poca familiaridad con la lengua escrita”. Otra característica del primer presidente —que comparte con otros que lo sucedieron— es que hay palabras que pronunciaba con ciertas acentuaciones y que se escribían con tildes que hoy no corresponderían, como pasa con la “á” del extracto seleccionado.

Desde Rivera a Luis Lacalle Pou, también, cambió mucho la forma de expresarse. “La naturaleza básica del lenguaje es cambiar. Continuamente está cambiando sin que nos demos cuenta. Es como si miraras una sucesión de fotos diarias de una misma persona. De un día al otro, está prácticamente igual. Pero si miras en los extremos, vas a ver la gran diferencia entre alguien con 20 o 80 años”, explicó Elizaincin.

Algunos presidentes se extendieron más al expresar sus ideas, mientras otros eligieron la brevedad. Al poner el foco solo en quienes asumieron a la vuelta a la democracia, José Mujica (2010) es quien más habló al utilizar unas 4.871 palabras y Tabaré Vázquez —al inicio de su segundo mandato en 2015— es quien menos se explayó con unas 2.500 palabras. No obstante, la cifra de quien llegó dos veces al poder es mayor en comparación con otros discursos. Así es el caso de Joaquín Suárez que pronunció 91 palabras, o de Venancio Flores con un número aún menor de tan solo 52.

Salud, trabajo, seguridad y educación

¿Cuánto mencionan estas palabras los políticos en sus discursos?
Lorenzo Latorre —en 1876, después de tres años en el gobierno de facto— mostraría a través de sus palabras las dificultades de estar en el poder. Para él —indicó cuando asumió como presidente constitucional— “gobernar bien es un problema rodeado siempre de espinosas dificultades; una lucha sin tregua de todos los días y de todos los momentos; un afán incesante en fin, que hacen muchas veces vacilar la voluntad y la energía más bien probadas”. Pero, continuó: “Está, sin embargo, de por medio entre vuestro voto y mi decisión, la suerte del País, y acepto resignado vuestro mandato”.

También hizo referencia a algunos postulados que están muy alineados al carácter histórico de su gobierno, según indica a El País el politólogo Mauro Casa. Algunos de estos son “cumplir y hacer cumplir la ley, mantener la paz, el orden y la moralidad, y adelantamiento de la patria”. Y recuerda que con la bandera del militarismo “lideró con mano de hierro un proceso de pacificación de la campaña” y que “ayudó a construir un Estado”.

Por su parte, Gabriel Terra utilizó el discurso de 1833 —indica el politólogo Casa— para hacer una “justificación política del golpe de Estado” que realizó: “En primer lugar, menciona a todos los sectores partidarios y económicos que respaldaron el golpe”. Quien tres años antes había asumido como presidente constitucional “parece que estuviera previendo que este acontecimiento iba a tener un lugar en la historia del país y quiere dar su propia versión”.

Terra remarcó en su discurso que “no se trató de una acción aislada, que no era un hombre en búsqueda del poder. Menciona de manera explícita el carácter bipartidista del golpe: el apoyo que recibió de muchos sectores del Partido Colorado y especialmente del Herrerismo, que era la fracción mayoritaria del Partido Nacional. También hace énfasis en cómo (también apoyan el golpe) las clases productoras, los ganaderos, los comerciantes, los industriales”.

Cabe aclarar que Terra especifica que se trata de una “revolución” y no de un golpe de Estado. “Afirma que en este proceso que llama revolución no se abusó del poder, que no se violaron derechos ni libertades, y que como mucho se exhibió a media docena de compatriotas”, indica Casa. El propio presidente dijo en su alocución: “No lo produjo la voluntad de un hombre ni de un Poder en lucha contra otros Poderes ante la resistencia, en el problema de la reforma constitucional, de consultar al pueblo, que es soberano”.

Ciudadanos Senadores y Representantes:

En este lugar augusto donde reside la Soberanía de los Pueblos, yo me presento hoy para recibir sobre mis débiles hombros la inmensa carga del Estado y la responsabilidad, anexa á los destinos públicos; yo conozco y lo confieso ante vosotros mismos, que no tengo ese caudal de luces y aptitudes para desempeñar un destino tan elevado; vosotros ya lo sabíais ciudadanos y sin embargo os habéis fijado en una persona de acuerdo sin duda con la voluntad general de vuestros Comitentes.

No me resta otra cosa que obedecer dócilmente los preceptos de mi Patria.

Yo me comprometo á emplear todos mis conatos para promover la dicha de esta tierra tan privilegiada por la naturaleza y que puede llegará á ser una de las más felices del nuevo mundo.

Contando, pues, con vuestras sabias deliberaciones, con vuestros saludables y con la cooperación de todos los Orientales, yo me resigno y acepto el mando supremo de la Nación, no por que me considere con la capacidad necesaria para promover su dicha y felicidad futura, sino por que siento en el fondo de mi corazón una disposición general hacia la fraternidad y unión de todos los miembros de esta gran familia.

Empecemos por reconocer que lo pasado ya no existe sino como un recuerdo útil para mejorar lo futuro. El pueblo Oriental y su Constitución, esta será nuestra divisa; con ella seremos fuertes, con ella seremos invencibles.

Honorables Senadores y Representantes de la Nación:

Al presentarme ante vosotros á prestar el juramento de la Ley, mi corazón se halla sobrecogido de un temor que no había experimentado ni aun al frente de los enemigos.

Así es que al aceptar el cargo que he jurado, me limitaré solo á prometeros que cumpliré y haré cumplir fielmente la Constitución y las Leyes.

Ayer ha estado en mis manos la respetable nota en que se ha servido el señor Presidente de la Honorable Asamblea General anunciarme que el voto de los Representantes del pueblo me ha honrado con el nombramiento de Presidente Constitucional de la República.

Esta inmensa confianza solo puede corresponderse con una entera sumisión á su voluntad soberana que le ha consagrado mi vida y mi espada á la Patria, á la consolidación de sus instituciones, á su prosperidad y á su gloria; de ella es todo; acepto, pues, el destino á que ella me llama y subiré á él á realizar sus esperanzas en cuanto de mi dependa.

No puede decir más.

Como testimonio de mi resignación marcharía en el acto á tomar posesión de el solemnemente, si consideraciones de un orden superior no me detuviesen al frente del Ejército Nacional. La someterá sencillamente al juicio de la Honorable Asamblea General.

La República se halla empeñada en una guerra contra el tirano de Buenos Aires: el Ejército que va á combatir al enemigo de la Independencia Oriental está para marchar, á mi me ha cabido el honor de conducirlo.

En estos momentos, pues de abrir sus operaciones, y en lo que me ocupo también de dar la última mano á la obra de dejar organizados los elementos que han de garantir el reposo interior, los intereses del País podrían comprometerse gravemente si ellas se dilatasen y yo me distrajese de las serias atenciones que me ocupan.

Estas consideraciones están acompañadas de otra muy poderosa.

La República á contraído alianzas para esta guerra, con sus aliados ha contraído compromisos, estos tienen una época señalada, y es preciso llenarlos. El daño de las dilaciones es evidente en este caso; es necesario evitarlas.

Entre estos compromisos se encuentra también uno que debe llevar á mi persona fuera del territorio Nacional.

La Honorable Asamblea General en posesión hoy de todos los documentos que deben instruirla en este punto está en aptitud de adoptar la resolución que estime más conveniente al honor y á los intereses de la República.

Ella es urgentemente necesaria y cualquiera que sea, la obedecerá con la verdadera sumisión que tributase siempre á las disposiciones que emanen de los altos poderes de la Nación.

Dígnese el señor Presidente de la Honorable Asamblea, poner en su conocimiento esta nota con las seguridades de la alta consideración con que tengo el honor de saludarlo.

Señores Senadores y Representantes:

La 5a. Legislatura reunida entre el estrépito de las armas, entre la victoria ó la muerte, es la prueba del respeto que tributamos á los principios constitucionales. El Ejecutivo , sumiso á sus preceptos no conoce deber mayor, que su cumplimiento.

El os asegura, señores, que prestándole vosotros vuestro poderoso influjo, nada quedará por hacer, para salvar la República.

El Ministro de Estado en los Departamentos del Interior y exterior os presentará el Mensaje: y yo, os felicito por este augusto acto y os tributo mi respeto.

El juramento que acabo de prestar ante la majestad del Pueblo Oriental en esta augusta ceremonia, resume las obligaciones que me impone el Gobierno á que soy llamado.

En las sociedades cimentadas sobre las bases sólidas y permanentes, la misión de los gobiernos es comparativamente fácil; por que, por lo general se reduce á la continuación de la marcha seguida por el Gobierno anterior.

Esto no es así en países nuevos como los nuestros, aun en los tiempos normales; porque las instituciones y las costumbres políticas no han podido echar raíces entre nosotros.

Las dificultades son sin embargo incomparablemente mayores en épocas como en las en que el país se encuentra, en que los sucesos del período que ha concluido se complican de un modo tan grave con la época que empieza.

La misión entonces de un Gobernante es difícil y penosa, tanto que al pensar en las dificultades que presenta, no puedo prescindir de cierta impresión de terror, conociéndome como me conozco, sin la capacidad necesaria para superarlas, en tal caso lo que puedo prometer es contracción y valor; y que consagraré las facultades de mi corta inteligencia al mejor servicio de los intereses públicos, consultando siempre la Independencia y el honor del país.

Señor Presidente:
Prometo hacer todo lo posible para llenar cumplidamente los deberes del cargo que se me acaba de confiar, aunque no me considero el más apto, con la cooperación de la Asamblea General y la de todos mis compatriotas, creo que me será menos difícil satisfacer los deseos de la Nación.

Distinguido por la Honorable Asamblea General con el honroso cargo de primer magistrado de la República, cumplo con el grato deber de recordaos mi programa, porque en él se hallan consignadas todas las ideas que formarán el punto de partida de la administración que debo presidir.

El público lo conoce bien y es por eso que me considero relevado de la necesidad de reproducirlo, pero podeis estar seguros que no me separé de él jamás. Entretanto me prometo contar con la decidida cooperación de todos los que desean el bien general de la República.

Las medidas que la situación exige deben ser de alta importancia y grande trascendencia para el país; nada es mas peligroso que precipitarse en semejantes casos.

Confío pues, que se esperará con calma el resultado de la meditación profunda que ellos demandan, así como el de la ejecución rápida que me propongo darles.

No descuidaré sin embargo el ocurrir pronta y eficazmente á las exigencias justas que no admitan dilación.

Las palabras que dejo aquí consignadas, son una promesa que ha de sostener con lealtad y altura.

Podré sucumbir en la lucha, pero mi divisa ha sido y será siempre: Paz, Unión, Progreso y Libertad.

El juramento que acabo de prestar sobre este libro sagrado, é invocando el nombre del Altísimo, no, se borrará jamás de mi memoria, y será el perpetuo regulador de mis procedimientos.

Por lo demás, agradezco íntimamente la manifestación que á nombre de la Honorable Asamblea acaba de hacerme el señor Presidente, yo creo que no puedo corresponder de una manera más agradable, á esa manifestación, y á los sentimientos de que considero poseída á la H.A. General, que asegurándole que, en el nuevo destino que me ha confiado, no seré otra cosa que el hombre de la Patria y de la Ley.

Mi firme y decidida voluntad se cooperará con la de la H.A.G. para que llenen cumplidamente los deseos que entiendo han tenido los ciudadanos que se han tenido los ciudadanos que se han pronunciado por la altísima honra que acabo de recibir.

El cumplimiento estricto de la ley, la observancia de la Religión la protección á la Religión del Estado, como ha dicho muy bien el señor Presidente de la Asamblea, será uno de mis primeros deberes y considero que, marchando en armonía los Poderes Públicos, muy particularmente el Legislativo y el que voy á desempeñar, podremos llegar felizmente, á la satisfacción de los deseos generales que abrigan todos los ciudadanos de la República.

De este modo es que podré conseguir que nuestra Patria conserve la paz y se asegure el orden; y que la prosperidad y la gloria de la República, llegue á ser en lo futuro, y para siempre una realidad.

Conciudadanos:
La rebelión que ha perturbado el orden constitucional de la República y que riega de sangre el suelo de la patria, hizo imposible la elección de los representantes del pueblo que habrían en este día procedido conforme al Código fundamental, al nombramiento del Jefe de Estado.

En grave situación he sido llamado como Presidente del Senado al desempeño de las funciones del Poder Ejecutivo.

Penetrado de los grandes deberes que esta alta posición me impone tengo la firme resolución de cumplirlos.
En presencia de la rebelión y de la torpe ambición que quiere abrirse paso a costa de la sangre y de la ruina del país, no puede haber tregua ni descanso, no puede haber paz hasta su destrucción ó completa sumisión a la Ley.

Las dificultades que nos rodean no deben arredrarnos. El patriotismo sabrá superarlas. Para concluir con una situación tan lamentable, que prolongada, podría poner en peligro la existencia misma de la Nación, solo necesitamos la firme voluntad de marchar unidos, posponiendo toda consideración y preocupación secundaria al interés supremo de destruir la rebelión y salvar la Patria.

Os pido en nombre de los más altos intereses de la Nación la cooperación que necesito para alcanzar prontamente este resultado. Necesito el concurso de todos.

Este concurso indispensable para la misión que me cumple llenar, para anonadar la rebelión, y volver al país á la vida tranquila, laboriosa y prospera de que ha sido arrancado, colocándolo inmediatamente después de la victoria bajo el pleno mérito de la Constitución y las Leyes.

A este objeto primordial se cometerá mis desvelos, y será la preocupación de los ciudadanos que en estos momentos deben compartir conmigo las tareas del Gobierno.

Será de otros, en días más tranquilos y felices, la misión de impulsar el progreso moral y material á que el país aspira.

Extranjeros: Habitantes todos de la República! vuestro interés está vinculado al nuestro.

Necesitáis como nosotros, de la paz, el orden, de la salvaguardia de las leyes, de las garantías esenciales de la civilización para vivir y trabajar tranquilos y prosperar en nuestro suelo.

Sino debéis prestar vuestros brazos en esta lucha del orden contra la anarquía, de las instituciones contra el caudillaje, está en el interés de todos los hombres de bien cooperar con el valioso concurso de la influencia moral para que triunfe la autoridad legal y el orden se restablezca.

No pronunció discurso

El voto de los legítimos Representantes del Pueblo que me ha llamado a desempeñar la primera magistratura del Estado.

Mi candidatura, levantada á ultima hora, sin trabajos previos y sin haberlo yo solicitado, ha servido de lazo de unión, de iris de alianza, entre las diversas fracciones que se disputaban el poder.

La Asamblea Nacional, inspirándose en los levantados sentimientos del más puro republicanismo, ha ofrecido á la Nación el imponente y grandioso espectáculo de aunar su voz para proclamar á un candidato, plegándose la minoría vencida, á la candidatura que la triunfado.
Ante ese egemplo de civismo y abnegación, yo que reconozco mayores vientos en otros miembros del gran partido nacional, no he podido menos que inclinar humilde la cabeza, y aceptar agradecido el alto honor, la prueba de confianza que en estas difíciles circunstancias depositan en mi los Representantes del Pueblo Oriental.

No trazaré aquí un programa deslumbrador: como lo he manifestado á la Asamblea, mi vida entera consagrada desde mis primeros años á la causa de la libertad, es la prueba más segura, la más eficaz garantía que puedo ofrecer, de que no omitiré esfuerzo en sacrificio para corresponder dignamente á los deberes del elevado cargo que me confía.

Hombre de principios, soldado de la gloriosa defensa de Montevideo, no me apartaré del estricto cumplimiento de la ley.

Propenderé a la unión del partido colorado, gobernando con los hombres más dignos de ese partido, sin exclusiones de matices y sin exijir otra cosa que los cargos públicos que el patriotismo, la capacidad, la honradez.

Trataré de mejorar, en cuanto sea posible todos los ramos de la administración, mi primer cuidado será garantir la vida y la propiedad en todos los ámbitos de la República, siendo inflexible con cualquier abuso que se cometa; hacer que la ley sea igual para todos, blancos y colorados, nacionales y extrangeros; afianzar la paz, el órden y las instituciones, y en una palabra gobernar con la Constitución levantándola encima de todas las cabezas.

No se me ocultan las dificultades de la empresa; pero si como lo espero, todos los hombres de corazón é inteligencia del gran partido colorado me prestan su valioso apoyo, mucho puede hacerse en beneficio del país y de su progreso moral y materia, y los esfuerzos combinados de todos, lograrán lo que no es dado conseguir, ha ningún hombre solo, por mas idóneo que se le suponga.

Esta es la bandera que levanto, y la que creo responde y satisface hoy las necesidades del país, si todos se agrupan á mi alrededor y me ayudan á sostenerla empeño mi palabrea de honor como soldado que sabré mantenerla incólume contra cualesquiera agresiones que se le dirijan y sacarla victoriosa contra la funesta tradición que hasta ahora nos ha hecho oscilar entre el despotismo y la anarquía.

No pronunció discurso

 

Honorable Senadores y Representantes:

El ciudadano que habéis elegido para presidir los destinos de la República, no reúne sin duda las condiciones necesarias para tan elevado puesto.

Ese ciudadano lo ha declarado así, tantas veces, cuántas le fué necesario. Este ciudadano ha trabajado en la esfera de sus medios, no solo par que su candidatura fuese eliminada sino para que el candidato que como yo no tuviese esas condiciones, fuese subrogado por otro que tenga las que no reúno.

He creído que los deberes del patriotismo no solo me dictaban esa conducta, rehusando figurar como candidato sino que era deber de buen ciudadano llevar mi resistencia hasta renunciar tan alto puesto, para que el Poder Ejecutivo fuese un ciudadano de antecedentes y títulos que yo no tengo.

Creí, repito, deber llevar mis trabajos hasta renunciar á la alta magistratura que el Honorable Cuerpo Legislativo me discernía, ante la creencia de que solo se trataba de encontrar un ciudadano necesario par salvar ciertas dificultades del momento

Que esa era mi resolución, lo he declarado antes de ahora, á los señores que se constituyeron al despacho de Gobierno y que han vencido mi resistencia á que mi candidatura tenía el carácter de candidatura de transacción, manifestándoles que no representaba ni significaba propósitos de tal ó cual circulo en que por desgracia estamos divididos y por lo cual hacía mi renuncia indeclinable.
Pero se me dijo que ha sido unánime la resolución de la Honorable Asamblea General no haciendo lugar á mi renuncia.

Esto me hace ver que si hoy no tengo esas condiciones de títulos y antecedentes puedo tenerlas algún día para el Honorable Cuerpo Legislativo pues que los ciudadanos meritorios no se improvisan. Me creo como el ciudadano mas humilde de la Patria.

Protesto sin embargo, que no obstante mi deficiencia, no obstante las condiciones excepcionales en que me encuentro, que ante los inmensos deberes que la posición á que se me ha elevado me impone, haré que á mi Gobierno acompañe el concurso de todos los buenos ciudadanos y aun el concurso que me ha sido negado para mi elección á la Presidencia de la República.

Se trata, señores, de un ciudadano que va á la Presidencia inspirado de los sentimientos patrióticos mas puros: de un ciudadano que no ésta regimentado en círculo alguno, por mas que lo esté en un Partido.

Ese ciudadano, que viene con esos sentimientos; que no se propone medrar porque sus condiciones morales se lo impiden, aparte de que la posición independiente en que vive lo hace innecesario; ese ciudadano, repito, si por cualquiera circunstancia no pudiera un día cumplir con los deberes que el juramento que acaba de prestar le impone, protesta que ese día, será el último día de su Gobierno.

No pronunció discurso

 

No pronunció discurso

 

Señor Presidente:
Honorables Senadores y Representantes:

La honra que acabáis de tributarme elevándome con vuestro voto á la Presidencia constitucional de la República, aunque inmensamente mas alta que mis merecimientos, no me envanece ni puede hacerme olvidar que al aceptarla con agradecimiento, me impone un gran sacrificio.

Tres años de experiencia en la Gobernación provisoria del País, me han enseñado prácticamente que por mas gloria que se refleje para el ciudadano en la elevación al mando supremo de la República, gobernar bien es un problema rodeado siempre de espinosas dificultades; una lucha sin tregua de todos los días y de todos los momentos; un afán incesante en fin, que hacen muchas veces vacilar la voluntad y la energía mas bien probadas.

Está, sin embargo, de por medio entre vuestro voto y mi decisión, a suerte del País, y acepto resignado vuestro mandato.

Asísteme la esperanza de que en la misión que me encomendáis he de poder contar siempre con vuestro concurso, vuestro patriotismo y con el apoyo de la opinión imparcial para completar la obra de la reconstrucción del País.

En esta obra, el concierto y la armonía de los poderes públicos es la base primordial con que el pueblo debe contar para esperar con fe los días serenos de su progreso y bienestar.

El juramento solemne que acabo de prestar ante la Honorable Asamblea General de cumplir y hacer cumplir la Ley, es el mismo que vosotros, señores Senadores y Representantes habéis prestado también; y eso quiere decir que todos de consuno hemos aceptado el compromiso de mantener incólume la paz pública que es la base del engrandecimiento de los pueblos, el orden, la moralidad administrativa y el adelantamiento de nuestra Patria.

Que Dios me ilumine y que el País nos lleve severa cuenta de nuestros actos públicos.

Tales son, Honorables Senadores y Representantes, los votos que me animan al asumir la Presidencia constitucional de la República.

 

Yo acepto reconocido esta manifestación inmerecida de confianza que me dan los Honorables Senadores y Representantes.

Acepto como un sacrificio que se me impone, porque las circunstancias porque hemos atravesado me han hecho comprender que debo hacerlo en holocausto de la buena armonía de los Orientales, de la paz pública y el orden.

Yo siento venir á suceder á un gran patriota, al Coronel Latorre, que durante cuatro años de su administración nos ha dado órden y estabilidad; y a quien los Orientales deben estarle muy reconocidos porque ejerciendo las facultades extraordinarias, se sometió a la ley sin que nadie se lo impusiese.

En los puestos que ha desempeñado el Coronel Latorre se cosecha lo que se cosecha en estos puestos, Sr. Presidente, disgustos, é ingratitudes.

El Coronel Latorre, Presidente Constitucional, baja del Poder, y yo quiero aprovechar esta ocasión pública para declarar que merece bien el aprecio y estimación de todos sus conciudadanos.

Señores Senadores , Señores Representantes
Honrado por la Honorable Asamblea Legislativa de mi país, con la elección á la Presidencia de la República, recaída en mi persona, no puedo menos, señores, que manifestar los sentimientos y los deseos de que me encuentro animado.

No se me oculta la responsabilidad que contraigo, ni desconozco los sagrados deberes del puesto que se me confía.

Sé bien que la felicidad del país y el progreso de sus valiosos intereses requieren la voluntad mas firme y el patriotismo mas severo.

El sostenimiento de la paz, á cuyo amparo se vinculan los intereses del país; el cumplimiento de las contratas en todo aquello que se relacione con el crédito público, base fundamental de una Administración honrada – el cultivo con el mayor empeño de las relaciones internacionales;- la protección decidida á la inmigración y a los centros de comercio é industriales, en su desarrollo creciente; las garantías á la propiedad y á la vida, y el respeto á todas las libertades legítimas que consagran labor que me habéis encomendado.

Como ciudadano y como militar pertenezco á un partido político que ha proporcionado á la Patria días de gloria, y á los cuales no puedo ser insensible; pero, como Presidente de la República, no tengo mas bandera que la del honor Nacional; y mi guía será la Ley y la Justicia.

No puede ser motivo de censura para un ciudadano, la ambicíon de servir noblemente á su país, porque ella se encuadra siempre en las conveniencias públicas y en los intereses generales, y permitidme, señores, os declare: tengo esa ambición.

Las virtudes republicanas, no son, en absoluto, consecuencia exclusiva de un diploma ó titulo universitario; en las facultades y en el espíritu de un soldado, se encontraron mas de una vez los sentimientos y la fe inquebrantables del ciudadano que puede ser útil á su patria cooperando de una manera eficaz á su bienestar.

Esas son mis aspiraciones, os lo repito, y para el mejor logro de ellas, pido á la Honorable Asamblea General su valioso concurso, á fin de que me ayude en la ardua pero noble tarea de la reconstrucción política y administrativa de nuestro país.

Con ese concurso y el contingente de la opinión pública, conquistaremos el puesto á que tenemos derecho y debemos ocupar entre las naciones del mundo civilizado.

Señores Senadores y Representantes de la Nación: 

Los que me han honrado con su voto, les agradezco tan alta distinción. 

Seguramente, para honra de mi país sobran los ciudadanos con más aptitudes que yo pero no creo que ninguno me aventaje en su patriotismo y respeto por la Constitución y de su amor por la libertad. 

Hoy compatriotas como antes, he de gobernar con justicia para todos los Orientales. He dicho.

Honorable Asamblea General

Agradezco el altísimo honor que acabáis de hacerme confiriéndome con vuestro voto la investidura de Presidente Constitucional de la República.

Hablo ante vosotros teniendo presente la soberana y augusta representación del pueblo Oriental.
Ante él pues, ante su voluntad que acato y ante su juicio que espero, acepto este mandato cuya magnitud y cuyas responsabilidades ya empiezo á meditar y á sentir desde este momento.
Soldado de la libertad en ella están reconcentrados mis ideales.

Guardián de la Ley; á mantener su integridad y su brillo puro é inmaculado, se contraerán todos mis anhelos.
Dirigir los destinos de la Patria en su aceptación amplia, noble y grande, á eso desde hoy está consagrada en absoluto mi existencia.

Vengo á este puesto con el alma exenta de prevenciones, odios ó rencores.
Desde él no diviso sino un pueblo de hermanos considerando de la misma manera entre los que lo son por el origen de la Nacionalidad á los que desde otras tierras del globo han venido á la nuestra para levantar en ella el hogar de sus afecciones, á escoger el campo de su labor.

Días claros y serenos ha preparado el digno ciudadano que acaba de hacer renuncia del puesto que por delegación constitucional ejercía á la cabeza de la Nación, para la Nación que hoy inauguro.
A él pertenecerá el éxito de la jornada que hoy empieza bajo los benditos auspicios de la conciliación de la familia oriental á cuyos propósitos y aspiraciones me adhiero con toda el alma.

Vengo con fe a este puesto porque vengo confiado en la inteligencia, los esfuerzos y la buena voluntad de todos mis compatriotas.

Decid al pueblo que ha delegado en vosotros su soberanía, que yo he salido de él y que jamás me he encontrado más confundido con él que hoy que me ha elevado á este puesto, desde donde alcanzo á ver todas sus necesidades y sentir todas las palpitaciones de su inmenso corazón.

Señores Senadores, señores Diputados:
Al aceptar el honroso cargo que me habéis conferido, no me resta más que pronunciar un última palabra que mando á todos los ámbitos de la República:
A trabajar en paz por los intereses de la Patria.

En tanto, en 1911, una de las figuras más importantes de la historia nacional, José Batlle y Ordoñez, dijo al asumir por segunda vez como presidente de Uruguay: “Vuestra honorabilidad conoce mis ideas y mis aspiraciones. La confianza con que acaba de honrarme demuestra que ellas han merecido su aprobación”. Ya había estado en el gobierno desde 1903 a 1907, y su segundo mandato continuaría hasta 1915. Impulsó medidas que marcaron un antes y un después en Uruguay, y a partir de sus ideas se creó la corriente Batllismo dentro del Partido Colorado.

Ante la Asamblea General, en un discurso solemne, juró por su “honor de hombre y de ciudadano que la justicia, el progreso y el bien de la República, realizados dentro de un estricto cumplimiento de la ley”, inspiraría su “más grande y perenne anhelo de gobernante”. Años antes, en 1903 cuando asumió por primera vez, había indicado que se esforzaría por “servir la armonía que, sobre la base del respecto á los principios fundamentales de nuestra organización política, debe reinar entre los tres poderes del Estado”.

Muchos años más tarde, en 1972, asumió Juan María Bordaberry, también colorado, pero con un discurso muy diferente, en el que “ya se podía avisorar lo que iba a ser su decisión de luego dar el golpe de Estado”, señala Casa. Y añade: “Se refiere a una hora muy aciaga, muy peligrosa por la que estaba pasando la sociedad. Era el contexto de la violencia política y de la agitación social que se vivía”. Bordaberry, en ese momento, señaló que “no parece conciliarse esta visión de las posibilidades de evolución pacífica de nuestro país con la violencia desatada por grupos antisociales que actúan desde una oscuridad por cierto indigna”. Además de que rindió “homenaje” a los “hombres caídos en la defensa de esta nación libre”. Su discurso se escuchó entre gritos, en un Parlamento en donde se denunciaba un fraude electoral que habría perjudicado al Partido Nacional.

Por otra parte, hay en sus palabras referencias católicas. El politólogo Casa señala que “son poco habituales en la política uruguaya, muy marcada por la laicidad, del principio del siglo XX”, y ejemplificó con palabras de Bordaberry: “Dios ha bendecido nuestra tierra” y “convicción de integrar una sociedad asentada en el amor”.

Desde el regreso a la democracia: las palabras que destacaron los presidentes

Aparecen las palabras con tres o más repeticiones por discurso

Después de uno de los momentos más oscuros de la historia de Uruguay, Julio María Sanguienetti llegó en 1985 a la presidencia. El discurso —según cuenta él mismo a El País— lo improvisó luego de que su esposa Marta Canessa lo convenciera de no llevar nada escrito. “No lo leí ni (tenía) nada preparado”, asegura el exmandatario, y añade entre risas: “Mal no salió”. Sanguinetti también cuenta esto en su libro La Reconquista. “Nunca me había gustado leer un discurso y algunas veces que lo intenté, no lo hice bien. Por cierto medité mucho lo que debía decir, conversé con algunos jóvenes colaboradores y lancé mi discurso habitual”, escribió en la publicación de 2012.

Al momento de realizarlo tenía, por un lado, la “concentración que requiere el discurso improvisado” y, por otro lado, “unos temblores” que lo “sacudían íntimamente porque el riesgo de la quiebra bancaria era inminente”, contó a El País. La segunda palabra que más repitió al momento de asumir fue “democracia”. El secretario general del Partido Colorado la utilizó 25 veces. La primera fue “país”. La dijo 31 veces. Su discurso comienza haciendo referencia al respeto a la Constitución y poco después ya introduce el concepto de democracia al decir que esta república nació para ella y que, aunque vivió 11 años de gobierno de facto, “no ocurrirá más”.

Cabe destacar que el discurso que dio Sanguinetti es distinto al resto de los que compartieron su tiempo. “Era un hombre de letras. Tenía una pluma muy poética por lo que hace un discurso más elaborado desde el punto de vista literario”, indica el politólogo. Sanguinetti expresó: “¿Qué es esta República sino la confluencia de la inmigración? ¿Qué es esta República sino la raíz hispánica mezclada luego con la aluvión italiano? Qué es este país sino a través de esas dobles identidades latinas la hermandad con pueblos con los que hoy tenemos fronteras, pero que un día no las tuvimos porque éramos exactamente los mismos en aquella América aluvional que emergía a la independencia hace un siglo y medio”.

No pronunció discurso. 

Honorable Asamblea General:

Honrado con la primer Magistratura de la República por el voto de la voluntad nacional libre y conscientemente expresada en este acto, siento en este momento verdaderamente histórico para mí, la necesidad suprema de manifestaros que en el desempeño de las funciones del cargo con que he sido investido, será mi norte y no me guiará otra aspiración que el bien de la Patria, el respeto más sincero por las prescripciones de nuestro Código político que cabo de jurar y el fiel y exacto cumplimiento de las leyes que haya dictado ó que dicte, en virtud de su voluntad soberana la Honorable Asamblea General, de la que solicito y espero quiera prestarme el poderoso y patriótico caudal de sus luces y de su experiencia para resolver tranquilamente y como verdaderos hombres de Gobierno, las cuestiones que en el orden político administrativo, financiero y económico, ó cualquier otro que se relacione con el progreso y bienestar de la República puedan suscitarse durante mi presidencia.

Al servicio y á la realización de tan elevados propósitos declaro- honorables legisladores- que consagraré toda la energía de que me siento capaz.

Señores Senadores; señores Representantes:

La elección de Presidente Constitucional que ha efectuado en mi persona la Honorable Asamblea Legislativa de mi país me llena de satisfacción como ciudadano y como hombre, no porque ese acto venga á satisfacer ambiciones personales de mando, porque ya he tenido ocasión de decir á mis compatriotas por repetidas veces que las alturas del Poder no me seducen, sino porque esta elección libre y espontánea consagra y honra mi procederes de gobernante fiel á los intereses generales del país.

Casi año y medio he desempeñado el Poder Ejecutivo de la República, como Presidente del Senado primero, como Presidente Provisional después a través de dificultades sin cuento que no se repiten con frecuencia en la historia de los pueblos.

Las perturbaciones de una época azarosa han sido dominadas con mano firme y prudente. Está en la memoria de toda la dedicación de los buenos ciudadanos al mejor servicio público, y á él se debe sin duda que se haya obtenido sostener la paz en la República base de su prosperidad.

Permitidme, Honorable asamblea, una expansión de mi espíritu. -A raíz del golpe de Estado del 10 de febrero del año pasado, al que fuí impulsado por los sucesos, que son los que guían siempre los actos del hombre público, y á fin de salvar al País de la guerra civil, mi anhelo, mi ideal, única aspiración, fué volver brevemente á las instituciones, que son las verdaderas protectoras del orden social y político de las naciones; y á ese objeto no he omitido sacrificio alguno personal, mereciendo de la Providencia, ante la que me inclino respetuoso y agradecido, ese señalado favor.

La era constitucional que empieza augura más serenos días y felices resultados, porque la confianza pública que se apoya en la legalidad, permitirá el desarrollo franco de las fuerzas productoras de país, y su engrandecimiento.

El programa de mi gobierno debe concretarse al respeto debido á la Constitución y á las leyes.
La lealtad política y la administración honrada, son principios fundamentales de que ya he dado pruebas en la práctica del Gobierno Provisional.

Gobernaré para los habitantes del país sin distinción de colores políticos.

La iniciativa de fraternidad entro los partidos militantes a partir del pacto de paz de Setiembre de 1897, que me he esforzado en sostener y proclamar, como base de unidad para bien de la Patria, será uno de los propósitos de mi Gobierno.

Señores Senadores; señores Representantes: aceptad la expresión de mi reconocimiento.

 

Encargado, por la investidura con que acabáis de honrarme, del ejercicio de una parte de la soberanía delegada de la Nación, nunca olvidaré que no se me atribuye misión tan elevada sinó para que, propenda en todas mis energías, hasta con el sacrificio de mi persona si fuera necesario, al bienestar y á la felicidad común.

Tampoco olvidaré que todos mis actos, fuere cual fuese el sentimiento patriótico que los inspire, deberán ajustarse estrictamente, á los preceptos constitucionales, y que, más allá de los limites que estos preceptos señalen á mi actitud, ella será perturbadora y perjudicial.

Guiado por estas convicciones, que servirán siempre de brújula á mi conducta, me esforzaré por servir la armonía que, sobre la base del respecto á los principios fundamentales de nuestra organización política, debe reinar entre los tres poderes del Estado; pondré al servicio de la independencia y dignidad de cada uno de ellos todas las fuerzas que hoy se confían á mi dirección y haré cuanto de mi dependa para que de esos esfuerzos conjuntos resulte la realización de las aspiraciones nacionales.

Trazada así la norma general de mis procederes de gobernante, no quiero abandonar este recinto, en el que he colegislado durante cuatro años, sin hacer, invocando antes todas las fuerzas sanas de la República y á los futuros destinos, un voto ferviente por que la acción de los hombres y la sucesión de los acontecimientos nos permita guiarla al porvenir sin altos ni extravíos, por la hermosa ruta del orden y de la libertad.

Señores Senadores. Señores Diputados:

Al asumir la primera Magistratura del país, no puedo dejar de señalar en primer término las circunstancias y condiciones en que se ha realizado:- de perfecto orden y casi unánime concurso de opiniones, que honrándome personalmente, acreditan sobre todo á la Nación, demostrando la solidez de sus instituciones y el progreso del espíritu público.

Demócrata sincero, miro como un deber y acepto conscientemente las responsabilidades del cargo, esperando que no me faltará la cooperación de los hombres bien intencionados, y que podré llegar al final de la jornada, sin remordimientos y sin reproches, con la simpatía del pueblo que saluda mi ascenso.

Considero que el partido á que pertenezco, cuyos distinguidos representantes en la Asamblea han decidido mi elección, y la gran mayoría del país, que ha aprobado mi candidatura, han querido confirmar con ella las conquistas y los rumbos fundamentales del Gobierno que termina, y del cual tendré siempre á honor haber formado parte; que deja trazadas páginas de mérito indiscutible en la historia de la República, por la severa honradez y corrección en el manejo de la Hacienda; por escrúpulos respeto de la libertad política y de los derechos individuales, por la preocupación noble y justa del mejoramiento de los humildes; por la inspirada previsión en las obras públicas y en las iniciativas relacionadas con la enseñanza y con el desenvolvimiento de las fuerzas productoras, y principalmente por la decisión para afrontar las más graves dificultades, para imponer á todos el respeto de las leyes, restablecer la unidad del ejercicio de la autoridad nacional, y afirmar la paz y el orden sobre sólidas bases.

Esos caracteres y tendencias del Gobierno del ilustre ciudadano que deja hoy la Presidencia entre aclamaciones de justicia, para quedar consagrado como un preclaro estadista digno de la gratitud nacional, deben afirmarse continuarse; y el pueblo que no quiere una política de retroceso, sino de adelanto, así lo ha sancionado con expresiones elocuentes.

Subo al Gobierno, sin agravios de nadie, dispuesto á hacer respetar los derechos individuales y los políticos; como á mantener ileso el principio de autoridad.

Los partidos pueden estar seguros de que gozarán de la más amplia y absoluta libertad electoral, y de que observando la debida imparcialidad, rodearé de todas las garantías al sufragio, y respetaré y haré respetar su resultado.

Las circunstancias en que se me confiere el poder son, sin duda, excepcionalmente favorables, cuando la prosperidad se desenvuelve en un ambiente de paz y confianza, y todos los elementos parecen concurrir á la obra del bienestar general.

No puede desconocerse, sin embargo, que queda por realizar una tarea grande y difícil, aún sin contar con las transiciones y variantes que el tiempo y las circunstancias imponen, si se quieren aprovechar las grandes energías orgánicas del país.

Debo manifestar, desde luego, que me esforzaré en que las relaciones de la República con las naciones extranjeras aumenten, si es posible; de que por un mutuo conocimiento, cada vez mayor, por la inteligencia de los recíprocos intereses, se establezcan nuevos vínculos que sean prenda de amistad y prosperidad; y de que se cumplan fielmente todas las obligaciones contraídas.

Y muy especialmente merecerán mi atención las relaciones con las Repúblicas limítrofes, porque aparte de los grandes motivos que existen por las alianzas del pasado, la igualdad de instituciones y los estrechos lazos tejidos por afectos y altas consideraciones entre los gobiernos y los pueblos, siento una personal inclinación de simpatía hacia esas naciones vecinas.

En lo interno será un deber preferente para mí, el proseguir y completar las grandes obras públicas emprendidas, iniciar otras que se presentan desde ahora como indispensables y urgentes; y cuidar del constante mejoramiento de los servicios.

Creo que deben de inmediato ser reformadas las instituciones que no llenan debidamente su misión, como las Juntas Económico – Administrativas, para encauzar los recursos y elementos de los Municipios en vías de más fecunda actividad, por medio de Intendentes que desempeñen las tareas ejecutivas y permanentes.
La Administración de Justicia, que está en vías de completarse con la creación de la Alta Corte, tendrá que ser en gran parte reorganizada también, atendiendo debidamente á la importancia y trascendencia de sus funciones, para escoger con altura y acierto los magistrados.

Tendrán que sancionarse nuevos Códigos como el Administrativo, y reformarse los de Procedimiento, Penal, Rural, Minería y Militar, para armonizar sus prescripciones entre sí, y con el adelanto de las instituciones ó las comprobaciones de la experiencia.

Será necesario preocuparse de la organización de la institución policial, para regularizar sus servicios y procedimientos; dictar una ley que haga eficaz el control de la Contabilidad del Estado, dando el carácter y garantías que necesitan, á los funcionarios encargados de esta difícil tarea; reformar las disposiciones sobre sociedades anónimas para estimular la iniciativa privada que se echa de menos y que sólo puede realizarse ampliamente con la unión de los capitalistas, amparada por una legislación favorable; reglamentar las asociaciones no comerciales por medio de una ley previsora que defina la situación ante el Estado, de la diversidad de instituciones que vienen funcionando sin control alguno.

Hay que llevar a cabo el censo general de la República, practicar el catastro, resolver de una vez el problema tan diferido de las tierras fiscales, y levantar el plano geológico del país, que podemos esperar sea una revelación de nuevas riquezas.

En la esfera del Poder Ejecutivo debe mejorarse la organización de los Ministerios y crear uno más para regularizar y activar sus funciones, y para incorporar organismos nuevos y necesarios como la oficina ó instituto del trabajo, destinado á estudiar todo lo que se relaciones con la marcha de las industrias y las aspiraciones ó agitaciones de los obreros, á fin de cooperar á la solución de las cuestiones y conflictos y, preparar la legislación más oportuna sobre esta materia.

En el orden económico y financiero hay un vasto programa á que atender: para conseguir á los productos nacionales más amplio intercambio; para que muchos servicios públicos ó de gran interés público que están en poder de los particulares, pasen á la Nación ó a los Municipios para satisfacer las exigencias de los trabajadores y de los industriales, procurando la armonía y equilibrio de esas fuerzas sociales en beneficio de todos y á fin de que las cuestiones que preocupan al mundo no sean una causa de perturbación en el presente y una amenaza temible en el futuro; para resolver el problema de poblar la Campaña, que continúa casi desierta en medio de la mayor prosperidad, que no es la existencia de unas cuantas grandes fortunas lo que constituye la riqueza de un país.

La Asistencia Pública y las instituciones de beneficencia, tienen que ser objeto de serias reformas y de una legislación adecuada á la nueva organización.

Entre las grandes obras públicas á emprenderse, hay que contar en primer término las de saneamiento de las ciudades y pueblos.- A ellas debe dedicarse sin vacilar una gran parte del excedente de rentas que nos promete la prosperidad del país y de la hacienda, porque han de contribuir eficazmente á disminuir las causas de morbosidad y mortalidad, y por consiguiente, á asegurar el crecimiento y adelanto de las poblaciones del Interior.

En la Capital se tiene que terminar la obra del Puerto y organizar sus servicios; completar el saneamiento, abrir avenidas y ramblas, aumentar y mejorar los paseos, construir edificios adecuados para asiento del Gobierno y de las principales instituciones del Estado y realizar ó estimular otras que, á la vez de responder á necesidades de los Poderes Públicos y á los de la misma ciudad y su progreso, aumenten las comodidades y los atractivos de ella, por manera que se acentúen con mayor fundamento las preferencias que por su situación privilegiada, la suavidad de su clima y las bellezas naturales, viene mereciendo de los extranjeros.

La Enseñanza debe seguir siendo objeto de esmerada atención: la primaria, para hacerla cada vez más apropiada á las condiciones del país y extenderla al mayor número: la secundaria y la superior, á fin de que tengan las bases más científicas y correspondan á las necesidades presentes y futuras, tendiendo fundamentalmente á la educación y cultura de todas las clases sociales.

La Marina Nacional tendrá que formarse, aunque sea en condiciones modestas, porque lo exigen imperiosamente nuestra soberanía y decoro.

El Ejército, que tanto ha progresado por la exclusión de la remonta con soldados no voluntarios, y la supresión de todo lo que obstaba á la regularidad y corrección en los comandos, necesita buenos cuarteles, estar en todo tiempo dotado de los medios de movilidad más completos, y que se le incorporen constantemente elementos y reformas que la experiencia y el estudio indiquen; para que siga siendo base firme del orden y núcleo de la organización de la defensa de la integridad nacional, si los acontecimientos lo exigieran.

El cumplimiento del programa que acabo de esbozar, no puede ser tarea exclusiva del gobernante,- Para realizarlo se requiere, y yo lo solicito desde ahora, el concurso de la Honorable Asamblea, que tendrá un rol de trascendental importancia en los trabajos, y el de todos los que deseen el progreso y engrandecimiento de la República de la Nación ante propios y extraños: prometiendo de mi parte y una vez más respetar la Constitución, ajustar mis actos á la más estricta legalidad, y consagrarme á esos mismos fines, teniendo por guía los principios de libertad y justicia que señalan los derroteros de la verdadera democracia, y auguran el advenimiento del más feliz estado social, aproximando la realidad á las más patrióticas aspiraciones.

Honorable Asamblea General:

Permitidme que, llenado el requisito constitucional, para mí sin valor, á que acabo de dar cumplimiento, exprese en otra forma el compromiso solemne que contraigo en este instante. Juro por mi honor de hombre y de ciudadano que la justicia, el progreso y el bien de la República, realizados dentro de un estricto cumplimiento de la ley, inspirará mi más grande y perenne anhelo de gobernante.-

Vuestra Honorabilidad conoce mis ideas y mis aspiraciones. La confianza con que acaba de honrarme demuestra que ellas han merecido su aprobación. Cuento con que mi conducta en el Gobierno la merecerá también y conque, unidos por el ideal y por el esfuerzo, daremos cumplida satisfacción á las más levantadas exigencias de la vida nacional.

Honorable Asamblea: Aceptad mi patriótica gratitud por la transcendental y noble tarea que me habéis confiado.

Señores senadores, señores diputados:

Honrado por la confianza de esta Honorable Asamblea, que me lleva con sus votos á la primera magistratura de la República, yo prometo mis constantes esfuerzos en favor del bienestar y engrandecimiento de la patria.
No olvidaré que es por la voluntad de un partido que voy a presidir los destinos del país y que es con la aplicación del programa de la colectividad política á que pertenezco que ha tiempo buscamos la felicidad de la República.

Partidario y admirador desde la adolescencia de la política, del actual mandatario señor Batlle y Ordoñez, con veinte años de solidaridad política con él; es lógico pensar, y piensan acertadamente los que creen que mi acción gubernativa se desarrollará dentro de esa orientación política, sin vacilaciones ni tamizaseis que puedan amenguar mi entereza ciudadana. Nadie sensatamente puede esperar lo contrario, ni sería honesto servirse de un partido para escalar el Poder y al día siguiente del éxito renegar de todo un pasado partidario.

Una deuda tenemos, Honorable Asamblea, con el país: la de la reforma constitucional. Estoy seguro que con Vuestra Honorabilidad la saldaremos cuanto antes. Por mi parte, os prometo coadyuvar, dentro de la esfera de la influencia que yo pueda legítimamente ejercer, á la realización de otro gran postulado: El Ejecutivo Colegiado.

Os prometo, Honorable Asamblea, que garantiré por igual los derechos individuales de todos, sin distinción de nacionalidad ni color partidario. Nuestra condición de pueblo civilizado nos obliga.

En lo que a los derechos políticos se refiere pugnaré por el cumplimiento de un imperativo mandato de mi partido, para que sufragio se haga cada vez más puro, evitando que los ciudadanos de uno ú otro partido sombreen con fraudes el acto más trascendental de la vida democrática. Iremos en nuestras leyes electorales á la identificación dactiloscópica, como la mejor de las garantías que en la actualidad se puede ofrecer á la pureza electoral, y velaré por que, como se ha hecho hasta aquí, ni la presión ni la coacción desnaturalicen el libre ejercicio de los derechos políticos.

Dirigiré mis esfuerzos á mantener y fomentar cordiales relaciones con las naciones extranjeras, tratando de fortificarlas con las repúblicas americanas en general, y especialmente con nuestros buenos amigos los países limítrofes, á quienes nos ligan estrechos vínculos de tradiciones y amistosa solidaridad.

Es notorio el desequilibrio causado por los fenómenos de repercusión de la guerra europea en nuestras finanzas, lo cual por otra parte, es un hecho de generalización mundial. Dentro de esa situación, común a todos los países, sin excepciones, el estado financiero del Uruguay es de los más favorables, tal vez porque las medidas gubernativas adoptadas hasta ahora han evitado que la magnitud del déficit fuera mayor.

Pero dicho esto, como una comprobación de circunstancias que debemos tener en cuenta, es forzoso también plantearnos seriamente la solución de equilibrar los gastos con los ingresos, porque, sea cual fuere la causa á que obedezca un déficit en el Presupuesto, el efecto fatal es uno é ineludible: el descrédito con todas sus consecuencias nocivas y la perturbación funcional de los servicios públicos.

Reconocida la importancia que bajo todo aspecto tiene el equilibrio financiero, me propongo realizado con el concurso que espero de Vuestra Honorabilidad, y me consagraré á este propósito como primera y especialísima cuestión.

Entiendo que para ello no basta el arbitrio de nuevos recursos, porque difícilmente se sustituyen con el solo concurso del impuesto las rentas de Aduanas, cuyo descenso será considerable en todo el ejercicio económico.

El impuesto es causa siempre de perturbaciones perjudiciales, al principio de su implantación y hasta que todos los intereses afectados directa ó indirectamente se amolden á la situación creada por en nuevo tributo. Soló puede usarse moderadamente de recursos nuevos. Por consiguiente para obtener una suma como la que es necesario reemplazar, aún cuando se han creado ya ó aumentado varios impuestos es difícil, sin extremar las cosas, recaudar, mediante la explotación de otras fuentes rentísticas el total de lo perdido.

Es indispensable, pues, hacer economías con el Presupuesto, disminuir los gastos públicos en una proporción apreciable. Hay que hacerlo de inmediato, y sujetándose á un plan que permita sin el sacrificio de servicios imprescindibles y sin menoscabo de situaciones creadas á muchos funcionarios por los cargos que ocupan, rebajar el monto del Presupuesto para mantener rigurosamente al día el pago de todos los compromisos que pesan sobre el erario nacional.

Trataré, por todos los medios, de equilibrar los egresos con los ingresos, llegando si es necesario, á la suspensión de servicios que, aunque útiles, no sean indispensables.

La instrucción pública tiene que ser siempre objeto de preferente atención por parte de los gobernantes, y nosotros, que en esa materia hemos conquistado un puesto avanzado en los pueblos americanos, debemos mantener esa conquista y perfeccionarla, orientando la instrucción primaria hacia las necesidades distintas de nuestra vida urbana y rural , enseñando á unos y otros lo que el ambiente los exige más imperiosamente para facilitarles la lucha en la vida. Tendré siempre presente que las naciones de hombre vigorosos, al par que instruidos, son las á aptas para el triunfo de la acción pacifica, del progreso, y por ello propenderé á la difusión de la educación física, para hacer, de nuestro pueblo, un pueblo fuerte, lleno de vigor y de sana é instruida mentalidad.

Y para completar su cultura extenderemos la acción y protección del Estado á la educación artística en sus diversas manifestaciones. Esto no quiere decir que olvidemos por un momento siquiera el perfeccionamiento de las enseñanzas universitarias y liceales que son honra del país.

Preocupará la actividad de mi Gobierno el facilitamiento del progreso de las industrias ganaderas y agrícolas, que son sin duda alguna, fuentes seguras de riqueza entre nosotros y atenderé al desarrollo y protección de las otras industrias implantadas en el país que ofrecen promesas de porvenir.

Especialmente pediré á Vuestra Honorabilidad la sanción de leyes que ya tenéis en estudio, unas que aseguran y mejoran la situación del obrero y otras que previenen los conflictos entre el capital y el proletariado cuya armonía debemos buscar como fuentes fecundas de paz y de progreso.

Así, os pediré la sanción de leyes sobre accidentes del trabajo, trabajo de las mujeres y niños, horario obrero, pensión á la vejez, protección á la infancia, legislación obrera, salario mínimo, descanso semanal y otras.

La situación difícil del erario público no nos permite ofrecer la construcción de obras suntuosas y de ornato , que tanto embellecerían nuestra linda capital, pero aún en medio de las mayores dificultades empeñaremos la actividad del Estado en la construcción de carreteras y caminos que hagan fácil la circulación de nuestros productos en la campaña y estimulen á nuestro castigado agricultor á perseverar en su meritoria labor de arado. Llevar, extender una inmensa red de caminos y carreteras que den acceso á los pueblos y á las estaciones ferroviarias, es un viejo ideal por mí acariciado y que llevaré á la práctica hasta donde lo permitan nuestras fuerzas. Otra obra no menos interesante es la que se refiere al saneamiento de las ciudades y villas del interior y litoral, la que, aun cuando absorbe ingentes sumas de dinero, nos ahorrará gran número de vidas, preciosa siempre para el trabajo y la economía nacional .Nuestra atención se fijará en la conservación de las obras existentes y en las que vayamos construyendo. La navegación de nuestros ríos interiores completará nuestra vialidad fácil y segura.

Hombre de paz soy un convencido, Honorable Asamblea, de que para ser fecunda la obra nacional de trabajo y progreso es necesario mantearla á toda consta, por nuestro honor y por nuestro crédito. Y bien Honorable Asamblea: desconsoladora experiencia nos nuestra que es indispensable ser fuertes y estar preparados para responder en todo momento á las eventualidades de la defensa. Nuestra extensión territorial y la escasez del número de habitantes alejan toda posibilidad de sueños imperialistas, pero ello mismo hace indispensable que seamos un pueblo armado é instruido militarmente, un pueblo chico pero fuerte, que sepa mantener con vigor su integridad territorial. Pugnaré por el mejoramiento de nuestro ejército empezando por un servicio mixto de reclutamiento, de enganche voluntario y servicio obligatorio, para ir gradualmente [a leyes complementarias de cierre de escalafón, de ascensos, de retiros, etc. Haré de nuestro ejército un ejército pequeño pero instruido técnicamente, capaz de sostener en estos días la herencia de heroicidades que le legaran aquellos soldados nuestros que supieron conquistar glorias en tierras extrañas y en contiendas civiles.

Me comprometo solemnemente á dedicar mis esfuerzos con ahínco al perfeccionamiento de nuestro ejército nacional, para colocarlo en condiciones de responder en lo posible á las exigencias de la guerra moderna, No olvidaré que nuestra armada nacional está en sus comienzos y propenderé á su desarrollo con la mejor preparación técnica de su personal, para realizar la adquisición de buques cuando nuestros recursos nos lo permitan, en la medida esta que además nos servirá para fomentar nuestra incipiente marina mercante.

Confío en el concurso de Vuestra Honorabilidad para encaminar todos nuestros esfuerzos hacia el bien de la República.

 

Señores Legisladores:
Al ascender hasta la Presidencia de la República, por la voluntad de la mayoría de esta Honorable Asamblea.- en que encarna la soberanía de la Nación,- contraigo la más grande responsabilidad que pueda gravitar sobre un ciudadano, como es el honor de que se me hace objeto, el de más alta consideración que puede otorgar una democracia.

Acepto el prominente compromiso que una y otra me crean, confiando en que sabré, en todo momento, estar a la altura de aquélla y hacerme digno de éste, para lo cual me bastará ajustar mis procederes gubernativos al amor que profeso a mi patria, a mi vehemente anhelo de verla cada vez más próspera, más bien organizada, más feliz, cada vez más grande y más digna de la consideración del mundo.-

No se me oculta, desde luego, que si todo cambio de gobierno provoca en el país una general expectación ésta ha de presentar ahora ante mi juventud y mi breve vida pública, caracteres de ansiedad. Pero ello no me desalienta; por el contrario estimulará una más grande meditación de mis actos con una mayor actividad para realizar el bien. Y espero que, señores, no os daré motivos para que os arrepentáis de la confianza que habéis depositado en mí.

Yo no soy un desconocido, ni para vosotros ni para el país. He trabajado activamente en los gobiernos de los señores Batlle y Viera, desde los Ministerios de Instrucción Pública, Relaciones Exteriores, Interior y Hacienda, y esa colaboración, mantenida durante más de cinco años consecutivos, con gobernantes cuya labor patriótica y fecunda colocó a la República en un alto rango, acusa bien las condiciones fundamentales de mi personalidad moral y política y es antecedente que debe sugerir una idea cabal de mi gestión futura, ya que se infiere siempre mejor la obra que realizará un ciudadano de sus cosas hechas que todas sus promesas o sus frases más o menos resonantes.-

Sin embargo, con arreglo a la costumbre de que cada Presidente de la República hable en este acto de sus planes generales de gobierno, de sus orientaciones políticas y administrativas, voy a expresaros, en síntesis, mis principales ideas y propósitos, esperando que ellos han de interpretar fielmente los intereses y las aspiraciones nacionales y han de merecer, por lo mismo, la aprobación general.

En el régimen constitucional que hoy se inicia han sido limitadas considerablemente las funciones del Presidente de la República y acrecidas las atribuciones legislativas.

El Poder Ejecutivo ha sido delegado al Presidente y al Consejo Nacional de Administración, estando perfectamente determinadas las facultades propias de cada uno de esos Poderes.

De mis arraigadas convicciones colegialistas, de mi intervención personal en la Comisión delegada de los partidos que redactó la nueva Carta Fundamental, y del empeño que puse durante las tareas de aquélla, en que se restringieran, todo lo posible, las funciones del Presidente y se ampliaran las de Consejo, se infiere la alta opinión que tengo de este nuevo organismo.

He de trabajar en concordancia con él, guardando el debido respeto a sus atribuciones y procurando que los dos órganos ejecutivos de la Nación se complementen en un amplio esfuerzo armónico, para servir con éxito los intereses del país. Tengo plena confianza en tal acción y espero que ella ha de justificar a actitud de los que, ante la imposibilidad de hacer triunfar íntegramente nuestro programa colegialista, profesado con íntima convicción, hemos luchado por la fórmula que consagró, al fin, la Asamblea Constituyente.

Llevado por mi partido político a la Presidencia de la República y creyendo, con toda sinceridad, que éste es el mejor para gobernar el país, procederé de acuerdo con sus orientaciones, eligiendo mis colaboradores, con la más amplia elevación de miras entre sus hombres o entre los ciudadanos que estén de acuerdo con aquéllas.
La nueva organización constitucional estimulará, estoy seguro el ejercicio de la soberanía en sus múltiples funciones, provocando una intensa actividad democrática en el país.

En cierta parte de su población, que ha creído servir bien a la patria con ser tan solo, factor eficiente de su riqueza, hay una señalada hostilidad contra la política y los políticos, cuyas actividades reputan de calidad inferior.

Esta creencia, tan en pugna con las ideas republicanas, va disminuyendo, felizmente, cada vez más. La cultura general, que se difunde día a día y la actuación austera de los hombres que han ejercido el gobierno en los últimos lustros, han vigorizado, en el espíritu público, los sentimientos democráticos y la fe en las luchas cívicas, organizándose así diversas agrupaciones, además de los dos grandes partidos tradicionales. Considero esto un gran bien, porque no puedo concebir una democracia verdaderamente organizada sin que sea el interés por las cuestiones públicas una de las principales preocupaciones y motivos de acción de los ciudadanos.

El nuevo régimen facilitará la actuación de núcleos dispersos y estimulará aquellas actividades, las que a fuerza de repetirse, con motivo de la frecuencia de los actos eleccionarios y en virtud de las garantías que se les acuerdan, llegarán a adquirir el ritmo regular y tranquilo de las demás funciones normales de la vida nacional.
Por mi parte, señores, me considero con derecho, en virtud de mis antecedentes, a que se confíe en la rectitud con que he de proceder ante esas luchas, para mí tan hermosas, de la democracia, y especialmente ante el acto fundamental del sufragio. Espero que he de merecer esa confianza de mis compatriotas, puesto que es bien conocida mi actuación pasada en los asuntos electorales. Siendo, en efecto, Ministro del Interior, se efectuaron las elecciones de Senador por el Departamento de Florida y los de Constituyente, habiéndose realizado ambos actos en el más perfecto orden, y al amparo de las mayores garantías, que fueron sancionadas por iniciativas espontáneas y generosas del partido al que me honro en pertenecer, y aplicadas por el Gobierno con honesta fidelidad.

Todas las leyes sobre elecciones de constituyente llevan mi firma, y fueron, también suscritos, por mí, doce mensajes sobre perfeccionamiento de nuestra legislación electoral. La bondad de estar reformas ha sido ampliamente reconocida por el propio Partido Nacionalista, cuyos constituyentes desearon que la nueva Constitución declara vigentes por el término de diez años las leyes que las consagraron, habiéndose puesto de acuerdo, después, con los de mi partido, a fin de asegurar su mantenimiento, en que no podrían ser modificadas sino por los dos tercios de cada Cámara, es decir, con la anuencia de la minoría legislativa.
Llevan, además, de mi firma los proyectos de leyes sobre incorporación de la inscripción obligatoria, impresiones dactiloscópicas y voto secreto a nuestro sistema común de elecciones, proyectos que, también fueron espontáneamente formulados por el Gobierno del doctor Feliciano Viera.

Esos antecedentes, que ostento con legítima satisfacción, abonan la sinceridad de mi promesa de concurrir, desde la órbita de mis funciones, al más amplio ejercicio de la soberanía, garantizando la libertad del sufragio.
Os aseguro que las fuerzas de la República jamás serán empleadas pro mí para ejercer violencia sobre la voluntad de los ciudadanos.

De acuerdo con la Constitución, los funcionarios policiales además del derecho a votar, pueden expresar particularmente sus opiniones políticas, y aun cuando con el voto secreto desaparece todo peligro de coacción eficaz sobre los electores, yo me procuraré de que no ocurran ni tentativas de eso, reprimiendo cualquier abuso que en tal sentido se llegara a cometer.

En la actual organización administrativa sólo tendré a mi cargo la gestión que se realiza por los Ministerios del Interior, de Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina.

Esa limitación de las funciones presidenciales me permitirá atender éstas con especial dedicación.
Me esforzaré por que las policías de toda República la desempeñen con eficacia la misión especial que les está encomendada: la de proteger la vida, la propiedad y la libertad.

La conmoción producida por la gran guerra, que llegó a las entrañas del mundo, ha dejado un sedimento de malestar y de subversión en los principales países, acusado ya hasta en América por movimientos revolucionarios, que no han constituido, realmente, reacciones de la masa obrera en sus ansias respetables y legítimas de mejoramiento colectivo, sino manifestaciones anárquicas incitadas por elementos exóticos, a impulsos morbosos de destrucción y de crimen que no podrían excusarse en países como el nuestro, donde el mejoramiento obrero constituye un de las mayores preocupaciones de los Poderes Públicos.

Es necesario, entonces para poder defender bien a la sociedad, que las policías urbanas y rurales sean más aptas y tengan una organización más perfecta, para lo cual es necesario aumentar el número de sus agentes, ampliar las remuneraciones de éstos y de los comisarios en forma que haga posible su selección, proveerlos de buenas caballadas y completar las redes telefónicas.

Yo estudiaré el medio de llevar acabo esas reformas, que considero de importancia capital; pero me doy cuenta de que, dada la insuficiencia de las rentas nacionales, no será posible realizarlas sino muy paulatinamente, amenos que las clases que pueden soportar un aumento de las cargas públicas y que son las más beneficiadas por aquellos servicios, expresen, por medios de sus órganos representativos, opiniones favorables a la creación de algún recurso especial.

El mejoramiento de la situación de los peones, el aumento de sus salarios hasta la suma equitativa que les permita sostener una familia, satisfaciendo las necesidades más perentorias, contribuirían eficazmente a la extirpación de la delincuencia rural.

Si cundiera en nuestra campaña el ejemplo que a ese respecto han dado ya algunos hacendados humanitarios y progresistas, podríamos vislumbrar para aquélla, teniendo en cuenta el carácter bondadoso, honrado y trabajador de nuestros hombres de campo, la larga era de tranquilidad y bienestar, fundada en la justa comprensión de la vida.

A mi juicio, sólo implantando esas mejoras podrá impedirse que le llegue a nuestra campaña el turno de las grandes agitaciones proletarias, cuyos primeros síntomas empiezan a notarse ya. Ellas podrían ser de consecuencias graves, dadas las dificultades que habría, en tal caso, tratándose de zonas vastísimas, para evitar la comisión de atentados, mantener el orden y hacer respetar la propiedad.

Me permito, pues, pedir a nuestros propietarios rurales que mediten estas cuestiones y me ayuden a prevenir la situación que presiento, con medidas equitativas que beneficien las condiciones de la vida rural.
Basta tener presente que he sido activo colaborador de los gobiernos de Batlle y Viera, para que no pueda ponerse en duda la intensa simpatía que me inspiran las clases obreras, cuyos dolores y miserias me conmueven vivamente y cuyo bienestar debe constituir una de las más sentidas aspiraciones en las democracias avanzadas.

Siempre he pensado que sólo por una inconcebible aberración puede creerse que existe incompatibilidad entre los intereses de los obreros y de los capitalistas, cuando bastaría nada más que un poco de buena voluntad en los primeros, de corazón en los segundos y de buen sentido en unos y otros, para que se corrigiera el enorme desequilibrio de sus condiciones y pudiera realizarse la armonía permanente de todos, en una actuación común, mutuamente complementaria y conforme con la verdadera realidad de la vida.

Debemos al obrero, no sólo la ayuda terapéutica de amplias leyes de asistencia social, sino, además, un constante esfuerzo reparador, para sacarlo de la inferioridad intelectual y económica en que ha sido colocado por virtud de una mala organización secular, que hizo posible, como en el suplicio del «Hard Labour», el cruel absurdo de que, entregando al trabajo toda su vida de privaciones y penurias y contribuyendo de ese modo al engrandecimiento de la sociedad, recogería, como única compensación de sus sacrificios extenuante, apenas lo indispensable para no morirse de hambre.

Un sentimiento de humanidad, de solidaridad, de defensa de la especie, nos impulsa a preocuparnos de enmendar el menoscabo que ha padecido su situación.

Debemos al capital, no sólo todo el amparo que le acuerda la ley, sino además, todo el estímulo y la seguridad que él requiere para poder actuar eficientemente como mágico instrumento de producción.- en el aprovechamiento y desarrollo de la riqueza, es decir, en el progreso y bienestar del país.

No está en mis atribuciones la de estudiar y resolver, como función propia esos vastos fenómenos de fisiología social, relacionados con la actuación del capital y del trabajo, asuntos estos que son de la competencia del Consejo de Administración; pero me corresponderá intervenir en los casos de coaliciones subversivas y de huelgas violentas, para guardar el orden, la propiedad y la libertad.

Entonces ajustaré mi conducta al criterio que profeso, de que son perfectamente legítimas la coalición y la huelga parcial total de los obreros, salvo cuando ellas afecten a vitales servicios públicos, en cuyo caso el Estado debe intervenir, haciéndose cargo de éstos, si los conflictos no pudieran resolverse rápidamente; pero aquella facultad de los obreros, que emana de sus derechos de libertad y de propiedad, debe ser correctamente ejercida, sin actos de violencia, sin agredir en forma alguna los derechos de los demás.
Cuando sus procederes no se encuadren dentro de estas limitaciones primordiales, yo, a pesar de toda la simpatía que siento por ellos, no olvidaré que debo, por mandato de la Constitución, proteger los derechos iguales de cada uno, y lo haré, podéis estar seguro, con la energía que reclame la prevención y represión de cualquier acto punible, aunque sin ir jamás más allá de lo necesario para asegurar el respeto a la ley.

Tengo confianza, señores, en que los capitalistas irán adoptando paulatinamente medidas justas y humanitarias para mejorar cada vez más la situación de sus empleados, comprendiendo que el remedio definitivo contra las explosiones del proletariado está en adelantarse a satisfacer toda razonable aspiración de éste, y no en el uso de la fuerza pública, que nunca podrá reducir la tensión de las relaciones de clases, ni sofocar sentimientos de encono y de odio.

Al Gobierno del doctor Viera debe el Ejército un gran perfeccionamiento técnico y mejoramiento moral.
Las escuelas militares de aviación de Armas Montadas y de Tiro, la reorganización de la justicia militar, de la gimnasia y esgrima, de los servicios de Intendencia y Sanidad, las leyes de jerarquía y retiro, de cuadros y ascensos, de sueldos y compensaciones, ponen bien de manifiesto todo el progreso que, durante el período presidencial que hoy termina, ha realizado la institución militar.

Yo continuaré esa obra meritoria de perfeccionamiento, procurando que los cuadros se constituyan con los militares más aptos para la preparación de las tropas; propiciando la especialización de los oficiales tácticos, técnicos y administrativos, y estableciendo, hasta donde sea posible, la rotación periódica de aquéllos en el mando, que es requerida por toda buena organización.

Trataré de solucionar la grave cuestión del reclutamiento, cuyo actual sistema de voluntariado ofrece serias dificultades para completar los efectivos, en virtud de la gran demanda permanente de brazos que provoca el constante desarrollo industrial del país.

Me preocuparé, además de que se difundan conocimientos militares en el pueblo; de renovar paulatinamente nuestro material de guerra, sustituyéndolo por elementos modernos, que respondan al actual perfeccionamiento de la ciencia militar; de aumentar los stands de tiro; de la implantación de una fábrica de municiones, que nos independice del extranjero en cuanto a ese aprovisionamiento tan esencial, y de la edificación de buenos cuarteles, para la que existen ya fondos disponibles votados en la Presidencia del doctor Viera, que no se aplicaron aún por la enorme carestía de los materiales de construcción.

El incremento de nuestra marina de guerra y mercante constituirá, también una de mis principales preocupaciones, y he de hacer todo lo posible por poner a ésta en condiciones de asegurar la mayor autonomía de nuestra vida económica y por que aquélla, que trataré de ir perfeccionando con arreglo a un plan de reorganización integral, pueda servir para la defensa de nuestras desmanteladas costas y desempeñar dignamente las representaciones de la Nación.

Para obtener los recursos que demandarán todas estas mejores no será necesario aumentar las cargas impositivas, lo que las harían impopulares, sino establecer, en favor del Estado, algunos monopolios, como los de tabaco y del alcohol, que aquél podría arrendar por plazos prudenciales o explotar directamente, y que redituarían importantes beneficios.

Espero, señores legisladores, que esos propósitos de perfeccionamiento de nuestro Ejército y Armada han de merecer el apoyo de todos vosotros y la aprobación de todos los partidos del país, ya que no deben afectar a nuestros institutos militares las pasiones de las luchas políticas porque aquéllos son organismos técnicos, que tienen la alta función de servir de apoyo a las instituciones, de asegurar el orden, el imperio de la ley y la defensa de la soberanía, y deben moverse, por lo mismo, con sucede en todos los países bien organizados, en un plano superior al de las contiendas de partidos y de círculos.

La circunstancia de haber estado al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores durante los últimos años de la Presidencia del doctor Viera, me releva de hacer una detenida exposición de mis orientaciones sobre política internacional, que puse bien de manifiesto en el desempeño de aquel cargo y son conocidas dentro y fuera de la República.

Como lo he dicho más de una vez, si nuestro país no habría podido ser influyente en el concierto de las naciones por la amplitud de su territorio, por la cifra de sus habitantes y su poderío militar, ha podido ascender, como lo ha hecho, aun honroso puesto en el mundo, mediante su activa gestión diplomática, que le dio oportunidad de hacer sentir la honradez de nobleza de su política, la fuerza de su idealismo, el exponente de su civilización, la previsora justicia de sus leyes, la seriedad de sus instituciones y su espíritu de libertad.

Durante toda mi actuación pública me he preocupado, considerándolo asunto fundamental, del prestigio exterior del país, no a impulsos de una presuntuosa patriotería, sino convencido de que la fuerza moral de su buena fama le despeja, por el respeto y consideración de las naciones, la ruta de su brillante porvenir.

He desplegado, con tal propósito una intensa actividad y, de ese modo, con el asenso y la ayuda de los Presidentes Batlle y Viera, di impulso a todas las convenciones diplomáticas que estaban en trámite cuando inicié mi gestión; me preocupé de que se disipara definitivamente toda sombra de conflictos posibles con los hermanos vecinos, activando soluciones equitativas de nuestras cuestiones limítrofes; vinculé mi nombre a gran número de tratados, algunos de los cuales, como los de arbitraje amplio suscritos con el Brasil, Inglaterra, Francia Italia y Perú, consagran el prestigio de nuestra civilización y la fuerza de nuestra soberanía.

Visité, en misiones oficiales de amistad y de paz, la mayoría de los países de América, vinculando mi patria a sus hombres más eminentes y haciéndola conocer por todas partes en su esplendor, material y moral.

Con motivo de los acontecimientos provocados por la guerra monstruosa que hicieron estallar sobre el mundo los Imperios Centrales, aproveché contando con el decidido apoyo de los Presidentes Batlle y Viera, todas las oportunidades que se ofrecieron al país para hacer resaltar su noble idealismo y sus firmes sentimientos de solidaridad continental.

Y, así, intervine en la ley que declaró fiesta de la patria el 14 de Julio gloria de la heroica Francia y fecha culminante en el largo proceso de dignificación de la personalidad humana; suscribí también, el proyecto, que la Honorable Asamblea sancionó, por el que fué incorporado a los días de regocijo nacional el del 4 de Julio, fecha ilustre de nuestra gran hermana del Norte y de la revolución americana.

Intervine en los acontecimientos provocados por las absurdas pretensiones del Gobierno Imperial Alemán sobre bloqueo submarino y en el estudio del caso que planteó el hundimiento del vapor «Goritzia», y creo que interpreté correctamente la opinión principista del país y la serena energía con que quería deslindar su situación frente a aquellos sucesos.

Contestando las comunicaciones que nos enviaron nuestros hermanos del Continente, relacionadas con su conducta ante la guerra, proclamé, muchas veces, con el beneplácito público, la simpatía fraternal que ellos nos inspiraban, y tuve el honor de suscribir el decreto de 18 de Junio, que condensó, en una fórmula práctica, nuestras aspiraciones de solidaridad americana efectiva y real.

Intervine, además en la ruptura de relaciones con el Gobierno Imperial Alemán y en la revocación de nuestra neutralidad, cuyas medidas, inspiradas en el sentimiento público, culminaron la actuación del país frente a la guerra y le abrieron las puertas de la liga de Honor.

Todos esos antecedentes acusan mis orientaciones en la política exterior, y he de continuar, señores legisladores, en los mismos rumbos trazados.

Me preocuparé, pues, de mantener y estrechar nuestro trato cordial con todas las naciones; seré siempre un entusiasta partidario del panamericanismo, que no entraña, como bien lo sabéis, un absurdo sentimiento de hostilidad o reserva contra los países de otros continentes, sino un anhelo de organización fraternal entre los pueblos predestinados a una vida solidaria por su situación geográfica, su composición étnica, su enlazamiento histórico y sus instituciones democráticas; he de cultivar además, con especial cuidado, nuestra amistad con las naciones vecinas, de las que hemos recibido tan altas pruebas de afecto y de consideración, y trataré de fortalecer los vínculos que nos unen a las naciones aliadas, a cuyos destinos nos asociamos en la gran guerra y sobre cuyos sacrificios inmensos va a erigirse una nueva era de justicia y de paz.

Señores legisladores os he abierto mi pensamiento y mi corazón.

No se me ocultan las dificultades que tendré que afrontar en mi período gubernativo, que será de ensayo constitucional y de ardientes luchas electorales. Confío, sin embargo, en que podré salir airoso, si tengo la suerte de merecer el apoyo de vosotros y de todos los hombres que se interesan por la grandeza de la patria.

Señores Senadores.- Señores representantes – señores Consejeros, – El veredicto de mis conciudadanos, pronunciado en elección directa,- la primera que se realiza en el país,- me ha investido con la función pública más honrosa y de mayor confianza en una democracia representativa.

Mi autoridad, genuinamente popular, tiene, pues la trascendencia que se deriva de ese hecho, y de haber surgido de comicios libres, en los cuales los partidos en que se divide la opinión nacional han actuado ejerciendo todos los atributos de la libertad y la república ha puesto en evidencia sus progresos políticos.

El país se ha agitado en plena y fecunda acción cívica. Hemos vivido horas de intensa y verdadera democracia.

La lucha comicial reflejó gran honor sobre la República, pues ha señalado la conquista de una nueva y brillante etapa en la ruta del perfeccionamiento de las instituciones, y de las prácticas del Gobierno propio.

Esto no significa que crea que las leyes electorales vigentes sean perfectas, y por lo tanto, deban quedar cristalizadas. No una democracia vive en una constante acción reformadora, buscando, por mejoramiento sucesivos, la solución de los problemas que la afecta, y la obtención de la anhelada meta de sus aspiraciones morales y materiales.

El mandato que he recibido comporta importantes deberes y su ejercicio puede crear grandes responsabilidades. Acepto los primeros, con la ambición de hacerme digno de la distinción otorgada, y en cuanto a las responsabilidades, me esforzaré para que mi conciencia no me acuse, en momento alguno, de haber incurrido en ellas.

Podré no acertar en las disposiciones que adopte, por causa del humano error, nunca por la sugestión de otros intereses que no sean los superiores de mis conciudadanos y del país.

Los cometidos esenciales que me atribuye la República, de acuerdo con el estatuto político que nos rige, son su representación, y la conservación del orden y la tranquilidad en lo interior y de la seguridad en lo exterior, sin lo cual es imposible la realización de la obra civilizadora de libertad, justicia y progreso que perseguimos.

Aunque restringidos, los servicios públicos a mi cargo son de carácter fundamental; me empeñaré, serenamente en obtener que lo que la función ha perdido en amplitud de facultades lo conquiste en consideración y autoridad, por la constante preocupación del interés general a que me dedicaré.

Cualesquiera sean mis ideas sobre la organización constitucional del P. E. ella será honrosamente respetada por mí, por haber sido el fruto de una Convención Constituyente elegida en condiciones de perfecta regularidad.
Mi deber funcional me impone esa conducta; si pretendiera seguir otra atentaría contra la tranquilidad pública y los principios primordiales de la democracia, incurriendo, por lo demás , conscientemente, en responsabilidades que rechazo.

No se me ocultan las serias dificultades que voy a encontrar en mi camino, derivadas de esa organización, de las divisiones del partido político a que pertenezco, y de mi posición de imparcial frente a esas divisiones; abrigo, sin embargo, la convicción de que, inspirado como lo estaré siempre en el firme propósito de realizar el bien público no ha de faltarme el apoyo indispensable para desenvolver, con provecho para todos, mis actividades gubernamentales.

Ratifico ante vosotros los compromisos que por libre y espontánea deliberación contraje con mi partido y el país en la nota-programa que el 11 de Septiembre del año anterior dirigí a las agrupaciones coloradas.
La normas fundamentales que inspirarán mi conducta de Presidente están en ese documento bien puntualizadas. Nada tengo que modificar de lo allí expuesto; opino hoy lo que pensaba entonces. Mis antecedentes públicos abonan la sinceridad y los sanos propósitos que me animan; los actos de gobierno que realice los confirmarán.

No me atraen ni me seducen las voluptuosidades del Poder. Llego a él obedeciendo a exigencias imperiosas de mis deberes ciudadanos y partidarios, e impulsado exclusivamente por el pensamiento de consagrarme al bien de mi patria.

Aspiro a desempeñar el cargo en un Gobierno de amplio y sereno examen y de tolerancia con las ideas ajenas, posición ésta, que reputo perfectamente conciliable con la mayor firmeza en las propias ideas, y con la mayor energía y voluntad para realizarlas, salvando todos los obstáculos que se pongan a ello, dentro de los preceptos constitucionales y legales.

Es admirable la obra realizada por la República: desde el período caótico, turbulento, de la formación nacional, ha pasado por tiranías dictaduras, conspiraciones, guerras civiles, crisis pavorosas y una serie de gobiernos más o menos regulares, a base a menudo, de un régimen de política autoritaria, carente de los recursos jurisdiccionales indispensables para garantir la libertad y el derecho, y con frecuencia injusto y arbitrario, para llegar, en menos de una centuria a la soberanía de la ley y al imperio de los principios del derecho público moderno, que es el ideal perseguido por la democracia.

En tal virtud todos los derechos son respetados, se han ensanchando la base del sufragio, el ejercicio de la actividad cívica se realiza en forma tranquila; las leyes electorales contienen preceptos de amplia garantía; los órganos de opinión examinan, sin limitación todas las cuestiones que interesan a la República; la libertad de reunión, de asociación y de pensamiento son conquistas arraigadas, que nada ni nadie podrá contrariar; se ha atendido el clamor y aún la aspiración silenciosa de las masas populares en demanda de reformas de orden político y social; el pueblo se da libremente sus representantes, hemos obtenido verdadera personalidad internacional; se ha acrecentado considerablemente la riqueza pública y la cultura general, y seguimos con valentía, inspirados en un sano y equilibrado optimismo, el camino de nuestro desarrollo, en procura de una mayor grandeza y prosperidad para la Nación.

Nuestros esfuerzos deben tender a fortificar y perfeccionar todos esos progresos; ellos nos otorgan una posición entre las naciones civilizadas.- Pues no lo son completamente aquellas en que el pueblo no es dueño del Gobierno,- y nos permiten el funcionamiento de los servicios públicos, con un espíritu de amplia libertad, igualdad y justicia dándonos la seguridad de que realizamos una obra de honda trascendencia para la República.

Con todo, el verdadero problema actual e de las más graves preocupaciones nacionales – es de orden económico, financiero y social, de equilibrio de fuerzas productoras y de restablecimiento del bienestar general.
He de empeñarme en mantener en la mayor armonía las dos bases esenciales de toda democracia representativa: la libertad y el orden.

Sin el orden y la libertad no hay Gobierno ni unidad nacional, ni progreso posible.

«El orden en la libertad y para la libertad» es el factor primario de toda buena organización política; por eso conceptúo que el Gobierno de una democracia debe disponer de los elementos necesarios para garantirlos, y debe ser lo suficientemente fuere para hacer respetar el derecho, y para velar por la justicia.
En consecuencia, protegeré la libertad ejercida dentro de los preceptos democráticos de la Constitución y las leyes.

Seré un respetuoso de la ley. Entiendo que ejerceré la Presidencia sujeto al contralor de la opinión y de los órganos de autoridad creados por la Constitución, tal cual corresponde a una República democrática; y entiendo, también, que la mejor manera de evitar males mayores, que perturbarían el espíritu y desorientarian a las generaciones que han de sucedernos en la dirección política del país, es la de cumplir el mandato con sujeción a las reglas de derecho establecidas, respondiendo a una cultura superior, política y social.

En tal virtud, y hago de ello mención especial, por la importancia que tiene en la vida nacional, procuraré con todo empeño, que se cumplan las proscripciones del inciso 2o. del artículo 9o. de la Constitución.-
Contienen un postulado, encierran una suprema aspiración, que es condición y esencia del régimen republicano. Comprendo perfectamente su espíritu: el de restringir las actividades cívicas a determinados agentes de los servicios públicos, con el sano propósito de afianzar la democracia sobre la base del voto libre.-
Los partidos políticos deben, pues, organizarse y funcionar sin admitir que se mezclen en sus actividades los funcionarios a que se refiere esa disposición constitucional; y deben contribuir también a hacer comprender que el prestigio de la autoridad y el personal de esos mismos agentes se acrecienta, con beneficio para todos, cuando permanecen ajenos a los movimientos partidarios, entregados, por entero, a la labor requerida por la gestión de los servicios a su cargo.-

Aspiro a ser el guardián más celoso del derecho de elección del pueblo; me empeñaré por lo tanto, con toda lealtad en que no se falseen con intervenciones indebidas e ilegales, los resultados que se esperan de las garantías establecidas en favor de la verdad del sufragio.-

El vivo anhelo de los partidos, expresado en la disposición mencionada del estatuto fundamental, será cumplido.-
Asistiré, con el más elevado espíritu de imparcialidad, al choque cívico de los partidos ante las urnas electorales convencido de que ese es, para mí un deber y de que solo de esas luchas es que emerge nuestro perfeccionamiento, como entidad democrática.

Esto no implica,- y lo digo expresamente para evitar todo equívoco,- que enajene mi libre apreciación de los hechos y de los hombres, y que no procure, empeñosamente, la concentración de las distintas agrupaciones de mi partido o, por lo menos, una mayor armonía en su acción, que reputo de supremo interés nacional, sin mezclarme en sus organizaciones internas ni en la designación de sus autoridades y candidatos a los puestos electivos ni en sus trabajos electorales.-

Mi conducta, basada en la mayor probidad cívica constituirá en todo momento una verdadera garantía imparcial de las actividades de todas las agrupaciones políticas del país.-

Seré, por consiguiente, el funcionario político y administrativo, que la Constitución indica en su texto y en su espíritu.

La Constitución ha asignado a la Presidencia las funciones primarias del Estado; las económicas y financieras que también le comete, son más bien de orientación general para colaborar en la gestión encomendada al Consejo Nacional de Administración.

La necesidad del mejor y más regular funcionamiento de los servicios públicos impone, en mi concepto, una amplia colaboración, una mayor independencia a los diferentes órganos del Gobierno, atenuando las reglas o normas inspiradas en una rígida y hermética separación de las autoridades que respondió a un período y estado particular de la organización política.

Lo que acabo de indicar no significa que pretenda invadir las atribuciones de otros, sino que buscaré siempre la cooperación amplia, clara y leal, sin otro pensamiento ni otro interés que el bien público.
Mi propósito es contribuir a una mayor unidad gubernamental, como medio de hacer obra constructiva y de obtener el mayor acierto.

Entiendo que la colaboración estrecha del Poder Legislativo con el Ejecutivo, y la de las dos ramas de este último, es indispensable para desenvolver una fecunda y útil obra de Gobierno.

La distribución en dos órganos de las funciones del Poder Ejecutivo, no debe significar aislamiento, barreras infranqueables; entiendo, por el contrario, que para obtener el máximo de beneficio de la Constitución que nos rige, es necesario establecer entre ellos la mayor armonía en los rumbos fundamentales de la gestión gubernativa.

Esa armonía no significa unicato, ni autoridad absoluta, ni debe obtenerse a base de compromisos que violarían el principio de la deliberación y el de la responsabilidad fundamental; implica sólo concordancia general en las ideas y propósitos de Gobierno.

Por mi parte estoy dispuesto a buscarla y a aceptarla, convencido de que así, y sólo así, podrá realizarse la obra de progreso y de orden administrativo que reclama la República.

Estoy investido en gran parte de facultades discrecionales, que no obligan a motivar las decisiones, y que suponen una libre y soberana apreciación del interés del servicio; entiendo, sin embargo, que el uso de las facultades, en la forma en que se ejerce debe irse limitando, hasta dejarlo sólo subsistente para los cargos de confianza.

Hay que estrechar cada vez más el campo de los posibles errores e injusticias: lo arbitrario debe desaparecer y los abusos deben refrenarse.

Esa evolución iniciada aunque lentamente en el derecho público como consecuencia de la aceptación de principios democráticos y del nuevo concepto de las funciones públicas, por elevadas que sean, he de tenerla constantemente presente, por lo que importan para el buen funcionamiento de los servicios del Estado y para la estabilización de la justicia administrativa.

Combatiré la inacción dentro de la esfera de mi jurisdicción funcional; todos, sin excepción, deben contribuir con su esfuerzo al prestigio y perfeccionamiento de los servicios públicos.

Si las leyes que deba cumplir y hacer cumplir no contuvieren los preceptos adecuados, solicitaré del Poder Legislativo su reforma o ampliación, ontribuyendo así, sin tardanza, al mejoramiento de la Administración y de las instituciones puestas a su alcance, por el legislador, para satisfacer las aspiraciones de la colectividad.
La organización de las policías ha constituido un constante y serio problema de gobierno y una viva aspiración de la República. Diversas circunstancias han impedido hasta ahora darle satisfacción completa. Por mi parte no pretendo resolver total y definitivamente esa cuestión; sólo aspiro, atendiendo ese clamor del país , a mejorar fundamentalmente la institución y a dejar establecido el organismo que proporcionará en el futuro los elementos que han de componerla y honrarla.

Es una obra que necesariamente ha de abarcar varias Administraciones en un esfuerzo orientado en el mismo sentido.
La organización de la policía debe cimentarse sobre bases severas de selección, instrucción y educación; sólo bajo esas condiciones es dable esperar y obtener los tributos de prestigio, serenidad, circunspección y moralidad que le son indispensables para poder llenar su alta misión social.

Conceptúo que debemos ir a la formación del espíritu de cuerpo, y al establecimiento de una escuela o instituto policial, de funcionamiento permanente, creado a base de disposiciones que reglamenten las condiciones de admisión, de instrucción y educación que ha de darse, la entrada al servicio, los ascensos y premios en el mismo, los tribunales de disciplina y corrección, y los demás requisitos que se reputen necesarios para alcanzar la finalidad buscada.

La instrucción y educación del funcionario policial sólo puede adquirirse a mi juicio, metodizando su aprendizaje por el estudio y la disciplina, bajo disposiciones de organización y funcionamiento conveniente.
Los elementos deben ser jóvenes, escogidos, por el momento, del personal actual,entre los que presentan mejores condiciones física y morales, y la dirección de la escuela ha de estar a cargo de quien haya dado pruebas de sus condiciones de organizador, así como de su energía y actividad, y tenga fe en el desenvolvimiento de la institución policial.

Mientras la escuela no esté en situación de proporcionar los elementos que han de contribuir a la transformación fundamental del servicio, me propongo ser lo más severo posible en lo que se refiere a la elección del personal de comisarios, subcomisarios y agentes subalternos, de forma tal, que por sus antecedente y conducta y por el respeto que merezcan, sean realmente, los representantes de la autoridad encargada del orden y tranquilidad públicas.

La República ha dado pruebas evidentes de su sincero apasionamiento por la paz, y de su adhesión al principio de arbitraje, para dirimir las cuestiones que puedan suscitarse entre los Estados.

Nuestras relaciones internacionales deben inspirarse en un alto sentimiento de confraternidad con las naciones americanas, y de cordiales vinculaciones políticas y económicas con todas las que integran el mundo civilizado, siempre que se muestren respetuosas de nuestra personalidad.

Nuestra aspiración debe ser la de prosperar y desenvolver las energías nacionales, al amparo del orden y de la tranquilidad interna y externa; para esta último es indispensable continuar » la política de prestigio exterior» que con tan buenos resultados se ha seguido últimamente, razón por la cual me solidarizo con la obra internacional realizada.

La fuerza de la República debe cimentarse en la afirmación de los grandes postulados del derecho y de la justicia, sea cuales fueren los rumbos contrarios que, a veces, parezcan seguir los sucesos en el mundo internacional.

Debemos aspirar a que se reconozca siempre nuestra plena personalidad ante el derecho; pero no debemos olvidar que ese derecho tiene que fundamentase en nuestra fuerza moral, en nuestro honor, en la nobleza de los ideales que sustentamos y en una activa y vigilante política de vinculaciones internacionales.
Nuestros agentes en el exterior, especialmente los que ejercen sus actividades fuera de América, deben ser más agentes económicos que políticos, propendiendo, mediante una reglamentación conveniente, a ensanchar las relaciones comerciales de la República.

Me preocupará seriamente el progreso de las instituciones militares.

Tengo la más alta opinión sobre la marcha regular y progresiva de los servicios de guerra; la tengo igualmente de sus componentes, de su espíritu de adelanto, de su acatamiento reflexivo a la disciplina, de sus elevadas condiciones de cultura y de moral.

La noble misión que desempeñan las fuerzas armadas, de guardianes del orden público, de las instituciones y de la dignidad nacional, obliga a pensar en su constante perfeccionamiento, tanto en materia de instrucción, como de armamentos.

Al afán persistente de progreso que se observa en todas las manifestaciones de la vida militar y de sus servicios auxiliares, encontrará en mí el mayor apoyo y el más constante estimulo. Debe trabajarse mucho y bien.
El espíritu de iniciativa, revelador de una elevada cultura profesional, hallará también en mí la mejor acogida y el más activo propulsor.

Procuraré, con la elevación de mi conducta, que el sentimiento del deber individual y colectivo de las instituciones armadas, se arraigue cada vez más, para que llenen así, ampliamente, las importantes funciones públicas que les están encomendadas.

En mi espíritu primarán siempre las aptitudes y el honor, en el discernimiento de las funciones y servicios.
Fuera de los cometidos esenciales a que me he referido en el capítulo correspondiente, la Constitución de la República ha asignado al Presidente algunos de carácter económico-financiero, de suma importancia.
Es cierto que lo que de él se requiere en esos casos, es la opinión sobre iniciativas concretas de leyes cuya redacción y presentación corresponde al Consejo Nacional de Administración, y, por lo tanto, cuando la orientación de las dos ramas del Poder Ejecutivo no sean armónicas podría acontecer que la opinión presidencial no fuera acompañada del proyecto que la refleje; pero las dificultades quedarían subsanadas, con gran beneficio para el interés público, si esas relaciones fueran cordiales y se aceptaran los propósitos de cooperación a que me he referido anteriormente.

No obstante no corresponder, a mi cargo el Gobierno económico y financiero directo de la República, aspiro de mi deber establecer las reglas que inspiraran mi gestión.

El Poder Legislativo es el único que debe determinar el destino de los dinero públicos; al Poder Ejecutivo corresponde su aplicación dentro de las normas legales de Administración establecidas; pero, si se quiere que el funcionamiento de los servicios del Estado no sufra tropiezos, es indispensable que el estudio y sanción del Presupuesto de Gastos se verifique periódicamente ,y el de las leyes que lo modifiquen y amplíen, a medida de su presentación.

Si la ley de gastos no es el reflejo de las necesidades de la Administración Pública, es imposible el desenvolvimiento regular y continuo de la actividad gubernamental.

He de cuidar celosamente la inversión de los dineros afectados a la rama del P.E. a mi cargo, solicitando o dictando al efecto, las disposiciones convenientes; he de impedir toda extralimitación de los créditos concedidos por el Cuerpo Legislativo; y en todo momento, daré a él y a la opinión pública, a cuyos contralores estoy sometido, cuenta instruida de las inversiones verificadas, y las explicaciones pertinentes, para evidenciar la corrección de mi conducta.

Si hay posibilidad de hacer economías las realizaré, sean grandes o pequeñas, pues de no hacerlo dejaría de cumplir con mi deber y demostraría ser un mal administrador; pero no creo que sobre ellas pueda fundarse prácticamente ningún plan de reorganización de la Hacienda Pública. Creo en cambio, que un reajuste del organismo fiscal produciría resultados mucho más apreciables.

La situación de nuestra balanza de pagos, y los problemas que ha planteado y planteará la «post-guerra», indican, en mi concepto, que debemos tender a restringir por el impuesto la introducción del país de muchas mercaderías; que hay que estimular, por la educación técnica,y por una organización adecuada del crédito a la pequeña y mediana industria., la creación de actividades manufacturera, especialmente de aquellas que sean transformadoras de la materias primas nacionales; que debe aumentarse y diversificarse nuestra producción exportable; y que se impone investigar la existencia de otras fuentes de riqueza pública, poniéndola, de inmediato en valor económico. Sería esa una política de fomento industrial, tendiente a ensanchar la capacidad económica de la República y a elevar el nivel de vida general.

Con todo, el problema del momento en esta materia, el que todo lo afecta y domina, es el relativo a la situación de nuestra industria ganadera.

Las causas del mal han sido puestas de manifiesto, no obstante la complejidad de la cuestión. Lo que no se ha hallado aún es la terapéutica que debe aplicarse. Opino que todo plan de defensa debe necesariamente reposar en la asociación de los productores,- a ella tiende, por otra parte, la evolución económica moderna,- y en la intervención decidida del Estado, como representante y órgano funcional de la sociedad, el cual debe poner en juego, en pro de esa finalidad, sus institutos técnicos, sus organismos de crédito y sus vinculaciones internacionales.

Un gran instituto, nuevo en su género,- como es nuevo también el problema, y como son grandes y relativamente nuevas las fuerzas y obstáculos opuestos al interés nacional,- tiene que tomar a su cargo la dirección económica y financiera de esta cuestión vital para la República y para la más importante de sus clases productoras.

Si no lo hacemos, y aún cuando desaparezcan después algunas de las causas que han contribuido a producir el grave malestar, la situación continuaría sin variación apreciable, porque, para entonces, se habrían arraigado y perfeccionado los procedimientos y recursos poderosos, puestos en práctica para dominar a la industria ganadera; frente a las vastas organizaciones que tienen en su mano la riqueza nacional, se impone, para defenderla con eficacia, la creación de un organismo, que concentre todos los intereses afectados a un acuerdo rioplatense.

De lo contrario, habría conquistado la República su independencia política, y el reconocimiento de su personalidad internacional, como sujeto de derecho, pero habría perdido su independencia económica, y con ella las esperanzas de conquistar la ansiada prosperidad general.
Creo que oportunamente deberemos realizar una gran operación de crédito que comprende la conversión de algunas deudas, la consolidación de las flotantes y los recursos necesarios para completar los instrumentos económicos que el país reclama para el mejor aprovechamiento de sus riquezas.
Si fuera necesario pensar en la creación de impuestos, mi opinión es que deben buscarse entre aquellos que hacen las veces de compensadores o correctores de los indirectos sobre los consumos, cuya incidencia produce cargas tan desiguales y injustas.

La cuestión social, no obstante todo lo que se ha hecho ya, debe continuar mereciendo la atención de los Poderes Públicos.

Hemos afirmado la gran conquista de la libertad electoral, sería incomprensible el que, con ella, no fuéramos capaces de alcanzar. por ley,- reflejo del sentir nacional,- la mayor justicia social. Es una obra de evolución progresista y de superior cultura intelectual y moral, que está en nuestras manos realizar. El valor y los derechos del trabajo se consideran, en el mundo civilizado, cada vez en forma más favorable.

Si hay coincidencia de criterios en cuanto a la necesidad de la colaboración de todos los elementos de la producción, patrones, técnicos, empleados y obreros, la dificultad aparece, y profunda cuando llega el momento de aplicar la fórmula justa de acuerdo con la cual ha de desenvolverse.

Todo parece tender, en el campo de la producción, a la coordinación industrial; pera para que ésta sea benéfica y duradera, tiene que asentarse sobre la colaboración de los intereses armonizados de los patronos, de los trabajadores y de los consumidores impuesta por la intervención del Estado.

Los conflictos del trabajo deben encontrar su solución dentro del respeto a los intereses e ideas contrarias y del orden y la paz, que la constitución me ha encomendado garantir, en procura del bienestar individual y colectivo.

La democracia,en su vida de lucha y de labor, después de haber obtenido la igualdad política, se empeña en conseguir, ahora, una menor desigualdad económica y social, a base de una mejor y más justa distribución de la riqueza y de los frutos del trabajo.

Señores senadores: Señores representantes: señores consejeros: Más que planes concretos de gobierno, he expuesto, ante vosotros, las ideas generales a que subordinaré mi conducta como Presidente.
En todo momento me empeñaré en mantener en mi espíritu la serenidad y reflexión necesarias para que mis actos de gobernante guarden con ellas la armonía que deseo.

Constituiría para mí un alto honor el que, al terminar el mandato que recibo del pueblo, éste reconozca que he sido consecuente con las ideas expuestas al iniciar su ejercicio, y que he empleado siempre medios honorables para el cumplimiento de los preceptos constitucional y legales.

 

El día 20 de Noviembre de 1916, ejerciendo el cargo de Presidente de Asamblea Constituyente, al inaugurar solemnemente sus sesiones ordinarias, pronuncié el siguiente párrafo que reproduzco fielmente por considerarlo de oportuna recordación: «Al reconocer que nuestra educación política desenvuelta en un medio inadecuado, ha sido accidentada y difícil, agregaremos en homenaje a la verdad y a la acción propulsora de nuestro pueblo, que no hemos quedado rezagados en la evolución que han seguido los demás países americanos».

Si en aquel acto solemne hice esta afirmación fundamentándola en un breve retrospecto político y comparativo, hoy después de transcurridos un poco más de diez años, durante cuyo lapso de tiempo se han efectuado tres elecciones directas de Consejeros y dos de Presidente, hoy, digo, he quedado convencido que esas pruebas colocan a la República en las líneas avanzadas de la democracia en donde figuran los países más civilizados en las prácticas políticas, sin que la crítica más rigurosa sea capaz de hacerle perder la posición que ha conquistado.

Esta opinión que podría ser sospechada de parcialidad por formar parte el que habla del partido que ha ejercido el Poder Ejecutivo, que es la autoridad encargada de garantir la efectividad de los derechos cívicos, puede ser robustecida por la mención de las declaraciones aparecidas en algunos diarios que militan en las filas del partido adversario, al juzgar que las elecciones realizadas en Noviembre del año pasado, constituyen actos electorales verdaderamente democráticos e impecables.

La senda que esta honrosa situación nos impone seguir, está bien definida.

No cabe duda que en estos últimos cuatro años la República ha pasado por días de agitación intensa y de verdadera ansiedad, pues después de haber obtenido hace dos años el partido nacionalista un triunfo en la integración del Consejo Nacional, en la última elección de Noviembre del año próximo pasado el pueblo ha vivido durante algunos días en la incertidumbre, moviéndose a impulsos de datos contradictorios, que eran constantemente rectificados, sin que esa disposición de ánimo y la divergencia de pareceres que era su consecuencia, haya provocado disturbios o conflictos de significación.

La circunstancia de que en esta última elección los partidos se hayan atribuido la comisión de fraudes electorales, me proporciona la oportunidad de emitir mi opinión, fundada en una larga experiencia política, de que es a los hombres dirigentes a quienes les corresponde consolidar la honrosa posición adquirida por la República en las contiendas del sufragio, que nos exigen ante propios y extraños, como un pueblo capacitado para resolver sus destinos de acuerdo con la única ley que los hombres han forjado para vivir en paz, que es la ley de la soberanía con su acción de atraer el concurso de todos los intereses y de todas las aspiraciones.
 
 
A los hombres que repudian el régimen democrático, alegando que su ejercicio rebaja la dignidad de las funciones superiores y exalta la mediocridad verbalista, se les puede contestar con las palabras de un ilustrado profesor de Derecho, de la Universidad de Buenos Aires. «La acción democrática en el escenario político del mundo, aparece como un régimen concomitante con los más altos estados de cultura, -y dentro de la más amplia libertad de discusión y acción que esencialmente supone, el talento, la ciencia y la virtud ejercen la gravitación de las fuerzas naturales». Pero vuelvo a repetir, no se llegará a esta altura en el ejercicio de la acción democrática, si no se cuenta con el concurso decidido y honesto de los dirigentes de la política. Fuera de las actividades cívicas, los progresos realizados en nuestra patria han seguido la misma trayectoria, pero quizá más rápidamente.

La libertad de reunión, el derecho de asociación, la libertad de pensamiento y el derecho de emitir opiniones que es su consecuencia, la libertad individual, la seguridad personal, la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, el derecho de locomoción, etc, son todos atributos de la personalidad humana, no sólo consagrados en la ley, sino también profundamente arraigados en nuestras costumbres. La paz está tan cimentada con la práctica sincera de las instrucciones, que a nadie se le ocurre alterarla, habiéndose puesto un broche a la sucesión de provisoriatos, dictaduras y gobiernos de fuerza que en el pasado interrumpieron la vida constitucional de la República.

No enumeraré las leyes de previsión social dictadas por el Parlamento, pues sus miembros están al corriente de lo que se ha hecho en esa materia, pero ya que la oportunidad se presenta, diré que se distinguen por lo amplias y generosas, y que si de algo pueden tildarse, es por el exceso de generosidad que se revela en alguna de sus disposiciones, incitando a los empleados a retirarse del servicio, buscando en la pasividad mayores beneficios pecuniarios.

Pido disculpa a los señores legisladores por haberme detenido en esta disgresión, destinada a esbozar a grandes rasgos la situación política de la República, pasando a exponer lo más sintéticamente posible las ideas y propósitos que guiarán mi acción mientras desempeñe la Presidencia de la República, de acuerdo con las facultades que la Constitución me confiere.

La Constitución asigna al Presidente la misión de representarla en el exterior, e interior, función que hasta cierto punto es simplemente mecánica o protocolar, atribuyéndole en otro inciso el deber de velar por el orden y la tranquilidad de las mismas esferas de acción.

Estos últimos cometidos son de suma importancia, pues sin la tranquilidad y el orden exterior o interior, es imposible realizar obra de progreso y fomentar el espíritu de trabajo que debe animar a todo pueblo, que aspire a elevarse en la escala de la civilización de la cultura y de la producción.

No puede haber tranquilidad si no se cumplen estrictamente las leyes respetándose todos los derechos, especialmente los políticos que tanto apasionan a los pueblos regidos por leyes democráticas.

Es notorio mi modo de pensar sobre la forma de gobierno adoptada por la Constitución del año 1918, pero en este acto solemne, me creo obligado a declarar que ese estado de mi espíritu no me impedirá acatar los preceptos constitucionales que lo consagran, que es la actitud observada durante el desempeño de mis funciones de Consejero.

Creo que mi palabra ha adquirido en el país el ambiente adecuado para ser creída. Si mi figuración como hombre público no ha sido destacada tampoco soy desconocido, desprovisto de antecedentes y desvinculado de toda actuación. He ocupado puestos elevados en el Poder Ejecutivo, en el Poder Legislativo y en el Constituyente, sin haberme relegado a las filas de los hombres que no rinden culto a la verdad a pesar de mis largos años de vida pública.

Ese caudal de antecedentes, garantiza la efectividad de las promesas que formulé ante una Asamblea política realizada en el teatro Albéniz, de respetar la acción política de todos los partidos.
Por lo demás, debo advertir a los señores legisladores que mi profesión de fé política en esta materia, data de la fecha de mi iniciación en la vida pública, habiendo sido en todos mis actos de funcionario o ciudadano, consecuente con las ideas sustentadas desde mi juventud.

No debo olvidar al referirme al ejercicio de la libertad que sus manifestaciones deben encuadrarse dentro del orden, cuyo mantenimiento corresponde al Poder Ejecutivo Presidencial.

El ejercicio de la libertad y la defensa del orden que parecen seguir orientaciones distintas y hasta casi antagónicas, son por el contrario, dos factores esenciales en toda organización democrática, que marchan unidos, teniendo por norte el cumplimiento de la ley. Si el uso de la libertad degenera en licencia, la autoridad ejecutiva aplica los medios más adecuados para contener sus avances encarrilándolo en las prescripciones legales. Si la autoridad se excede en el ejercicio de sus atribuciones, el derecho queda lesionado y violada la ley. En uno y otro caso, la ruta que han de seguir, está trazada por la ley o por el derecho.

De lo dicho resulta que la conservación del orden que es garantía de la libertad, exige, para hacerla efectiva, el concurso de una buena organización policial, organización que todos mis antecesores han indicado como uno de los artículos más importantes de sus programas.

Y la razón que han invocado no puede ser más procedente.

Montevideo, es hoy una ciudad que se extiende considerablemente, mientras que el número de sus guardias civiles encargados de vigilar tan extensos radios, apenas si ha aumentado en cantidad apreciable, debiendo las autoridades superiores compensar la falta de agentes con elementos de movilidad.

Pero la organización policial no debe realizarse teniendo como orientación única el aumento del personal de vigilancia. Se impone para hacer buena policía y evitar desórdenes sangrientos, contar con el concurso de elementos que sepan discernir lo que han de hacer mientras lleguen sus superiores. Aún asimismo habrá que vigilar que los cargos de Subcomisarios, Inspectores y Subinspectores sean ocupados por personas que reúnan ciertas condiciones de idoneidad.

Figura en las carpetas del Cuerpo Legislativo un importante proyecto de ley remitido por el Presidente saliente, que puede servir de base a las deliberaciones legislativas, durante las cuales podrán introducirse las reformas que se consideran armónicas con la situación del erario público. Lo que es ineludible y esto lo afirmo de una manera categórica, es que las asignaciones acordadas al personal de policía no ofrecen el estímulo suficientes para que elementos preparados abracen esa carrera o los que ya están en sus filas opten por perfeccionar sus aptitudes.

Por lo demás reconozco como lo ha dicho el Presidente Serrato en uno de sus documentos de gobierno, que la obra de perfeccionamiento policial necesariamente ha de abarcar varias administraciones orientadas en el mismo sentido, a lo que agregaré que podrá adoptarse algún régimen de aumentos de sueldos, que no ofrezca los inconvenientes que siempre se apuntan cada vez que aparece una iniciativa de esta naturaleza.

Estas consideraciones no suponen la emisión de un juicio despectivo, sobre los funcionarios que integran las policías de la República. Reconozco que figuran en este personal excelentes funcionarios poseedores de condiciones apropiadas para desarrollar la acción de cultura que compete a la policía en su misión primordial de proteger la vida, la propiedad y la libertad de los habitantes de la República.

Rindiendo un acto de justicia, diré que al dejar el mando el Presidente Serrato, puede vanagloriarse de haberse preocupado empeñosamente en la mejoría del servicio policial, fijando reglas a los agentes que han sido acatadas fielmente, contribuyendo con sus procederes a elevar el buen nombre de la institución.
Es aquí en la misión de proteger la vida, la propiedad y la libertad donde se hace más visible la escasez del personal policial sobre todo en el departamento de Montevideo.

Es muy conocido el precepto de que más vale prevenir que reprimir. Pues bien las medidas de prevención en las reuniones públicas o movimientos huelguísticos sólo pueden aplicarse eficazmente con el concurso de un personal numeroso. Si bien esta medida se ha tomado , es al precio de dejar interrumpida la vigilancia en otros radios de la ciudad.

Soy de opinión y así lo he manifestado, públicamente de que las huelgas son perfectamente legítimas, siempre que el derecho de donde emane se mantenga dentro de la legalidad pero como la experiencia comprueba que los movimientos obreros contra los patrones tienden después de transcurrido cierto tiempo a desenvolverse en actitudes violentas, agregaré que en tales circunstancias el concurso de una policía numerosa puede prevenir la comisión de hechos sangrientos, que tanto enconan los ánimos generando situaciones tirantes y desordenadas.

Nuestro país necesita para progresar del concurso de los obreros, pues sin su cooperación sería imposible trabajar, pero también es indispensable la colaboración de los capitalistas, que hemos procurado atraer con la sanción de leyes protectoras que se esterilizarían en un vano llamado, si cuando llega el caso no los amparamos ofreciéndoles la seguridad de que sus bienes serán respetados.
 
 
Si llega un caso de estos, haré respetar los derechos agredidos, aplicando como lo he manifestado anteriormente todas las medidas de prevención que considere conducentes a aplacar los ánimos, para en último extremo reprimir el atentado, eludiendo, siempre que sea posible, la efusión de sangre.
Nuestra legislación sobre huelga adolece de tales deficiencias que hasta ahora se ignora quienes son los trabajadores o empleados que poseen el derecho de declararse en huelga.

Esta deficiencia de las leyes podrá dar margen, en cualquier momento a dar al gremio de empleados públicos, y lo que es más grave el de los empleados de policía se consideren asistidos del derecho de interrumpir el servicio, creando una situación caótica generadora de gravísimo perjuicio…

Declaro que si los sucesos me colocan en tan grave conflicto procederé desconociendo el ejercicio de ese derecho en los componentes de los institutos que están bajo la jurisdicción de la Presidencia y a cuyo cargo está el más vital de los servicios públicos, cuál es el del mantenimiento del orden.

Antes de terminar este género de consideraciones, quiero recordar a esta Honorable Asamblea un antecedente demostrativo de la influencia favorable que, en el ánimo de los obreros ha ejercido la sanción de las leyes de previsión social. Desde un tiempo a esta parte los movimientos huelguistas han disminuido en número, intensidad y duración, siendo una característica importante la de que se desarrollan en un ambiente más tranquilo y sosegado. En la generalidad de esas huelgas no han figurado los obreros y los empleados amparados por las leyes de jubilaciones a favor de las personas que trabajan en los servicios públicos.

Como también tengo a mi cargo, de acuerdo con disposiciones pertinentes de la constitución la Jefatura de todas las fuerzas de mar y tierra de la República, deseo expresar mi intención de dedicarle una parte de mis actividades a perfeccionar, si esto es posible, el estado moral del Ejército y las condiciones técnicas que debe poseer.

Es notorio que en mi juventud abracé la carrera de las armas, permaneciendo en las filas del ejército durante más de tres años, y si bien mis servicios militares no se prolongaron como para adquirir ciertos conocimientos que hoy podría aprovechar; lo cierto es que mis recuerdos de esa época evocan en mi espíritu gratas impresiones de esa escuela de disciplina, abnegación y sacrificio.

Tengo una alta idea de la misión que desempeña el Ejército, en esta época de libertad, como guardián fiel de su ejercicio, pues, como lo he dicho anteriormente, este hermoso atributo de la personalidad humana no podría ejercerse sin el concurso de la fuerza armada que garante la conservación del orden. Es también el ejército el centinela colocado en las primeras trincheras para defender la dignidad nacional si la soberanía de la nación es ofendida o lesionada.

Consecuentemente con estas ideas que siempre he profesado, trataré por todos los medios de mejorar la organización de sus institutos colocando a la cabeza de sus unidades y demás jerarquías a los militares más aptos para la preparación de las tropas, sin perjuicio de estimular la acción de los técnicos y especialistas cuyo rol en las operaciones militares va siendo cada vez más importante.

Estoy incapacitado en este momento para fijar una orientación o programa de lo que se puede hacer, pues mi falta de conocimiento en este capítulo de la administración de un país y mi ignorancia sobre las necesidades más perentorias del ejército me impiden concretar normas, pero me figuro que la renovación aunque sea parcial del material de guerra a de ser un problema de resolución apropiada, siempre dentro de nuestros recursos y teniendo como finalidad el interés de ilustrar a nuestros jefes, oficiales y clases, sobre la evolución que se está operando en los elementos de combate.

Será también objeto de mis preferencias de gobernante el examen detenido de la influencia que ha de estar ejerciendo la ley de sueldos recientemente sancionada, sobre la mente y el espíritu de cuerpo de lo jóvenes militares que egresan de la escuela, pues me temo que en esta parte sea haya cometido algún error de apreciación, que bien pudiera redundar en perjuicio de la organización del ejército y de la conservación de su disciplina.

Estas consideraciones las hago extensivas a nuestra marina, en cuyos cuadros figuran elementos de verdadera distinción por sus relevantes condiciones.

A simple vista, la impresión que produce el examen de nuestra pequeña escuadrilla es de verdadero desconsuelo. No poseemos buques en la verdadera acepción de la palabra y apenas si se dispone de alguna embarcación de guerra que desempeña con cierto decoro y dignidad la representación del país en el exterior.

Mi alejamiento del examen de estas cuestiones y el costo de los buques no me permiten esbozar ningún
propósito de organización o reorganización de nuestros elementos marítimos, pero será una de mis preocupaciones cambiar ideas y opiniones con las personas entendidas, adoptando oportunamente las resoluciones que se consideren pertinentes en armonía con la situación financiera de la República.

Por lo pronto bueno es advertir, que las sumas invertidas en cualquier adquisición no provocarán aumentos de gastos en el sostenimiento del personal nuevo, pues considero que con los elementos actualmente presupuestados se podrán llenar las apremiantes exigencia del servicio público.
Deseo precisar el móvil que me guía al emitir estas consideraciones, sobre la fuerza armada.

Nosotros podemos declarar sin el temor de ser desmentidos, que no existen síntomas en el horizonte internacional que inspiren el temor de una guerra que comprometa nuestra neutralidad.

Sin embargo, lo cierto es que poseemos un ejército con su correspondiente cuadro de jefes y oficiales que podrían prestar servicios inapreciables en caso de un guerra internacional. Algo parecido pasa con la marina. De la existencia de estos elementos se deduce el deber de la Presidencia de la República de perfeccionarlos y para el caso improbable, pero no imposible, de que los sucesos nos obligaran a defender nuestra plena personalidad o el ejercicio de nuestra soberanía.

Felizmente, y esto lo digo tranquilamente, todo hace pensar que la estabilidad de la paz en estas regiones está asegurada; y si algo desagradable se vislumbra en otras partes, la repercusión de esos sucesos no llegará hasta nosotros, perturbando nuestra gestión de país pacífico por convicción y por interés propio.

El desarrollo de mi exposición me lleva naturalmente a expresar cuáles son mis ideas en otros cometidos primordiales que competen a la Presidencia de la República: la política internacional, cuya gestión corresponde al Ministerio de Relaciones Exteriores y á los Ministros y agentes consulares acreditados en el exterior.
Concordante con lo que he manifestado, será mi propósito decidido inspirarme en los sentimientos de confraternidad americana que todos nuestros gobiernos han fomentado en todas las épocas, haciendo presente a los señores Legisladores que trataré de mantener las vinculaciones que nos ligan especialmente a nuestros vecinos a quienes debemos corresponder las consideraciones y simpatías que habitualmente nos dispensan.

Es notorio la consideración y el aprecio adquirido por nuestro país en las relaciones internacionales. Pienso refiriéndome a este tema, que es necesario fortificar ese prestigio con la práctica sincera de nuestras instituciones que garantiza la estabilidad de la paz interna y con el predominio de una política financiera sana y ordenada, que nos ponga en condiciones de cumplir todos nuestros compromisos acreditando así la seriedad de nuestros procederes.

Además aprovecharé todas las oportunidades que se ofrezcan, para prestar mi adhesión al principio del arbitraje, como medio de dirimir los conflictos que afecten a los Estado especialmente al nuestro.
Me empeñaré también siguiendo la misma orientación, en conservar y extender las relaciones cordiales que nos vinculan tanto en el orden político como económico, con los países que fuera del continente americano integran el mundo civilizado.

Animado de estos propósitos que surgen naturalmente de la aplicación de estas ideas, he de propender para que nuestros agentes en el exterior, sean sus portavoces ante los países en que están acreditados procurando extender nuestras relaciones comerciales.

Fuera de los cometidos primordiales a que me he referido en el curso de esta exposición, la Constitución de la Constitución de la República asigna al Presidente otros de carácter financiero y económico, cuya importancia es imposible desconocer.

En los casos de iniciativas de leyes sobre creación o modificación de impuestos, contratación de empréstitos circulación monetaria o fiduciaria o que se relaciones con el comercio internacional y preparación del Presupuesto General de Gastos, el Consejo Nacional requerirá la opinión del Presidente de la República. Si la Presidencia formula cualquier observación, la iniciativa observada no podrá seguir su trámite, si los dos tercios de votos de sus miembros no siguen apoyándola.

Debo declarar que, consecuentemente con mi modo de pensar y con mi actuación de Consejero, no pienso contrariar, salvo circunstancias excepcionales, la acción progresista en cuyo desarrollo está empeñado el Consejo Nacional.

Semejante proceder me colocaría en pugna con mis propios actos, que siempre han sido favorables a la construcción de carreteras, puentes, caminos, puertos, etc., por los incalculables beneficios que proporcionan a la distribución de la producción y del consumo.

En cuanto al desempeño de las funciones que constitucionalmente competen en la materia de presupuesto a la rama ejecutiva presidencial, declaro que cumpliré las leyes de gastos dictadas por el Cuerpo Legislativo, cuidando de que los egresos no sobrepasen a las cantidades presupuestadas.
Ya que la enunciación de mis propósitos me ha llevado lógicamente a pisar en el terreno financiero, expondré en breves palabras mi opinión sobre el problema de los gastos públicos, que están elevándose en todas partes a cifras no previstas por los hombres políticos que actuaron antes de la gran guerra.
Cuando en un país aumenta su producción o el valor de sus productos sigue el mismo impulso, la situación no se conmueve, a pesar del peso de los nuevos compromisos.

La difusión de sus riquezas contribuye poderosamente al aumento de los recursos del Estado.
Si por el contrario, la producción se estabiliza o sus valores desmerecen o se operan estas dos variaciones en los índices económicos, la situación está expuesta a complicarse, debido a la influencia inesperada, algunas veces, de factores internos y externos.

Que casi todos los países europeos están en crisis, no es una novedad. Gracias a la emisión fiduciaria o al uso del crédito por sumas valiosas, se ha podido mitigar sus rigores, pero nadie puede afirmar con certeza que esas situaciones consigan liquidarse sin nuevas complicaciones.

En materia de préstamos, solo Estados Unidos, acompañado excepcionalmente por empresas bancarias europeas, asume el rol de prestamista, Si las cotizaciones del dinero han mejorado, todavía sigue caro, no permitiendo realizar operaciones de convertir deudas que son tan provechosas para los estados que buscan recursos. No queda, pues, otro arbitrio, que la contratación de empréstitos si se quiere proseguir, como es natural, con la construcción de obras públicas.

Estas consideraciones persiguen el propósito de poner en evidencia la necesidad de vigilar el horizonte internacional en materia de crédito público, cuyas huellas siguen nuestros colocadores, para neutralizar o disminuir los efectos de cualquier sorpresa en nuestra economía y finanzas.

Consciente de las responsabilidades que me corresponden de acuerdo con las disposiciones constitucionales que he mencionado, haré valer en esas circunstancias las opiniones que me sugiera el examen de los sucesos si estos se desarrollan en el sentido previsto por hombres eminentes de pensamiento.

Al terminar esta enunciación de normas de conducta, me dirijo a los señores legisladores pidiendo su concurso para todas las iniciativas que tiendan a cristalizarlas.

Aunque las atribuciones del Presidente de la República han quedado muy reducidas en la última constitución, todavía conserva muy importantes cometidos cuya falta de cumplimiento redundaría en perjuicio del país.
Por mi parte, prometo encuadrar todos mis actos en la Constitución y las leyes.

 

No pronunció discurso. 

En el mensaje que el Poder Ejecutivo ha dirigido a esta Asamblea, y cuya lectura convendría suprimir en este acto inaugural, por su gran extensión, se encuentra relatada la historia verdadera de la revolución de Marzo, de los factores que la generaron y le dieron el triunfo. Califico de revolución y no de «golpe de Estado» al acontecimiento del 31 de Marzo, porque no lo produjo la voluntad de un hombre ni de un Poder en lucha contra otros Poderes ante la resistencia, en el problema de la reforma constitucional, de consultar al pueblo, que es soberano.

Fue el mandato imperativo de la inmensa mayoría del país en el ejercicio de un derecho primordial mayoría representada por los grandes partidos tradicionales en sus distintas fracciones; las tres cuartas partes del batllismo, los riveristas, tradicionales, radicales, y los herreristas, que son la numerosa representación del Partido Nacionalista.

Los que no actuaban en política, – las clases productoras, ganaderos, comerciantes, industriales,- clamaban por un cambio de situación.

Casi la mitad de la Asamblea derrocada estaba en las filas revolucionarias y del Consejo Nacional, también disuelto, los miembros elegidos últimamente, doctores Espalter y Puyol, fueron principales actores en los sucesos.

Aceptaré en toda época ante mis contemporáneos y ante la historia, la responsabilidad exclusiva, si se quiere, de la jornada redentora pero el honor que ella refleja, no me pertenece sino en pequeña parte, porque fueron los factores decisivos los ciudadanos de todos los partidos colaboradores entusiastas que nos llevaron mas tarde al triunfo electoral del 25 de Junio, triunfo electoral que generó esta Constituyente con todos los prestigios de la consagración popular.

Fueron factores, también decisivos, el Ejército, la Armada y la policía obedientes a los sentimientos y solidarizados en absoluto con las aspiraciones del pueblo.

Es hora que constatemos que no hemos abusado del poder extraordinario conferido por los acontecimientos, que los prescritos por la revolución han sido respetados en todos sus derechos y libertades y si hubo que detener a unos pocos y alejar del país a media docena, se procedió con toda consideración personal y con la mayor mesura en defensa del orden que tenemos el deber de sostener y siempre después de haber adquirido el convencimiento de que en esa forma evitábamos mayores males a la República.

Es digna de respecto la fidelidad o la consecuencia con una causa, por equivocada que ella sea, pero hay la obligación patriótica de no perdurar en actitudes rebeldes o revolucionarias cuando resultan absurdas y pueden dar lugar a la violencia o al sacrificio estéril de la represalia, que hasta ahora hemos podido evitar.

Entre nuestros adversarios los hay los más intransigentes, los menos respetables, los heridos en sus intereses subalternos; las hay víctimas del error en la apreciación del caos que arrastraba al país al borde del abismo, los hay que obedecieron a una mal entendida consecuencia personal por favores recibidos y en todos se mantiene la pasión del orgullo y del amor propio, afectado al verse desalojados de las posiciones de Gobierno, sin encontrar una sola manifestación de simpatía en el pueblo, que cansado de promesas falaces repudiaba la oligarquía dominante considerándola abusiva y usurpadora.

Y esa oligarquía, hoy todavía disminuida en el número de sus componentes, no quiere ir a las urnas por una sola causa verdadera: el temor a la falta del apoyo popular.

Y se sueña con atentados personales a base de dinamita, y se sigue la táctica de hacer todo lo posible para que en un disturbio callejero la fuerza pública mate un estudiante o una mujer para explotar después ese crimen premeditado como bandera de protesta que favorezca la restauración de un pasado que no volverá jamas.

No era propio de nuestra altivez ser gobernados en forma hereditaria y continuar soportando una verdadera tiranía ejercida por un órgano de publicidad que había adquirido por distintas circunstancias, una avasalladora influencia en el partido del poder.

Y cuando tal régimen cayó, el pueblo tuvo la sensación de alivio, y surgió la esperanza de que se inauguraba una nueva época, realmente democrática; que se acababan los abusos del proselitismo y los excesos de la demagogia, que iban a imperar en adelante la verdad y la justicia, con la derrota de los que las profanaban en nombre de la libertad y ejercían un dominio absolutista en casi toda la Administración, por causas accidentales, ajenas a sus propios medios.

Los simplemente equivocados, los leales, los honestos, no deberían confundirse en la adversidad con los políticos profesionales de la decadencia, exponentes de una democracia en vías de degenerarse, estrechos de mentalidad y faltos de espíritu de sacrificio, sin derecho a quejarse de su suerte.

Los primeros pueden ser útiles en la tarea de la reconstrucción nacional y estos últimos deben, en su carácter de indeseables continuar en la oposición no confundiéndose de esa manera tales elementos heterogéneos, so pretexto de defender una legalidad que no existía y una Constitución que proclamaba que la República jamás sería patrimonio de persona ni de familia alguna. 

Si me hubiera faltado decisión para barrer tanta inconsciencia, tengo el convencimiento de que me hubiera muerto de dolor por haber perdido la oportunidad de prestar un gran servicio a la República.

Bien a mi pesar han caído envueltos por la avalancha revolucionaria muchos amigos y hasta personas vinculadas a mi familia; pero sobre los afectos personales, por profundos que ellos sean, están los supremos intereses de la Nación.

Los hombres de la revolución tenemos un sagrado deber que cumplir; hacer cuanto antes la reforma y poner en práctica las nuevas instituciones, que serán armónicas con la dignidad nacional y los adelantos del país, al que salvaremos de los excesos de la anarquía, y estos nuevos instituciones continuarán en el tiempo la obra de este Gobierno Provisional, que entregará el Poder a los nuevos mandatarios después de combatir la miseria y la desocupación con todos los medios a su alcance.

Debo declarar, con toda franqueza, que solo aspiro a dejar la Presidencia, si es posible en un ambiente de concordia nacional y sino fuera sí, que sea mi sucesor el que lleve la tranquilidad a los espíritus. Pero, entiéndase bien: mi sucesor elegido entre los hombres de la revolución porque, de otra manera, claudicaríamos o apareceríamos poniendo puntales a una situación que no sabe de temblores, porque tiene sólidos e inconmovibles cimientos en la conciencia nacional.

Hasta que este Honorable Cuerpo no haya terminado su labor, hasta que de sus deliberaciones no surja la nueva Carta Fundamental que todos esperamos, hasta que no ofrezca a la ansiedad pública la seguridad orgánica de que las instituciones se restablecerán sobre bases que signifiquen rapidez, eficiencia y fuerza homogénea en la gestión de Gobierno, no podrá decirse que nuestra causa ha obtenido la plenaria coronación de sus aspiraciones ni habrá vuelto a alcanzar la República la senda de su perdida prosperidad.

Yo confío plenamente en vosotros. Os sé compenetrados de la gravedad y trascendencia del momento histórico que vivimos y fácil es percibir en vuestro seno el mismo impulso latente que originó, la revolución que salvo los principios capitales de nuestra democracia abriendo ancho cause a la expresión de la soberanía popular.

Tenéis una grande y hermosa misión que cumplir. Vuestro cometido está colocado por sobre las banderías y las pasiones personales, y el sentimiento patriótico debe primar sobre todas las otras fuerzas en juego iluminada nuestra visión, alta la frente y aligerado el pensamiento en la lucha por el bien.

Debéis vincularos a esta jornada trascendente de la existencia del Estado. trabajando con el mismo férreo empeño que dio fibra al sacrificio de nuestros libertadores, ya que se logrará con la pronta y atinada terminación de vuestras tareas constituyentes.

Sé que en esta oportunidad no se defraudarán las esperanzas de la Nación, y seréis doblemente acreedores al reconocimiento general si, dentro del primer año subsiguiente al 31 de Marzo pasado, se han franqueado felizmente todos los planos necesarios para regresar a la normalidad en la Tercera República.

 

Señor Presidente: agradezco con profunda emoción vuestras tan amables expresiones, seguro anticipo de una fecunda y estrecha colaboración entre el Poder Ejecutivo y el Parlamento.


Confío desde ya en el fértil provecho de esa labor común, que se ha de desenvolver al amparo de la ley y bajo la tutela del signo de la Patria. Todos hemos contraído una seria y honrosa deuda con la opinión pública, para cuya satisfacción ni debemos conocer desfallecimientos no pesimismos.


Yo espero, señor Presidente, que este Parlamento no me ha de escatimar su noble concurso, ya que cuando se lo solicite ha de ser para afianzar la prosperidad nacional, o para abrir nuevos horizontes al progreso del país.
Pienso que todos estamos animados por el mismo afán superior de servir a la República, de fortalecer sus instituciones y de gobernar en la paz por la felicidad de todos sus habitantes.


He llegado a la Presidencia de la República predicando sinceramente mis idea y conceptos en materia de gobierno.
Ante el pueblo he desnudado en absoluto mis principios y sentimientos, y al haber aquél compartido y apoyado mis conceptos, me siento íntimamente obligado a no defraudarle en sus esperanzas.


Para poder gobernar sin sembrar decepciones; para desde el poder no contrariar a mis conciudadanos, es imprescindible que este Parlamento me brinde generosamente su cooperación, sin distinción de personas ni de credos políticos. En la obra que se avecina todos seremos solamente uruguayos, que han de considerar a la República como un patrimonio sagrado confiado a su custodia.


He dicho, y me reafirmo, que gobernaré con mi partido pero para mi patria.


He proclamado, y me reitero, que sólo serán mis adversarios los individuos o grupos que conspiren contra los intereses nacionales. Que en todo seré impersonal, y que he de guiar mis pasos por los reclamos de la soberanía. Seguro estoy que este Parlamento me acompañará en mis propósitos y que sin discrepancia labraremos la felicidad colectiva.


Hago votos, señor Presidente, para que esta armonía cristalice de modo fácil y permanente, para que de ella surja un período de paz, progreso y abundancia para toda la República.

Señor Presidente de la Asamblea General; señores Senadores; señores Diputados:
En el día de hoy la República inicia un nuevo período de su historia constitucional. La inmensa mayoría de mis conciudadanos, animada por un franco y entusiasta optimismo aguarda con explicables esperanzas la aplicación de las nuevas reglas fundamentales del derecho público nacional. Yo comparto el optimismo y las esperanzas populares porque las ideas y sentimientos arraigados en la conciencia colectiva de la nación son la fuerza espiritual indispensable para asegurar la vida de todo régimen político. Lo esencial en la compleja armonía de los textos de la ley positiva, que en las energías morales que los inspiran, que los tutelan, que los animan, y que los protegen contra las desviaciones de aquellos que pretenden anteponer condenables aspiraciones de predominio o móviles interesados, a los principios de la conducta recta.

He colaborado activamente en la preparación de los nuevos textos constitucionales que empiezan a regirnos. Tengo confianza en ellos, como la tiene el pueblo que los aprobó con abrumadora mayoría, por considerarlos fiel expresión de las aspiraciones de justicia y segura garantía de la libertad política y de los derechos individuales. El tiempo rectificará y perfeccionará nuestra obra. El derecho se realiza por etapas, es el fruto de una lucha continua y sin descanso que en tiempos pasados prohibió a los hombres hacer mal a los semejantes, que luego los obligó a dar a cada uno lo que legítimamente le pertenecía, y que en nuestra época reclama como obligación jurídica lo que antes sólo se aconsejaba como caridad.

La guerra actual representa en la historia de la humanidad una de las etapas más crueles y sangrientas en la lucha por el derecho. Los hombres libres ofrecen vidas y patrimonios para conjurar el peligro de la más atroz e inicua de las esclavitudes. Formamos parte de la retaguardia del inmenso ejército de la humanidad que se defiende en una lucha de vida o muerte para la civilización y es natural que debemos soportar estoicamente los sacrificios que exija la defensa común. Procuremos alcanzar la paz internacional destruyendo de raíz a los que atentan contra el derecho, y no olvidemos dentro de nuestra patria que la humanidad no puede vivir en una sociedad fundada sobre la injusticia. Sólo por hipocresía o por timidez podríamos disimular las graves deficiencias jurídicas y morales que afectan la organización de las democracias contemporáneas. No se trata de despojar a nadie, ni de imponer soluciones por la violencia, porque nunca las iniquidades del despojo, ni las arbitrariedades sirvieron para fundar nada sólido. Aportemos nuestro concurso en la lucha por el derecho que nos obliga a socorrer a los hombres y a las naciones que necesiten ayuda. Hagamos obra de justicia reparadora y distributiva. Los horrores de la guerra externa no han llegado a nuestras cabezas. Nadie piensa en guerras civiles ni en reivindicaciones sociales por medio de la fuerza.

Es la hora de meditación tranquila que deben aprovechar principalmente los favorecidos por la fortuna. Si son cristianos, recuerden la sentencia condenatoria de Jesús para el egoísmo de los ricos, y si no lo son abran sus corazones y piensen en los que padecen los sufrimientos de la miseria y en los peligros materiales que se cernirán sobre aquellos que abusen de una situación política y económica de privilegio.

La injusticia que no se corrige provoca tarde o temprano reacciones incontenibles que pasan sobre los pueblos como cometas sociales, dejando estelas que, por desgracia, no son siempre luminosas. Recordemos todos que los tiempos no son favorables a los egoísmos, que los días que vivimos imponen sacrificios que aceptaremos de buen grado porque nuestros hogares están tutelados por el derecho, nuestros bienes no sufren la acción devastadora de los enemigos, nuestros árboles, nuestros rodeos, nuestras cosechas, sienten, es cierto, los rudos castigos de las leyes de la naturaleza, pero, están a cubierto de las destrucciones intencionales de los hombres. Recordemos que nuestras familias nuestras propiedades, nuestras leyes de libertad, nuestra legislación civil, nuestras creencias, nuestros ateneos, nuestras universidades, nuestros atrios electorales, nuestros templos, en una palabra, nuestras libertades, se hallan más seguras y más inviolables que nunca.

Las recientes elecciones nos han demostrado que nuestro pueblo es justo y es razonable, y que repudia todos los extremos. No perdamos la oportunidad de asegurar la paz social, la paz interna y juremos aproximarnos, sin suspicacias y sin prevenciones, para dar a todos los habitantes de la República, lo que con razón y con justicia reclaman. Los fuertes económicamente, que disfrutan del amplio amparo que les presta la organización social reconocerán que las contribuciones que se les exijan son una insignificante prima que paga la seguridad y tranquilidad que se les brinda. La inteligencia y los sentimientos humanitarios aconsejan aceptar los nuevos rumbos que traza la justicia social no como un imperativo absoluto, sino como un imperativo de persuasión que es exponente del interés bien entendido y realización práctica del ideal moral que nos obliga a considerar que el hombre dondequiera que se encuentre y sean cuales fueren las circunstancias en que se halle es siempre un fin y nunca un medio.

Con razón Clarín, prolongando la obra magistral de Ihering, dijo que el proceso jurídico se realiza en oposición con la ignorancia, con la inexperiencia, con los intereses que el derecho necesita contrariar, pues el derecho camina como el carro de la Deidad India sobre las entrañas de la víctima que es necesario sacrificar, camina sobre las injusticias de la tierra. El cincel del Legislador o del Jurisconsulto trabaja en la carne viva; todo derecho que se logra mata algo que debe morir, pero que defiende hasta el último aliento el que vive de lo injusto.
Nuestros conciudadanos fundan su optimismo en la confianza que les inspiran los hombres llamados a integrar los Poderes del Estado, en los principios de nuestra organización republicana y en la fuerza moral que anima a un pueblo que reclama leyes justas que protejan el trabajo, sin despojos y sin agravios para nadie. El contrato de trabajo no puede subsistir como contrato de adhesión en el que predomina la voluntad de una de las partes. La reglamentación del contrato colectivo, la creación de tribunales o juntas de salarios, la extensión y ampliación de los servicios de asistencia, el mejoramiento de la habitación de los obreros y el perfeccionamiento de las leyes de previsión a fin de que el hombre viva sin angustias teniendo cubierto todos los riesgos que afecten a su persona y el rendimiento de su trabajo, constituyen un vasto panorama que exigirá una estrecha cooperación del Poder Ejecutivo con el Parlamento.

Industria, trabajo y economía nacional, representan intereses asociados y solidarios. El Estado deberá organizar su política económica atendiendo a esta armonía de intereses para regular las tarifas de importación, los gravámenes internos y los regímenes cambiarios.

Con todo, hay algo que la democracia debe cuidar mucho más que los intereses materiales. Me refiero al patrimonio moral del pueblo. He puntualizado durante la propaganda electoral, previa a los comicios de noviembre, que es menester perfeccionar nuestras enseñanzas primaria, secundaria e industrial, procurando coordinarlas a fin de descubrir y estimular las preferencias vocacionales de los alumnos.
Ahora quiero referirme a la atención que deben prestar los Poderes del Estado a la conservación y a la recuperación de los valores morales que son la base sobre la cual descansa toda la organización social. La moral individual, la moral colectiva y la moral de los funcionarios no puede descuidarla ninguna nación, y menos un país como el nuestro, que explota como monopolio fiscales el juego y la fabricación y venta de alcoholes.

En un principio, se explicó el monopolio del juego como la reglamentación de un vicio inevitable e incontenible. Pero, poco a poco, lo que fue una reglamentación del mal se va convirtiendo en escuela del vicio y lo que se justificó como recurso que se substraía a la explotación que hacían personas de los bajos fondos de la sociedad, se convierte en justificación del juego. Se va olvidando, día por día que el juego es moralmente condenable, que es un mal social y no faltan quienes creen que el Jordán de la ley que suprimió las sanciones penales para el vicio, ha purificado el acto condenable y dado absolución definitiva y absoluta a los tahures. Altos funcionarios juegan con frecuencia con sus subalternos sin darse cuenta que conspiran contra la rectitud administrativa.

Es el mal ejemplo, es la piedra que al caer en la superficie tranquila del estanque deja de inmediato un círculo que da nacimiento a su vez a una segunda onda y ésta a una tercera y ésta a otras muchas sucesivamente, unas grandes que rodean las primeras y a la vez la primera se agranda y se extiende como si quisiera alcanzar a la segunda y así sucesivamente. Así se extienden también las costumbres perniciosas y las ondas sociales del mal perturban al fin la organización administrativa y la conciencia colectiva del pueblo. El alcoholismo se extiende igualmente en nuestro ambiente como verdadera plaga social destruyendo la salud del hombre, perjudicando la integridad física de los hijos, desintegrando las funciones de la inteligencia y corrompiendo la moral.
La democracia descansa sobre las virtudes de los ciudadanos que la integran y estoy seguro de que no me faltará la cooperación del Congreso, para combatir la propagación del juego y del alcoholismo y para fortalecer los principios de rectitud moral tanto en la vida individual, como en la función administrativa. La conducta privada se refleja sobre la vida de los funcionarios para prestigiarlos en su carrera ascendente o para crearles ambientes desfavorables o de desconfianza. La función pública exige dedicación, desinterés y estudio. La antigüedad por sí sola no basta para fundar promociones. Debe estar acompañada por la dedicación al trabajo , por la rectitud de procederes y por la capacidad para la función. Por esta razón la Constitución de la República ha establecido que el funcionario se debe a la función y no la función al funcionario. Los funcionarios encontrarán en el Poder Ejecutivo amplio y seguro amparo para sus derechos, pero encontrarán también, mano firme para reprimir los delitos, lo abusos, la falta de atención a sus deberes y la conducta desarreglada.
Será inflexible para mantener la moral dentro de la Administración Pública, y ninguna influencia política o de amistad evitará o atenuará la aplicación de las sanciones penales o administrativas que corresponda aplicar en los casos de delitos o faltas de servicio.

La jerarquía y la disciplina administrativa se fundan sobre la autoridad de la ley, pero se prestigian y se mantienen mediante la conducta moral de los superiores. Los frutos del mal maduran pronto, y si naciera en nuestro ambiente la planta capaz de producirlos no debe vacilarse en destruirla, sea cual sea la firmeza y profundidad de sus raíces. La conciencia de los pueblos exige a los funcionarios y a los gestores del patrimonio del Estado, no sólo la mayor honradez de procederes, sino también una conducta que refleje esa honradez en las apariencias, en los actos ostensibles, que son los únicos que pueden ser objeto de una percepción exterior, y que, por esa razón, constituyen la base fundamental del crédito, indispensable para el funcionamiento normal de los órganos administrativos.

En la nueva Constitución del Poder Ejecutivo tendrá a su cargo la dirección del progreso nacional en estrecha colaboración con la opinión pública expresada por la mayoría parlamentaria. El Presidente adjudicará los Ministerios entre ciudadanos, que, por contar con el apoyo parlamentario aseguren su permanencia en el cargo.

No tendrá, por consiguiente, la facultad que ha tenido antes que ahora de designar y destituir Ministros sin atención a las opiniones y directivas de los sectores de ambas Cámaras y los Ministros han dejado de ser simples Secretarios de Estado para convertirse en parte integrante y responsable del Poder Ejecutivo.
Aparece aquí la característica del sistema parlamentario: el Congreso no se limitará a su función legislativa, y se convertirá en órgano de contralor de la gestión de gobierno del Presidente de la República. Este contralor es una consecuencia directa de la idea democrática. La noción de contralor supone que la iniciativa corresponde al contraloreado. El contralor no es una sustitución de poderes, ni encierra una superioridad jerárquica. El contralor se ejercerá «a posteriori». El Gobierno seguirá su política propia inspirándose sólo en su conciencia y en los intereses del país. Y sólo cuando esta política se manifiesta por actos, cae bajo la vigilancia y apreciación del Parlamento. Es el Gobierno que dirige la política general -es el Gobierno el que gobierna- es el Gobierno que asume la responsabilidad en Consejo de Ministros y es el Gobierno el que debe dar cuenta de su gestión cuando así se lo reclame el Congreso. No hay que caer en el error en que incurrió el Presidente del Congreso de Ministros Briand, cuando se le acusaba de no tomar medidas contra los primeros síntomas del nuevo imperialismo en Alemania. Briand dijo: «El ejército está pronto, decid una palabra y mañana la cuenca del Ruhr será ocupada». Briand se equivocaba. No era la Cámara de Diputados la que debía tomar la decisión, pues ésta correspondía al Gobierno. Poincaré siguió los verdaderos principios. «Es necesario , dijo, que el Gobierno no abandone nada de su función de director; que él se imponga a la cabeza y no a remolque de la mayoría; en una palabra, que él reivindique el honor y la responsabilidad de gobernar». Pues bien, dentro de nuestro régimen constitucional la solución es más clara. El Presidente de la República tiene por la Constitución la responsabilidad del Gobierno. No es un Presidente irresponsable, como lo es el de la República Francesa. Es un Presidente responsable que no está dispuesto a declinar ni el honor, ni la responsabilidad de los actos del Poder Ejecutivo y que si bien comparte esta responsabilidad con los Ministros, no piensa, ni ha pensado en descargar aciertos o culpas sobre las espaldas de sus colaboradores constitucionales.

La descentralización administrativa, por departamentos y por servicios, constituye la mayor conquista realizada durante la evolución constitucional de nuestra patria.

Se ha impuesto como consecuencia del aumento progresivo de los servicios y de las resistencias que provoca el poder de absorción de la Administración Central. Si históricamente ha podido explicarse la centralización, científicamente debe ser condenada. El mal no ha sido un mal nacional. En Francia, el Poder Ejecutivo, se atribuye absoluta infalibilidad cuando organiza y desarrolla servicios, cuando los extiende, los multiplica, y en ningún momento se pregunta si ha llegado el límite de su acción eficiente, y las dificultades las resuelve perfeccionando los procedimientos o preparando una mejor organización de la jerarquía. Sin embargo, las resistencias se acumulan, los frotamientos de la máquina administrativa retardan sus movimientos, lo que ha hecho decir a Hauriou que las dificultades de la administración centralizada se aumentan en relación directa del cuadrado de las distancias. Y se sigue con este sistema centralista hasta que invencibles resistencias obligan a retornar.

Como acabo de decir, nuestro régimen constitucional admite la descentralización por regiones, que ha sido reglamentada por ley -y que deberá ser ampliada en su régimen financiero y principalmente en lo relacionado con las obras públicas- y la descentralización por servicios necesario para la buena y eficaz gestión de las actividades comerciales e industriales del Estado, pero, que a su vez esta sufriendo el mismo progreso centralista que caracterizó a la Administración Nacional.

En efecto, los servicios de los Bancos del Estado, de las Usinas Eléctricas, de la Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland se aferran al centralismo con el mismo afán y la misma energía que caracterizaban bajo el régimen de la Constitución de 1830, la acción absorbente del Poder Ejecutivo.
Los entes autónomos y los servicios descentralizados deben desconcentrar a sus agentes, Digo desconcentrar en el sentido de que corresponde acordar poderes propios, con cierta amplitud a sus agentes locales ya sea directamente, ya designándoles Comisiones locales honorarias de ayuda y de contralor. Así se harán más ágiles, y más útiles los servicios de la enseñanza de la asistencia pública, de las Usinas Eléctricas, las operaciones de los Bancos, que actualmente deben esperar, aún en los casos urgentes, las decisiones de las autoridades de la Capital.

La descentralización por servicios no se opone a una descentralización de los agentes que regulan sus actividades. No se concebiría ni un Banco autónomo, ni una usina autónoma, ni un ferrocarril autónomo, ni una Ancap autónoma en cada Departamento. La descentralización administrativa por servicios supone dirección única; pero sus agentes desconcentrados pueden y deben tener los poderes suficientes para la eficaz y rápida prestación de los servicios.

Creo interpretar las aspiraciones de los Departamentos del litoral e interior de la República, declarando que consideraría justa la descentralización financiera de su Gobierno local y la desconcentración de los servicios a cargo de entes autónomos y organismos descentralizados.

La campaña desea algo más que la descentralización y deconcentración de los servicios. Pide que los Poderes Públicos presten atención a los graves problemas de orden técnico, de orden económico y de orden social que afectan la capacidad de producción de las industrias rurales. Ha llegado el momento de estudiar a fondo tales problemas que se presentan periódicamente. Hemos vivido repitiendo soluciones de emergencia, que nada previenen para el futuro y que poco o nada remedian. El Poder Ejecutivo y el Parlamento deben abordar el estudio de soluciones definitivas en defensa del patrimonio de los particulares y de la riqueza de la nación.
Las industrias rurales atraviesan momentos muy difíciles. Reclaman y merecen protección. El stock de ganado vacuno que en el año pasado había, aumentado un diez por ciento sobre las cifras de 1930, acusa en estos momentos una reducción alarmante. Hay que encontrar recursos y procedimientos para evitar un desastre económico en el próximo invierno.

Si hay que salvar los valores materiales, también hay que conjurar que el desaliento y la desesperación se apoderen de las víctimas de los caprichos de nuestro régimen de lluvias.

Con razón se ha dicho que el trabajo rural es el más sano, el más noble, el más fecundo de los trabajos del hombre, porque parece surgir de la tierra una virtud secreta que moraliza a toda persona que a ella se aproxima. Y esta verdad alcanza tanto a los propietarios que explotan sus campos como a los obreros que trabajan. Descubrimos en ellos la buena fe que llega hasta la inocencia, la rectitud que llega hasta el sacrificio, el respeto recíproco de los antiguos caballeros y la lealtad propia de los hombres de conciencia limpia.
Estas virtudes no pueden perderse. Es peligroso abusar de la bondad de los hombres nobles.

Un gran estadista de la democracia francesa después de exaltar las virtudes del poeta Virgilio, que descubrió las bellezas y ternura de la vida rural, nos dice que la tierra también sabe hablar y que cuando el hombre se inclina hacia ella para removerla y trabajarla inicia en silencio un diálogo que pueden apreciar los espíritus despiertos. » La tierra sabe decir a los que la aman lo que le agrada y lo que la hace sufrir, lo que le devuelve la vida y lo que la agota; hay en ella todo un lenguaje y toda una lógica, y hasta hay una moral porque rechaza todas las impurezas. Cuando se le trata como ella merece, se viste con los verdes ropajes de alegría y se rinde al cultivador si éste le proporciona la luz que le da vida y las frescas caricias del agua necesaria para satisfacer su sed».

Tiene razón el estadista francés. La tierra habla cuando se siente agotada y habla también cuando le falta agua. El agricultor la oye, pero no puede satisfacerla. Como los padres pobres carece de los mejores medios necesarios para devolverle el alimento que pide, y el agua que las nubes se niegan a descargar.

Hay que ofrecerles una mano protectora, que levante su moral y que haga renacer esperanzas de mejores días, y que les lleve las seguridades de que no están abandonados en las horas de desgracia.

El crédito bancario no se ha ajustado como correspondía a las necesidades de la producción rural. Ni en los plazos ni en las tasas de interés. ¡Cuántos desastres pudieron evitarse con una buena organización del crédito de 1920 cuando los productores rurales en los momentos de crisis vieron que se cerraban para ellos las puertas de las instituciones bancarias! Queda mucho que hacer en materia de organización del crédito industrial, y en esta obra tendrán que colaborar los interesados por intermedio de sus asociaciones representativas, el Gobierno y los institutos bancarios oficiales.

Las leyes y reglamentos de la enseñanza primaria, secundaria y superior se han orientado en nuestro país a partir de fines del siglo pasado en una dirección exclusivamente científica, defecto que señaló en su paso por el decanato de la Facultad de Medicina aquel hombre superior, sabio en ciencias y maestro en artes que se llamó Américo Ricaldoni. Acaban de abrirse, por decreto-ley, nuevos rumbos a la juventud creándose las cátedras de Filosofía y Letras. Queda mucho por hacer en materia de arte. La música, la pintura, la escultura, reclaman escuelas y maestros porque no hay pintura sin perspectiva, ni hay música sin ritmo, no hay escultura sin anatomía. Hace muchos años que Spencer dijo que «la ciencia no puede crear artistas. Cuando pretendemos que éstos deben conocer las leyes de los fenómenos objetivos y subjetivos no pretendemos que el conocimiento de estas leyes suplirá las percepciones naturales. Se nace artista, como se nace poeta y la instrucción no creará ni a uno ni a otro.

Lo que afirmamos es que las facultades innatas no dispensan al artista de apoyarse sobre la ciencia organizada. La instrucción en mucho, pero no es todo. Sólo cuando el genio se une a la ciencia se logran los altos resultados». Un país libre no se concibe sin artistas porque el arte florece donde hay ambiente de libertad. Sin ella los artistas no aparecen, y debe cuidarse que las escuelas especiales no la opriman, ahogando la espontaneidad y la fuerza creadora de la intuición. Ruy Barbosa decía que «el objeto de la educación artística no es el de crear individualidades extraordinarias sino el de educar estéticamente la masa general de las poblaciones formando así al mismo tiempo el consumidor y el productor, determinando simultáneamente la oferta y la demanda en las industrias del gusto».

La parsimonia en los gastos públicos, el equilibrio de los presupuestos, la revisión del régimen tributario, no constituyen utopías irrealizables cuando se conciertan en acción fecunda y desinteresada las voluntades de los representantes de la soberanía de la nación. Creo no incurrir en optimismo exagerado el esperar soluciones favorables para estos problemas sin sacrificios para los funcionarios y sin reducir no aplazar las obras públicas.
Con todo debe prepararse el ambiente nacional para evitar sorpresas. La prolongación de la guerra agravará la crisis de los combustibles y del abastecimiento de materias primas y de mercaderías de primera necesidad. En la crítica situación que atraviesa la humanidad, el espíritu del pueblo tendrá que prepararse para soportar con resignación numerosos sacrificios.

En esta hora de incertidumbre no se demostraría sensatez presentando planes y programas cuya ejecución dependería de fuerzas superiores a nuestras voluntades.
Han sido aprobados planes de obras públicas con aplauso general de toda la República. Deben continuarse y completarse por lo que representan como aumento del patrimonio del Estado y por lo que significan como medio de combatir la desocupación y la miseria.

Los servicios de la policía han adquirido extraordinaria importancia. El respeto de los derechos individuales, la rectitud funcional, la tranquilidad de las poblaciones, están bien aseguradas por las autoridades policiales de un extremo a otro de la República.

Con todo, el instituto policial reclama que se organicen científicamente sus dependencias y que se perfeccionen las secciones especializadas de prevención y descubrimiento de delitos.
Hace algunos años se decía que un país sin marina es un pájaro sin alas. Hoy la frase debe ser completada. El hombre ha conquistado el dominio del aire y puede afirmarse que una nación sin marina y sin aviación se asfixia. Preparamos en estos momentos magníficos puertos aéreos y pilotos competentes para dirigir las grandes máquinas modernas. Los Poderes Públicos deben seguir de cerca y con atención los desenvolvimientos de estos nuevos rumbos de la industria del transporte.

Las industrias agrícolas, las manufactureras, lo mismo que la industria de la pesca deben organizarse científicamente. Las escuelas del Estado han prestado y prestarán en el futuro positivos beneficios a las primeras. En cuanto a la última, continúa explotándose en forma muy primitiva. es de esperar que los estudios oceanográficos y el servicio oficial, no tarden en preparar la instrucción industrial que reclaman los pescadores.
Nada hay que rectificar en la política exterior de la República. La solidaridad de las naciones del continente americano es consecuencia inmediata y directa de las instituciones democráticas que las rigen.

Hemos sostenido con acierto, que todos los estados son libres, independientes e iguales en derecho, y que su independencia y soberanía no admiten restricciones ni limitaciones: hemos repudiado el uso de la fuerza, hemos condenado enérgicamente a los dictadores europeos que afrentan a la civilización con la más criminal de las guerras, hemos concertado la acción solidaria de nuestra Patria con los pueblos del continente americano, que han sido injustamente agredidos, y hemos prometido nuestra cooperación para la defensa de las libertades de América.

No faltaremos a las obligaciones que nos imponen nuestra defensa, nuestros compromisos y nuestras promesas

No contenemos ni esperamos ayuda ajena para defender lo que es nuestro, porque tal actitud sería incompatible con la tradición viril de nuestra patria y con la dignidad de estado soberano.

Antes de ahora he dicho que podemos confiar en la preparación esmerada, en el patriotismo y en la firmeza de los Jefes y Oficiales del Ejército y la Marina Nacional, que son los herederos de las glorias de los héroes de la Independencia y de nuestras pasadas guerras civiles. la confianza que merecen nuestros Jefes y Oficiales supone dos obligaciones a cargo del país: la de ofrecerles sin retaceos el material que la ciencia y el arte de la guerra exige para el desempeño de sus delicadas funciones y la de proporcionarles los soldados ciudadanos e insustituibles para la defensa militar.

Reafirmaremos nuestra solidaridad con los pueblos que han puesto al servicio de los más altos y nobles ideales de la humanidad sus hijos y sus riquezas.

No tardará en sonar la hora de la paz que será impuesta por la aplastante victoria que terminará para siempre con las guerras de agresión.
Mantendremos con la firmeza de todos los tiempos los vínculos fraternales con nuestros vecinos, la República Argentina y los Estados Unidos del Brasil.

Mis conciudadanos saben que durante toda mi vida he actuado como consecuente afiliado del Partido de la Defensa de Montevideo…
…y que llego a la Presidencia de la República por voluntad del Partido Colorado, demostrada en forma elocuente en comicios libérrimos.

En ningún momento mis convicciones partidarias han perturbado la imparcialidad y la rectitud que he debido a las funciones públicas que me fueron confiadas. No me apartaré de esta línea de conducta. La función pública excluye todos los sectarismos.

Estaré al servicio de los mandatos de la Constitución y de las leyes, que no admiten privilegios ni preferencias incompatibles con la igualdad republicana.

Señores Senadores, señores Representantes:
La Constitución nos impone una continua y leal colaboración en la lucha por el derecho que, al recordarnos las conquistas obtenidas, nos señala los nuevos derroteros que debemos seguir para lograr más justicia y mejor bienestar para los hombres. Estoy seguro de que todos concurriremos a las obras de progreso reclamadas por la República, desprovistos de rencores y de sospechaseis y animados por el amor que debemos a nuestra patria y por el deseo de cumplir con nuestra conciencia de buenos ciudadanos.

En el manifiesto que como candidato a la Presidencia de la República dirigiera al país expuse mis propósitos con claridad y detenimiento; hoy enaltecido por la consagración del sufragio popular, los ratificó, afirmándome en la decisión de poner todas mis energías en conseguir su realización.

Estas circunstancias harían obvia su reiteración ante la Asamblea General, entendiendo que en la solemnidad de esta ceremonia, más que el aditamento o desarrollo del programa enunciado, lo que cabe es la exposición leal de la actitud de conciencia con que fuera concebido y con que me dispongo a cumplirlo.

La ciudadanía, en elecciones libres , que acreditan una vez más la austeridad democrática del Presidente Amézaga, al transferirme el máximo honor me ha impuesto también máximas obligaciones, a las que trataré de responder, sin apartarme y sin consentir que nadie se aparte de los deberes y derechos constitucionales.

He sido y soy un hombre de acción y de partido que no ha rehuido la lucha, sino que la contrario se ha entregado a ella con ardorosa sinceridad. Pienso seguir luchando hasta el límite de mis fuerzas, pero comprendo que debo librar mi espíritu de ofuscaciones, encarando con amplitud y ecuanimidad las severas responsabilidades que el mandato de la soberanía comporta.

Puedo asegurar que no traigo pasiones ni me mueven sensualidades sino el afán de honrar con una labor inspirado en el bien colectivo a una Democracia que, afirmando su autenticidad, me ha honrado de modo singular al elevarme desde los planos sociales más humildes a la Primera Magistratura del País.

No soy más que un hombre de trabajo que ama a su Patria y tiene fe en sus destinos. Hacerla grande es noble ambición pero es también empresa que desborda la capacidad de un gobernante y aún de una generación. Y mi mayor anhelo es el de que, al cabo de mi mandato y al reintegrarme al seno del pueblo, pueda hacerlo con la tranquilidad de haber cumplido con mi deber, y, a lo más, que los que vengan después y nos juzguen puedan decir que se trabajó con honrado empeño por el progreso común.

Nuestro país es un de los más pequeños de América, considerado en su área territorial; pero es grande por espíritu de libertad, por su afán de superación social, por su sentido de la democracia. Si por algo otros pueblos nos quieren y hasta nos admiran, es por eso precisamente. He recibido estos días, a lo largo de mi viaje, demostraciones altamente expresivas, a las que se agrega hora la prestancia singular de las misiones de cuarenta países que asisten a la transmisión de mando. Estos homenajes no están dirigidos a un hombre modesto, aunque él haya sido investido de una alta representación, sino a nuestro pueblo que, no obstante su exigüidad demográfica, tiene un indudable gravitación moral.

Conservar y acrecentar ese patrimonio es nuestra aspiración y nuestro deber. Para ello, sin cerrarnos a ninguna influencia mejoradora que venga de afuera, pero procurando extraer en lo posible de nuestra propia experiencia los materiales necesarios para la obra, tenemos que ir perfeccionando nuestros institutos sociales de modo que cada hombre pueda gozar de un nivel de vida suficiente en lo físico y en lo espiritual.

Estas conquistas, para ser efectivas y duraderas, tienen que estar basadas en una economía próspera. Hay que asegurar una cada día mayor justicia distributiva pero, si no se crean riquezas, la equidad de la distribución no será más que ilusoria. Para hacerla real superar las dificultades propias de un período universal de escasez y abrir cauces nuevos al progreso en todos los órdenes de la vida, se impone la necesidad de incrementar la producción.

Acabo de regresar de los Estados Unidos de Norte América. Además del vehemente deseo de conocer este extraordinario país, sus grandes adelantos y sus grandes hombres, un sólo móvil me condujo, el de obtener el apoyo de su gobierno para que se nos vendieran máquinas. Lo que necesitamos, expresé, seguro de contar con el consenso de la opinión de mis compatriotas, no son ayudas financieras o de otra naturaleza; lo que necesitamos son herramientas para aumentar el rendimiento del trabajo y labrar con él nuestro bienestar, contribuyendo, en la proporción de nuestras posibilidades, al esfuerzo reconstructivo del mundo.

Dentro de este orden de preocupaciones haré cuanto esté de mi parte, promoviendo y protegiendo el desarrollo de las actividades útiles, agrarias e industriales.

Espero contar para ello con la colaboración del Parlamento, como éste habrá de contar con la del Poder Ejecutivo, Y espero algo más, ya que el proceso económico se desenvuelve en gran parte al margen de la acción estatal, y es que las energías del país, representadas en este aspecto por las clases laboriosas, se apliquen a esta obra con potencia y confianza renovadas.

La gestión gubernativa está condicionada por factores externo vinculados a los sucesos universales a cuyo curso no podemos sustraernos, y, por circunstancias internas, en cuyo proceso cabe una mayor intervención. A este último respecto, la bondad de la gestión no depende de la voluntad del Presidente y la aptitud de los Ministros. Dentro de nuestra estructura institucional, el Parlamento tiene una acción y responsabilidad paralelas y la eficacia de la obra de gobierno está fundada en la concurrencia armónica de propósitos y esfuerzos constructivos. En lograrla pondré mi empeño decidido, esperando reciprocidad y confiando en que, por encima de las diferencias que acusa la posición de cada sector, habrá de prevalecer el designio superior de servir los intereses nacionales.

No se me oculta que los horizontes del mundo no están totalmente despechados; que perturbaciones de orden político, social y económico lo siguen agitando, y que es imposible prever los acontecimientos que nos esperan. Si ellos son favorables, como lo deseamos fervientemente, el camino de nuestra obra será allanado; pero si fueran adversos, un deber ineludible habrá de imponerse a la conciencia de todos: el deber de hacer más estrecha y más firme la solidaridad en el resguardo de los bienes comunes.

No pronunció discurso. 

Señor Presidente, señores legisladores:
iniciase el nuevo Gobierno de la República, en un ambiente de tranquilidad en que las actividades todas del país se desarrollan normalmente, alentando las esperanzas y el optimismo con que encaramos el futuro.
La existencia del presente estado social, no obstante la intensa y apasionada agitación que promovió la lucha electoral debe ser atribuida a la confianza que el pueblo tiene en la solidez de las instituciones democráticas y en los designios claros y honrados de los Gobernantes.

Conservar esta confianza fortaleciéndola será la finalidad de mis actos en el Gobierno.
Para ello ningún esfuerzo me parecerá excesivo. La acción personal y las facultades con que la Constitución ha dotado a la Presidencia de la República, serán puestas por mí al servicio de toda iniciativa, propósito o persona que coincida conmigo en aquella finalidad.

Prometo a los demás Poderes del Estado la colaboración amplia del Poder Ejecutivo en cuanto esté comprendida en las respectivas órbitas constitucionales y espero de cada uno de ellos la misma disposición de ánimo.

Son tan importantes los problemas que hemos de afrontar, que será indispensable la suma de nuestros desvelos para resolverlos con acierto.

La consagración al interés público por sobre toda preocupación banderiza o personal son el noble objetivo de acrecentar las energías de la Nación, en estos momentos en que inquietantes amenazas se ciernen sobre la humanidad, es el imperioso llamado que hemos de atender indeclinablemente los que recibimos del pueblo el sagrado mandato de custodiar su seguridad, su tranquilidad y su libertad.

Candidato de un partido político, estoy solidarizado con sus ideas y me siento responsable del cumplimiento del programa de Gobierno con el cual aquél reclamó para mi los votos de los ciudadanos.
Entiendo que el concepto que inspira esta conducta es de estricta ética política y se ajusta al espíritu de la disposición constitucional que establece el doble voto simultáneo.

Nada sería más incongruente que exigir del ciudadano elector el pronunciamiento previo sobre un partido político y admitir después, que el candidato elegido olvidase en sus actos de gobernante, los vínculos ideológicos y los compromisos morales que contrajo con aquél.

Pero esta consideración no me impide, antes bien me obliga, para que mis actos tengan la autoridad y dignidad que corresponde, a proceder con la máxima imparcialidad en cuanto tenga relación con el interés público, cualesquiera sea el sector de la opinión de donde surja.

No concibo que exista antagonismo alguno entre los deberes de Gobernante y los contraídos con el partido, para quien no está afiliado a una colectividad política, sino para servir mejor los intereses de su país.
He aludido a los problemas que hemos de encarar.Están en primera línea los de orden económico. La economía nacional necesita ser puesta en orden y fortalecida.Si, actualmente es halagador el estado de las fuente de producción, débese sobre todo a la influencia de factores foráneos de cuya persistencia no tenemos ninguna seguridad.

Urge, por lo tanto, retener, incorporándolos de modo estable a la producción, todos aquellos elementos que las circunstancias favorables presentes, nos lo permiten.

Mi actuación al frente de organismos públicos relacionados estrechamente con la producción, me ha permitido comprender en qué circunstancias y cómo puede concurrir el Estado a hacer más fructífero y firme el esfuerzo de quienes dedican su actividad al trabajo rural.

El país tiene ya una producción pecuaria muy importante, pero con regiones de escaso rendimiento, todavía. Hemos de procurar que se mejore en calidad lo existente y que se le incorporen nuevos rubros. Todo lo que en este sentido se adelante será cimentar más fuertemente nuestra estructura económica, que por mucho tiempo, tendrá que apoyarse en las industrias agropecuarias.

Habrá que perfeccionar el funcionamiento de los centros de investigación y experimentación; aumentar su número y los recursos de que disponen a fin de asesorar asiduamente no sólo en general, con la divulgación de informaciones y consejos, sino también en particular, por el contacto directo y frecuente del técnico con el productor, que será el complemento de la acción de los centros experimentales y la garantía de su eficacia.
Mayor inseguridad todavía ofrece la explotación de la agricultura. En este terreno el Estado ha intervenido ya con medidas oportunas para sostener y estimular a los agricultores.

Deberán mantenerse aquellas que fueren necesarias, ampliándolas y complementándolas con otras que la experiencia y la técnica aconsejen.

Los resultados de la colonización agraria no han respondido a las esperanzas que inspiraron los estatutos legales que la rigen. Creemos que habrá que intentar nuevas experiencias con otros conceptos y, desde luego, otros planes que los aplicados hasta ahora, encarando no sólo todo lo atinente a la condiciones de explotación de la tierra, sino también a la organización del esfuerzo humano que en ella se invierte.

La despoblación del medio rural habrá de ser contenido afincando en él al trabajador campesino, con disposiciones que le ofrezcan seguridad en su trabajo; con recursos e instituciones que cubran las necesidades materiales y espirituales que hoy los arrastran hacia los centros urbanos.

En cuanto a las industrias manufactureras, el progreso alcanzado por ellas en los últimos veinticinco años es francamente promisorio. Empresas constituidas por hombres inteligentes y animosos, han echado las bases de un futuro pleno de atrayentes posibilidades. De tales empresas podemos esperar un creciente enriquecimiento del país en bienes y en oportunidades de trabajo para nuestros compatriotas.

Pero las circunstancias excepcionales que mediaron para el surgimiento de algunas de ellas; circunstancia que atenuaron o disimularon la insuficiencia de recursos con que fueron iniciadas, hacen temer justificadamente por su estabilidad.

Importantes y oportunas disposiciones se dictaron durante el Gobierno del señor Luis Batlle Berres en apoyo de tales industrias. Tampoco nosotros hemos de ser indiferentes a su suerte. En el progresivo desarrollo industrial del país todo avance debe ser sostenido por lo que importa hacerlo para mantener la actividad de las clases trabajadoras y también para no frustrar la confianza de quienes expusieron en él sus capitales y sus esfuerzos.
Asesoramiento técnico; colaboración en el ordenamiento de la distribución y comercialización de los productos; organización científica de datos estadísticos; información regular y prolija de los mercados consumidores; apoyo financiero adecuado, son algunos de los medios con que el Estado, puede concurrir al sostén y prosperidad de las industrias.

En estos momentos en que el clima de inseguridad que existe en el mundo convierte a nuestro país en refugio para los capitales que buscan dónde asentarse sin sobresaltos, les ofrecemos la liberalidad de nuestras leyes y la justicia de nuestros procedimientos, para estimular su radicación. Procuraremos que su incorporación a nuestro acervo económico se realice sin originarnos dificultades futuras, y con el propósito de que los bienes que ellos contribuyan a crear con la cooperación del trabajo nacional no acrezcan los privilegios de minorías afortunadas, sino que sirvan al bienestar y la prosperidad general.

He señalado someramente algunos aspectos de la producción básica nacional. Muchos otros elementos y muy importantes que forman el complejo de nuestra economía deberán ser considerados a fondo para actuar con éxito sobre ellos.

Será indispensable establecer coordinación entre todos mediante un plan general en cuyo estudio intervengan representantes de la fuerzas orientadoras y creadoras de la producción. La formulación de planes armónicos integrantes de una amplia concepción de lo que el país necesita y puede realizar para su progreso social y económico, evitará los riesgos de las medidas precipitadas, a veces contradictorias, fruto con frecuencia, de circunstancias que no fueron previstas.

Reconocemos que todo esto no bastará para obtener una producción regular y abundante, tal como lo requiere la estabilidad económica, si además no procuramos evitar las perturbaciones en la actividad industrial con la aplicación de normas cada vez más justas en las relaciones entre el capital y el trabajo.
El clima de paz social de que disfrutamos debémoslo a que los principios democráticos que regulan nuestra vida colectiva han afirmado el respeto a todas las libertados esenciales.

Bajo la advocación de estos principios hemos creado institutos legales que amparan los derechos y la suerte de los trabajadores y que son instrumentos al servicio de sus reclamos y aspiraciones.

Podemos y debemos perfeccionar estos institutos adaptándolos a formas que satisfagan mejor el ideal, cada vez más claro de justicia social. Pero impidiendo que la arbitrariedad, el interés demagógico político, subviertan sus fines empleándolos para perturbar el progreso y la tranquilidad en cuya defensa se crearon.
Nuestra confianza en los procedimientos democráticos para preservarnos de la opresión y la violencia, nos impulsará a establecer con firmeza esos procedimientos en aquellos actos colectivos que tiendan a influir en las cuestiones relacionadas con el trabajo y la producción.

Cuando se consiga asentar sobre bases de justicia el equilibrio de los elementos humanos que actúan en el sistema económico, protegeremos todo ese equilibrio, evitando que se vulneren los principios sobre los cuales los hayamos construido.

La cultura alcanzada ya por nuestro pueblo, ha esclarecido su conciencia sobre los más importantes problemas sociales, políticos y económicos. Tenemos, pues motivo para esperar que ninguna prédica interesada lo desviará de los caminos que le han permitido conquistar cada vez más altos y decorosos niveles de vida.
Conservamos profunda la fe en los efectos de la cultura para impulsar la evolución de las relaciones humanas hacia estados más justos y elevados de convivencia social.

Por la educación, que hace más comprensivos y tolerantes a los hombres, estimularemos el espíritu de cooperación a fin de que los bienes creados por esfuerzo colectivo se distribuyan más justa y equitativamente entre todos.

Será por lo tanto designio preponderante del Gobierno, vitalizar la política que en materia de instrucción y educación públicas, seguimos desde casi medio siglo, ampliando y perfeccionando los centros de enseñanza; creando otros nuevos y difundiéndolos en el país

Procuraremos que la escuela sea en cada región de nuestra campaña un foco de civilidad, dotado de los elementos que, para hacer más proficua la labor del maestro, la ciencia pone hoy a nuestro alcance, de modo que todos veamos en la escuela y en el maestro, símbolos tangibles del concepto que nos hemos formado de la patria futura.

Trataremos de ensanchar y consolidar las bases de las instituciones de previsión y seguridad social.
Nos impresiona hondamente la angustia que trasciende de las convulsionadas masas de trabajadores europeos, cuyas inquietudes dimanan de la inseguridad de su presente y sobre todo de su porvenir.
El dislocamiento de sus vidas producido por la guerra, mantenido y gravado por aquellos que no les dan paz, exacerbando sus inquietudes con urgencia de soluciones que saben no pueden obtenerse de inmediato, despierta en sus espíritus la impaciencia y la rebeldía.

El mal está en esa inseguridad de sus vidas y de sus hogares. Trataremos de que ese mal no nos alcance, completando lo que ya llevamos realizado en cuanto a previsión y justicia social se refiere, con nuevas conquistas que liberan al trabajador de la incertidumbre sobre su presente y su porvenir.
Con los ciudadanos que serán colaboradores en la gestión del Poder Ejecutivo, trataremos de obtener la mayor eficiencia en el estudio y resolución de los problemas numerosos y complejos, que nos planteará la vida nacional.

Procuraremos zanjar las discrepancias que naturalmente, han de surgir en la valoración de las soluciones propuestas, tanto dentro del Poder Ejecutivo como en la colaboración con el Cuerpo Legislativo, poniendo para ello el más amplio espíritu de cooperación.

Hemos expresado en distintas oportunidades que nuestro régimen constitucional, por la ambigüedad de algunas de sus disposiciones más importantes, interpretadas ya de modo contradictorio, por la ausencia de otras que reputamos indispensables para no entorpecer la expansión de las fuerzas activas del país, y principalmente por la organización del Poder Ejecutivo, no facilita la acción solidaria de los partidos en el gobierno obligando a veces a los cuerpos políticos a ceder facultades o abdicar de prerrogativas constitucionales para conservar la armonía en la dirección superior del país, expediente que no es aconsejable si se quiere, como es debido, delimitar responsabilidades y mantener claridad y orden en el Gobierno.

Sabida es la opinión del parido a que pertenezco, sobre la actual Constitución, su origen y sus ulteriores enmiendas, Influida en ambas ocasiones por realidades políticas que dejaron en su texto y en su espíritu la impronta de las circunstancias anormales que le dieron vida, reclama a nuestro juicio, el examen más atento y sereno que puede ser realizado en la hora presente.

Conocida son también nuestras ideas respecto a las modificaciones que consideramos necesario introducir en la Constitución para asegurar por la más amplia colaboración de las fuerzas políticas, mayor estabilidad en el gobierno, más eficiencia en su funcionamiento y contralor más efectivo de sus actos. Creemos llegado el momento de realizar la revisión de la Carta Constitucional con los elementos que nos ofrece la experiencia acumuladas el país durante los últimos cincuenta años.

En lo que de mí dependa, no tropezará con ningún obstáculo la empresa, que considero esencialmente patriótica, de dotar al país todo lo brevemente posible, de una Constitución que sea vínculo de paz entre nosotros.Y me sentiré hondamente feliz, si, durante mi Gobierno, se cumple este importantísimo acontecimiento.

Señores legisladores: Debo referirme ahora a lo que es materia de preocupación universal.
La vida de todas las naciones del orbe está dominada por su sentimiento de inseguridad en la paz.
Anhelamos fervientemente que la experiencia de las tremendas crisis sufridas durante el último medio siglo, inspire los pensamientos y guié la voluntad de aquellos a quienes el destino ha confiado la conducción de sus pueblos, en esta hora en que las dudas y las vacilaciones acerca de la orientación de sus actos, va destruyendo la fe en el porvenir de la humanidad.

Formamos nosotros, un pueblo amante de la paz pero más devoto aún de la justicia y de la libertad.
A estos principios cardinales hemos ceñido nuestra conducta interna e internacional.

En todas partes donde la fuerza moral de una nación ha podido hacerse sentir hemos levantado nuestra voz sosteniendo aquellos principios. Congresos y conferencias celebrados para preservarlos de la destrucción contaron con nuestro apoyo y en ellos hallamos ineludibles compromisos.

En momentos de tribulación, cuando sentimos que tales principios podían ser avasallados, nos solidarizamos con las naciones que los defendían.

Y si, como tememos, llega otra vez la hora del peligro para los ideales democráticos con los que nuestra existencia misma está consustanciada, seguros estamos que el pueblo de la República decidirá su actitud como lo hizo en la citada ocasión impulsado por su fidelidad a aquellos ideales.

Entre tanto, señores, sirvamos la privilegiada situación social y política de que disfrutamos, para trabajar de acuerdo y en paz por el engrandecimiento del país. Que con esta común finalidad de la acción de hombres y partidos, sólo nos enfrente la emulación por superarnos en la defensa de los ideales y de los intereses colectivos.

He terminado.

Señor Presidente de la Asamblea, Escribano. Ledo Arroyo Torres, señores legisladores:

Es cumpliendo con disposiciones constitucionales que los Consejeros electos en los últimos comicios de noviembre nos presentamos ante esta Asamblea para prestar nuestro juramento, y es para mí un altísimo honor el hablar en nombre del Consejo Nacional en mi función de Presidente del Cuerpo por el presente año y lo es igualmente por la oportunidad de poder hacerlo frente a la más alta Asamblea de la República.

Puedo asegurarles a los señores legisladores que será función principalísima del Poder Ejecutivo garantir todas las libertades, proteger todos los derechos y hacer cumplir fielmente la Constitución y las leyes dictadas por el Parlamento. Esto ha constituido un estilo en nuestra vida ciudadana que ha dado carácter a nuestro país y lo ha proyectado ante los demás pueblos y por nuestra parte hemos de ser fieles guardianes de estas conquistas fundamentales para afianzar la paz que vivimos, y poder continuar nuestro programa social. Igualmente hemos de cumplir con las tradicionales normas de la República en lo que tiene relación a nuestra vida internacional y si siempre hemos sido cuidadosos por mantener buenas relaciones con todos los pueblos del mundo fortificándolas bajo la rectoría de nuestro sentimiento democrático, ha de ser preocupación nuestra no apartarnos de este camino y buscar contacto con los pueblos en lo cultural, en lo económico y en lo político, con el cuidado de hacer amigos que es un camino para proyectarnos en la opinión del mundo.

Será también preocupación del Poder Ejecutivo, vivir en perfecta y permanente comunidad con el Parlamento. Todos los Consejeros electos hemos sido legisladores; todos hemos hecho nuestro aprendizaje sobre los asuntos públicos en la Cámara y en el Senado, y hoy, como representantes del Poder Administrador puedo asegurarle a la Asamblea que conservamos nuestras formas de pensar y de actuar como legisladores. Conocemos las virtudes del Parlamento y hemos vivido sus imperfecciones y sabremos atender y enaltecer estas virtudes así como sabremos comprender sus imperfecciones. Estaremos permanentemente aquí, entre ustedes, luchando por fortalecer esta comprensión y planteando todos los días nuevos problemas, provocando el choque constructivo, la discusión feliz para la República a través de la cual aparezca la ley que atienda y resuelva los problemas que vive el país.

Con estas consideraciones generales, señor Presidente, expresión fiel del sentir de los miembros del Consejo de Gobierno, creo haber cumplido mi función de Presidente del Cuerpo y ahora tengo que hablarles a los señores legisladores en representación de la mayoría del Consejo que es la que tiene la responsabilidad de orientar y gobernar. El constituyente, al discutir la forma de gobierno de la República y al hacerlo referente al Poder Ejecutivo, ha hecho que él esté representado pro una mayoría compuesta por seis Consejeros la que tiene la obligación de orientar, dirigir, gobernar y una minoría con la función rectora de controlar , vigilar y en lo posible colaborar. Seríamos muy felices si en toda la acción de gobierno pudiéramos proyectarnos siempre como una sola opinión pero esto es casi imposible y así lo ha sentido el propio constituyente cuando ha admitido la presencia de dos sectores uno mayoritario y otro minoritario y es cumpliendo con esta doble verdad institucional y política que ahora debo decir algunas palabras sobre la gestión que nos tocará realizar a los ciudadanos que representamos la mayoría del Cuerpo.

En nuestra última campaña electoral prometimos a la ciudadanía que llegaríamos al Gobierno con la preocupación de trabajar hacer trabajar al país , porque sentimos que todas las dificultades presentes y todas las ambiciones de un porvenir venturoso podrán ser resultas fundamentalmente trabajando, produciendo, disciplinándonos en nuestra labor en una acción de esfuerzo colectivo sin sacrificio penoso para nadie, pero con el deber bien cumplido hacia la República.

Esto tiene que ser una verdad que se apodere con fuerza mística del ánimo ciudadano porque la riqueza que necesitamos para atender y resolver nuestros problemas la tenemos que arrancar con nuestros brazos, la hemos de elaborar con nuestro esfuerzo siempre constante.
Nuestra riqueza principal nos la proporciona el campo, que es carne, lana, productos agrícolas, pero con la excepción de la lana todos los productos tenemos que subsidiarlos en los mercados mundiales, para atender la diferencia entre el costo de producción y precios internacionales. Sin duda esto no es expresión de riqueza nacional y se hace de absoluta necesidad buscar los caminos que nos han de permitir fomentar la producción en tal forma, que nos lleve a abaratar en algo sus costos. Y ésta no es una tarea difícil.

La aplicación de directivas científicas por parte de los particulares con la colaboración del Estado, para cambiar formas de trabajo nos ha de permitir alcanzar nuevas etapas de triunfo. Criar un novillo por hectárea y cada cuatro años; dos ovejas por hectárea con algo más de tres kilos de lana cada una de ellas en tierras de arrendamiento caro, no son expresión de riqueza sino de empobrecimiento permanente y todas son cifras que tendrán que quedar en el pasado y habrá que modificarlas y podemos hacerlo si nos empeñamos en esta lucha sin debilidades, con esfuerzo en el cumplimiento de nuestra deber, como si estuviéramos en guerra con nuestra economía, en una batalla desesperada deseosos de triunfar.

Ya existen en el país muchos trabajadores del campo, que están en esta línea de producción, que habrá que extenderla y generalizara a todos y sería camino lento si dejáramos que el progreso fuera sólo obra de la iniciativa privada y el país necesita y reclama otro ritmo que tendrá que dárselo el Gobierno para quemar las etapas. Existen ejemplos de tierras que no son ricas, pero que bien trabajadas sus índices de producción, se han elevado por dos por tres y por cinco, y este es un ejemplo aleccionador que tiene fuerza de mandato para poderle arrancar a la tierra lo que ella puede darnos si la sabemos trabajar.

Cuando a mí personalmente me tocó el honor de presidir el Gobierno de la República, enviamos una comisión de técnicos de Australia y Nueva Zelandia, para que fueran a estudiar y a investigar formas de trabajo en aquellos países muy similares al nuestro. Los informes de esos hombres de ciencia han sido provechosos para la República y estos viajes tendremos que repetirlos enviando delegaciones de hombres de ciencia, jóvenes estudiantes, gente trabajadora y arraigada al campo, para que vayan a ver que se hace en otros pueblos y para que vuelvan confiados y sientan cuanto tenemos que realizar aquí y cómo es verdad que, a pesar de ser un país chico, es rico si sabemos arrancar palmo a palmo lo que la tierra nos puede producir.

El tema producción carne tenemos que encararlo con preocupación y con energía. Paralización obrera, disminución de stock, mercado negro y contrabando y una política desconcertante en la actividad de los frigorificos es el panorama que estamos viviendo en estos momentos.

Existen diez mil obreros de la industria frigorifica parados que le han costado al Estado en los años 1953 y 1954 mas de 9 millones de pesos por seguros de desocupación y esta es la verdad presente y el obrero parado va perdiendo peligrosamente sus hábitos de trabajo y con todas sus horas libres del día y la pobreza no obstante el subsidio, caen en una molicie nociva a la sociedad y en verdad lo que ellos necesitan y reclaman es trabajar y lo que tenemos que asegurarles no es el pago por desocupación sino el buen salario por el pleno trabajo.

Piensen los señores legisladores los que habrían sido estos 9 millones dirigidos y aplicados a abaratar los abonos para enriquecer nuestra tierra o los alambrados para trabajar mejor los campos o ayudando nuestros horticultores a buscar el agua que fortifique sus semillas sedientas.

Necesariamente el tema de nuestra riqueza campesina nos obliga a decir dos palabras sobre las obras públicas y la red vial. El camino es progreso social y riqueza económica y haremos cuanto esté a nuestro alcance para encarar y resolver estos urgentes problemas y estamos seguros de contar con la buena opinión del Parlamento y todo depende de que tengamos la fortuna de poder presentar a consideración de los señores legisladores un gran plan de obras pública que no será peligroso por sus términos ambiciosos y sólo será necesario que él esté bien estudiado en cuanto a sus posibilidades de que pueda convertirse en una realidad cierta.

Ya el Parlamento que acaba de terminar su mandato ha dispuesto más de seis millones de pesos para entrar a disecar los Bañados de Rocha. Hay en esa región del país más de 300.000 hectáreas de tierras fértiles inutilizadas por el desborde de nuestros ríos y un trabajo perfecto nos podría llevar a reconquistar plenamente cerca de 500.000 hectáreas con un costo total de las obras que se dice no será superior a los 50 millones de pesos. Estamos seguros que ha de ser agradable al Parlamento en su ánimo patriota encarar la discusión de estos problemas y buscarle solución y nosotros hemos de colaborar con los señores legisladores y discutiremos con ellos para resolver estos temas que no están lejos de nuestro alcance y sólo se necesita que haya
resolución para andar y para hacer.

Las obras de remodelación del Puerto, levantar las usinas de Baygorria, tema ya estudiado y podríamos decir iniciado en sus aspiraciones, pueden y tienen que ser preocupación de este Gobierno, Parlamento y Poder Ejecutivo, y está en nuestras manos llevarlos adelante si ponemos fe en la acción de hacer.
Renglón fundamental de nuestra vida económica y de la paz social que vivimos es defender y fomentar nuestra industria manufacturera. El Ministerio de Industrias acaba de publicar un trabajo cuyas cifras destacamos ante el Parlamento porque ellas están orientando la política que debe seguirse.

Hay en el país 19.200 establecimientos industriales, grandes y pequeños, de los cuales 8.200 están radicados en la campaña. El capital invertido es de 1.200 millones de pesos; la producción alcanza a 1.600 millones de pesos y los obreros y empleados constituyen un núcleo de 205.000 ciudadanos con un salario anual de 500 millones de pesos, el doble en sueldos de lo que paga el Estado por su presupuesto. Estas son cifras que tienen un claro lenguaje que indican un camino si queremos continuar en nuestra línea de progreso y en nuestra paz social. ya somos un pequeño país industrial y fomentar estas industrias es obligación de todos, el Estado, las fuerzas capitalistas creadoras de ellas y el capital obrero que es quien las hace marchar y progresar. Podría ser redundante decir que existe la necesidad de la acción conjunta de estas tres fuerzas.

Esta es una verdad que se ha repetido mil veces y desgraciadamente no se ha escuchado bien y tendrá que seguirse repitiendo tantas veces como se haga necesario para alcanzar lo que se busca con ello. El capitalista tiene el derecho a los beneficios de su capital invertido, pero el obrero tiene el derecho de su capital trabajo que es igualmente o más respetable que el capital dinero porque al fin capital trabajo es sudor, es desgaste, es esfuerzo personal y permanente y es lo único que tienen los hombres para poder ir atendiendo y resolviendo sus problemas diarios.

Pero se hace imprescindible luchar por la comprensión de ambas partes. El capital dinero cuando es injusto, arbitrario, prepotente es nocivo a la sociedad pero el capital trabajo de brazos caídos, a desgano, sin buen rendimiento es también igualmente perjudicial a la sociedad. Ambas cosas son malas y contra ellas habrá que luchar. El trabajador que produce a desgano y que mata las horas conspira contra su salario, conspira contra su estabilidad en el trabajo y es en verdad una fuerza negativa para el progreso social y económico del país.
Luchar por estas verdades elementales es una necesidad y una obligación y sobre ella estaremos permanentemente.

Nuestra industria nacional ya es exportadora, pues con nuestra producción hemos rebasado el consumo interno y tenemos necesidad de buscar mercados internacionales y aquí entramos en un campo de peligrosa competencia con viejos pueblos, que vienen trabajando desde hace muchísimos años y que su bienestar depende de que sigan siendo dueños de los mercados internacionales.

Nuestro deber, señores legisladores, es plantear estos temas aunque sea muy someramente ya que, por sí mismos son tan vastos y tan complejos y no podríamos hoy encararlos en su totalidad ni expresar opiniones definitivas de Gobierno y mis palabras son solo hoy expresión de nuestras preocupaciones y serán mañana temas de nuestra lucha gubernamental en el ambiente parlamentario

Creemos que también tenemos el deber de decir dos palabras sobre la política financiera examinando cifras y expresando conceptos sobre el difícil y complejo tema de moneda. El señor Ministro de Hacienda del Gobierno que hoy termina su mandato ha ordenado dar a publicidad números del estado de las finanzas y ellos nos hablan de una masa de déficit presupuestales de 194 millones de pesos; y un déficit de 42 millones de pesos las Cajas sociales de Industria y Comercio, Civil y Rural y obligaciones de Letras de Tesorería a cumplirse en este año de 54 millones de pesos todo lo que constituye un monto deficitario de casi 300 millones de pesos, cifras que de corregirse muy seguramente ellas serán para aumentar. Estos números consignados por los trabajos de las oficinas fiscales de la actual señor ministro no los traemos aquí como expresión de un reproche porque no sería el lugar y porque no hemos llegado al gobierno para censurar lo que otros han hecho, sino para trabajar, para avanzar, para realizar.

Los puntualizamos para que el Parlamento advierta los esfuerzos que habrá que hacer y además para destacar al país desde esta alta tribuna, cuál es el deber de todos en trabajar, y producir para salvar este obstáculo y para estar en condiciones de contraer nuevas obligaciones en la permanente acción de atender el progreso que necesariamente siempre impone nuevas cargas.

Más complejo y más difícil es el tema de la política a seguir respecto de la moneda. La aspiración de toda sociedad bien organizada es tener una moneda fuerte, y ella se alcanza fundamentalmente respaldándola en trabajo, que es al fin, expresión de firme riqueza,, sin descartar, desde luego, el clásico respaldo del oro. La verdad es que nosotros hemos sido cuidadosos en el manejo de nuestra moneda y más que cuidadosos tal vez conservadores, me permitiría decir que no debemos asustarnos de ser conservadores en la custodia y valor de ella.

No hay en la ciencia monetaria reglas inflexibles, y hemos visto con asombro en estos últimos años, cómo los países más ricos han vivido en plenas convulsiones monetarias. Desgravación, inconvertibilidad, desvalorización, son los recursos o es la enfermedad que puede advertirse por todos lados y en medio de este mundo monetario convulsionado, estamos nosotros siguiendo nuestro camino, con dificultades, pero discutiéndolo con serenidad, y con seriedad.

Mantenemos un tipo de cambio oficial discutido; utilizamos la política de los cambios múltiples sólo para poder estar en los mercados internacionales, debido a nuestros altos costos de producción, frente a costos más bajos de otros países productores o a costos subsidiados y además, vive el país la discusión de extender o no estos cambios múltiples a otras actividades de la producción.

El tema por si mismo es muy importante, trascendental para la vida económica y financiera del país, y entendemos que debe discutirse con gran cuidado por su importancia y por las dificultades que existen, para descubrir con claridad, el camino más conveniente a los intereses del país. Hay una sola verdad sobre la cual todos estamos de acuerdo, hoy si se quiere el valor de la moneda se respalda principalmente con el trabajo, con la riqueza que se produce y ésta es nuestra ambición como gobernantes, hacer que el país trabaje para que produzca lo que necesita para poder resolver todos sus problemas. Sin duda, señores legisladores, esta es una ambición más que plausible, pero indica también normas de acción en el Gobierno , a las que esperamos poder ser fieles.
En materia de seguridad social, con destino a la cual desde las últimas décadas, el país viene realizando un esfuerzo económico progresivo e ingente, el Gobierno que se inicia deberá desarrollar una acción en consonancia con la inmensa entidad, de los intereses morales y patrimoniales que aquella comprende. Pero aquí también nos encontramos con el déficit y la crisis, perturbando y poniendo en peligro servicios de interés general, que afectan de manera profunda y directa a la sociedad y especialmente a sus clases laboriosas.
Abordaremos con energía las rectificaciones adecuadas para salvaguardar los patrimonios de los Institutos Jubilatorios y para lograr el debido funcionamiento de estos organismos fundamentales para la seguridad social.

No plantearemos la exigencia de nuevos tributos que consideramos innecesarios, pero sí la de que se recauden puntualmente y con fidelidad lo que las leyes en vigor atribuyen a las Cajas. No nos embarcaremos en el desarrollo y la ampliación de nuevos beneficios en el orden de la pasividad hasta que a plazo breve hayamos obtenido la certeza de que los patrimonios y las rentas han recuperado los niveles adecuados. Pero tampoco daremos un solo paso atrás en cuanto a todo aquello que las leyes han concedido a los afiliados a las Cajas y en cuya estabilidad y vigencia, están interesados la justicia social y la democracia.

Y en los demás órdenes de la seguridad social a los que todavía no hemos podido entrar de ningún modo o sólo de manera incipiente, ofreceremos soluciones en armonía con el progreso que la República ha logrado en el orden jubilatorio

En el ambiente de la cultura nos proponemos mantener y acentuar la política tradicional de nuestro Estado.
Hemos reconocido el derecho de acceso de los ciudadanos a todas las fuentes de la cultura. Ello importa como consecuencia ineludible, la obligación del Estado de hacer que el principio teórico se traduzca en un siempre creciente realidad.

De poco valdrían las conquistas en el orden económico social, si ellas no están destinadas al hombre libre en una conciencia libertada de las angustias económicas pero, al propio tiempo, libre de todo terror engendro de la ignorancia y de sus desgraciadas limitaciones.

Consecuente con estos conceptos propendemos, en todas las formas de su expresión, no a la descentralización de la cultura, como se ha expresado erróneamente, sino a la unidad de la cultura. Para, los habitantes del interior del país, la cultura como los demás derechos idéntica a aquella que la Capital recibe.
Por fortuna nuestro pueblo ha demostrado siempre, mucho más en estos últimos años, su afán y su esfuerzo por crearse su propia cultura. En toda la extensión del país, nuestro Gobierno se empeñará en encauzar y desarrollar este impulso, porque el hombre tiende a alcanzar su definitiva libertad.

En materia de Salud Pública, será preocupación fundamental del Gobierno, la vigilancia permanente de los servicios asistenciales y profilácticos, dándole a los distintos institutos la suficiente autonomía para que con plena responsabilidad de sus funciones, puedan ejercerlas sin las trabas que significa una desmedida centralización. Nos ocuparemos también principalmente de la vigilancia y reorganización de la asistencia médica mutual, tratando de concertar un plan orgánico en que las distintas entidades que se ocupan de esta materia, tanto particulares como estatales no diluyan su efectividad y reciba así el pueblo que solicita asistencia técnica, una real atención en sus justas demandas en este sentido.

Será también preocupación fundamental la reorganización de todo el sistema administrativo del Ministerio de Salud Pública, buscando la finalidad de evitar inútiles tramitaciones y hacer efectivo y de manera ejecutiva los requerimientos de los distintos servicios hospitalarios, asistenciales y profilácticos.

En esta materia pensamos que un asesoramiento de organismos especializados dará sin duda un nuevo cauce y nuevas orientaciones en este aspecto, que han sido indudablemente abandonado hasta el momento.
En el aprovisionamiento de los cargos técnicos y de servicio, trataremos de dictar normas para que ellos sean desempeñados por los más capacitados, asegurando así una eficacia y una seguridad en la asistencia médica y en los servicios auxiliares.

Las Instituciones Armadas del país merecerán como las restantes actividades en el orden social y administrativo nuestra atención y cuidado. Gobiernos anteriores le han dado por leyes especiales cuidadosa atención a la Marina de Guerra y a la Aviación Militar y ambas Armas tienen en la actualidad, el material necesario para cumplir con su misión pero el núcleo que constituye la Fuerza de Tierra, no se ha visto igualmente atendido y armas ya en desuso por lo anticuadas, con la más complicada variedad de ellas impondrán al Gobierno, la necesidad de tomar las medidas convenientes para corregir esta grave deficiencia. Somos un país de paz no hemos formado un ejército que represente peligro para nadie, pero es conveniente para la propia moral de los soldados darlas a las Fuerzas Armadas los elementos en función de las posibilidades del país y de sus necesidades que les permita cumplir con su deber y obligación.

La organización policial de toda la República tendrá igualmente que ser atendida en sus imperiosas reclamaciones, para poder guardar el orden y tutelar todos los derechos. Vivimos la felicidad de un pueblo de buenas costumbres, de gente honrada, pero es de toda evidencia que la organización policial tiene que estar a tono con el desarrollo de nuestra población, y además para poder cumplir con algunos deberes elementales. Podría destacar el ejemplo de la dificultad que es para nuestra policía de los Departamentos limítrofes, cuidar nuestras fronteras contra los contrabandistas bien organizados y bien armados, llevando nuestro guardia civil carabinas de un solo tiro que lo obligan a correr inminentes peligros, salvado siempre por la lealtad funcional y muchas veces con el cumplimiento del deber, hasta el sacrificio.

En la iniciación de mis palabras y al hablar en nombre del Consejo de Gobierno me he referido a nuestras obligaciones como gobernantes frente a las Instituciones de la República, sentimiento del deber que es de todos los ciudadanos pero creo que para terminar mis palabras tengo que decir alguna cosa sobre la responsabilidad que en este sentido tenemos nosotros como expresión de la mayoría del Gobierno y en representación de la voluntad mayoritaria del electorado de la República.

Nuestra tradición ha sido luchar por el afianzamiento de las instituciones y hoy particularmente para nosotros será inmenso deber robustecer con nuestras actitudes de gobernantes la actual Constitución cuyo origen de pensamiento está radicado en la persona del ciudadano José Batlle y Ordoñez.

El fué quien en el año 1913 planteó la reforma constitucional y la implantación del Gobierno Ejecutivo Pluripersonal. Como régimen nuevo, está todavía en la discusión ciudadana y es nuestra obligación para con la república y lo es para con el pensamiento de aquel hombre militante en nuestro partido, cuyas enseñanzas recogemos con fervor, empeñarnos en afianzar en el sentimiento ciudadano las virtudes institucionales de la actual Constitución.

Señores legisladores: no vivimos un régimen parlamentario, pero el progreso del país se podrá alcanzar en la unidad de Gobierno que realicen el Poder Ejecutivo y el Parlamento. Insisto en que entremos permanentemente en esta Casa con un Gobierno Ejecutivo que buscará, en la lucha y en el encuentro de ideas, la felicidad de la República.

Hago votos por que todos sepamos cumplir con nuestras respectivas obligaciones.

 

Sin discurso.

Sin discurso.

Señor Presidente de la Asamblea General; señores legisladores; Si nuestra filiación hace connaturales el sentimiento propio de la victoria y el consiguiente tributo a un pasado que labró el cauce por donde se ha vertido ahora recientemente la opinión, no es menos cierto que, recibido su mandato, nuestro espíritu ha de moverse acorde con el carácter nacional de las investiduras que se nos asignan. Siempre hemos reclamado para ellas nivel por encima de los intereses partidarios y la exclusión, en su ejercicio, de todo ánimo ajeno al que inspiró el texto de donde proceden. Corresponde, pues, que, en el momento en que el pueblo nos convoca para el desempeño de su representación, así lo reafirmemos ante esta Asamblea.

Es legítimo y ello está en la definición de los partidos que, en la lucha por el derecho, quienes asuman el poder actúen determinados por las ideas y sentimientos que impulsan su conciencia cívica; pero ha de ser con mentalidad de magistrado, excluyente de todo tráfico de comité. Si esto es verdad permanente pata nuestro pensamiento ha de serlo con mayor imperio ahora, en que debemos corresponder a la magnitud de la esperanza popular en forma que el vencedor sea, en definitiva, el país-

El pueblo ha votado sus gobernantes y, con ello ha definido sus preferencias, resultantes de las ideas sustentadas por nuestra colectividad y de la conducta política de sus hombres, emergente de copiosa actuación; y también lo ha hecho por la realización de propósitos que han movido radicalmente la reacción de la ciudadanía con evidencia demasiado clamorosa, para que sea preciso formular sacramentalmente su inventario.

Nuestro deber es encarnarlos en planes técnicos que expondremos a las deliberaciones del Consejo, con la debida intervención del Gabinete y sometidos al examen critico consiguiente.

Nos anima la intención llana de servir nuestro mandato sin pompa ni estridencia, libres de toda pretensión histórica que no fluya del mérito de la obra, juzgado en su hora. Es pertinente afirmarlo cuando,
desventuradamente, las multitudes no deslindan aún el arte de la política ni el de su magia, lo que permite seducirla por la atracción de paraísos artificiales, excitando su ingenua tendencia a la ilusión.

Entendemos que el Gabinete ha de constituirse fundamentalmente bajo el signo de la aptitud para realizar aquellos propósitos, que, por emanar de la voluntad popular obligan a todos los sectores a quienes les ha otorgado su confianza, sin que preocupaciones de simetría política obsten a la efectividad de tal criterio. En el programa del Partido Nacional, en 1872 se dispone: «Propenderá a llevar a la Representación nacional y a la Presidencia de la República, a los ciudadanos más capases de realizarlas por sus virtudes y por sus talentos, y no vacilará en escogerlos fuera del seno de su comunidad política, siempre que estén de acuerdo con las ideas y propósitos fundamentales que ellas profesa». Estamos, pues, en la línea de nuestras convicciones y nuestros deberes.

Consideramos indispensable la critica de la acción gubernativa, y, aunque su ejercicio es felizmente libre en nuestro país, no es totalmente ocioso afirmarlo para desvanecer algún concepto erróneo que la entiende perturbadora de la gestión oficial. Es un instituto imprescindible en el proceso político y lo es también, como fuente de superación del derecho, el cual se nutre, según sabiamente se ha dicho de la inquietud de los disconformes.

Pensador tan profundo como Ortega y Gasset afirma que la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal; el poder público- dice- no obstante ser omnipotente, se limita a si mismo y procura, aún a su consta, dejar hueco en el Estado en que el impera, para que puedan vivir los que no piensan ni sienten como él; es decir como los más fuertes como la mayoría.» Es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es por tanto el más noble grito que ha sonado en el planeta». Pero añade «que nada acusa con mayor claridad la fisonomía del presente como el hecho de que vayan siendo tan pocos los países donde existe la oposición».

Bien está, pues que reiteremos estos conceptos como tributo a la dignidad del hombre.
La función del estadista es de paz. Si la lucha es medio legítimo de lograr supremacías no tiene cabida en el ámbito de la autoridad, la que, por ser órgano de interpretación y coordinación de intereses sociales, no puede alistarse en otro combate que no sea el común a todos contra los enemigos del bien público. El espíritu de mitin está excluido de su recinto.

«El Partido Nacional- decía el doctor Luis Alberto de Herrrera en ocasión memorable- no puede practica el exclusivismo y sí debe abrazarse a la gran política de la ecuanimidad, del mutuo respeto y del olvido. Credo es en mis labios, esta afirmación, por cuanto ante ella depuse desde niño, mis afanes cívicos. Para todos los ciudadanos honestos, hay que abrir espacio en la gestión pública, siendo la democracia el gobierno de las más por los mejores; y los mejores se encuentran en las más diversas filas; en el hogar académico, bajo la blusa de un obrero o entre los ardientes adversarios de la víspera.

Creo, sinceramente en las virtudes de la coparticipación y no pienso que se pueda hacer un gran gobierno con la fecunda amplitud que lo concibo, sin el concurso sin la adhesión, sin el estímulo y hasta sin la critica indispensable, de todos mis conciudadanos».

La Administración no pertenece al vencedor. Los servicios públicos, no deben obedecer a otras normas que a las de su respectiva técnica, para su mayor eficiencia, extraños a todas infiltración banderiza. Esto no es una tesis: es el único concepto conciliable con la libertad y con la impersonalidad del Estado. Cuando el Gobierno introduce el interés partidario en sus dependencias, ejerce un acto ilícito, porque aparte de ser uso indebido del poder, desequilibra en su favor y arbitrariamente el libre juego de las fuerzas cívicas.

La ampliación desmedida del Estado constituye también grave riesgo para la libertad,
cívica fuera de su inconveniencia general.

Se ha dicho que, para el concepto inglés y norteamericano, todo lo que puede ser hecho sin el gobierno debe hacerse sin él; y que el continental es que todo lo que puede ser cumplido por el Gobierno debe ser ejecutado por éste.

Nuestro país se ha inclinado a esta tendencia; pero su historia en tal orden, no es alentadora.

Nuestra opinión sobre el tema se resume en el pensamiento de Mohl, que antes de ahora hemos invocado: el problema del Estado consiste en fomentar los fines lícitos tanto para el individuo como para la sociedad, en cuanto estos fines no pueden ser satisfechos por los interesados con sus propias fuerzas y tienen el carácter de objeto de una necesidad común.

Es imposible restituir al Estado a sus escuetas funciones de antaño. No podríamos disponer ahora, como los legisladores vascos de 1526: «Las leyes contra la libertad se tengan por no otorgadas», pero es forzoso procurar que la autoridad sólo posea la jurisdicción indispensable y no más.

Al discutirse la reforma constitucional de 1951, recordábamos que hay un orden de derechos que reputamos anterior al Estado: son los pertenecientes al individuo, que, por definición, consideramos ilimitados en principio, mientras que las facultades de aquel para invadir esa zona son reorganización, en cuya virtud el poder de la autoridad queda encerrado en un sistema de competencias circunscritas, que se traduce esencialemte en la división de los poderes y en los controles pertinentes. De su establecimiento racional resulta la debida armonía entre el ejercicio de esos derechos fundamentales del individuo y la actuación de la autoridad; la conciliación deseable entre el gobierno y la libertad.

Es oportuno decirlo, no obstante ser ideas elementales, pues no siempre son observadas.
Ante este grato encuentro de Poderes, es adecuado fijar algunas directivas substancialmente ligadas a sus funciones.

En lo referente al control parlamentario sobre el Ejecutivo, éste ha de acoger como índice la laudable colaboración de denuncia de todo desvío administrativo, potestad de crítica que entraña verdadera conquista de nuestra civilización política.

Hay que descartar conceptos mayestáticos respecto del poder público: su ámbito natural es la intemperie popular, la publicidad. No ha de reducirse el ejercicio pleno del derecho de información al Parlamento, como ha de reputarse normal el empleo de las Minutas de comunicación para hacer llegar libremente al Consejo el pensamiento de las Cámaras como o lo hemos sustentado desde la oposición.

En cuanto al Parlamento, no hay otro medio de revitalizar su prestigio que por el cumplimiento diligente y laudable de sus funciones, cuyo proceso no puede legítimamente acelerarse ni retardarse por intereses políticos ajenos a la conveniencia general, pues las atribuciones asignadas por la Constitución no son de uso potestativo para sus titulares, sino otras tantas obligaciones exigibles en la oportunidad adecuada de ejercicio.
En lo relativo a la fiscalización de los Municipios, ambos Poderes han de procurar, en sus respectivas competencias mantener su gestión impositiva y presupuestal en el cauce de la legalidad.

Acerca de la relación del Estado con el orden económico pensamos con Hauriou que, en principio y a pesar de sus imperfecciones que puedan ser corregidas, a régimen del Estado-poder público con la separación que ha establecido entre los político y lo económico es indispensable a la libertad: Estos dos poderes pueden reunirse en una mismas manos,- agrega,- y entonces, la esclavitud, de los súbditos puede ser terrible».

El Estado moderno – observa- construye una reacción contra un régimen en que «el gobierno de los hombres estaba sustituido por una administración de las cosas». El Estado -dice- ha trabajado durante siete u ocho siglos en destruir esta administración de las cosas y en esa labor ha contado con la participación del pueblo, que tenía el sentimiento de hacerlo así por su propia libertad», pero es preciso, correlativamente, defender de los excesos de la sociedad económica a las clases más desvalidas el poder político puede hacerlo como lo revela la legislación protectora del trabajo , también y de la libertad sindical. Su acción asegura; también, «la parte que eleva a la civilización espiritual por encima de la material».

Una poderosa corriente impulsa en el mundo occidental a la democracia política, atender sus fines al campo social; procurando realizar propósitos esenciales de justicia por los mismos institutos de la presente organización del Estado. Así aparecen como sus objetivos fundamentales lograr, en pacifica evolución el ideal de la igualdad de los hombres en el punto de partida de tal modo que las diferencias ulteriores emanen de la legítima gradación surgente de la capacidad y la virtud de cada individuo; la liberación de la inseguridad económica y la elevación del nivel de vida de los económicamente débiles. Si no hubiera tales razones de justicia que así lo reclamaran habría la decisiva de que quien descuida alguna de esas aspiraciones pone en riesgo las propias instituciones democráticas Se ha dicho con acierto que el desocupado es un soldado en potencia.

Esta política conduce a la influencia en el proceso de la producción y la distribución de la riqueza,- al Estado de servicio social, como observa Maunheim. Los antiguos Estados -dice- no manejaban los procesos económicos y sociales que produjeron el cambio; pero el problema del ciclo económico lleva consigo un intento de esta clase de dirección.

Para el Estado moderno, es un campo de experimentación y tan pronto como los países occidentales hagan suyo este problema, se verán poco a poco obligados a manejar todos los controles sociales, como han hecho las dictaduras desde un principio.

No es preciso señalar lo que ello importa como riesgo. Quizá el drama más penoso del político actual sea fijar la conciliación entre tales directivas y la libertad, y defender la democracia del peligro de la totalización del Estado hecha en nombre de la seguridad y la justicia.

En la situación en que el país se encuentra deberá ser naturalmente motivo central de la acción gubernativa, la restauración económica y de las finanzas. En deliberaciones previas de nuestro sector, hemos acordado directivas, de las que fluyen temas que sólo esbozamos, pues exceden el contenido de esta exposición. Algunas podrán ser de mención superflua por su carácter premioso, pero se insertan por razones de método.
En materia administrativa y financiera, equilibrio presupuestal, ordenación y ajuste de la administración y racionalización fiscal.

En el orden económico y social, estabilidad de la economía y en las relaciones laborales y fomento y desarrollo de aquella ;defensa de la moneda y aflojamiento paulatino del estatismo de ciertos contralores.
Se tratará en lo fundamental de adecuar el régimen de vida interno a nuestras posibilidades. Sin promover revoluciones económicas, sin saltos bruscos, pero con firmeza y decisión debe obrarse de manera que la opinión pública comprenda el contrasentido de gastar lo que no se tiene o de invertir lo que no se produce.

Debe promoverse el estímulo al ahorro y a la inversión sana y reproductiva y por todos los medios, el fomento de la producción. Nuestra política social debe encaminarse con espíritu de justicia pero con bases firmes que no desvirtúen en la práctica presupuestales deficitarias y los aumentos nominales de salarios.

De la contención a que obliguen estas medidas, no ha de resultar nunca mayor sacrificio para los sectores de menor capacidad económica sino equitativo contribución general exigida principalmente a los altos niveles de ingresos y capitales.

En los sectores administrativo y financiero deben ejercerse todos los contralores constitucionales y legales sobre los organismos autónomos y descentralizados para asegurar la armonía de gobierno y la eficacia de la gestión y dictarse las normas necesarias para que todas las administraciones y servicios actúen con el mismo ritmo.

No es posible planear contención en la administración central, en tanto que cierto institutos autónomos están en la opulencia o en caminos opuestos a los del plan general.

El gobierno tiene medios y organismos para ejercer esos contralores, que se reflejaran a su vez en la coordinación de estructuras, épocas y análisis presupuestales y de ejecución.

Sin perjuicio de lo que precede será indispensable atender especialmente, la reorganización de las Cajas de Jubilaciones a fin de que la gestión de sus beneficiarios quede liberada de su pesado trámite actual.
En materia de registros y contratos, debe lograrse una ley de contabilidad política que regule situaciones y procedimientos hoy confusos.

Las Contadurías de los Ministerios y de los Servicios y la Contaduría General de la Nación tienen que coordinar su labor, para simplificar su función y asegurar un seguro contralor.

Es necesaria una ley de Administración Públicas que contemple el régimen actual obtenido por aportes sucesivos y lo adecue a la realidad de la época.

Es preciso un ajuste general de servicios que puede lograrse a través del presupuesto general a elaborarse estableciendo clasificaciones racionales y prácticas de ingresos y de egresos de modo de asegurar la mejor fiscalización de la gestión pública y conferir al Poder Ejecutivo la necesaria agilidad de gestión compatíble con la imprescindible autoridad suprema decisoria del Parlamento.

Deberán correlacionarse los servicios sociales y asistenciales prestados por diversidad de organismos públicos con distinto criterio y encarecimiento de costos (Cajas de Asignaciones Familiares etc.).

En la reorganización administrativa ha de estar comprendida la ley sobre Estatuto del Funcionario garantía firme de los agentes del Estado como del derecho de los ciudadanos al legítimo acceso a la función pública y medio indispensable para encarar plenamente en la realidad el pensamiento constitucional.

Correlativamente, es preciso crear en los funcionarios la conciencia cabal de su investidura; en cuanto al deber de que los servicios estén impregnados de la idea de que su destino es esencialmente atender las necesidades públicas y con ellas en término principal los derechos de los usuarios.

Una de las medidas iniciales refiere a economías presupuestales a lograrse en locomoción oficial representación exterior adquisiciones coordinación de oficinas.

El logro de la racionalización de nuestro sistema fiscal formado por aluvión y no por integración abarcará que etapa y un campo considerable del plan. La racionalización debe comprender una necesaria adecuación del aspecto tributario nacional y municipal de las contribuciones afectadas a fondos y servicios especiales.

Coordinación de procedimientos épocas y plazos ajuste de fiscalización, orientaciones firmes y seguras, ilustración a los contribuyentes hecha contra la evasión y el contrabando, eliminación de trabas y requisitos inútiles simplificación de trámites son algunos de los elementos a considerar desde este punto de vista de la técnica respectiva.

La codificación pertinente debe ser un elemento fundamental a esos fines.
En cuanto a la política fiscal la equidad y la productividad de los impuestos deben tender a la mayor armonía en la lucha entre ambas, la primera lleva siempre las de perder.

Los impuestos han de asegurar un rendimiento suficiente para tender las necesidades del Estado, compatible con el estímulo al ahorro, a la simplificación en la actividad comercial, la defensa del consumo necesario el estímulo a la producción, la discriminación de los sectores bajos de réditos y de capitales, la lucha contra la capacidad adquisitiva en exceso contra le especulación y las actividades social y económicamente inconvenientes, etc. así como la tributación de los signos de posesión o de consumo suntuarios.
La creación de nuevos recursos para financiar los desequilibrios actuales acumulados, obligará a medidas severas que se fijarán en lo posible, dentro de esas directrices generales.

En materia de gasto público, las exigencias de obras viales de entidad, de gastos de asistencia e higiene de fomento agropecuarios entre otros sin olvidar la marcha progresiva de las retribuciones de servicios también exigirán esfuerzos de significación desde luego no todos provenientes del impuesto.

La meta del equilibrio presupuestal y la realización de ajustes y economías se trasuntarán en un índice de confianza general conducente a un mejor clima fiscal.

Por último un necesario reajuste de nuestro crédito público también se traducirá en un mayor orden así como en una mejor integración con los títulos hipotecarios y municipales eliminando la estéril competencia actual.
En los aspectos económicos y social, proceden algunas directivas: debe revisarse la ley de Consejos de Salarios en forma que asegure al trabajo una paga real compatible con el nivel general de precios y no signifique factor de perturbación para la economía y una alusión para el trabajador evitando la progresión desenfrenada del costo de la vida en una carrera en la que el aumento de las retribuciones siempre llega tarde y el que pierde es en definitiva el consumidor.

Es deseable que patronos y obreros vivan en contacto y armonía y no en lucha permanente obligada por el sistema actual; deberán estudiarse mecanismos más ágiles para regular las relaciones en la empresa, sistemas de convenios colectivos, escalas móviles etc.

La congelación de precios por vía administrativa, fuera de ciertos productos básicos y esenciales, ha resultado la práctica universal así lo demuestra- una utopía.

Se hará necesario vigilar costos y ganancias razonables antes que precios. Pero también es necesario, en este sector, la colaboración de los trabajadores, su comprensión y su productividad.

La misión del gobierno debe ser simplemente de estabilizador y no de agente de perturbaciones. Cuando menos intervenga directamente mayor posibilidades de comprensión, mayor posibilidades de comprensión pueden esperarse de las dos fuerzas coadyuvantes y no opuestas, para el bienestar general.

Todo el campo de la previsión y la seguridad sociales seguros, jubilaciones, pensiones, asignaciones, beneficios especiales, etc, deben ser reajustados para su mayor utilidad, así como los múltiples y disociados regímenes de servicios y su financiación.

No sólo importa la forma o el organismo que presta los servicios, pues el beneficiario es uno solo, la colectividad, y hacia ella deben mirarse de manera amplia y comprensiva.

También es necesario encarar la otra parte de los servicios: no importa sólo el organismo en sí, sino también el contribuyente sobre el cual se aplican impuestos distintos en su estructura, su destino y sus características, pero todos los cuales se agregarán a los tributos de la administración central, a los municipales y a los distintos gravámenes destinados a fondos especiales.

Desde el punto de vista de nuestro comercio exterior es preciso el fomento de las exportaciones, que para países como el nuestro, representan lo que las inversiones para los más altamente desarrollados
Su nivel marcará el ritmo de las importaciones, las que serán dosificadas de acuerdo con las necesidades del país, en forma de ir simplificando paulatinamente su contralor.

En materia bancaria, debe ser actualizada la Ley de 1938, coordinados el sistema de créditos oficiales agrarios o industriales, los organismos de ahorras y de descuentos y los servicios bancarios de comercialización: y ha de estudiarse la creación de un Banco Central, dentro de la esfera que aconseja la técnica en la materia.
La defensa de nuestra moneda ha de ser encarada de acuerdo con lo que una sana técnica aconseja, tomando en consideración las experiencias extranjeras, en lo que sean aplicables, y orientaciones previstas en el plan general, que en su momento, se traducirán en propuestas al Parlamento.

Debe lograrse que la moneda traduzca la medida estable de valor, tanto en el mercado interno como en las relaciones internacionales, sin manejarla como arma de política económica y fiscal.
Ello llevará a la unificación por etapas, de los tipos cambiarios, coordinando esta política con una adecuada dosificación de los aranceles aduaneros y de los artículos a importarse.

Es natural que toda esta política debe ser armonizada con los organismos vinculados a la actividad de este sector económica del Estado.

También está relacionada con la política fiscal, la de los subsidios, que ha de ser revisada integralmente, en cuanto a los relativos al consumo y a la producción, así como a las formas actuales de financiarlos.
Debe fomentarse el desarrollo de industrias básicas y económicamente rendidoras, desde un plano nacional, abandonando la artificiosidad y el privilegio.

Paralelamente el desarrollo industrial encarado por la doble vía del gasto y del impuesto en el sector financiero, y por medidas complementarias en el sector económico, es hora ya de promover una formulación integral de fomento para la campaña, un plan de alcance total que enfoque el problema del campesino, del productor, del pequeño propietario rural, del arrendatario, del consumidos, y que sitúe la importancia del agro en el mapa económico nacional.

Aquí existe un campo vastísimo desde el punto de vista de la sociología, que los técnicos competentes entrarán a resolver, y que se vincula al medio rural, la vida familiar del campesino, la prevención de enfermedades, la escuela rural, la educación adaptada al medio, la instrucción general, el ambiente sano, etc.

Como plan de desarrollo rural, debe fomentarse el empraderamiento para multiplicar el ganado, facilitar semillas y fertilizantes, formular censos de maquinarias y estimular su adquisición y la de herramientas rurales, alambrados, etc, así como el de vehículos rurales; desarrollar créditos plurianuales con reembolso a largo plazo, favorecer la importación de reproductores para renovar la sangre, promover la industrialización de residuos (guano, harina de carne, harina de pescado), la construcción de tajamares, aguadas, galpones silos, etc, y la repoblación forestal; dar facilidades y estabilidad a los arrendatarios para que efectúen mejoras, y estimular los cultivos intensivos y de rotación, especialmente los de tipo familiar como cumplimiento de la labor agrícola así como la producción granjera y la hortícola.

Una política vial y ferroviaria integral también propenderá al mayor desarrollo del agro.
El Estado formulará por medio de los organismos competentes y por intermedio de un cuerpo honorario los planes técnicos necesarios y brindará asesoramiento orientación y asistencia veterinaria y agronómica desarrollando campañas preventivas para combatir epizootias y plagas agrícolas.

Estos proyectos exigirán importantes recursos que pueden provenir de fuentes extranjeras diversas, siempre que se apliquen directamente a fomentar el desarrollo.

Su importancia, la dificultad que plantean muchos espacios y su estrecha correlación, obligan a actuar con mesura y por etapas. Es preciso una política monetaria y fiscal coordinada para combatir la inestabilidad sin limitar y, por el contrario, impulsando el desarrollo económico.

Para ello no hay fórmulas mágicas no soluciones improvisadas: la ciencia y la técnica serán las que porten, con criterio realista y general, las soluciones a aplicar las que serán encaradas dentro de la mayor rapidez, compatible con el análisis y estudio de los complejos puntos a resolver, pero sin precipitaciones que destruyan por su base las soluciones más adecuadas.

Es preciso excluir, para gobernantes y jerarcas en general, todo beneficio o compensación que no esté legítimamente establecido; y nos anima el propósito de reencausar las costumbres en la severidad que en tal materia luce ejemplarmente como prenda de los fundadores de la República. No se trata, propiamente, de exigir virtudes nuevas, sino de mantener la retribución de los servicios en sus límites estrictos.

El Estado incumbe hemos dicho antes de ahora- el estímulo y coordinación de todas las fuerzas cooperadoras en el fin supremo de conservar y mejorar la moral. Cualesquiera sean las convicciones filosóficas de los gobernantes o de los partidos de que procedan, el poder público, si debe ser irreligioso, nunca podrá tener espíritu antirreligioso, y por consiguiente, ha de aprovechar todas las fuentes de elevación de la conducta que permitan mantener un mínimun deseable de moralidad, sin que a ello obste el cuño metafísico de la fuerza que la impulse.

El concepto del deber abstracto no siempre es bastante para que los hombres actúen correctamente. El sentimiento religioso puede servir de sustentáculo a las masas. El inolvidable Jules Payot, que no hablaba, precisamente, en nombre de ninguna escuela profesional, destacaba esa función de sostener a los débiles cuando vacilan y de dar» una dirección sensiblemente uniforme a la multitud, que sin ella, sin su eficaz auxilio, hubiera descendido o permanecido al nivel del animal, desde el punto de vista de la moralidad».

Sociologicamente, puedo haber, así una ortopedia moral, paralela a la de orden físico.
No hay concesión indebida en ello. Están presentes siempre en nuestro espíritu las palabras magistrales de Rodó: «La preocupación del Misterio infinito es inmortal en la conciencia humana. Nuestra imposibilidad de esclarecerlo no es eficaz más que para avivar la tentación irresistible con que nos atrae y aun cuando esta tentación pudiera extinguirse, no será sin sacrificio de las más hondas fuentes de idealidad para la vida y de elevación para el pensamiento.

Nos inquietarán siempre la oculta razón de lo que nos rodea, el origen de donde venimos, el fin adonde vamos y nada será capaz de sustituir al sentimiento religioso para satisfacer esa necesidad de nuestra naturaleza moral, porque lo absoluto del Enigma hace que cualquiera explicación positiva de las cosas quede fatalmente, respecto de él, en una desproporción infinita, que sólo podrá llenarse por la absoluta iluminación de una fe. Desde este punto de vista, la legitimación de las religiones es evidente».

Son adecuadas estas reflexiones a pesar del deslinde de ambos campos en nuestro Estado, porque la autoridad suele afiliarse en la lucha contra la enseñanza religiosa, con incursión en el derecho individual y quebrante de la libertad consagrada por el constituyente, que hemos defendido siempre con firmeza.

Interesan, también, ante el índice desolador de la delincuencia juvenil, que , si bien tiene, en su parte no pequeña, raíces económicas, y es la respuesta que la sociedad recibe a muchas de sus propias culpas, obliga premiosamente a la autoridad a concitar todas las fuerzas privadas útiles para la defensa colectiva y la redención individual. Sería absurdo proceder de otro modo por prurito de asepsia filosófica, mientras la crudeza del delito y la desviación moral conmueven el espíritu público, y el Estado no ofrece otra terapéutica de fondo que la demasiado simplista y cuestionable de la reforma de la imputabilidad y añade, aún, su propia incuria en política penal.

Es preciso estimular la deseable expansión del hombre en órbita separable de la disciplina del Estado, para «defender al individual -como observa Siegfried- pues sólo el es creador, sólo él viviente. Va en ello el destino de nuestra civilización «. Y complementariamente, la exaltación y protección del núcleo familiar. Casi integramente suscribiríamos la «Declaración de los derechos de la familia», formulada por el Congreso de las Asociaciones familiares reunidos en Lillo en 1920. Muchos de sus principios sintetizan cabalmente el orden deseable: La familia tiene derechos de educación Le incumbe formar el cuerpo, la inteligencia y el alma del niño. Le pertenece pues, el de actuar por cuantos medios legítimos concurran a este triple fin.

El derecho a ser protegida contra las diversas plagas: licencias de las calles de los espectáculos, de una cierta prensa, alcoholismo, tuberculosis, viviendas insalubres y miserables, multiplicación de divorcios.
A la proscripción de todo régimen de producción que pueda minar las fuerzas físicas del padre, de la madre del niño, o que turbe la vida familiar.

El salario suficiente para que la familia viva, debe ser asegurado por medio de organizaciones adecuadas, bajo la égida de la profesión y de la ley.

El derecho a disponer de un hogar decoroso; el derecho a la justicia distributiva: los impuestos, las cargas, las tarifas, las subvenciones, las indemnizaciones por carestía de la vida, las pensiones, han de calcularse no sólo en función del individuo sino de la familia.

En cuanto a la enseñanza pública, consideramos indispensables reformas legislativas en los sectores de primaria, media e industrial. En la dirección de sus servicios, entre otros temas, debe asignarse representación adecuada al personal docente, semejante a la establecida en Secundaria.

La Ley de Educación Común ha de ser adaptada a los tiempos. Una autorizada iniciativa del eminente profesor Emilio Verdesio, que he recogido como propia en el Senado, plantea laudablemente el tema.

Además de la edificación escolar, quizás ningún problema sea tan dominante como el de la escuela rural, no puramente como instituto docente estricto, sino como centro civilizador, de radio más amplio que el de la educación de sus alumnos. Ensayos a cargo de maestros en quienes confluyen técnica y abnegado espíritu apostólico, demuestran la magnitud posible de tal obra en el ámbito social de cada zona, actuando como una insustituible fuente de elevación. Lo considero como el más laudable esfuerzo de los últimos tiempos por la redención espiritual del hombre en nuestro medio rural.

El régimen legal de la Universidad del Trabajo debe ser urgentemente modificado. Desde hace largos años se viene bregando por ello y existen en el Parlamento proyectos muy bien estudiados, con acuerdo de diversos partidos, que pueden conducir sin dificultad a una ley conveniente.

La orientación profesional, especialmente vinculada a dicha Universidad como a la enseñanza media, debe merecer atención especial, no para resolver totalmente el punto, que requiere etapas graduales, sino para crear conciencia a su respecto e ir labrándose cauce. La plausible repercusión que, en su momento, tuvieron las conferencias del profesor Mira y Lopez, se ha desvanecido. Se ha olvidado también, entre otras, la iniciativa presentada al Senado por un dignisimo adversario, el doctor Modesto Etchepare, cuya memoria evoco con afectuosa emoción y que dedicó al problema ilustrado desvelo.

En cuanto a la docencia secundaria, existe conciencia de su crisis, de origen no actual, en que se confunden sus clásicas dificultades universales con la falta de revisión a fondo de los planes de estudios y programas, y un tributo unilateral a la preparación intelectualista, a la » supresión de la asignatura», como la denominara Ernesto Nelson, que sustituye a la natural finalidad de la formación del hombre, la organización de los hábitos, el cultivo de la aptitud para el «arte de vivir». De algún país se ha dicho -y es oportuna la cita- que la educación eleva la cultura tan por encima de la acción que los placeres de la inteligencia parecen más importantes que los deberes de la vida.

El régimen de promociones debería ser prolijamente revisado, teniendo a la vista sus resultados en otros países y a este respecto, su nivel técnico y cultural en relación con el nuestro; las observaciones de Vaz Ferreira y la experiencia acumulada. La autonomía establecida por la Constitución de 1951 limita, sin duda con exceso el control anterior sobre este instituto, y los medios de abrir procesos de reforma. Pero está entre los deberes del gobernante señalar al Parlamento todo hecho social de entidad, cuya corrección incumba de algún modo al Estado.

De la entraña de la sociología surge la voz clamorosa «Sólo rehaciendo al hombre mismo será posible la reconstrucción de la sociedad». «Reformar al mundo por la infancia» era la divisa de Pestalozzi, recordábamos hace poco; y » resolver en profundidad el problema humano». «Si falta la santa voluntad de ennoblecer cada individuo de nuestra especie, decía todos los artículos de la Constitución son inoperantes».

En lo relativo a las Fuerzas Armadas, nuestra preocupación será, en todo momento, asegurar tanto como su eficiencia técnica la impersonalidad del servicio y, en todos los aspectos, el imperio del derecho, insustituible garantía de la corrección de sus funciones como de su prestigio ante la nación.

En el orden internacional, mantendremos las orientaciones que el país ha fijado, respetando los compromisos existentes. La vocación por la solidaridad americana tiene raíces vinculadas a la tradición más antigua e íntima de nuestra colectividad por lo cual la adhesión a sus principios esenciales fluye espontáneamente de su espíritu.
Las convicciones que muchas veces fundaron nuestra critica, en lo relativo a la política exterior, podrán ser expuestas en las debidas oportunidades y en las deliberaciones correspondientes, sin otro ánimo que el de colaboración en la solución de los problemas y con la mesura propia del ejercicio del gobierno.

Es muy breve el término de un mandato para cumplir la vasta obra que siempre, en estas circunstancias, se espera desde todos los horizontes y puede parecer inconciliable con la invocación de tantos motivos como afluyen ahora a nuestro espíritu. Interprétese su mención como directivas trazadas a nuestra voluntad por la recta intención que nos inspira en el servicio de los intereses generales.

Para cumplirla, no bastan frecuentemente las instituciones ni nuestros sinceros desvelos: «está la vida, esta vida, dios moderno -observa Burdeau- creador de valores tan misteriosos como imperativos, más prestigiosos todavía cuando son políticos, totalmente ausente del academicismo constitucional».

El político ha de actuar siempre en una realidad preexistente, impregnada de historia. En la sociedad obran fuerzas no perceptibles, pero de gravitación tan ineluctable como la de las leyes naturales. Ello ha de tenerse presente ante la ilusión de que el éxito, en la dirección política, depende puramente de su intelectualización.
Nos permitiréis, finalmente, que, expresando un sentimiento profundo evoquemos un nombre al que la lejanía histórica presenta ya decantado de toda pasión partidaria. Me refiero a don Bernanrdo Prudencio Berro «vástago ilustre de una familia indígena del valle del Ronkal -dice Irureta Goyena- tribuno y labrador, una especie de Cincinato que, con la misma mano que escribía correctos versos en latín y excelente prosa castellana, empuñaba afanosamente, para ganarse la vida, la rugosa esteva del arado».

La invocamos para afirmar que, en el desempeño de nuestras funciones, deseamos ser dignos de su memoria.

 

No pronunció discurso. 

No pronunció discurso. 


Por su parte, Luis Alberto Lacalle Herrera (1990), preparó sus palabras con “algunos compañeros del Instituto Manuel Oribe”, del Partido Nacional, y teniendo en cuenta su programa de gobierno llamado “La repuesta nacional”, contó a El País. Y así se ve reflejado en su alocución, ya que marcó una “preocupación” por “adecuar el funcionamiento de las empresas y servicios públicos”, anunció que enviaría al Parlamento un “plan de ajuste fiscal” y aseguró que la “defensa de la moneda es defensa del salario” por lo que se abocarían “firmemente” a ella.

La tercera palabra que más utilizó fue “debemos”. A lo largo de su discurso, la empleó en varias situaciones: “debemos asumir hoy con decisión el coraje de educarnos mejor y de educarnos más”; “debemos contar, sobre todo, con nosotros mismos, sin esperar milagros”; “hacia su despertar debemos ir con urgencia y sin pausa”; y “debemos atrevernos a ser imaginativos adecuando la estructura estatal”. La primera palabra que más usó fue “poder”, en 13 oportunidades, y la segunda “señores”, en 12.

Dentro de las características de su discurso está que les habló de manera directa a los empresarios. “El verdadero espíritu empresarial contará con el apoyo de políticas genéricas, predecibles y permanentes. El gobierno espera de estos compatriotas el sentido de auténtica modernización y el de justa valoración del trabajo y del salario, componente esencial de la ecuación empresarial”, pronunció.

Jorge Batlle (2000), ante la Asamblea General, realizó varios adelantos de lo que quería hacer, como “reordenar y disminuir el gasto”. Pero también aclaró que a lo largo de su vida había “tratado de hablar claramente siempre, sin medir ventajas o desventajas”, por lo que, como presidente, decidió decir que ese año sería “difícil”.

“Será un año difícil, especialmente el primer semestre, comenzando a mejorar en el segundo y afirmando dicha tendencia hacia fines del año”, en referencia a la situación económica. “Mundo” fue la tercera palabra que más repitió (16 veces). El presidente colorado señaló que el país competía con el “mundo entero”, que había que mostrarle al “mundo las muchas cosas que el Uruguay ofrece”, hizo referencia al “mundo que adviene”, y sentía que el Mercosur estaba “integrado y abierto al mundo”. La segunda palabra que más usó fue “Uruguay”, recurriendo a ella 19 veces, y la primera fue “hoy”, con 20.

Desde el regreso a la democracia: la extensión de los discursos en palabras

Años después el Frente Amplio llegó al poder con Tabaré Vázquez y “compromiso” fue la palabra que más repitió, al pronunciarla 17 veces. Realizó un “compromiso de trabajar al extremo máximo”, un “compromiso de jerarquizar el Poder Legislativo”, un “compromiso de jerarquizar a los gobiernos departamentales”, un “compromiso de promover una política activa en materia de derechos humanos”, entre tantos otros. “Uruguay” es la segunda palabra que más usó (13 veces).

El politólogo Casa señala que es un “discurso que ya marca cuál va a ser su estilo de gobierno: muy sobrio, muy formal, muy apegado a la norma y el protocolo”. Y también adelanta “algunas de las principales líneas programáticas de su gobierno como trabajar por un Uruguay social, productivo, innovador, democrático e integrado”.

Después llegó al poder José Mujica, quien realizó el discurso más extenso desde que el país retornó a la democracia. La palabra que más repitió fue “vamos” (26 veces): “vamos a buscar así el diálogo”, “no vamos a ahorrar ningún esfuerzo”, “vamos a tener que rebajar nuestras respectivas posturas”, y “vamos a ser ortodoxos, casi, en la macroeconomía”, son algunos de los ejemplos. El discurso fue preparado por su equipo de comunicación, pero él le realizó luego cambios que dan cuenta de su impronta. La segunda palabra que más utilizó fue “país”, en 24 oportunidades.

El lingüista Elizaincin explica que Mujica tiene una “cuestión discursiva” con la que intenta acercarse de la “mayor manera a lo que él cree que es la forma de hablar del pueblo, sea lo que sea el pueblo”.

Otra palabra que se repite con frecuencia es “educación”, un total de 15 veces. De hecho una de las frases que marcó su discurso fue: “Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación y otra vez educación”. Pero en más oportunidades utilizó la palabra “hoy” (15 veces): “Hoy es el día cero”, “hoy es un día de cielo abierto”, “hoy, la comunidad internacional nos pide”, “lo que hoy comienza se define a sí mismo”.

El último presidente en asumir fue Luis Lacalle Pou. Al igual que con otros discursos que dio en más de tres años de mandato, el contenido fue 100% un trabajo personal, indicaron a El País desde su entorno. “Su método generalmente es trabajar en soledad con su contenido, los escribe a mano y los esquematiza, no lee. A lo sumo, antes de cerrar la versión final, tiene algún intercambio con sus más allegados, para recibir algo de feedback, y rara vez surgen cambios”.

“Libertad” está dentro de las palabras que más repitió ante la Asamblea General. El mandatario la utilizó 10 veces, sobre todo casi al cierre del discurso. Se refirió a la “libertad de poder vivir en paz; la libertad de poder elegir un trabajo digno; la libertad de poder dar un techo a la familia; la libertad de poder perseguir los sueños personales”, “la libertad de expresar las ideas de cada uno”. Pero la palabra que más utilizó fue “gobierno”, 18 veces.

No pronunció discurso.

 

Señor Presidente de la Asamblea General, señores legisladores: Hemos realizado los consejeros electos el juramento que ordena la Constitución. Al hacerlo, no sólo nos sentimos satisfechos por haber cumplido con el precepto indicado como un mandato constitucional, sino además, por cuanto hemos exteriorizado de viva voz, frente a la representación del pueblo que sois vosotros, nuestro irrenunciable pensamiento y vocación, que ya hemos puesto en evidencia en una larga militancia, de lealtad para el desempeño de nuestra función, fundamentalmente para el cuidado y defensa de la Constitución.

Sentimos que sólo con el respeto estricto de las normas legales se afianza los derechos y su tutela la justicia , pilares fundamentales en que se afirma la democracia.

Es para mí honor inmenso dirigirme a la Asamblea General, expresión autentica de la voluntad ciudadana de la República.- manifestada en uno de los más limpios comicios- para decir que solamente perseguimos el propósito de servir a la Nación por encima de las saludables ideologías políticas, procurando conjugar los más puros anhelos democráticos de todos.

Lo que mas importa servir son los intereses supremos del país; cada uno procurará hacerlo con la orientación de sus principios políticos, pero estoy seguro que hemos de encontrar la armonización suficiente para abordar y resolver los grandes problemas nacionales que acucian en esta hora a la República algunos de los cuales vienen siendo postergados desde hace mucho tiempo.

En la actuación política, he procurado siempre hacer honor a las palabras que como Consejero de la minoría pronuncié en este mismo recinto el 1o. de marzo de 1955, donde refiríendome a la orientación de mi conducta en el Consejo, decía procuraré con amplio espíritu y debida tolerancia poder ser útil a la finalidad de servir al país por sobre banderías».

«Frente a la acción de la mayoría de gobierno, procuraré ser el integrante de una oposición constructiva, coincida o no con sus orientaciones y resoluciones. No entiendo que ocupo un puesto en este cuerpo colegiado sólo para discrepar, por cuanto nos alcanzan las responsabilidades del bienestar nacional».
Hoy, que ocupo un cargo en la mayoría del Ejecutivo, siento que piensan igual que yo quienes ocupan la posición que mi partido ocupaba entonces en los Poderes del Estado.

Disuena con nuestra manera de ser, procurar mayorías regimentadas y avasallantes. Queremos conquistarlas por la razón responsable y libre, dejando de constado la política pequeña, que es desquiciadora para los intereses fundamentales del pueblo y de la democracia.

Trabajaremos con todos los grupos de opinión de Parlamento, y estamos seguros que por nuestras orientaciones y propósitos tendremos su respaldo para concretar la acción.

Refuerzan nuestra creencia, palabras pronunciadas aquí en la misma oportunidad a que hacia referencia anteriormente, por un prominente adversario político. Me refiero al Esc. don Ledo Arroyo Torres, como Presidente de la Asamblea general de entonces. Expresaba en una parte de su discurso el distinguido ciudadano:
«Constitucionalmente el Parlamento tiene una función esencial, Si no coopera con el Ejecutivo trabaría su acción. Pero nuestras Cámaras no negarán su apoyo a los hombres públicos que con idealismo, rectitud y probidad pidan su colaboración para asegurar mejor forma de vida a la familia uruguaya»
Sobre tales premisas de idealismo, rectitud y probidad al servicio de los supremos intereses generales dirigiremos nuestra acción por cuanto ello está en nuestro pensamiento y modalidad.

Entendemos entonces, que nadie, con el espíritu patriótico que reconocemos a todos los señores legisladores pretenderá trabar la acción del Ejecutivo, lo que significaría paralizar la marcha misma del país.
Ha ganado, señor Presidente, un partido, el que nosotros integramos. Con su programa y sus principios trabajaremos. Pero lo que nos importa fundamentalmente en el futuro, que desde ahora, se es posible próspero, justo y placentero para todos los habitantes de esta tierra.

En lo pertinente, podríamos concretar nuestro pensamiento con las ajustadas palabras del eminente ciudadano Dr. Martín R. Echegoyen, que preside hoy esta Asamblea, dichas en oportunidad de ocupar la Presidencia del Consejo nacional de Gobierno que termina su mandato.

Expresaba en tal oportunidad: «Nos anima la intención de seguir nuestro mandato sin pompa ni estridencia, libres de toda pretensión histórica que no fluya del mérito de la obra juzgada a su hora. Es pertinente afirmarlo cuando desventuradamente las multitudes no deslindan aún el arte de la política y el de la magia lo que permite seducirlas con la atracción de paraísos artificiales excitando su ingenua tendencia a la ilusión.

Igual espíritu nos anima y pondremos el acento de nuestras preocupaciones en realizar la obra sin estridencias, pero con fe en poderla hacer efectiva, estableciendo en el arte de la política sana y de realización urgente y evolutiva, la valla a la magia que en verdad comprobamos que por fuerzas interesadas y ajenas pretenden incidir en nuestro medio.

Creemos sólo en la democracia, y por lo tanto estamos frente a todos los totalitarismo de izquierda y derecha que con pretendida magia prometen un paraíso que en definitiva, será sólo infierno donde se quemen todas las libertades del ser humano.

Trabajaremos sin pausa pero sin hesitaciones que no sean las que profundamente sentimos, de afirmar una mayor justicia social, con un progreso económico que se refleje en una mejor vida para cada integrante de la sociedad que nos toca regir.

Gobernaremos en contacto íntimo con el Parlamento también con el pueblo. Para ello no seremos ajenos a sus justas aspiraciones no ya sólo las expresadas por las agremiaciones de las fuerzas de la producción y del trabajo, sino también con el otro que no se agremia, pero forma parte importante de la sociedad.
Procuraremos ser eco de las voces justas y razonables las que tengan el concepto claro de la responsabilidad que a gobernantes y gobernados nos competen en la organización en que vivimos.

Nuestra sociedad organizada por y para el derecho, no necesita otro impulso avasallante que el del cumplimiento de las disposiciones legales, que serán a la vez nuestro escudo y nuestra lanza. Escudo que proteja a la sociedad y lanza que hiera sólo a la injusticia que rompa las normas del derecho.

Para nosotros no habrá diferenciación de religiones ni de razas. Todos los ciudadanos son iguales, como lo hemos demostrado en una larga jornada. No nos importa su raza, nos importa su condición de ser humano puesta al servicio de la sociedad en que vive.

Tenemos conciencia de la ardua tarea que emprendemos. Uno de los aspectos que requerirá en primer término nuestra atención, es la recuperación económica del país, quebrantada en su generalidad. Inciden en ello, problemas económicos internacionales y déficit de productividad.

En materia de comercio internacional, es sabido que el mercado enfrenta a países de características muy distintas. Aquellos altamente industrializados y otros como el caso nuestro, fundamentalmente productores de materias primas y alimentos. La diferencia entre la riqueza y el ingreso por habitante, entre ambos grupos, se ha ido tornando cada vez en detrimento de estos últimos. Al respecto, puede señalarse un índice muy importante: la relación de intercambio. Ella revela que mientras en los primeros años de este siglo se cambiaba una unidad de materia prima por cada unidad de bien manufacturado, en la actualidad debe darse 1. 40 o más de materia prima para obtener aquella proporción de bien manufacturado.

Por otra parte, el progreso técnico va haciendo disminuir
la cantidad de materia prima necesaria para producir bienes manufacturados, cuando no reemplaza a la misma con los sintéticos.

Si agregamos a ello, que nuestro país basa casi exclusivamente la obtención de divisas en dos productos exportables tenemos que nuestra oferta es de una gran rigidez

De manera, pues, que tendremos que afrontar la grave situación del estancamiento de nuestras exportaciones en el largo plazo y al mismo tiempo, en el corto plazo hacer frente a fluctuaciones, a veces muy violentas.

Tal realidad impone adoptar una estrategia general que coordina todos los factores y nos permita adelantar en el camino de la auténtica solución de los problemas.

En la integración y coordinación de esfuerzos con naciones hermanas buscaremos la defensa de nuestra producción. Prestaremos apoyo gubernamental a la Asociacion Latinoamericana de Libre Comercio, ajustando, desde luego, sus disposiciones, de manera tal que sean justas para los demás y para nosotros que en ella esté la defensa de nuestros productos y que la negociación de nuestras exportaciones sea hecha de tal manera que quienes estén con nosotros en la Zona de Libre Comercio. nos sepan respetar.

En un estudio publicado recientemente, el doctor Ives Morizon, Profesor de Historia de las Doctrinas Económicas de la Escuela de Economía de la Universidad de chile, al comentar los problemas de la integración Latinoamericana, decía: » Se ve claramente el deseo de la mayoría de los países de reservarse áreas de desarrollo para su industria nacional. Esta política ha sido aplicada sin restricción alguna y por consiguiente, ha cubierto prácticamente la totalidad del sector fabril. No solamente no se desea otorgar concesiones para aquellos productos industriales que ya se están elaborando, sino que también se rechazan las peticiones de franquicias para artículos que se espera producir en un plazo más o menos lejano»

Consideramos que la cooperación económica representa un arma poderosa en la lucha por un futuro mejor para este continente y en tal sentido, debe concebirse la economía latinoamericana como una economía planificada. Sería incongruente incurrir en duplicaciones y desperdicio de recursos. El sentido fundamental de la Zona de Libre Comercio debe ser el de procurar un intercambio complementario que favorezca el desarrollo armónico de la región.

La planificación para el desarrollo integral del país constituye un imperativo impostergable. Tal programación requiere, desde luego, la evaluación y diagnóstico de las posibilidades a corto y largo plazo, como único supuesto para evitar toda improvisación o error. A tales efectos será necesario exigir también la colaboración técnica y financiera de organismos y agencias internacionales.

Consideramos que el desarrollo y la estabilidad no constituyen metas incompatibles, sino que en países como el nuestro no puede haber estabilidad sin desarrollo.

Será necesario revitalizar, fortalecer y organizar, si es necesario la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE) , que ya ha hecho mucho de beneficio, pero de quien se debe esperar mucho más una vez que con el establecimiento de grupos de trabajo en distintas especialidades recabe la información de los distintos sectores de la realidad nacional.

En materia estadística, nos proponemos solucionar el problema originado por la antigüedad de los datos censales. Procederemos a la brevedad a la realización de un Censo de Población y Vivienda , cuyos resultados serán fundamentales para la labor técnica de planificación.

Para la recuperación económica o si se quiere, para alentar más la producción, tendremos que mirar hacia el campo y a la vez hacia las ciudades. hacia el campo , lugar de donde salen las materias primas que constituyen base fundamental de la economía de nuestro país, para otorgarle más alicientes y posibilidades. Y hacía las ciudades, procurando que las materias primas que se producen en el campo, puedan ser elaboradas en lo posible en fábricas nuestras, para poder exportar no sólo la producción de la tierra, que lleva el esfuerzo del trabajador de la misma sino, también, el sacrificio y la habilidad de los hombres que en las fábricas manufacturan esos productos.

En cuanto al sector de la explotación agropecuaria debemos encontrar soluciones de fondo para los problemas que enfrenta.

Si la producción rural es el resultado de la intervención de cuatro grandes factores predominantes, o sea tierra, capital, trabajo y técnica es evidente que para aumentar el producto de esta combinación de factores deberá modificarse la proporcionalidad existente entre ellos, acercándola a las que determinen las condiciones ideales de eficiencia productiva dentro de un criterio económico.

En la integración ideal de los cuatro elementos a que me he referido, no será sin duda la tierra un factor imitativo. Las 16:000.000 de hectáreas explotadas de otra manera, pueden sostener una población humana y animal de una densidad mucho mayor de la que esta extensión tiene en la actualidad.

En lo general, entendemos que la tierra debe ser de quien la trabaja y la hace producir.

Esta necesidad de incrementar la producción agraria exige con urgencia una legislación de fondo que, sin lesión para ningún derecho, abra posibilidades de un mas equitativo reparto de la tierra, y signifique a la vez, una mejor explotación de la misma, dando oportunidades de continuar con las garantías del afincamiento en el campo, a quienes en él han nacido y criado, y tiene vocación y conocimiento para hacerlo producir.

Entendemos la llamada Reforma Agraria, con ajuste o reforma de la estructura en la economía agraria, haciendo que participen en la misma, de una manera, u otra, todos los sectores. Deberá tener por objeto la transformación como he dicho de las estructuras agrarias del país y la ampliación del conjunto de medidas a adoptarse para promover y facilitar una racional subdivisión de la tierra su justa distribución y posesión en propiedad su adecuada y conveniente explotación y cuidado, y la disminución de los perjuicios sufridos por los riesgos.

La preocupación por atender al sector agropecuario impondrá el estudio de soluciones para la comercialización de nuestras carnes y para la colocación de nuestras lanas, procurando mercados que sean respetuosos de nuestros derechos y, al mismo tiempo, y, al mismo tiempo, comprar a quienes compran nuestras mercaderías.

Será necesario procurar la revitalización y protección de nuestra industria, sobre todo de aquella que elabora nuestras materias primas. No para dar canonjías a nadie, sino para desarrollar una industria nacional eficiente y económica, que eleve el nivel de empleo de ingreso real de la productividad de la nación.

Debemos proteger la vida y exportación de esas industrias, pero debemos hacerlo de manera tal, que no signifique un desmedro para los derechos de los demás. Si hay industrias, como las textiles y las del cuero, por citar algunas de las que trabajan con nuestra materia prima, que se encuentran paralizados en este instante o aminorada su labor, por la razón de no encontrar mercados, o no tener posibilidades de competir por impedirselo los costos de producción será necesaria librarlos de aquellas obligaciones que aumentan los costos aún cuando aparentemente aparezca perjudicado el erario.

El desarrollo industrial quizás haga necesario ir a la creación de un Banco Industrial, que contribuya a facilitar las soluciones financieras, con el control del Estado. No se trata de crear un nuevo ente autónomo sino de formar una entidad que sea custodia de valores que consideramos fundamentales para el desarrollo del país.

Dentro de estos lineamientos, la implantación de nuevas industrias, de acuerdo a un plan técnico que tenga en consideración las posibilidades nacionales contará con nuestro cálido apoyo e impulso.

Será necesario también prioridad el fortalecimiento y desarrollo de la actividad cooperativista, pero de las cooperativas que estén basadas en orientaciones que no las desvirtúen. Por eso entendemos que será necesario reformar la ley de Cooperativas Agropecuarias, para impedir que ella pueda ser la máscara que cubra a quienes dueños de grandes capitales, reciban las exenciones impositivas que las leyes acuerdan a quienes integran las cooperativas agropecuarias.

Dentro de estos lineamentos, propiciaremos una política, crediticia que atienda, en forma oportuna y adecuada, los intereses de los distintos sectores de nuestra producción.

Simultáneamente, habrá que sanear, ajustar y tonificar la situación financiera, buscando el equilibrio presupuestal y la ordenación de la administración.

Bregaremos por una política monetaria y fiscal que, sin el vértigo de la inflación ni el marasmo de la deflación, defienda la estabilidad de los hogares modestamente económicos y garantice la mayor estabilidad de los precios, siendo al mismo tiempo base adecuada para la promoción del desarrollo.

Procuraremos mantener el valor de nuestra moneda, evitando la especulación y la incidencia desfavorable que una desvalorización de la misma tendría sobre las clases más modesta.

En materia tributaria, utilizaremos las leyes impositivas, en tanto sean instrumentos para una mejor redistribución de la riqueza, exigiendo más a quienes más tienen. Al mismo tiempo, alentaremos la inversión y reinversión de capitales y ahorro.

Propondremos la modificación de las normas legales que regulen la actividad bancaria privada. Asimismo, estructuraremos con urgencia efectiva una ley especial para las llamadas sociedades financieras, que impida la usura que por medio de ellas se realiza, en detrimento de todos los sectores de la producción.

En materia de construcción de viviendas, estudiaremos la solución integral del problema que afecta a los sectores obrero y medio de la población, mediante la estructuración de un vasto plan de construcciones que facilite la realización de la vivienda propia. A la vez, propiciaremos la sanción de una Ley de Alquileres que atienda las justas reclamaciones de los propietarios en inquilinos.

Alentaremos la industria de la construcción, no sólo para solucionar el problema urgente de la vivienda y alto consto de la misma, sino porque ella es la industria más generalizada en el país.

Para la realización de tal propósito, entre otras directivas, será menester acordar los recursos necesarios al Banco Hipotecario con disposiciones normativas sobre este tema, evitando las especulaciones realizadas sobre la base de sus prestamos.

Será necesario propender a la realización de la obra pública de interés nacional, vial y ferroviaria así como la adecuación de las vías de acceso a Montevideo y a los centros de exportación de nuestros productos. Ya mucho se ha hecho en ese sentido mucho está proyectado pero mucho más hay que hacer para concretar éste, nuestro propósito de obtener la integración nacional de las comunicaciones, condición indispensable para el reajuste de la estructura social y económica.

Dentro de esta ordenación podría citarse a vías de ejemplo: el Plan Vial de Comunicaciones en dirección transversal, la recuperación de los puertos existentes y la instalación de nuevos puertos en ubicaciones estratégicas; implantación de nuevos aeropuertos y habilitación de la red fluvial de la República.

En el aspecto laboral, debe revisarse la Ley de Consejos de Salarios, de manera que haya uniformidad en el pronunciamiento de los mismos, asegurando para igual categoría, igual salario y una justa retribución acorde con el costo de la vida. Deberá tenerse en consideración que la fijación de los mismos no sea una circunstancia perturbadora para la economía general, lo que, en definitiva, significará crear una ilusión.

Procuraremos, la integración activa con concepto de colaboración de las organizaciones sindicales, obreras y patronales, en el quehacer nacional, pero que ninguna de ellas, entienda que está sobre el Estado, sino que cada una comprenda que se puede y se debe manejar dentro de las disposiciones legales y su derecho llega hasta donde llega el derecho del resto de la sociedad.

Para la efectividad del último concepto expresado, será necesario afirmar con urgencia por intermedio de la ley, las libertades de las organizaciones sindicales y gremiales de cualquier naturaleza, asegurando el democrático pronunciamiento de las mayorías y la conciencia de las mismas, de que en el régimen de derecho que felizmente vivimos, sólo debe imperar la voz de la razón y no la de la fuerza. Sobre todo, cuando se pone en peligro la seguridad y el bienestar general de todos los habitantes del país.

Propenderemos también a la aprobación de normas que otorguen a los obreros y empleados, participación en las ganancias de las empresas.

Sentimos como obligación primaria, la necesidad de la estabilización de la familia la comunidad social básica dentro de la referencia del hombre. No puede existir cambio fecundo de estructura social, sin una debida protección y apoyo a la que es célula fundamental de la sociedad.

No pronunció discurso. 

 

No pronunció discurso

No pronunció discurso

Señor Presidente de la Asamblea General; señores Representantes de las naciones amigas; señores legisladores.
De acuerdo a lo dispuesto por nuestro orden institucional se inicia hoy un nuevo período de Gobierno. Este hecho normal, afortunadamente casi rutinario en nuestra tradición cívica, está marcado por un acontecimiento de singular trascendencia: entra hoy en plena vigencia una nueva Constitución, ratificada por la más alta mayoría de la ciudadanía que registra nuestra historia constitucional, procedente de múltiples partidos políticos.

Este hecho auspicioso nos permite augurar con optimismo que sobrellevaremos el duro período que debemos enfrentar de inmediato todos los uruguayos.

Muy poco es lo que corresponde que diga hoy, porque este no es momento de palabras sino de acción. Nuestra acción pasada ya la conoce la República. Hemos hecho una Constitución, una Constitución redactada sin banderías políticas, redactada con la única intención de tener una Constitución que fuera un instrumento adecuado para gobernar.

La ciudadanía uruguaya, dando una prueba de extremada madurez política en lo que puede describirse como tal vez la más grande confusión que ningún electorado del mundo tuvo jamás que afrontar, supo intuir el camino de su salvación.

Cumplida esta etapa de organización institucional, iniciado hoy la etapa de recuperación social y económica le damos a la República un Gabinete integrado por personas honestas y capases.

El pueblo uruguayo tiene, pues, ahora, una Constitución que será un instrumento adecuado para gobernar. Tendrá un equipo gubernativo honesto, capaz y dedicado. Pero esta feliz conjunción de circunstancias de nada servirá, si no logramos la condición más importante, la condición imprescindible para que el Uruguay pueda salvarse.

No hay Constitución, no hay Parlamento, no hay Gobierno, por honesto y capaz que sea, que puedan salvar un país que no quiera salvarse.

La coyuntura política como toda coyuntura, es transitoria, efímera, y no debe nunca oscurecer la perspectiva; la verdadera perspectiva, que es la marcha del Uruguay hacia el futuro, la marcha del Uruguay que está viviendo la era interespacial.

Si el pueblo uruguayo no toma conciencia de su responsabilidad, si el pueblo uruguayo no toma conciencia de que no hay organización jurídica ni sistema de represión por brutal que sea, que pueda sustituirse a una sociedad que no está dispuesta a coexistir pacíficamente como una sociedad civilizada, entonces todos nosotros, y desde ya, debemos saber que no hay salvación posible. Si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a despedazarse; si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a convertir la sociedad uruguaya en una agrupación de tribus, cada una luchando por sus intereses, en una regresión a la más brutal ley de la selva, para satisfacer intereses sectoriales, sin tener presente los intereses de la comunidad, entonces tendríamos desde ya que declarar todos los uruguayos que somos irrecuperables.

Abunda en ejemplos la historia de que no solo las sociedades de la edad de piedra tienen el patrimonio exclusivo de la ley de la selva, del tribalismo y del caos, sino que también sociedades con un alto nivel cultural como el nuestro, como un sistema educativo como el nuestro, pueden llegar a proceder como proceden las sociedades sumidas en las más primitivas y negras etapas de la evolución humana.

No es el momento hoy, ni lo justifica la hora que estamos viviendo, para hacer consideraciones de índole económica o políticas, por más desesperantes que fuera nuestra situación económica – que esta última lo es- fáciles serían, aún así, nuestros problemas, si estos fueran los únicos. No hay situación económica que no pueda ser superada por un pueblo dispuesto a hacer sacrificios. No hay crisis política que no pueda ser superada por un pueblo dispuesto a hacer sacrificios. No hay crisis política que no pueda ser superada si los líderes políticos anteponen el interés del país a las transitorias exigencias electorales, pero no hay situación social que pueda superarse si el pueblo no quiere salvarse.

Las coyunturas políticas, las coyunturas económicas – insisto son esencialmente transitorias y tienen solución por la acción concertada de los hombres de buena voluntad. Pero hay algo que la historia demuestra más allá de toda duda, y es que hay sociedades condenadas a la desaparición porque están minadas en su mentalidad, porque por su manera de pensar y su manera de reaccionar están más allá de toda posible recuperación. Sociedades donde los intereses de cada grupo se anteponen al interés nacional no pueden sobrevivir, aunque tengan un Gobierno de dioses. El Uruguay tiene, tan solo tendrá un gobierno de hombres. Si el pueblo uruguayo quiere suicidarse, no habrá Gobierno que pueda impedirlo si el pueblo uruguayo quiere salvarse, está en sus manos, y en las de nadie más, el hacerlo.

Estoy seguro que el pueblo uruguayo quiere y va a salvarse, y con ello salvará a las futuras generaciones.

No pronunció discurso

Presidente de la Asamblea General, señores Legisladores, es el día de hoy un día luminoso para la democracia uruguaya,
no por los hombres que en su virtud asumimos altas investiduras, sino porque la declaración constitucional que con reverencia republicana hemos formulado ante vosotros, culmina el proceso de
culmina el proceso de la elección, de gobernantes en el cual el pueblo ha ejercitado auténticamente en el papel protagónico que sólo las grandes democracias le reconocen efectivamente.

Otros hombres en otros lugares, a lo largo y a los ancho de la república, y ustedes mismos en este venerable recinto, cumpliendo en cada caso con la sencilla ritualidad de nuestras costumbres, han ido asumiendo a su vez cada uno la responsabilidad que en mayor o menor grado se les ha conferido, y con ello se ha ido confirmando la vigencia de nuestra democracia representativa, la que se añeja orgullosamente en el devenir histórico, y se vivifica con su ejercicio sin claudicaciones.

Quizás el tiempo y la insustituible perspectiva que él ofrecerá a las generaciones futuras, quité algo de validez a mi profunda convicción de que nunca como en la hora actual nuestra comunidad necesitaba la afirmación y la confianza en las formas constitucionales que tradicionalmente han regulado las relaciones de nuestra sociedad.
Pero ciertamente esa convicción ha de guiar nuestros pasos.

Nuestra democracia se inserta hoy en un mundo nuevo y distinto, con cambios materiales de tal magnitud que generaciones bien cercanas no hubieran imaginado.

Así, la revolución tecnológica, el desarrollo de la ciencia, los nuevos sistemas productivos con su creciente potencial, que la humanidad no puede seguir dejando contrastar con las necesidades apremiantes de otros pueblos. Así también, los medios de comunicación, que no sólo acercan físicamente a los hombres, sino que, además y fundamentalmente, los hermanan en la convicción de su condición igualitaria, haciéndoles sentir como propias sus desventuras y alegrías, y aproximando civilizaciones que por siglos habían parecido irreconciliablemente diferentes.

La respuesta de la democracia uruguaya al desafío de ese mundo nuevo no puede ser estática, porque ello implicaría imperdonable resignación a ser objeto de la historia, en lugar de sujetos activos de la misma.

A ese mundo al cual indisolublemente pertenecemos, con la sencillez de nuestra dimensión geográfica y con la altivez de nuestra independencia, le decimos que vemos con emocionado beneplácito y tranquilizadora esperanza los esfuerzos que realizan las grandes potencias hacia un entendimiento, renovando aquí la tradicional actitud de esta República, de apoyo a los instrumentos de paz, que aseguren la vigencia del Derecho y el imperio de la Justicia.

Esa misma rápida y fascinante evolución material del mundo de nuestros días, ha ido formando un nuevo concepto de libertad que transciende de los elementos clásicos de la libertad individual, porque el hombre, al acceder a mejores niveles de vida, libera su espíritu a interrogantes existenciales, cuya insatisfacción genera tensiones capases incluso de alterar la paz de las sociedades.

En esta circunstancia tan peculiar de nuestros días, así como en el hecho de que el avance material de la humanidad no haya llegado con igual rapidez a todos los hombres, veo las causas del disconformismo de la juventud en todo el mundo, en una relación generosa que los gobernantes no debemos contradecir, sino encauzar con responsabilidad generacional.

Invito, pues, a la juventud uruguaya acompañarnos en nuestros esfuerzos para seguir construyendo una sociedad más justa, donde el progreso material llegue cada vez a más hombres y donde todos colmemos aquella zona a la que la riqueza material no puede llegar jamás, porque pertenece al espíritu, con la convicción de integrar una sociedad asentada en el amor y con el orgullo de tener un lugar en su construcción y en su mantenimiento.

Y por cierto que nuestra Patria tiene lo necesario para que podamos labrar en ella la felicidad de todos.

Habremos de adoptar las medidas económicas destinadas a incentivar cada vez más su desarrollo, y en especial, convencidos de que la sola producción de riqueza no constituye un objetivo en sí, cuidaremos de que ese desarrollo se traduzca permanentemente en un mayor ingreso y en una cada vez más justa distribución del mismo.

Para lograrlos, afirmamos nuestra creencia en que una armoniosa relación entre el trabajo y el capital sigue siendo un instrumento válido para alcanzar rápidamente las metas que todos anhelamos. Será nuestra obligación velar porque el uno pueda desarrollarse en paz y porque el otro se aplique a la obtención del legítimo lucro que sea compatible con el interés general, fuera de toda actitud especulativa con la que, entonces sí, seremos implacables.

Dios ha bendecido nuestra tierra con dones tales, que sólo requieren el trabajo honesto de sus hijos y la armonía géneros entre ellos, para generar la riqueza suficiente, no sólo para el bienestar material de este pueblo, sino para ayudar a otros que no los han recibido en igual medida.

No es, pues, sacrificio lo que pido hoy a los uruguayos sino sólo trabajo, comprensión y espíritu de solidaridad social.

Pero también digo que si las circunstancia requirieran el esfuerzo sacrificado, asumo hoy solemnemente ante mis compatriotas el compromiso de ofrendar en primer lugar el mío.

No parece conciliarse esta visión de las posibilidades de evolución pacífica de nuestro país con la violencia desatada por grupos antisociales que actúan desde una oscuridad por cierto indigna de un país que se ha enorgullecido siempre de ofrecer la plenitud de su libertad para dirimir las diferencias entre sus hijos.

Siento el deber de utilizar la trascendencia y solemnidad de esta instancia y la jerarquía de esta tribuna para rendir el homenaje del reconocimiento imperecedero a los hombres caídos en la defensa de esta nación libre que, desde el fondo de la historia, con el dolor o la alegría de cada día han constituido otras generaciones de uruguayos, cumpliendo a su vez con el deber de su hora.

Su ejemplo me recordará, en toda mi conducta de gobernante, que el precio de la libertad es un eterna y sacrifica vigilia.

Pero el ejercicio de la violencia, so pretexto de construir una sociedad más justa, revela además mi espíritu porque importa una negativa a las ciertas posibilidades de lograrlo en paz y más aún, porque supone la aceptación de que, sin ella, pueda haber causa justa. Y más lo rechaza nuestra orgullosa condición de uruguayos, porque implica negar nuestra historia, nuestros logros y la visión, la inteligencia y le esfuerzo de las generaciones que nos precedieron. Ellas sintieron desde temprana hora, en el concierto de las jóvenes naciones americanas, la irrefrenable vocación por la justicia social y así como heredamos lo que en su búsqueda construyeron, recibimos también la misma vocación, indisolublemente incorporada a nuestra formación espiritual.

En su nombre y por su imperio, permítaseme invocar el que será, conjuntamente con la justicia distributiva ya mencionada, uno de mis grandes afanes: el de afrontar con decisión el problema que se refiere a la igualdad de los hombres en la hora del sufrimiento físico y aun del tránsito supremo. La respuesta de mi generación no puede ser otra que la de los Estados modernos: la socialización de la medicina, para lograr la cual, llamaremos a los hombres más capases para ello, a quienes daremos todo el respaldo de nuestro gobierno.

La excepcionalidad de la agresión que sufre nuestro país exige un Estado ágil en componer sus decisiones y eficaz en hacerla cumplir, para lo cual debe estar munido de los instrumentos legales que el momento requiere ineludiblemente.

La tarea de seguir construyendo nuestro justiciero reclama además la colaboración de las actividades políticas que en esos puntos básicos tienen identidad de opinión.

Es por ello que en la búsqueda de ese objetivo ha abierto las puertas del gobierno invitando a esas fuerzas sin condicionamientos ni limitaciones, a luchar juntos en la hermosa tarea común. Ningún paso en tal sentido podría ser refrenado por altivez mal entendida puesto que se trata nada menos que de evitar que el gobierno elegido democráticamente, pueda ser paradojalmente estrangulado por la misma democracia.

No obstante estar en mis más sinceros y profundos deseos una integración plena en el nuevo gobierno lo que ratifico hoy públicamente, la obtención del compromiso de la otra colectividad histórica, de apoyar las medidas legislativas que propongamos en tales sentidos, abre a la ciudadanía una esperanza cierta de progreso y al Poder Ejecutivo, la de una fértil relación de poderes.

No es un lugar común el decir que me esperan horas difíciles, sino el reconocimiento de la inmensa responsabilidad que el pueblo me ha conferido dispensándome el más alto honor que pueda dispensar a un conciudadano.

Ello acicatea mi espíritu para la noble tarea pero encima de todo, nada más reconfortante y alentador que sentir compañero de dificultades, luchas y victorias al pueblo uruguayo.

No pronunció discurso

Sres. Consejeros de la Nación; Sres. Secretarios de Estado; Sres. Ministros de la Suprema Corte de Justicia; Honorables integrantes del Cuerpo Diplomático; Sres. Ministros del Tribunal de lo Contenciosos Administrativo, Corte Electoral y Tribunal de Cuentas; Altas jerarquías civiles y militares.

El juramento que acabo de prestar me obliga ante vosotros, designantes de mi persona para tan alto cargo, y me ata a mi propia conciencia con lazos tan fuertes que son invencibles para la voluntad, comprometiendo definitivamente mi honor y mi vida a la gran responsabilidad que asumo.

Sé que tal como estábamos acostumbrados, por obra de una tranquilidad que ganaron en buena ley nuestros mayores, está investidura habría provenido de un pronunciamiento electoral. Pero sé también que tanto las generaciones actuales, como las venideras dictarán su fallo inexorable contra quienes pusieron al País en esta encrusijada y nos absolverá a los que aceptamos el reto de la historia y recogimos la antorcha de sus manos para mantener la vigencia del derecho como auténtico instrumento de seguridad, orden y consecuente felicidad de la Nación.

Tengo, así, el convencimiento pleno de llegar al poder legítimamente: nada hemos hecho para obtener su titularidad porque le hemos tomado de los usurpadores para devolverle al pueblo, sin odios ni rencores, la carga de su propio destino con nuevas fórmulas institucionales que impidan, hasta donde es posible la repetición de este capítulo aciago de nuestra historia.

Acepto, pues, sin vacilar, la pesada carga que ponéis sobre mis hombros por cuanto este mandato emana de ciudadanos como yo o mejores que yo, colocados en la misma disyuntiva y que no han vacilado patrióticamente en jugar su suerte, desafiando la adversidad.

Según lo señaláramos en el acto de instalación de este Consejo, el Uruguay, resueltos los aspectos más apremiantes de la seguridad, emprendió la difícil tarea de restauración integral de sus valores. Salimos, estamos saliendo, mejor dicho, de la incertidumbre y desconcierto propios de una crisis para entrar a una etapa preparatoria de transición, ya examinada aquí, en la que un equipo gubernativo cívico-militar sucede a un conglomerado político que carecía de todo concierto constructivo posible. Y, como es característico de estos fenómenos socio-políticos, reintegramos a la Nación todo lo que se le había quitado, reactualizando los elementos que constituyen nuestro acervo histórico. Oponemos al entregamiento a gobiernos extranjeros antidemocráticos y recepción de sueldos de comités internacionales totalitarios, la dignidad de soportar nuestra suerte con propios medios; al interés personal o de grupos, el superior del país. El patriotismo y la dignidad cívica que trasuntan estas actitudes forman la base moral del gobierno que se inició el 27 de junio de 1973 y concreta sus primeros ajustes fundamentales en estos momentos.

En la normalidad, la fuerza pública, es el soporte material de la dinámica del Estado y el respaldo del derecho en su doble manifestación pública y privada. En la anormalidad, cuando las instituciones se conmueven y el derecho pierde su función social de mantener la convivencia pacifica el poder público pasa a primer plano a través de las Fuerzas Armadas y éstas adquieren imperativamente el ejercicio de la función gubernativa.

Esta traslación funcional y el tránsito de dicho instituto por el campo de gobierno es un capitulo del derecho público tradicional soslayado con temor y aún con pudor por los seudodemócratas. Para afrontar los problemas complejos de graves conmociones sociales se consagran, sustituyendo la clásica dictadura Romana, mal usada en el correr del tiempo, ya la declaración de Estado de Necesidad y en casos especiales, Estado de Sitio, ya las Medidas Prontas de Seguridad ya la Suspensión de Derechos individuales. Estas soluciones tienen un doble inconveniente, cuyas consecuencias los pueblos han pagado muy caro. En primer lugar, dejan en manos de los mismos hombres responsables de la situación creada la tarea de su restauración. La práctica demuestra que en tales condiciones generalmente fracasan y llega como consecuencia inevitable el gobierno de hecho, sea civil o militar. En segundo término, el divorcio de las Fuerzas Armadas con el Poder Civil no les permite participar en la regulación de las normas tutelares de la Seguridad Nacional dándoles, en cambio. la responsabilidad por las mismas. El resultado es fácil de prever; por insuficiencia de medios ellas se ven en la necesidad de sustituir al Poder Civil para llenar los vacíos institucionales. Siempre hemos pensado que en este círculo vicioso, fruto del temor, lo reiteramos, estaba la causa de muchos males padecidos por el país.

En la actual emergencia la cultura cívica de los militares y la comprensión de elementos civiles no comprometidos se han conjugado para llegar a un gobierno cívico-militar sin pasar por ninguno de los caminos trágicos que apuntamos y, entre el temor y la responsabilidad, optamos por ésta dando jerarquía constitucional a la fórmula que entrega la preservación de la Seguridad Nacional a las Fuerzas Armadas, mediante los órganos que establezca la Ley. En adelante, por obra del Acto Institucional Nº 2, la incapacidad, impotencia o interés de los Partidos o grupos Políticos no podrán comprometer la seguridad nacional, ahora definida con la garantía de la Ley. El Acta Institucional Nº3, que dictamos con esta fecha, permite al Consejo de Seguridad Nacional su importante tarea de proseguir la pacificación total y definitiva de la República sin desmedro de derechos sociales o individuales.

Me adelanto a un argumento que esgrimirán de inmediato los fanáticos de la falsa democracia, los que con tal de mantenerla en el papel y poder invocarla en estado de pureza extraterrena, no se preocupan al verla avasallada o se olvidan que la negaron. Esa norma, dirán, desaprensivos, fundamenta y facilita la conquista del poder por los militares. Contestó, primero que los partidos gobernantes en 1973 sin ningún precepto semejante permitieron o toleraron todo lo necesario para que el comunismo llegara al poder; segundo que la competencia se otorga en razón de la fe en los hombres y, tercero, que los militares tuvieron de hecho el poder en sus manos; la fe y el honor fueron precisamente los factores que impidieron la asunción del gobierno por ellos.

Señores: del gobierno surgido del proceso institucional cuya legitimidad sostuve desde la misma tribuna que estoy ocupando, el 14 de julio pasado, puede afirmarse desde ya que ha salvado al País en uno de los momentos más graves de su historia. Queda aún parte del camino a recorrer, muchos problemas por resolver y mucha crítica para recibir, pero la meta se trazó y nada ni nadie nos detendrá. Están rehecha la imagen internacional del País, recuperado su crédito, restaurada la confianza en su gobierno y en sus hombres, renovada la energía nacional, pacificados el trabajo y la enseñanza, obtenido virtualmente el equilibrio fiscal, cubierto con exceso el saldo de la balanza comercial y controlada la inflación. En uno de los Actos Institucionales que hoy firmamos se consagra la unidad y universalidad tributaria y tarifaria al suprimir las respectivas potestades en materia municipal. Desde la fecha habrá un solo régimen en el reducido territorio nacional. Y aunque los Municipios perderán la autonomía en los aspectos político y gubernativo, ganarán en descentralización técnica, haciendo posible la fiel expresión de las voluntades locales en procura de sus intereses.

A otro nivel, se afirma, en un primer paso, sustituyendo la negativa tesis de la separación de los Poderes, el concierto de los mismos en un juego constructivo que redundará en beneficio social y político sin desmedro de ninguno de los principios capitales del derecho público contemporáneo. Puede estar segura la ciudadanía que la reforma en estudio en cuanto se refiere al Poder Judicial reposará en la intangibilidad de la sentencia como expresión de los derechos subjetivos y objetivos, afirmando su fortaleza institucional.

A esta altura puedo anunciar, y lo hago a la vez con orgullo y placer, que ya estamos en condiciones de limitar al mínimo, -las competencias son irrenunciables- el ejercicio de las Medidas Prontas de Seguridad en cuanto a las personas, y que de inmediato daremos curso al trámite de una Ley que, cubrirá con la garantía del debido proceso la declaración de «estado peligroso». Esto, se comprende fácilmente, importa reavivar el interés, no por la defensa de los derechos individuales, que siempre estuvo viva en la conciencia nacional y que invariablemente fueron considerados, sino aún por el ejercicio de todo poder que pudiera dar lugar a la crítica.

Sabemos que ella es inevitable para las fuerzas disolventes de la democracia pero queremos que caigan al vacío, desprovistas de todo vestigio de verdad. Por lo demás no debe olvidarse que los derechos individuales tienen el límite del supremo bien público y que las medidas adoptadas en su momento procuraban precisamente evitar el brutal desconocimiento de los mismos por las fuerzas subversivas desenfrenadas.

Y, esperamos cuanto se estructure el régimen municipal, cuyas primeras reformas básicas iniciamos ya, comenzar la apertura auténticamente democrática, dando a las localidades la posibilidad de elegir a sus Intendentes dentro de un nuevo orden electoral. Lo demás, la presencia de los Partidos Tradicionales, que tanto anhelamos por el bien de todos, vendrá por gravedad con la tranquilización de la conciencia cívica. Pero reiteramos que más que de nosotros esa vuelta a la vida política plena depende de quienes, agazapados y engañando al pueblo , se oponen a ella con la falacia de defenderla. El comunismo, no lo olvidemos, nutre su voracidad de poder con la confianza que da la auténtica democracia.

Paso a paso, con firmeza inconmovible, vamos dejando atrás lo que fue una pesadilla, la misma que, lamentablemente, espera a otros pueblos todavía en la desaprensión, con buena fe. Será inútil que esas fuerzas disolventes nos sometan desde el exterior a una campaña de difamación, a un bombardeo de adjetivos ya gastados, como será inútil todo el esfuerzo de los que viviendo entre nosotros, esperan el momento de destruirnos. La línea del destino nacional no cambiará: digno de los forjadores de la Patria, dentro de la pequeñez de nuestra dimensión, sabremos entregar a los que nos sucedan un Uruguay grande, respetado libre y próspero. Y afirmo más: nuestras generaciones tendrán el privilegio de comenzar a vivir esa etapa del gran futuro que nos espera, como reales gestoras de la misma.

Las Fuerzas Armadas y el Consejo de la Nación me han designado para conducir el proceso de reconstrucción nacional en la etapa de su normalización institucional.

Como soldado y como ciudadano quedo obligado con la distinción de tal designación y asumo plenamente la responsabilidad que ella implica.

No es una novedad para nadie que las Fuerzas Armadas irrumpieron en la escena política del país -de la que se habían mantenido al margen- como consecuencia de acontecimientos gravísimos en los campos económico, político, social y de seguridad nacional cuyos resultados -de no haber sido evitados- habrían ensombrecido definitivamente la libertad de nuestra patria.

Luego de varios años de intensa lucha en medio de factores particularmente adversos, se han conquistado objetivos fundamentales.

El país funciona en paz y orden con respecto de los derechos básicos que hacen posible la convivencia.
La economía, perturbada en sus raíces por la situación de caos imperante en los años precedentes y afectada en forma permanente por errores acumulados a lo largo de décadas, ha comenzado a restablecerse, aunque con dificultades derivadas de coyunturas mundiales especialmente desfavorables.

En las relaciones internacionales comienza a obtenerse al fin comprensión para la situación por la que se ha atravesado, en un panorama obscurecido por tensiones y peligros mundiales y perturbado -en lo que refiere a nuestra patria- por la acción de pasiones y rencores engendrados durante el decenio trágico que culminó en los años setenta.

No es algo que necesite ser explicado que en los elementos adversos del panorama internacional que han debido enfrentar las autoridades, han jugado un papel principal los intereses estratégicos globales del comunismo y de sus aliados tácticos.

Hoy, al cabo de varios años de lucha, nos vemos abocados a la tarea de continuar la obra emprendida y de encauzarla, además en el marco de una institucionalidad normal y permanente.

Fieles a la promesa contraída con el pueblo uruguayo desde el primer momento de su irrupción en la escena política, las Fuerzas Armadas sometieron a su consulta en plebiscito un texto constitucional que procuraba obviar las dificultades y desviaciones que la aplicación del texto vigente había presentado, particularmente para hacer frente a situaciones críticas y para preservar adecuadamente la seguridad.

Sometido a plebiscito con todas las garantías del voto en las sociedades democráticas el texto propuesto fue rechazado.

Las Fuerzas Armadas han aceptado el resultado del voto popular, han expresado públicamente su propósito de elaborar las bases de la nueva institucionalidad, en consulta con integrantes de los partidos tradicionales.
Como primer paso en el camino de la normalización institucional, se han venido eliminando restricciones a la actuación pública de muchos ciudadanos y restablecido el pleno ejercicio de algunos derechos temporariamente limitados.

Como titular del Poder Ejecutivo, considero mi primer deber expresar que serán provistas todas las garantías necesarias para que el ejercicio de esos derechos continúe hasta el logro del objetivo de la total normalización institucional.

Hemos dicho antes y lo ratificamos ahora que procuraremos la felicidad del pueblo, el bienestar público o el bien común, esto es el logro del medio social propicio para que el hombre obtenga la realización de su destino, la conservación, desenvolvimiento y perfección de la persona humana, para la realización dentro de un orden social, de sus valores personales sobre un cimiento de libertad y democracia.

De otra forma, libertad y democracia serían conceptos huecos, sólo aprovechables por quienes empuñan banderas principistas sin saber por qué o por quienes las izan, o por los que explotan esos conceptos degenerándolos en su uso, contenido y finalidad, para buscar formas de gobierno y convivencia indignos de la condición humana.

Sin embargo, es preciso establecer que el bienestar público es una aspiración que constituye un permanente desafío de difícil satisfacción, dada la evolución de las comunicaciones, la ciencia y la tecnología, que provoca su continuo alejamiento por el surgimiento del fenómeno conocido como la «revolución de las expectativas o aspiraciones en crecimiento».

Sólo aspiro a que estas palabras sean escuchadas como provenientes de un gobernante que pretende prevenir errores y desviaciones, que la historia y la situación contemporánea nos enseñan.

Pero para lograr el fin anhelado, el Gobierno que hoy se inicia, será fiel custodia y garantía para que se cumplan los programas de institucionalidad anunciados recientemente por representantes del proceso y de las Fuerzas Armadas.

Garantía para que el proceso se cumpla sin tropiezo y sin detenciones.

Garantía para que el pueblo libremente pueda informarse, meditar y decidir sobre quiénes son los hombres que deben tener su representación dentro de los partidos políticos y del futuro Gobierno que se instalará en 1985.
Garantía para que los ciudadanos que tengan vocación y aspiraciones políticas, puedan en libertad y sin ventajas exponer sus ideas y mostrar sus aptitudes frente al juez soberano que es el pueblo.

Al formular estas afirmaciones, en las que están implícitos mi palabra como soldado y como ciudadano y el compromiso de honor de la totalidad de mis camaradas de las Fuerzas Armadas, creo necesario sin embargo hacer una advertencia sin cuya formulación no cumpliría totalmente con lo que me señala mi conciencia.
Nuestro país ha sufrido y en un pasado muy reciente las consecuencias de desbordes en el ejercicio de derechos que nadie niega; pero cuyo uso desatinado o irresponsable conduce al caos, a la alteración de las bases de la convivencia y a subvertir el orden y la fe en las instituciones y en sus hombres.

Al asumir la plena responsabilidad por las garantías que protegen a los derechos ciudadanos, íntimo a quienes las ejercen, una plena responsabilidad en su ejercicio.

Creo necesario, asimismo, aclarar que el restablecimiento pleno de los derechos ciudadanos y el ejercicio de la democracia representativa no implicará en ningún caso, la complacencia por la actuación de quienes deseen destruirla.

Ello significa el más firme rechazo a las prédicas, maniobras y subterfugios del marxismo-leninismo y de todo tipo de extremismos.

El credo de nuestra Patria es la libertad y su expresión más pura el Ideario Artiguista.
La mente de los hombres, el ámbito de sus convicciones íntimas son un sagrado inviolable, en el que no entrará nunca la autoridad del Estado.

Las Fuerzas Armadas han mantenido una firme y clara posición con respecto a la libertad, democracia, partidos políticos y restablecimiento de la institucionalidad.

Las Fuerzas Armadas en este entorno, cuidarán que la evolución político-institucional se desarrolle y consolide, operándose una transferencia en el ejercicio del poder hacia las instituciones genuinamente democráticas, que sean capases de continuar el proceso de reconstrucción nacional anteponiendo los intereses del país a los electorales y que impidan la penetración ideológica extranjera cualquiera sea su signo.

Continuarán invariablemente sujetas a los compromisos contraídos ante su pueblo y la historia, y avalarán la paz social, promoviendo e incentivando el desarrollo en seguridad acepción contemporánea de la paz.
La enseñanza oficial seguirá siendo escrupulosamente respetuosa de la conciencia de los educandos, sin más doctrina que la del amor a la patria, el culto de sus tradiciones y el respeto de sus credos.

Las ideologías totalitarias y las organizaciones que a ellas responden,
no tendrán, sin embargo, la posibilidad de utilizar las libertades para destruir, ni de utilizar la libertad de expresión y de cátedra, para el lavado de cerebros o para el adoctrinamiento liberticida.
En la consecución del objetivo de la plena normalización institucional, la tarea de preparación de una nueva Constitución, ocupa un lugar prioritario.

Las graves perturbaciones que sufrió el país en el pasado reciente y algunas carencias básicas de la Constitución vigente, han obligado a las Fuerzas Armadas y a las autoridades nacionales a moverse en los últimos años en el marco de normas de emergencia elaboradas sobre la marcha, dotadas de los errores de toda obra humana.

Dichas normas deben ser sustituidas por normas permanentes.

La falta de una institucionalidad adecuada sumada a la falibilidad humana, aumenta la posibilidad de errores y hasta de abusos en cualquier sociedad.

Nos inspira una vez más el pensamiento del fundador de nuestra nacionalidad en una circunstancia memorable:
«Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato… Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la Constitución puede afirmarla»

La política exterior de la República se mantendrá dentro de sus lineamentos tradicionales, conocidos por la comunidad internacional desde hace ya mucho tiempo.

La soberanía nacional, el respeto a nuestra existencia como pueblo libre y único dueño de su destino, la paz en el marco del derecho, la amistad entre pueblos y gobiernos, la utilización de la cooperación en todas sus formas y la construcción de una comunidad internacional más justa y más perfecta, serán los objetivos permanentes de nuestra acción en este sector esencial de la conducción pública.

Para el logro de estos objetivos no tendremos que improvisar procedimientos.

Nuestras decisiones en el campo internacional se inspirarán en principios que provienen de nuestra historia y están identificados con nuestra nación.

Seremos celosos custodios de los vínculos diplomáticos tradicionales de República, así como de vocación internacionalista.

En el ámbito regional apoyaremos las medidas que tiendan a la concreción del anhelo de una mayor integración latinoamericana.

En materia de relaciones económicas internacionales, explotaremos todos los caminos que ayuden a la realización de los objetivos nacionales de desarrollo.

El Servicio Exterior de la República continuará adaptándose a la realidad del mundo y a las necesidades del país.
En particular le reclamaremos, -sin perjuicio de sus funciones permanentes como representante de los intereses del país y guardián atento de su imagen y presencia en la Comunidad Internacional-, su especial atención a las corrientes de comercio y a las posibilidades que puedan abrirse para el país en el ámbito económico, utilizando al máximo los medios y recursos existentes y buscando y sugiriendo los procedimientos que aconsejen las circunstancias.

En todo momento la actividad privada tendrá participación directa y fundamental en esta área de la actividad internacional, en la que, a la vez, habrá de comprometer su responsabilidad.

El servicio exterior será fortalecido mediante el apoyo del gobierno el que, a su vez, le demandará el más alto nivel de patriotismo, austeridad, eficiencia y audacia.

En materia económica es propósito del gobierno que me toca presidir, mantener la política que se ha venido aplicando con los ajustes coyunturales que sea menester introducirle.

De un modo particular, creo necesario afirmar que no habrá cambios ni aventuras en la política fiscal y monetaria.

Dentro de un panorama mundial caracterizado por la incertidumbre y
hasta por la angustia derivadas de la quiebra del Sistema Monetario internacional, panorama en el que no existen fórmulas totalmente satisfactorias para lograr la estabilidad monetaria, nuestro país, gracias a la seriedad y responsabilidad de su conducción económica, ha obtenido comparativamente un resultado excepcionalmente positivo.

En este campo, la gestión gubernativa se caracterizará por la moderación, la comprensión, y la prudencia, acordes a un realismo ineludible, consecuencia del tamaño y la vulnerabilidad de nuestra economía.

Quienes alienten -de buena o de mala fe- la esperanza de cambios espectaculares o prevean evoluciones catastróficas, serán totalmente defraudados en sus expectativas.

De un modo especial quienes alienten la expectativa de un abrupto salto de la devaluación cambiaria, deberán comprender que una medida semejante -que no solucionaría absolutamente nada en el campo real de la economía- operaría en el corto plazo una transferencia de recursos draconiana del sector trabajador hacia los sectores más fuertes.

La situación de reservas internacionales de la autoridad monetaria es excepcionalmente sólida.

El gobierno central ha culminado su gestión por dos años consecutivos sin déficit.

A pesar de la incidencia de aspectos altamente desfavorables, como la caída del precio de la carne y la crisis del petróleo, el Producto Bruto Nacional luego de décadas de estancamiento, ha comenzado a crecer.

Las autoridades, que se habían propuesto como meta darle al país una sólida base de reservas internacionales, se fijaron como un segundo objetivo, el de disminuir el ritmo inflacionario, como forma de lucha contra una enfermedad del aparato económico, que implica la forma más injusta y regresiva de redistribución del ingreso.
Nuestro país ha tenido tradicionalmente una razonable distribución del ingreso, aun comparada con países como los Estados Unidos, el Reino Unido o Alemania Federal.

En el comienzo de este proceso y como consecuencia de los ajustes introducidos para permitirnos salir del endémico estancamiento anterior, se produjo una concentración de ingresos en los sectores con una propensión a invertir y no a consumir, lo que llevó, temporalmente, a una distribución regresiva del mismo.
A partir de 1978, sin embargo y como consecuencia de la política cambiaria y arancelaria se ha venido revirtiendo la situación.

Como corolario del abatimiento de la inflación y de la eliminación del impuesto regresivo que la misma representa, el salario real ha iniciado en el año 1980, un proceso de recuperación que estamos seguros ha de mantener y será causa de nuestros afanes y desvelos.

En lo que tiene que ver con la mejoría de las condiciones del aparato productivo del país, es necesario destacar que es uno de los objetivos trazados al comienzo del proceso cívico-militar y no ha sido alcanzado en forma satisfactoria.

Nos referimos al consistente en la reducción del gasto público.

El volumen que el gasto público ocupa en el total del ingreso nacional, continúa siendo excesivo.

Como resultado del análisis preliminar del tema, puedo adelantar que será un objetivo prioritario del gobierno el logro de esta meta, sin cuya conquista pueden llegar a ser vanos todos los esfuerzos llevados a cabo hasta ahora para obtener la estabilización.

No puede omitirse una breve referencia al estado de la economía en el mundo, pues -como es natural- nuestro país no puede permanecer ajeno a lo que ocurre en las grandes áreas desarrolladas.

Durante el año 1979 y parte de 1980, los países industrializados respondieron al incremento del precio del petróleo con estrategias recesivas -a diferencia de lo que habían decidido en 1974-, cuando optaron por impulsar el crecimiento de sus economías a pesar del incremento del precio de la energía.

Esa situación, junto a la valorización del dólar de los Estados Unidos frente a otras monedas fuertes y el consecuente incremento de la tasa de interés, ha estimulado aún más la recesión prevista con las consecuentes secuelas de desocupación y aumento del proteccionismo.

La aplicación de la política económica en los últimos años, no ha sido fácil.

Ha habido ajustes de efectos dolorosos. Creo mi deber decirles a mis compatriotas que soy plenamente consciente de ello y que en mi gestión al frente del gobierno procuraré, mitigar o atenuar hasta donde sea posible dichos efectos, aunque creo serán cada vez menores, a medida que la economía en su conjunto se tonifique.

Tal tarea puede resultar difícil.

El Estado no puede favorecer a un sector determinado si no es a expensas de otro, y ese «otro», inevitablemente, o es el productor, o es el consumidor.

Cualquier medida aislada que se adopte para resolver un problema sectorial, puede comprometer la credibilidad de toda la política o sentar un precedente peligroso en lo que se refiere a la actuación de los grupos de presión.

De todos los sectores posiblemente afectados por la aplicación de los ajustes que se han venido efectuando en los últimos años, quiero mencionar particularmente a dos:
-El sector de los productores agropecuarios; y
-El sector de los inquilinos.

En cuanto a los primeros -el sector agropecuario-, quiero decirles que valoro plenamente la labor sacrificada que han llevado a cabo durante muchos años en situaciones a veces muy adversas en lo que tiene que ver con la coyuntura internacional o con la situación de los precios internos.

Como oriental, además, no puedo olvidar que nuestra tierra y los hombres que la trabajan están íntimamente consustanciados con el destino de nuestra Patria y con la custodia de sus tradiciones.

En lo que tiene que ver con la actual situación depresiva por la que atraviesa el sector, estimo que la misma se debe -aparte de coyunturas externas adversas de hace varios años y cuyos efectos llegan hasta hoy- a la forma necesariamente gradual como se han aplicado la totalidad de las medidas de ajuste.

La apertura en el sector financiero -indispensable para el abastecimiento de reservas internacionales- conllevó la existencia de un mercado de capitales con tasas de interés realista, que elevaron los costos de la producción.
Ninguna de las dificultades transitorias provenientes del campo real de la economía y de la forma como se han operado los ajustes para contemplar a otros sectores de la sociedad -también dignos de amparo y de respeto-, se subsana y por poco tiempo, con devaluaciones que sólo sacan dinero de los bolsillos flacos para engrosar aún más los de otros.

Además de las señaladas, es necesario asimismo establecer, que en el grado actual de endeudamiento del sector existe también una cuota de responsabilidad -cuya cuantía exacta no puedo medir yo-, en el propio sector involucrado y el sector que le ha servido de fuente de financiamiento.

Pero los graves problemas actuales que enfrenta la agropecuaria de endeudamiento y baja rentabilidad deben preocuparnos, más que por el deterioro presente que supone, por el fenómeno futuro e inminente de efecto a causa que desarrollara:
No se nos oculta su grave trascendencia, que de no solucionarse cabal, integral y coherentemente nos llevará -entre otras consecuencias emergentes- a violar nuestras caras aspiraciones en el sistema de tenencia de la tierra, para recorrer inexorablemente los estados de: -concentración de la propiedad- oligarquías con aspiraciones feudales-, reencarnación de las hoy superadas Repúblicas bananeras y, por fin, el epílogo ineludible y más o menos violento de su evolución al marxismo.

Es así que el gobierno, asume por mi intermedio la responsabilidad de encarar con el mayor detenimiento y comprensión los problemas del sector agropecuario, incluyendo la solución global y en profundidad de aspectos que hasta ahora no se han abordado suficientemente como, entre otros, los relativos a las situaciones arcaicas y monopólicas que prevalecen en la intermediación y comercialización de sus productos, a las deficiencias de información y de los servicios de infraestructura del agro, a medidas fiscales que alivien su situación y a la adaptación del sistema que regula la actividad bancaria.

Pero quiero significarle al mismo tiempo al sector y a todos los que se encuentran en situación similar, que el gobierno no puede -si desea actuar honestamente-, ni resolver los problemas de un sector a expensas de otro, ni asumir la parte de responsabilidad que corresponde estrictamente al sector privado por la gestión empresística, para lo cual se propenderá a una activa participación de éste en el forjamiento de todos los eslabones de la compleja cadena de la producción, para que por fin, se materialice la vieja aspiración del proceso de que las clases productivas que responden al interés nacional, sean dueñas de su propio destino.
En lo que tiene que ver con el sector de los inquilinos deseo expresar que también sus problemas serán objeto de una especial atención.

Pero estimo que también aquí resulta imprescindible remontarse a las causas reales de la situación para encontrar las pautas de una solución.

Durante décadas enteras la solución fue intentada mediante una legislación sobre alquileres que, procurando abatir el precio de este servicio básico, terminó estableciendo un mercado enrarecido en el que se produjeron toda clase de abusos , y que transformó a las relaciones entre propietarios e inquilinos en un campo de batalla.

Dicha legislación tuvo entre otras la peculiaridad de ser de emergencia y, no obstante , durar casi cuatro décadas.

Tuvo, además, una consecuencia económica importante: terminar prácticamente con la industria de la construcción, una industria básica, dinamizante de infinidadd de sectores productivos y ubicada en primera línea entre las generadoras de ocupación.

Aunque es evidente que los inquilinos no tuvieron la culpa de la forma equivocada en que se procuró tutelar sus intereses, considero imprescindible que comprendan que la solución definitiva a su problema sólo se logra de una sola manera: con más viviendas.

Para que haya más viviendas es necesario que haya interés en construirlas. Para que haya interés en construirlas es necesario que la
construcción de viviendas para habitación tenga un mínimo de rentabilidad.

Naturalmente, lo dicho precedentemente no quiere decir que el gobierno permanezca cruzado de brazos ante el problema.

La primera medida a adoptar consistirá en ubicar exactamente la dimensión del mismo dejando a un lado versiones interesadas alarmistas o inexactas.

La segunda, ubicar a los sectores que no pueden tener más que el amparo del Estado, y no el de sus propios recursos para solucionar su situación.

La tercera, apoyar las medidas en ejecución y la acción del Banco Hipotecario del Uruguay para colmar en el más breve lapso posible las necesidades existentes, especialmente para aquellos de menores recursos acuciados por la inminencia del lanzamiento.

Quiero reiterar que el Gobierno que me toca presidir a partir de hoy, estará caracterizado en todos sus actos por la prudencia, la comprensión y el diálogo, sin perjuicio de ser firme en los casos en que crea que debe serlo.

Al ofrecer comprensión y prudencia pide también a todos los sectores afectados prudencia y comprensión.
La sociedad es un todo coherente, una gran familia en la que todos encontrarán fácilmente su lugar si cada grupo tiene la sabiduría de comprender o respetar los problemas de los otros.

Los que defiendan los intereses de sectores tendrán que saber discernir el punto en que sus intereses entren en colisión con los de los demás.

El país vive la necesidad de transformar y desarrollar la industria, contando para ello con el factor humano de alto nivel cultural y por ende, la calidad del valor agregado nacional.

Será tarea del gobierno orientar y apoyar esa transformación industrial que beneficiará al país entero.
Los sectores con competitividad internacional y en general la industria altamente eficiente tendrán su oportunidad dentro del marco de la política económica antes delinead, con la convicción plena que mucho podemos esperar en materia de reconversión productiva, y en la aplicación por el empresariado de sistemas de costo de producción y de técnicas adecuadas de planifición y mejoramiento de los procesos de fabricación .

Al efecto, el Gobierno evaluará permanentemente, con alto sentido realista, las políticas a seguir para asegurar la continuidad del crecimiento industrial.

En el campo laboral es propósito del Gobierno lograr la normalización de la situación del sector mediante el restablecimiento de la igualdad de las partes en el diálogo social.

Gravísimas circunstancias, conocidas por todos, llevaron a la clausura de la mayoría de las entidades gremiales existentes, las que se habían transformado en instrumento de desestabilización social y de destrucción de la economía del país, siguiendo consignas y directivas de potencias extranjeras y de partidos internacionales.
La falta de presencia de las entidades gremiales de trabajadores, impuesta por las circunstancias, dio lugar en los hechos a un desequilibrio en el campo laboral, en lo que tiene que ver con la actuación de los grandes sectores con intereses eventualmente contrapuestos.

Las comisiones paritarias, fórmula de emergencia y de transición, no han dado los resultados esperados y a fin de tutelar los interese del sector del trabajador, el Poder Ejecutivo ha intervenido a lo largo del proceso fijando, en forma periódica, el nivel de los salarios mínimos.

Reanudando el diálogo social sobre las bases normales, esperamos que la negociación directa entre las partes sustituya gradualmente la acción tutelar del Estado.

El cuidadoso estudio y la aprobación, por parte del Consejo de Estado, de la Ley de Asociaciones de Profesionales, ha significado, sin duda, paso importante en el logro del objetivo de la normalización de las relaciones obrero-patronales.

Es propósito del Gobierno, tratar de obtener una normalización total en dichas relaciones.
A tales efectos nos proponemos poner en fucinamiento a la mayor brevedad, la ley recientemente sancionada, reglamentándola.

En cuanto al derecho de huelgam estimamos que es preciso de una vez por todas, cumplir con el claro mandato constitucional de reglamentarlo.

Si bien en una sociedad democrática es un derecho que podrá suprimirsej por ser la salvaguarda última de los débiles frente al mayor poder efectivo de los fuertes, estimamos que debe ser regulado como cualquier otro derecho, por la simple razón de que en una sociedad civilizada, organizada conforme a los dictados de la razón, no puede haber ningún derecho ilimitado o arrastraste.

Es nuestro propósito atender a los requerimientos de toda la sociedad y de sus grupos o sectores integrantes, de modo tal que la paz y la armonía sea la regla y el conflicto potencial o actual, la excepción.
Dentro del marco de este principio nos proponemos encarar la regalasen del derecho de huelga, de modo tal que le mismo sea el último recurso, una vez agotadas todas las fórmulas de la conciliación y la concordia entre las partes.

En materia de la juventud,la educación y la cultura, cabe decir que hemos comenzado a salir de la situación anárquica y caótica que vivió el país hasta el comienzo de la década de los años setenta.

El daño provocado en este sector por los graves acontecimientos que vivió nuestra patria y sus largas secuelas en el tiempo, ha sido quizá el mayor de todos los registrados.

El daño ha sido además particularmente crítico, por ser este un campo en el que le país ha puesto sus mayores esperanzas.

Un sector en el que se invierte una de las partes proporcionales más altas de los recursos del Estado, un sector por último, en el que los logros obtenidos han llegado a formar parte de la imagen que el país tiene de sí mismo y proyecta al exterior, parte de su herencia cultural y de su fisonomía como nación.

Se ha procurado, en los primeros momentos de este proceso, echar a andar de nuevo el servicio de la enseñanza oficial, luego de años de interrupciones que lo llevaron al borde de la paralizasen.

Se ha procurado, además; modernizar los sistemas y planes, ponerlos al día, atacarlas a las exigencias del país dentro de un mundo dinámico y en continuo proceso de evolución tecnológica y científica.
Creo que en la consecución de este segundo objetivo nos encontramos apenas en los comienzos.

Las limitaciones de tipo administrativo y económico nos han puesto frente a una realidad sumamente dura, cuyo perfil total estamos empezando a percibir, luego que salimos de la etapa de las urgencias y de las metas mínimas.

He impuesto a las autoridades salientes y a los titularas actuales de los servicios continuar con el relevamiento integral de los problemas de la enseñanza en todos los campos -desde el técnico hasta el económico- y a todos los niveles.

Hasta no tener los resultados de ese relevamiento no se podrán plantear en forma responsable las soluciones adecuadas a los problemas existentes, entre los que se encuentran varios que son lógica y saludable causa de inquietud en la ciudadanía.

Puedo adelantar, sin embargo, que será preocupación de mi gobierno garantizar la más absoluta y total libertad de cátedra y de enseñanza dentro del marco político general que esbocé al comienzo.

Asimismo, será preocupación fundamental el preservar el legado histórico de la tradición educativa y cultural de nuestra patria. De un modo especial el cuidar por todos los medios el valiosísimo capital humano que la educación contribuye permanentemente a crear, mediante tanto sacrificio y con tan grandes esperanzas.

En la enseñanza, nuestra atención se focalizará sobre el educando, a fin de que, complementando la acción familiar, el sistema eductivo asegure la formación integral de niños y jóvenes, futuro próximo e insustituible de nuestra patria. Para cumplir con este objetivo prioritario, se pondrá énfasis en la permanente adecuación de los programas de estudio, de manera de acompasar los conocimientos impartidos a la incesante evolución del saber.

Los planes de estudio apuntarán a dar cumplimiento al objetivo de instrucción correspondiente a cada nivel, teniendo siempre en cuenta la formación integral del educando y, por lo tanto, abarcando también los planos espiritual y moral.

A nivel medio se procurará fortalecer una enseñanza destinada a preparar al educando para su acceso a diferentes campos de actividad, para su directo ingreso al ámbito laboral o para la continuación de estudios a nivel superior.

Se pondrá énfasis en la idoneidad del cuerpo de profesores, se será exigente en su ingreso a la carrera docente y se procurará luego su perfeccionamiento y su amplia dedicación a su labor.

Para facilitar el acceso de la juventud al campo laboral, se fomentará su capacitación mediante carreras tecnológicas de corta duración, ya sea en las instituciones de enseñanza media o superior actualmente existentes, o mediante la creación de un instituto politécnico especializado.

En nivel superior, la Universidad de la República ocupa un sitial singular en el quehacer de nuestro país. Ella es responsable de la formación de profesionales, especialistas en distintas ramas del saber, conscientes de su trascendente papel en la sociedad.

Para dar cabal cumplimiento a sus cometidos en el desarrollo del país, la Universidad merecerá nuestra preferente atención. Deberá estar presente en todas las actividades nacionales en las que se requiera su valioso acervo académico, científico y técnico.

Para cumplir con esta misión, se incentivará la investigación científica, el desarrollo de la tecnología, la participación en proyectos de interés nacional, la asistencia en el área de la salud y en el campo jurídico, el asesoramiento en materia agropecuario, industrial y en otros innumerables y trascendentes campos de actividad.

En definitiva, la Universidad tendrá que ser dotada de un marco jurídico apropiado, en el que se pueda fundamentar su acción vigorizante sobre la sociedad, sin desvincularse de ella y de sus legítimos anhelos.

Puedo adelantar, por último, que procuraré de un modo especial poner la Universidad al servicio directo y permanente de la República, sin infiltraciones ideológicas foráneas; de un modo que sus hombres, sus aulas, sus talleres, sus laboratorios, todos sus medios en suma, sirvan a la vez al propósito de la docencia -la formación de los hombres del mañana- y al propósito del servicio:
-La ayuda a los hombres del presente; de tal modo que pueda ostentar con orgullo su carácter de Universidad de la República y no ser en vez, como en el triste pasado, la República de la Universidad.

En el ámbito cultural, se fomentarán las expresiones artísticas y literarias. Se buscará recuperar el estudio auditorio del SODRE, e incentivar la educación artística mediante escuelas especializadas.

Es cumpliendo un elemental deber de conciencia que me referiré a la existencia de menores abandonados en nuestro país.

En este campo, procuraré dar inmediata repuesta a una justa exigencia en cuyos términos coinciden los técnicos y la opinión pública.

Siempre ha preocupado al uruguayo -cualquiera sea el nivel en que actúa- la suerte de sus niños. Pero tanto se han contemplado las exigencias científicas, como se ha sofisticado la legislación como anhelo de seguridad y garantía , que la solución al problema ha quedado entrampada: y hoy, cientos, miles de niños abandonados se encuentran bien cuidados, bien alimentados, adecuadamente instruidos, pero con su presente y futuro afectivo y psíquico peligrosamente comprometido.

Entre las exigencias y limitaciones de la ciencia y la legislación me inclino porque nuestros niños tengan cariño.
Me refiero a la situación de los internados en el Consejo del Niño, en los sectores de primera y segunda infancia.

Considero prioritaria la solución de este angustioso problema e impartiré las directivas adecuadas para que los pupilos del Consejo, en las edades ya señaladas y cuando revistan – a juicio de sus autoridades- la condición de abandonados, sean entregados en colocación familiar como régimen sustitutivo, todos los casos del actual de internación.

Además, veré que se adopten las providencias necesarias para fomentar,
facilitar y estimular la más rápida legitimación adoptiva de los menores abandonados, aunque para ello sea necesario limitar drásticamente los derechos de patria potestad.

En lo que refiere a la administración de justicia, superados los gravísimos problemas que motivaron el Acto Institucional N° 8, es firme propósito del gobierno el de rever y replantear en profundidad el problema de la organización del Poder Judicial.

Las metas, en esta tarea, serán las de asegurar la plena independencia del ejercicio de la función jurisdiccional, tanto en lo técnico como en lo económico.

Al mismo tiempo, procuraré que se establezcan normas precisas para asegurar que la designación, el traslado, el ascenso y la sanción de los magistrados se efectúe sin otra finalidad que la del mejor servicio.

El Poder Ejecutivo, por intermedio del Ministerio de Justica se limitará a prestar el apoyo administrativo indispensable para el más eficaz desempeño de la función jurisdiccional, sin rozar en lo mínimo la independencia de los jueces. Así, pues abrigo la íntima convicción de que la adminsistración de justicia, sólidamente asentada sobre estas bases, se convertirá en legítimo motivo de orgullo para la República.

En materia de salud procuraremos consolidar, rescatar, ordenar y administrar lo mucho que se ha hecho en el país, en los últimos años.

Asegurar y velar por la salud de la población, es uno de los objetivos del Estado, buscando el bienestar individual y colectivo, como uno de los factores de desarrollo socioeconómicos; logro que no sólo compromete a la gestión del gobierno, sino también a al comunidad que debe tomar activa participación en su consecución.

El Ministerio de Salud Pública es el organismo rector de la salud, facultad que será ejercida a través de la normatización, supervisión y contralor de todo el sector, de manera que todo habitante del país tenga acceso a un sistema de salud que satisfaga sus necesidades básicas en forma oportuna y eficiente.

Se pondrá principal atención a la coordinación de programas y procedimientos, a fin de evitar duplicación de esfuerzos y superposición de acciones que minimizan los resultados que deberían obtenerse, racionalizando los recursos volcados al sector, de manera de obtener el máximo benéfico en aras del interés nacional.

Se establecerán prioridades dentro de la policía de la salud poniendo énfasis en los grupos humanos de mayor vulnerabilidad y repercusión socioeconómica.

En el campo de la energía es necesario enfrentar otro formidable desafío. De todos los países de América Latina -aún comparando con cualquiera de los considerados en vías de desarrollo- es el Uruguay uno de los más afectados por la crisis del petróleo.

No es necesario recordar que el suministro energético constituye un real punto de estrangulamiento para nuestro país, como para cualquiera de los países del mundo.

Considero, no obstante, que el desafío energético es mucho más un desafío para la inteligencia de los pueblos y para su capacidad de organización, que para sus recursos económicos.

Nuestra patria ha demostrado, a través de la actuación de sus hombres en todos los campos de la ciencia de la técnica, que posee recursos humanos suficientes para enfrentar el desafío.

Se ha podido apreciar, además que posee recursos alternativos potenciales, que pueden llegar a ser utilizados en situaciones de emergencia,
Las medidas adoptadas al respecto y las buenas relaciones con países
productores de petróleo, entre lo que se encuentran países de la región, nos permiten encarar este problema con serenidad y confianza.

En lo que refiere a las obras públicas, se seguirá una política de inversiones significativas para le sector.
Ello por el efecto de la inversión pública en la redistribución de la renta nacional, por el efecto multiplicador de dicha inversión y porque la obra pública es la base infraestructural para el desarrollo nacional.
En lo inmediato en este campo y como más importante, se concluirán las obras de ruta 8 y se realizarán los accesos a Montevideo por rutas 1 y 5.

Se destaca, además, por su significación la finalización – después de 40 años de paralizasen- del puente ferroviario sobre el río Negro continuando la vía férrea a partir del kilómetro 329 afín de asegurar para el futuro la integración económica y social al país de los territorios enmarcados por los ríos Negro, Tacuarembó y arroyo San Luis, cuyo potencial significa el 8% de toda la extensión del Uruguay.

En materia de obras viales, se dará preferente y masiva atención a los caminos de penetración en zonas rurales -a los que desde ahora, por hacer justicia a los pioneros de nuestra producción agraria y por el efecto que se busca llamaremos de integración -como complemento necesario de una red primario que ya satisface en forma básica las necesidades del transporte para lo cual se programará el empleo coordinado de los recursos económicos y viales de todo el país.

Será también propósito del gobierno terminar de corregir las graves deficiencias que presente el país en materia de comunicaciones.

Aunque las autoridades nacionales y en particular los titularas de UTE y ANTEL, han desplegado en los últimos años ímproba labor -silenciosa y poco conocida- para reorganizar los servicios y mejorar su eficiencia, el deterioro técnico de las instalaciones -debido a obsolecencia como a descuidos y omisiones que se arrastraron durante décadas- es tan grande que será necesario extremar esfuerzos a fin de conseguir equipar el país de el nivel de servicios que necesita para continuar con posibilidades de éxito y desarrollo sostenido.

 

No pronunció discurso

Señor Presidente: La declaración de fidelidad constitucional que acabamos de prestar el Vice Presidente y el que habla, constituyen sin duda para nosotros el más alto, elevado y solemne compromiso que un ciudadano puede asumir en la República. Nada hoy más honroso que asumir ese compromiso porque ningún destino hay más elevado y alto para un republicano que el velar y cuidar esa Constitución.

Sin embargo, no sentimos que esa fidelidad deba ser simplemente una actitud pasiva; no basta simplemente con comprometernos a no agredir la Constitución; se trata de que la constitucionalidad sea una voluntad que desarrollemos activamente. Nada nos compromete más que ello. Todos los pasos, toda nuestra voluntad, toda nuestra energía va a estar volcada a ese supremo y superior objetivo.

Esta República que nació para la democracia ha vivido once años de gobierno de facto y ello no ocurrirá más no sólo porque el Presidente respetará la Constitución, sino porque todos los uruguayos las vamos a defender y haremos de ello un haz de voluntad y energía, que hará de ello una gran causa nacional, la gran causa que nos convoca desde el día en que nació este país.

Para el Uruguay la democracia no es simplemente una institucionalidad, no es simplemente un conjunto armonioso de instituciones jurídicas, no es simplemente una arquitectura política. Ortega decía: Hay verdades del destino y hay verdades teóricas. Las verdades teóricas nacen de la discusión, nacen de la razón, se nutren de ella, viven de la discusión, se vigorizan con la discusión. Hay otras verdades que son verdades de destino, esas no se discuten; se asumen porque esa es la identidad propia, eso se es o no se es y eso está antes de lo que se discute. Y para nosotros los Uruguayos la democracia es una verdad de destino, es un destino irrenunciable, es algo que se asume o no se asume y que si no se asume es el riesgo de la falsificación, y si se asume es el único modo de poder decir que se es ciudadano de esta República, de esta República que antes de ser un estado que antes de tener una frontera, que antes de tener un pabellón nacional, ya era una democracia. Porque aquel pueblo artiguista en los campamentos, aquel pueblo artiguista siguiendo al éxodo de resonancias épicas, aquel pueblo artiguista que era una expresión de democracia que decía aquellas cosas con las cuales nos hemos criado y educado, aquel pueblo ya fue una democracia en marcha, ya fue una democracia espontánea y ya fue una democracia asentada antes de que existiera mismo nuestro estado.

Para nosotros la democracia entonces, no es un sistema político, es nuestro país mismo, es nuestra razón de ser, es nuestra filosofía de vida, es nuestra razón de existir, es el sentido de nuestra lucha y a ella volcaremos todo nuestro esfuerzo.

Son cinco años difíciles, todos lo sabemos; cinco años muy duros en los cuales tendremos muchas veces encuentros y desencuentros, discusiones, contradicciones y todas las acechanzas que siempre amenazan a esta democracia, que tiene en su debilidad su fortaleza y en su fortaleza su propia debilidad.

Sí; sin ninguna duda tendremos años duros, pero el objetivo siempre deberá estar allí. Y esta Asamblea, cuando más de una vez pueda no entender mis pasos o los actos de Gobierno, sienta y sepa que siempre estarán inspirados en ese objetivo y en ese superior propósito. Deseamos hacer lo más que podamos en todos los terrenos del desarrollo económico y de la justicia social; pero por encima de todo, siempre ubicaremos la prioridad constitucional y democrática a la que trataremos de servir con devoción fanática, porque ese es el único dogma que puede tolerar la democracia o sea el dogma de ella misma, la creencia en ella misma, la fe en ella misma.

Naturalmente, sabemos bien que hoy estamos rescatando la forma, que estamos rescatando la arquitectura jurídica en la cual se asienta la democracia; pero también sabemos que viene ahora, mañana mismo, el desafío de los contenidos. En la democracia las formas son importantes porque su garantía radica en ellas, y esas formas son, en definitiva, la sustancia de la democracia; pero también sabemos que el reclamo de los contenidos empieza mañana mismo, porque la democracia no se puede detener en la formalidad jurídica sino que también se debe proyectar al terreno social. Si bien debemos luchar por la libertad política, también debemos hacerlo por una sociedad más justa, que sea a la vez el asiento y el sostén mismo de la libertad.

Por supuesto, todo eso lo haremos y lo tendremos que hacer. No es tarea del Gobierno ni tarea exclusiva del Presidente alcanzar estos objetivos; eso tendremos que hacerlo entre todos, y lo tiene que hacer el país entero, y lo tiene que hacer la armoniosa relación entre los Poderes de Gobierno. Estoy seguro que esta Asamblea General tendrá el espíritu de comprensión necesario, para que nuestras disensiones nunca lleguen al punto en que puedan comprometer o debilitar las instituciones, sino que se detengan en el momento mismo en que sea necesario afianzarlas, porque aquellas son la expresión de este pluralismo que tiene que existir, porque no hay democracia en la unanimidad. Esta misma Asamblea General es reflejo fiel a esa diversidad de opiniones a la que aludo. ¡Pobre país y pobre democracia si no existiera esa diversidad!. Pero esa diversidad y ese pluralismo los tenemos que conjugar en una armoniosa relación entre los Poderes, que tienen que marchar juntos en los que sea la defensa de la institucionalidad y la superación de una crisis muy honda como la que vivimos.

Todos sabemos que América está atravesando la crisis más profunda de este siglo. Hasta hace un tiempo ello podía discutirse, pero hoy sabemos que la crisis del 29 no es comparable a ésta que ésta es más profunda y que en la particularidad de nuestro país, además, es mucho más profunda aún.

La República está atravesando por una situación dramática desde el punto de vista económico y de ninguna manera se puede endulzar esa realidad. Sabemos que en los tres últimos años, este país ha perdido el 15% de su Producto; que el Estado central paga más por interese que por sueldos, que si este país pagara hoy los compromisos de vencimiento de su deuda externa y los intereses que tiene que abonar en 1985, gastaría el 90% de lo que percibiría por sus exportaciones. Con el 10% restante no tendría siquiera la posibilidad de adquirir el petróleo que necesita para apenas empezar a andar y por supuesto, estaría muy lejos la posibilidad de adquirir materias primas que precisa para su sustento.

Todo esto nos marca los límites y las carencias materiales que tenemos por delante. A su vez, nuestro país viene pagando el enorme precio de un ajuste en los tres últimos años que tiene tremendas consecuencias. Sabemos que ello tiene una consecuencia social que se traduce en una reducción de salarios, que unos podrán estimar entre un 35% y un 38% y otros en un 50%, pero que en todo caso es una profunda herida en el ingreso nacional. Si sumamos a ello el fenómeno de la desocupación, tenemos en los tres últimos años la masa global de salarios que paga el país, se redujo en un 45%.

¡Cuántos límites, señores! ¡Cuántas asechanzas entonces para la democracia!. ¡Cuántas carencias¡ todo esto lo tendremos que enfrentar juntos. Naturalmente que no será posible lograr un milagro, pero debemos comprometer el esfuerzo. Debemos ser muy conscientes de todos los límites y carencias que tenemos por delante, para no dejarnos ganar por optimismos fáciles; pero, a la vez, también debemos asumir y medir la magnitud de nuestros compromisos. Son límites y carencias muy grandes y eso va a requerir un enorme esfuerzo de todo el país que no puede enfrentar esa situación con el retroceso económico, de un país que sólo puede encontrar la posibilidad de avanzar en un crecimiento justo.

No es posible pagar la deuda externa sobre la base de un reajuste recesivo o aún mantener la economía en niveles de estancamiento. Esto se ve muy claramente por los números que acabo de señalar, que son algunos de los tantos que podríamos proporcionar para medir la magnitud de la crisis. Si tenemos en cuenta esos números, no es posible pensar en pagar la deuda externa sino a través del crecimiento de una economía que se tiene que empezar a reactivar. Por supuesto, esto es siempre difícil de lograr.

Todos sabemos muy bien que estabilizar sin el riesgo de la recesión o que reactivar sin el riesgo de la inflación, en definitiva es quizás el nudo sin el cual no habría doctrinas económicas, porque sería muy sencillo manejar esos fenómenos si tuviéramos la fórmula para administrarlos. Entonces, tendremos que lanzarnos a la reactivación tratando de administrar una inflación para que ella nos se transforme en un mal económico ni en el mal social que es y, en definitiva, en sea semilla perversa que empieza a desgastar las instituciones al crear el desasosiego general y una pugna distributiva que luego se hace muy difícil de administrar.

Quizá allí esté lo más difícil de nuestro desafío, quizá allí estén las mayores carencias del país; pero allí es, también, donde tendremos que demostrar la disciplina social y la imaginación para salir adelante y para que este país pueda lograr un esquema económico que lo permita alcanzar un desarrollo más justo.

Para ello nuestra República no sólo requiere del esfuerzo de sus hijos sino también de la comprensión del mundo. Este país que fundamentalmente ha crecido, siempre, a lo largo de su historia, através de sus exportaciones y de su búsqueda de mercados internacionales -eso es lo que ha ocurrido en el siglo y medio de su vida independiente-, debe volver a hacerlo ahora con redobladas energías. Y aspira a hacerlo en amistad, cooperación y desarrollo con todos los pueblos y estados del mundo sin exclusiones ideológicas ni restricciones de ningún tipo. Piensa y quiere hacerlo buscando la cooperación donde ella esté con espíritu de solidaridad y sin condicionamientos.

Por supuesto, nuestro accionar primero se debe dirigir aquí, a nuestra América, a nuestro hemisferio, a nuestra cultura, a nuestra América Latina que exporta once mil millones de dólares de alimentos e importa veintiún mil millones de dólares por el mismo concepto: que exporta cuarenta y ocho mil millones de dólares de petróleo e importa veintiséis mil millones de dólares de petróleo. En estas cuatro cifras que acabo de citar, América Latina muestra cuáles son sus desencuentros; estamos comprando lo que estamos exportando, estamos adquiriendo afuera lo que estamos produciendo aquí, en un comercio que es responsabilidad nuestra no haber sabido organizar en condiciones más justas para tener más independencia. Y si muchas veces no lo hemos podido hacer por los intereses de afuera también fue por nuestra debilidad de adentro. Las asechanzas de los intereses de afuera no las ‘podemos administrar, pero sí tenemos que administrar nuestra voluntad política. Y es sólo por falta de voluntad política que, en definitiva, no hayamos podido lograr que todos nuestros alimentos y todo nuestro petróleo – que los tenemos a nuestro alcance- estén organizados para un comercio más justo.

Naturalmente que haya una política latinoamericanista no es, por cierto, pensar en términos excluyentes para el resto del mundo. Todo lo contrario. Estos países que somos hijos y atributarios de las culturas europeas, sentimos por ellas siempre el mismo fraternal espíritu porque los sentimos en nuestras raíces, en nuestra cultura, en nuestro modo de ser y en nuestros hábitos; y de todos ellos precisamos tecnología, ciencia, pero por encima de todo precisamos comprensión, para que se entienda que este pequeño país, que hizo mucho en el pasado aspira a hacer mucho también en el futuro; y que este país aspira a hacerlo, no con sueños de potencia, sino simplemente con una voluntad de justicia, tratando de dar más a sus hijos, de luchar por más paz y de crear el ámbito para que estos pueblos de América, que tantos infortunios han sufrido, puedas caminar por senderos más luminosos y serenos. Aspiramos a que todo esto se emprenda y a toda esa comunidad internacional le señalamos ahora nuestro problema para que piense en él.

Hoy también tenemos – y creo que con esto interpreto el sentimiento de todos los uruguayos- que agradecer a esa comunidad internacional lo que ha sido su conducta y su actitud en estos años, así como su permanente solidaridad par con nosotros y para con la causa de la democracia uruguaya.

A todos, nuestro agradecimiento y nuestro reconocimiento por esa solidaridad que fue importante para nosotros en horas de deseencuentro, en horas difíciles y duras. Hoy estamos en otro momento, en el que, junto a ese agradecimiento y reconocimiento, está también nuestro planeamiento, nuestro reclamo, que no es de una dádiva, sino simplemente expresión de una realidad, para que si nos hermanan los ideales democráticos también nos pueda hermanar una voluntad de cooperación para desarrollarnos y para que, en definitiva, podamos luchar por constituir un mundo más justo, que es la aspiración y la ambición de todos nuestros pueblos sin excepción.

En ésta, sin duda, una vasta empresa; es ésta, sin duda, una empresa dura y difícil. Tendremos que luchar con muchas fuerzas en el mundo y con muchas fuerzas adentro, porque la democracia tiene también dentro de sí, en su diversidad y en su pluralismo, las debilidades de los humanos, de ese ser humano que tiene tantas posibilidades creativas y también tantas debilidades que proyecta hacia el conjunto de la sociedad que nada refleja tanto como la propia democracia, que es la síntesis de lo que son los sueños, las ambiciones, las realidades, las debilidades y fortalezas de los seres humanos, con su misma fuerza, pero también con sus mismas debilidades y flaquezas.

Por todo ello tendremos que luchar a partir de un país unido, de un país unido en la diversidad, de una país que vuelve a reencontrarse consigo mismo.

Este país ha atravesado once años de dictadura y dos décadas de desecuentros. Es la hora de que busquemos no sólo la superación de la situación de dictadura -que estamos superando en este mismo instante-, sino de que luchemos, también por esos tiempos de reencuentro que tienen que venir y que son nuestra única arma y nuestra única fortaleza.

Dentro de pocos instantes enviaré a este Parlamento un proyecto de ley que hemos titulado de Pacificación Nacional, en el que se incluyen la ratificación de la Convención de San José de Costa Rica sobre Derechos Humanos, en el que reconocemos la internacionalidad de los derecho humanos y la jurisdicción internacional al respecto, en el que hacemos una propuesta sobre una amnistía que entendemos debe ser tan generosa como necesaria para el país, en el que proponemos algunas modificaciones del Derecho Penal Común y en que proponemos la creación de la Comisión del Reencuentro y de la Repatriación para que se dedique a ese tema tan vital para todo el reencuentro de la familia uruguaya.

Podremos tener diferencias de matices, pero no es ésta la ocasión ni el momento para discutirlas. Simplemente digo que ésa es una expresión honesta de nuestra voluntad de pacificación y de nuestra convicción de que el país precisa una amnistía. Ella tendrá que llegar hasta donde, en definitiva, decidamos que debe llegar, pero debe ser rápida y oportuna para que cumpla su efecto pacificados; y, fundamentalmente, siendo un problema ético de la sociedad, no debe ser el objeto de la explotación política ni de la especulación política de nadie porque siempre, necesariamente, en estas cosas, puede surgir esa tentación y todos, por igual, debemos preservarnos de ella para encontrar, con espíritu fraterno, un camino de solidaridad que a todos nos reencuentre y que sea el primer paso, el primer mojón, el primer cimiento de un Uruguay reencontrado, en el cual el pueblo empiece a sentir vibrar en su ser la unidad nacional a través de la unidad de sus dirigentes, en la discusión, en la controversia, pero también en la búsqueda de la solución inteligente que sume todos nuestro esfuerzos.

Señor Presidente: dentro de pocos minutos también asumiré el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas, y ello importa un compromiso muy solemne, un compromiso que asumo con toda la cabalidad de la responsabilidad que ello supone, pero también con alegría de espíritu, sin enojos ni rencores para nadie. Puedo decir a este Parlamento que esas Fuerzas Armadas van a ser conducidas para la defensa constante de la Constitución. Esas Fuerzas Armadas tendrán que vivir, naturalmente, el proceso siempre difícil, que no podemos ignorar del pasaje de un gobierno de facto en el cual han ejercido todo el poder, a un gobierno democrático en el cual estarán subordinadas a los poderes legales.

Quiero decirles que ejerceré ese Comando con serenidad de espíritu, sin espíritu de revancha con respeto para una institución que por ser una institución del Estado debe tener toda la dignidad del caso pero cuya dimensión de dignidad se alcanza en lo que es la superior virtud del soldado, que es la defensa de la soberanía nacional y de la Constitución, sin la cual las armas pierden su sentido. Tengo la certeza de que voy a contar, y de que la democracia uruguaya va a contar, con la lealtad de los oficiales de los institutos armados y de los institutos policiales.

Muchas veces tendremos que discutir estos temas. Creo que todos los tendremos que discutir sin prejuicios y mirando hacia adelante, con una gran honradez de espíritu. Les digo, entonces, que en el ejercicio de ese Comando Supremo vamos actuar con toda la serenidad y con toda la firmeza que el mando republicano supone, sin estridencias innecesarias, pero con la firmeza suficiente como para que el país pase de una etapa de autoritarismo a una etapa en la cual todos sintamos que podemos volver a vivir con tranquilidad, porque allí está -diría- la clave en la que se asentará todo.

Tenemos que desterrar el temor, tenemos que desterrar el miedo, tenemos que desterrar ese sentimiento que es el que más corrompe el espíritu humano y que tanto hemos experimentado estos años.

Tenemos que desterrar el temor y para ello hay que desterrar también su paternidad que es la violencia esté donde esté y salga de donde salga. Para que no haya temor no deber haber violencia, y cuando hablamos de violencia no nos estamos refiriendo solo a la bomba o a la metralleta, sino a las mil expresiones de violencia que existen, de esa violencia que a veces se tiñe de matices ideológicos y que puede desembocar en la coacción o, simplemente, en el irrespeto de alguien por la opinión de otro o en el irrespeto del ciudadano por la conducta del otro. Solo en esa actitud de respeto y matando así esa semilla, es que podremos construir una sociedad sin temores como tradicionalmente fue esta sociedad uruguaya.

¿Qué es lo que más nos perfiló y distinguió? ¿Qué es lo que nos hizo sentir mas uruguayos en los tiempos en los cuales forjamos nuestra personalidad todos los que estamos aquí? Ese sentimiento que a veces la nueva generación que hoy se aproxima a la vida no entiende cuando nos oye hablar, que no nos comprende cuando nos referimos a un Uruguay que a ellos les cuesta entender, aun Uruguay sin temor, sin autoritarismo, en el que cualquiera podía entrar a cualquier lugar sin sentir que el adversario político era un enemigo personal, sin sentir que el que pensaba distinto era alguien con quien había necesariamente que enfrentarse.

Ese fue el mejor perfil, el perfil sustancial de este país que ha nacido para la tolerancia, que es hijo de ella y que le va en ello su identidad nacional ¿Qué es esta República sino la confluencia de la inmigración? ¿Qué es esta República sino la raíz hispánica mezclada luego con la aluvión italiano? Qué es este país sino a través de esas dobles identidades latinas la hermandad con pueblos con los que hoy tenemos fronteras, pero que un día no las tuvimos porque éramos exactamente los mismos en aquella América aluvional que emergía a la independencia hace un siglo y medio. Quizá nadie lo pueda decir mejor que nosotros que fuimos una frontera seca, manzana de discordia en la lucha entre los dos grandes imperios que crearon la cultura de América del Sur. ¿Qué fuimos nosotros sino una manzana de discordia, una pugna constante entre el imperio portugués y el español? Fuimos un pueblo de frontera; quizás por eso mismo fuimos también un pueblo de tolerancia.

Por eso aquella España y aquella Italia que vino más tarde pudieron un día acoger a hombres y mujeres de todos los horizontes del mundo que están en nuestra sangre, en nuestra cultura y que vinieron buscando aquí libertad religiosa o espiritual, tolerancia o simplemente un lugar donde vivir y trabajar. Y así vinieron los suizos, los valdenses, los franceses, los armenios, los judíos, y todos quienes fueron configurando este ser nacional que no se basó en la raza ni tampoco en una expresión geográfica que le estableciera su configuración. Un país de limites como fue esto no podía serlo.

La identidad nacional para nosotros fue un valor cultural, un valor político y cultural. Los uruguayos fuimos eso, una expresión de democracia dentro del Río de la Plata. Esa también es nuestra definición internacional.

Somos uruguayos porque creemos en la libertad, en el igualitarismo y en la tolerancia civil y religiosa, somos uruguayos porque creemos que nadie es más que nadie ante la Ley; somos uruguayos porque no tenemos viejos sueños aristocráticos; somos uruguayos en nombre de esa identidad. Nunca han sido sueños de potencia ni de grandeza material los que puedan haber envenenado, el espíritu de nuestro pueblo en el cual jamas fructificó la semilla de odio, porque a todos quisimos siempre Nuestros vecinos, con los cuales fuimos parte del mismo ser, saben que en este país existe un siglo y medio de existencia pacifica identificada con ellos y que hoy se quiere identificar aún más para consolidar para constituir nuevamente el mismo ser nacional que fuimos más allá de lo que sean nuestras respectivas soberanías. Sabemos que tenemos que desarrollarnos en la única potencialidad liberadora que nos hará grandes, en una soberanía no entendida en el viejo marco estrecho de límites detrás de los cuales se mira al del otro lado como un enemigo, sino como una soberanía colectiva que a través de una integración económica nos perita dar más justicia a nuestro pueblo y nos haga más grandes.

Esta es la identidad del Uruguay. Nuestro país es eso o no es nada. Por esa razón durante estos años sentimos el gobierno de facto y los riesgos de su salida, como un problema de subsistencia nacional.

Los países con mayor potencialidad geográfica y económica quizá puedan observar esto con simples accidentes en una larga historia política; países pequeños como el nuestro, cuando tenemos una quiebra de este tipo que compromete valores tan profundos, no estamos ante un tema simplemente político, ante un accidente en el camino, sino ante un problema que hace a la propia sobrevivencia del país, a su identidad porque toda nuestra fuerza está allí.

Por eso decimos que somos uruguayos, en la misma condición que también somos rioplatenses, porque es nuestra cultura. Del mismo modo, que decimos que somos sudamericanos, porque es nuestro hemisferio; del mismo modo que decimos que somos americanos, porque los sueños de libertad de nuestros héroes siguen en el espíritu de nuestra gente; del mismo modo que decimos que somos occidentales y lo somos no porque ello suponga ningún alineamiento automático a ninguna potencia, sino que lo somos porque en definitiva el espíritu de Occidente es un credo de libertad que nació en los albores de nuestra civilización de aquella civilización judeocristiana-helénica que nos ha inspirado a todos, así como también a esta democracia liberal.

De aquellas fuentes, de aquellos manantiales, es que se forma esto que hoy estamos viviendo. ¿Qué es esto sino el espíritu de religiosidad individualista que nace en aquel mare nostrum? ¿Qué es esto, sino Occidente y la latinidad a nuestro modo de entenderlo? Somos todo eso porque somos todo eso es que miramos el futuro con confianza pese a las inmensas asechanzas que aparecen por todos los horizontes; Pese a las enormes limitaciones materiales que apenas he esbozado; pese a los desgarramientos que aún tienen heridas abiertas que tendremos que tratar de cicatrizar con paciencia, con tolerancia y con espíritu de comprensión.

De aquellas fuentes de aquellos manantiales, es que se forma esto que hoy estamos viviendo. ¿Qué es esto sino el espíritu de religiosidad individualista que nace en aquel «mare nostrum?» ¿Qué es esto sino el espíritu de la democracia de los pueblos mediterráneos? ¿Qué es esto, sino Occidente y la latinidad a nuestro modo de entenderlo?. Somos todo eso porque somos todo eso es que miramos el futuro con confianza pese a las inmensas asechanzas que aparecen por todos los horizontes; Pese a las enormes limitaciones materiales que apenas he esbozado; pese a los desgarramientos que aún tienen heridas abiertas que tendremos que tratar de cicatrizar con paciencia, con tolerancia y con espíritu de comprensión.

No me siento solo, sin embargo en esta tarea tan difícil; siento la solidaridad de esta Asamblea porque todos emanamos del voto popular; siento la solidaridad del pueblo que nos ha votado.

Tengo la tranquilidad de haber podido jurar hoy acompañado por un Vicepresidente que no sólo competen estos mismos propósitos, sino que es prenda de garantía moral para toda la ciudadanía, porque él sigue siendo la misma voz que se levantó en 1980, en aquel plebiscito, cuando todos nosotros o casi todos no podíamos hablar. Entonces él fue una de las pocas voces que pudo levantarse.

Siento la tranquilidad de que todo eso hace el marco imprescindible para que podamos salir victoriosos de esta empresa.

No, era mi mayor ambición llegar este día aquí. Si se quiere, ésta es la culminación de un sueño compartido por todos nosotros; mi mayor ambición empieza hoy; mi mayor ambición es la de estar el 1o. de marzo de 1990 entregando el mando a un nuevo Presidente constitucional electo por el pueble.

Solo ese día podremos decir que nos cumplido; que he cumplido yo mi misión y que todos hemos cumplido nuestra misión.

Empieza una nueva etapa en el país. Importa entonces que la asumamos con la conciencia de la solemnidad de un momento histórico.

Señor Presidente este país ha vivido la soledad, por un lado, en su ser nacional, el desencuentro, cuando no la opresión en la individualidad de las personas que la componen. Hoy atravesado ya todos los laberintos de la soledad, nos encaminamos hacia una nueva etapa de cooperación y de solidaridad con todos los pueblos del mundo ahora aquí representados por tan dignos mandatarios y tan elevados estadistas que este día nos hacen el honor de acompañarnos y a quien el Uruguay recoge con tanta simpatía y cariño.

Hemos atravesado todos los laberintos de la soledad. Estamos en una nueva etapa de cooperación, estamos en una nueva etapa de solidaridad. Los desencuentros que hubo entre nosotros, hoy también tienen que quedar atrás. Para adelante, solo la libertad y el cambio de opiniones, la soledad y el desencuentro detrás.

Tenemos lo más grande; nos tenemos a nosotros mismos.

Señor Presidente de la Asamblea General, señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia, señores Legisladores, señores Presidentes de países amigos, señores integrantes del Cuerpo Diplomático, señores Ministros, señores dirigentes de las colectividades políticas que actúan en nuestro país, señoras y señores: al iniciar el período de ejercicio del mandato que me fuera conferido por la ciudadanía en el mes de noviembre pasado, debo exponer ante el país y su legítima representación parlamentaria algunas de las ideas que desde hoy ocuparán el centro de mi preocupación y de mi esperanza.

El comicio del que provienen los poderes que ostentamos, tanto legisladores como integrantes del Poder Ejecutivo, ha sido una vez más ejemplar y constituye motivo legítimo de orgullo nacional. Nunca es más oriental un oriental que ante una urna, en pleno goce de sus derechos, respetando y siendo respetado en la manifestación de su voluntad cívica.

Legitimidad inatacable, legitimidad irreprochable, legitimidad que vuelve poderoso el poder, responsable el poder y humilde el poder. Pero debemos preguntarnos: ¿es esa legitimidad el término del proceso político? ¿Es el fin de la actuación ciudadana? ¿Se agota en sí misma? No, rotundamente no. Alerta debemos estar ante la colectiva tendencia de creer que culmina en el acto electoral la capacidad del sistema. Debemos repetirlos hasta el convencimiento que lo electoral es instrumental de lo político, de lo gubernativo; necesario pero pasajero umbral de lo realmente trascendente, que es el ejercicio del poder; la justificación en los hechos de la potencia que el voto pone en manos de los electores.

Es ahora mismo, señores Legisladores, que comienza nuestra responsabilidad efectiva: la vuestra y la del Poder Ejecutivo. La capacidad de incidir en lo hondo de los problemas, la eficacia de identificar las zonas de nuestra organización social, económica y política que necesitan transformaciones, la eficacia para llevarlas a cabo, son el gran desafío que enfrentamos.
El logro de esas transformaciones será medido clara e ineludible de la idoneidad del sistema democrático representativo para responder a las interrogantes que nuestros compatriotas diariamente se plantean. Será la vara con la que seremos medidos, ustedes y nosotros, en la hora inexorable del juicio de nuestra gestión.

No creemos equivocarnos si al interpretar el estado de ánimo de los orientales en este momento, por encima de distinciones partidarias, señalamos que nuestra gente abriga el deseo ferviente de que el sistema político realice obra, incida sobre la realidad que parece inmutable, cree condiciones para la prosperidad, despierte fuerzas adormecidas, sacuda modorras, reanime energías, enardezca tibieza, abra caminos cerrados, disipe tinieblas, desbroce senderos, recupere perdidas esperanzas y adelante la aurora de días mejores. No creemos equivocarnos al así catear el alma de nuestros compatriotas.

En procura de esa eficiencia del sistema gubernativo es que nos fijamos como método, aún antes de la expresión popular, el de lograr un gobierno nacional de coalición o de coincidencia que, ayuntando esfuerzos, diera fluidez al proceso formativo de la voluntad política colectiva.

Antes del comicio lo proclamamos; conocido su resultado, lo intentamos; hoy ante ustedes, lo consagramos: hay en el paisaje político nacional una mayoría parlamentaria acordada entre el Partido Nacional y el Partido Colorado que respaldará un plan legislativo innovador, moderno y transformador; una coincidencia de grandes fuerzas políticas que – manteniendo su identidad y su perfil- sienten que la hora es de conjunción nacional, de augural y fructífera concordia.

Esta coincidencia así lograda es un hecho nuevo y auspicioso de nuestro devenir político, Es también el triunfo, el éxito, el honor de la responsabilidad de quienes han sido nuestros interlocutores en las últimas semanas. Tal coincidencia nos permite presentarnos hoy ante esta Asamblea General, no como abanderados del Partido Nacional, sino en concordancia el Partido Nacional con el Partido Colorado, ese Partido que con generosidad y grandeza nos ha tendido su mano.

Más allá de lo acordado por las colectividades históricas, ha sido y será el diálogo con todas las fuerzas políticas el signo de esta Administración. Temas tales como la educación, la reforma del Estado, el nuevo diseño de la seguridad social, deberán contar y contarán seguramente en su gestación con el aporte de los señores legisladores del Frente Amplio y del Nuevo Espacio, cuyos líderes han manifestado su patriótica disposición a colaborar en esa tarea, aún con el disenso, que sabemos será fundado y razonable, el estar animado de un espíritu positivo que reconocemos y que mucho valoramos.

Al buscar y encontrar la aludida coincidencia no hemos procurado eludir la discusión de los grandes temas ni recortar posibilidades al fecundo diálogo político. Por el contrario creemos que lo vigorizamos, toda vez que hacemos más fructífero el proceso al asegurarle un resultado, una dirección y una orientación.
No somos, por cierto y por suerte, pueblo de unanimidades, porque somos pueblo de hombres libres. No tememos a la discrepancia ni al matiz diferencial ni a las voces encontradas. En ese ambiente de controversia crecimos como individuos y como nación. Pero no podemos olvidar que hay momento en que es preciso catalizar, concretar, optar y encaminar la voluntad colectiva.

Obtenidas las mayorías requeridas, aprobadas las normas jurídicas según Derecho, éstas rigen en plenitud de su imperio y nada ni nadie – legítimamente- puede oponerse a su plena vigencia. Tal el concepto que es a la vez base y cima de nuestra organización social.

El mundo que hoy enfrentamos, señores legisladores, es un mundo fermental, cambiante y renovador. Su tono dominante, su fuerza motriz, son la libertad del individuo y la independencia de las naciones; Los dos términos de la eterna ecuación de la Historia.

Naciones que resurgen como por milagro. Voluntad formidable del querer colectivo que redespliega banderas, reanima atávicas lenguas, remueve rescoldos culturales. Individuos que sortean alambradas, muros, prohibiciones y miedos. Naciones e individuos que enfrentan los desafíos de siempre y los nuevos que los tiempos han traído. Los de siempre: libertad en el orden; satisfacción de necesidades vitales; educación y técnicas apropiadas; libertad de comercio; respeto por la soberanía. Los nuevos: masificación informativa; deterioro del medio ambiente; consumismo; materialismo desenfrenado; condiciones de vida alteradas; nuevas formas de violencia; alienación y escapismo.

En medio de ese mundo nuestra Iberoamérica, que felizmente comienza esta década bajo el signo común de la democracia. Nuestro propio desafío es hacer a es democracia compatible con el crecimiento económico. En esa tarea debemos contar, sobre todo, con nosotros mismos, sin esperar milagros. Esa América Latina, es América española, debe hacer oír su voz con firmeza ante la colectividad internacional.

Esa voz que muchas veces el mundo industrializado sólo oye cuando su preocupación apunta a temas tan inquietante como la droga o la degradación del medio ambiente; esa voz que otras veces no se escucha, debe resonar una y otra vez para hacer oír las convicciones íntimas y las aspiraciones legítimas de nuestros pueblos. Así, en los temas del comercio que se dilucidarán a fin de año en la Ronda Uruguay; en la solución final del tema de la deuda externa, que pesa como una cruz sobre los pueblos americanos; en la participación en las oportunidades de inversión. Por cierto que más se nos escuchará si en cada país demostramos voluntad interna de adecuar la organización económica y social a los tiempos que corren, reconociendo en los bloques políticos y económicos que nacen en todas las latitudes una nueva e inescapable realidad que no podemos cambiar y a la que tenemos que adaptarnos.

Adecuada respuesta en nuestro entorno a ese tiempo nuevo debe ser la articulación más profunda de la Cuenca del Plata como entidad geopolítica en la cual la coordinación de esfuerzos en emprendimientos de importancia den noticia la mundo de que en esta región se comienza también una transformación y un despertar. De este modo, en democracia, consolidando el desarrollo y haciéndonos oír en nuevos ámbitos, podremos todos juntos encaminarnos al medio milenio de historia compartida que con emoción y esperanza concelebraremos con España en 1992, en tierras sevillanas.

En medio de este mundo, nosotros los orientales con nuestra Patria sobre los hombros, querendona siempre, pero queriéndola con sentido de perfección, es decir, no como es, sino como la vamos a hacer.
Para ello convocamos a todos. Convocamos a los empresarios, a quienes poniendo su capital e inventiva a merced de riesgo buscan la sana ganancia y generan riqueza y ocupación para ellos y la comunidad. El verdadero espíritu empresarial contará con el apoyo de políticas genéricas, predecibles y permanentes. El Gobierno espera de estos compatriotas el sentido de auténtica modernización y el de justa valoración del trabajo y del salario, componente esencial de la ecuación empresarial.

Convocamos también a los trabajadores. A ellos castiga más que a nadie la inflación, a sus hijos posterga la educación insuficiente, para ellos son más caros que para nadie los servicios públicos deficientes. Defensa de la moneda es defensa del salario. A ella nos abocaremos firmemente. Reforma de la educación, de la seguridad social, son garantías de la vida y del progreso del trabajador. Comprometido con su país, dispuesto a dar en productividad para recibir en mayor participación de la riqueza generada, le daremos medios de disponer democráticamente acerca de su relación laboral, protegiendo su derecho y su autonomía de decisión.
Convocamos a los jóvenes, a los que están aquí y a los que están lejos que para escuchar estas ceremonias tendrán que alterar el horario de sus vidas.

Quizás más que a nadie convocamos a ellos, sangre de nuestro ser, presencia oriental en todas las latitudes del mundo, donde dan testimonio de honestidad, de espíritu de trabajo y de decencia, que nos llenan de orgullo. Sabemos que es a ellos, a los que están y a los que no están, a quienes más castiga la crisis de un país, con la educación no adecuada a los tiempos que corren, con la falta de empleo y de vivienda cuando se inician en la vida y querrán formar el hogar, y por ello deben levantar vuelo hacia otras tierras. Pero por encima de todo los castiga aniquilándoles la esperanza. Para ellos creemos y queremos.

La paz política y el respeto por las instituciones, que son el más preciado bien de la comunidad nacional, se han reafirmado en el período de Gobierno de mi ilustre predecesor, el doctor Julio María Sanguinetti.
Justo es que así lo reconozcamos en homenaje a este ciudadano y a su colectividad política.
Han quedado atrás los tiempos turbulentos de la violencia y la fractura institucional. El Uruguay ha revivido en sus propias esencias con el Gobierno democrático y el pluralismo que le son connaturales y que nadie tiene el derecho a amenazar. Si alguien los amenazara, lo proclamo orgullosamente y con firmeza: seré un digno Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.

Asumo con ello un solemne compromiso y a la vez comprometo a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas para que extremen su vocación de servicio y para que acaten siempre el imperio de la Constitución y de la Ley, salvaguardando para todos los orientales la paz y la libertad de la Patria.

La nación tiene un grande, posible e importante destino. Durante años se susurró, cuando no se enseñó, a sucesivas generaciones que el país era pobre y pequeño. ¡Mil veces errónea la sentencia! Desde el emporio productivo de Bella Unión hasta el coraje aventurero de la Base Antártica «Artigas» en los confines australes, donde nos escuchan en este momento soldados de la Patria, todo es rotundo desmentido a tan negativo aserto. Campos, mares, capas geológicas, ríos, rebosan de oportunidades de prosperidad dormida. Hacia su despertar debemos ir con urgencia y sin pausa.

¿Cuál será la palanca, el motor de esa transformación? Será, como lo vuelve a ser en todas las latitudes, el espíritu de iniciativa, de inventiva, el coraje y el ánimo de emprendimiento. Caducados los moldes ideológicos, estallado en mil pedazos el vano intento de clasificar y etiquetar afanes y esperanzas, retoma protagonismo como motor de naciones y de hombres la vocación de progreso connatural con el ser humano.

Largo tiempo entre nosotros hemos tejido una organización socioeconómica que, procurando la total seguridad, mató el espíritu de riesgo que acerca la posibilidad de prosperidad. ¡Abajo, pues, con esas barreras! ¡Las primeras las conceptuales, las que anidan en el subconsciente nacional! Que las fuerzas de cambio real, del cambio posible, prevalezcan sobre las del inmovilismo y las del malsano espíritu conservador. Capacidad técnica, capitales, oportunidades de trabajo: he ahí la trilogía que debemos convocar creando condiciones jurídicas indispensables, anunciando y cumpliendo políticas permanentes, garantizando a quien -trabajador o empresario- realice más esfuerzo, una mayor recompensa.

-Éticamente, nada puede sustituir este impulso que anida en el concepto constitucional: premio para los talentos y laurel para las virtudes.

Socialmente vivimos horas de incertidumbre colectiva, fruto de muchos años de ignorar colectivo de los problemas. Estos sentimientos nos han ganado a todos en mayor o menor medida. Alarma el advertir que la trama social va determinando un corte horizontal que segmenta a la Nación entre los que no tienen, y desesperan. No habrá progreso legítimo sin un esfuerzo colectivo que incorpore a esos, nuestros compatriotas, nuestros hermanos que claman por casa, salud y educación cada día. Ante tales situaciones de injusticia no vamos a responder con indiferencia, sino con sensibilidad, viendo en cada oriental un hermano hijo de Dios, como todos nosotros.

Si bien creemos que no corresponde a los Gobiernos realizar la felicidad de los individuos, sino crear las condiciones para que ellos, en igualdad de oportunidades, la encuentren con su esfuerzo, también afirmamos que deben ser el Gobierno y el Estado los primeros en cambiar para no convertirse en freno y lastre de la sociedad.

Gobierno, Administración y Estado deben resumir su condición de medios y no de fin; readaptar sus poderes para que no sean opresivos; redimensionar su tamaño para que no sean pesados; redefinir sus funciones para que no invadan fueros ni esferas propias y naturales del individuo.

De toda la reformulación de nuestra organización estatal queremos destacar una tarea, sin que ello implique disminuir las demás, pero ciertos como estamos de que es la que afecta a todos y en lo más delicado: la reforma educativa.

El milenio que se avecina, que ya se adelanta entre nosotros, tiene como signo y símbolo una palabra: el conocimiento. Más allá de las riquezas naturales, del tamaño o la ubicación geográfica de los países, son el conocimiento y la información los que determinan el señorío del hombre sobre las cosas, los que condicionan la propia existencia y habilitan el futuro.

Los orientales, mandatados por nuestro Primer Jefe de ser tan valientes como ilustrados, debemos asumir hoy con decisión el coraje de educarnos mejor y de educarnos más. Ya sea ella transmisora de valores permanentes u otorgadora de idoneidades técnicas adecuadas para la vida, nada hay más importante entre nosotros que la educación de nuestros jóvenes y nuestros ciudadanos en general, la educación permanente, la que forma y moldea mejores y más aptos ciudadanos.

Sin perjuicio del énfasis puesto en este crucial tema, y sin que l enumeración agote la lista, debemos plantear señores legisladores algunos de los temas acerca de los cuales enviaremos oportunamente iniciativas legislativas.

Un análisis crítico del rol del Estado en la economía y en los servicios sociales es de orden. Más allá de planteos ideológicos y programáticos -a nuestro juicio inconducentes- es o debe ser preocupación de todos el adecuar el funcionamiento de las empresas y servicios públicos al logro del bien común. Para ello han sido instituidas entre nosotros. No partimos en la materia de preconceptos, salvo de aquel que claramente nos indica que hay que tener en cuenta al consumidor y al contribuyente, quienes tienen derecho a buenos servicios, para poder juzgar su eficacia. La población tiene derecho a tener servicios modernos, eficaces, baratos, en materia de seguros, teléfonos, transporte, luz y demás actividades en poder del Estado. Sín espíritu conservador y sin atarnos a ninguna fórmula previa que congele todo en el tiempo, debemos atrevernos a ser imaginativos adecuando la estructura estatal al logro de beneficios populares; en definitiva, de una mejor calidad de vida para los habitantes de la República.

El sistema de seguridad social debe merecer, por dos veces, la atención de este Parlamento: dentro de muy pocos días, cuando analice y considere una ley que subsane situaciones urgentes, pero más adelante en la Legislatura, será el ámbito donde desarrollarse el gran debate nacional sobre el destino de un sistema que, tal cual está hoy organizado, no ofrece un futuro seguro a los habitantes del país.

Inmediatamente remitiremos al Parlamento un plan de ajuste fiscal. La magnitud del déficit presupuestal actual impide alejar de nosotros el flagelo de la inflación. Por cierto que el Poder Ejecutivo no pretende lograr el equilibrio de las cuentas públicas solamente mediante el recurso de aumentar impuestos. Se compromete este Gobierno, se compromete esta Administración a disminuir significativamente el gasto público y combatir la evasión fiscal en todos sus aspectos, para terminar con situaciones de injusticia, quizás las más grandes que vive nuestra sociedad; combatirá especialmente el contrabando, que empobrece el Fisco y quita oportunidades de trabajo a los habitantes de la República. Ese ajuste fiscal que propondremos al Parlamento no es un fin en sí mismo. Será el prólogo de un tiempo económico en que la inflación controlada cree condiciones propicias par el ahorro, evite el desvío de capitales hacia los papeles públicos, fomente la inversión, temas sobre los cuales también serán necesarias la atención y la acción de los señores legisladores.

Queremos plantear algunas ideas al hablar de la actividad legislativa. Habiendo sido algún tiempo legislador, creemos tener autoridad para hablar de la actividad legislativa. Nuestro país paga a veces excesivo tributo a la ley como instrumento idóneo par resolver problemas. Más de 16.000 leyes hay en nuestro Registro, pero a veces de la ley a la realidad media una distancia que vuelve inoperante a aquélla o insolubles los problemas de ésta. Debemos cuidarnos de esa distancia al pensar en un sistema democrático representativo, porque puede ocurrir que, operando en planos paralelos, la ley pierda totalmente el contacto con la realidad y no sea más fuerte y consistente que el papel en que está escrita, mientras la gente, con problemas palpables, reales, cotidianos, va perdiendo o comienza a perder la noción de que el proceso democrático puede incidir favorablemente en su vida diaria.

Pensemos en nuestra legislación sobre menores, Código, Instituto, Comisaría de Menores, buena materia prima para presentar en congresos, pero progreso de papel; la realidad es muy otra. Y como este tema, doloroso como pocos, podríamos exhibir muchos.

Vale decir que más allá del tecnicismo, de la aptitud idoneidad que se reconoce al Parlamento uruguayo, que en sus Comisiones y su Plenario trabaja a conciencia, con espíritu de cooperación entre los partidos, será preciso que nos preocupemos de la vida posterior de la ley, una vez que el Poder Ejecutivo la ha puesto en vigencia.

Pensamos, señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que este tema nos lleva al de la Justicia, porque el ciudadano, al acudir al Tribunal para reclamar lo que se le debe, para modificar situaciones familiares, para lograr la reparación de un daño o el castigo de un culpable, tiene la sensación de que el proceso no se cumple con la celeridad propia de un sistema judicial sano. Comprometemos todo el esfuerzo del Poder Ejecutivo en el pleno respeto de la separación de Poderes -como seguramente comprometerán los señores legisladores en el Poder Legislativo- para que no se escatimen medios materiales y jurídicos, a fin de eliminar la incertidumbre jurídica en nuestros compatriotas y lograr el amparo pleno del que quizás sea el primero de los Poderes, el Judicial.

Al plantear modificaciones y reformas, no excluimos ningún campo de la actividad, y estamos dispuestos -como no podría ser de otra manera- a recibir las iniciativas y las propuestas de todos los partidos, y de todos los legisladores. No nos reservamos ningún ámbito, pero debemos plantearnos como individuos, la interrogante esencial: ¿estamos realmente dispuestos, luego de hablar de la reforma del Estado, de la Administración, de la educación, a la reforma de nosotros mismos o pretendemos que el ámbito sólo llegue al límite, a la linde de nuestras propias responsabilidades, excluyéndonos? Trabajador y empresario, civil y soldado, paisano y ciudadano, docente y ama de casa, joven y viejo, gobernante y gobernado: ¿estamos dispuestos a dicha resolución interior de cambio, a ejercer en el plano que sea mejor muestras potestades, acatar nuestros deberes y a cumplir y ejercer con dignidad nuestros derechos? Decisión libre si la hay; ella está fuera del alcance de todo poder, salvo el de nosotros mismos. Hagamos pues, en el fuero de nuestras conciencias, la transformación. Luego, nada nos será imposible.

Compatriotas: desde la lejana juventud he sido hombre de partido; por imperio de la sangre y por decisión del intelecto he formado en las filas de la colectividad que fundara ese paradigma de ciudadano, de gobernante y de soldado que fue el Brigadier General Manuel Oribe.

A esa sana pasión le he entregado por más de treinta años lo que soy y lo que puedo; pero fui formado en la creencia, en la certeza de que por encima de ese amor partidario, condicionándolo, determinándolo, justificándolo, había otro: el amor a la Patria.

Me despojo pues, en este momento, de todo sentimiento partidista, no sólo por imperio de la Constitución, sino por la serena convicción de que la tarea me aguarda no puede tener otro marco u otro símbolo que el de la Bandera Nacional.

Al iniciar esta tarea y esta marcha, desde lo profundo de mi fe, invoco la protección de Dios, principio y fin de todas las cosas, del Dios de nuestros padres, repitiendo: «Señor, haz de mi un instrumento de tu paz».
La paz, benéfico estado al que aspiramos como seres humanos y como nación; la paz de los libres, la paz de los fuertes, la paz de los solidarios, la paz en el trabajo, en el orden y en la justicia. Que así podamos hacerlo entre todos es mi más profundo deseo y voto en este día para mí tan señalado.

Terminada está, señores legisladores y compatriotas, la etapa de las palabras. Acallado el último aplauso, realizada la última ceremonia, comienza para ustedes y para nosotros la cuenta regresiva de sesenta meses de tarea que va a tener sus conflictos, sus encontronazos, que va a tener sus discrepancias, pero creo -y sé, más que creo será presidida por la buena voluntad de unos y otros, múltiples y diversos pero unidos en una misma conciencia y voluntad de ser orientales.

Quizá sea, entonces la mejor prenda del ejercicio de nuestra tarea, el hecho de que dentro de sesenta meses, en esta misma Casa, otro ciudadano jure con honor y por su honor defender la Constitución de la República y podamos entregarle un país mejor.

 

Señor presidente de la Asamblea General, señores presidentes de las Repúblicas hermanas que nos honran con su presencia, señores ex presidentes, señores ex vicepresidentes, señores jefes y miembros de las bienvenidas delegaciones que también honran a nuestro país con su presencia, señores lideres políticos del país, señores legisladores, señoras y señores: comenzamos hoy un período de gobierno que verá en su expiración el fin de este siglo; también el fin de este milenio.

Estamos a menos de dos mil días de aquella jornada en que sobrevendrá ese año 2000, al que ya la imaginación colectiva rodea de un aura mágica. Más allá de este convencionalismo calendario, existe, sin embargo, una realidad.

Sabemos todos que hemos entrado en una nueva era de la civilización; que hemos ingresado en una nueva era de nuestra América Latina y que, ciertamente, estamos en una nueva era de nuestra región y de nuestra propia patria. Sabemos que tenemos por delante un mundo lleno de certezas, pero a la vez un mundo lleno de incertidumbres y de misterios. Es certeza que hemos dejado atrás los dos siglos de las grandes revoluciones políticas que comenzaron en 1789 en Francia y terminaron en 1989 con la caída del muro de Berlín. Sabemos que todos los intentos por sustituir la democracia política no llegaron a buen destino.

Sabemos que todos los empeños para que la economía de mercado fuera suplantada por otros emprendimientos y por otros sistemas, terminaron también en el fracaso. Sabemos que estamos viviendo hoy una globalización de la información y de las finanzas que determina por ejemplo, que una situación que ocurre en México se traslade de inmediato, no sólo a todo nuestro continente, sino al mundo entero. Y es paradojal la circunstancia de que no siendo un acontecimiento ocurrido en las grandes potencias, tenga pese a todo repercusión universal.

Sabemos que ese es el mundo dentro del cual accedemos a la etapa final de este siglo. Y sabemos igualmente que es un mundo vigorosamente competitivo, en el que el conocimiento y el saber son los instrumentos más poderosos, la máxima expresión de la fuerza. Nunca antes el conocimiento y el saber han sido herramientas tan fuertes de poder.

Todo eso lo sabemos. Pero también nos enfrentamos con incertidumbres y con misterios. Los antiguos, en los viejos mapas, para designar los territorios aún desconocidos estampaban la leyenda «Bic sunt leonis» -aquí están los leones- y allí están los nuestros. Porque la democracia política ha triunfado y nadie se atreve a discutir sus principios. Y, no obstante, en el mismo momento de su máxima victoria la democracia comenzó a dudar de sí misma; en el mundo entero empezamos a sentir que los partidos políticos se debilitaban, que el concepto de la representación aparecía diluido entre los fenómenos de la mediación informática y de la intermediación de la televisión.

Comenzamos a ver que la economía de mercado sin duda triunfaba, pero no resolvía los problemas de la desocupación; que la ciencia y la tecnología alcanzaban su máximo esplendor y ponían a disposición del hombre y de la mujer de nuestra época tantos bienes de confort como ninguna otra generación en la historia de la humanidad había tenido. Pero advertimos, al propio tiempo, que no se podía superar el flagelo de la pobreza y de las carencias; problemas que tenían que convivir, y siguen conviviendo, con las mayores expresiones de la prosperidad.

Asimismo, nos hallamos ante la evidencia de que la paz social, que parecía definitivamente alcanzada a través de todos estos logros y de todos estos bienes, comenzaba a coexistir con nuevos flagelos: la droga el narcotráfico, la violencia urbana, el crimen organizado a escala universal, las incertidumbres del fundamentalismo religioso que se traducía luego en actos de terrorismo; en fin, fenómenos inesperados que comenzaron a hacer dudar, que nos condujeron a identificar las incertidumbres que había en aquel mundo que parecía haber nacido para las cosas claras, rotundas, para columnas y pilares de una arquitectura de equilibrios.
De allí, entonces, que este tiempo, que a la vez promete esas certezas, pero también estos territorios de misterio, nos imponga los deberes de entrar a ellos con ánimo resulto; afirmados en aquellos principios que han constituido los cimientos de esas afirmaciones que hacemos.

José Ortega y Gasset decía que «la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica». Y tal es lo que ocurre en estos años, en que estamos construyendo una nueva era, un tiempo nuevo, que se nos viene dado por un curso de la historia. Aquel que nosotros podamos ver será un tiempo de servidumbre o será un tiempo de libertad. Estoy seguro de que será un tiempo de libertad en virtud de este esfuerzo que lleva adelante la humanidad por afirmarse en esos principios rectores que nadie se atreve a discutir.

Tendremos que convivir con la unidad y con el debate; ambos elementos son complementarios y no contrapuestos. El debate no se ha cerrado ni el llamado fin de las ideologías supone el fin de las ideas ni, mucho menos, la muerte del debate.

Hace ya muchos años que John Stuart Mill nos decía que el hombre nunca es infalible; que las verdades son siempre verdades a medias; que las diferencias de criterios no son un mal sino un bien, y que la unanimidad es un fenómeno excepcional. Realmente es muy difícil imaginar las unanimidades; son casi imposibles, y por eso no nos debemos detener en la búsqueda de esa utopía. Pero, sí, en cambio, tenemos el deber de saber que el debate y la discrepancia tienen un límite. La democracia le pone una cota a un disenso que no puede ser ni ilimitado ni eterno. En algún punto y en algún lugar tienen que aparecer las fecundidades de los encuentros, deben emerger los frutos de las construcciones.

Este gobierno se inicia con espíritu de acuerdo y con espíritu de entendimiento. Sabe el señor presidente, y lo saben los señores legisladores, que el día siguiente de la elección nacional nuestro escenario político exhibía una fragmentación, resultante no sólo de ese acto cívico sino también de nuestro propio sistema y que nos mostraba la que llamaríamos una gobernabilidad con dudas, una gobernabilidad difícil; una capacidad de hacer desde el gobierno comprometida por esa misma fragmentación.

Desde el primer momento nos propusimos generar un diálogo. Con la mayor apertura intelectual y espiritual propiciamos un diálogo que fue correspondido por todas las fuerzas políticas. Los cuatro partidos políticos representados en esta Asamblea General abrieron ese espacio de diálogo y alrededor de una mesa fue que se comenzó a encontrar entendimientos; a veces también discrepancias, pero se siguió avanzando. Desde el primer día se señaló que no había ninguno excluido de la tarea, y que tampoco nadie debería excluir al otro. Y así fuimos avanzando.

Algunos acuerdos abarcaron a los cuatro partidos; otros acuerdos incluyeron a tres partidos; otros acuerdos comprendieron al Partido Colorado y al Partido Nacional, quizás en el núcleo mayor de las discusiones y debates. Todo esto se llevó a cabo en torno a una mesa, con transparencia, ante la vista del periodismo y de la ciudadanía, con una cristalinidad de procedimiento que, se concederá, honra a todo el sistema político del país. Me complazco en señalar esto con alegría; porque es una ocasión en la que el entendimiento al que se llegó finalmente para constituir un Gabinete entre el Partido Colorado y el Partido Nacional se procesó de ese modo: no reservado a las soledades, al silencio o al murmullo de los ambulatorios, sino dispuesto en la claridad de una mesa de diálogo en la que estábamos todos presentes.

Este hecho honra a todo el sistema político, al que le rindo homenaje con estas palabras, y muy especialmente -es un grato deber decirlo- a los lideres del Partido Nacional. Esos dirigentes han permitido constituir un Consejo de Ministros que llega hoy con el sólido respaldo de estas dos grandes colectividades históricas, con un apoyo parlamentario que permite decir que este gobierno no sólo comienza con este Gabinete, sino también con un programa legislativo que en las próximas semanas le permitirá mostrar al país que hemos salido de esos peligrosos bloqueos y que ya el país no tiene ningún bloqueo ni ningún encierro por delante. Ojalá que este desbloqueo político le podamos añadir también un desbloqueo de la imaginación, para encontrar las respuestas y las soluciones que el país precisa. -Karl Popper decía.»Vivir es encontrar soluciones». De eso se trata: de lograr entendimientos y acuerdos para poder hallar soluciones.

Este clima político no nos puede hacer ignorar, sin embargo, que el país precisa también de reformas constitucionales, de reformas legales en su sistema de instituciones. El Poder Ejecutivo necesita mejores capacidades de gobernabilidad, mejores condiciones de gobernabilidad, más allá de las personas que puedan estar circunstancialmente a su cargo. El Poder Legislativo, en tanto, precisa mayor agilidad y celeridad en su acción; el sistema electoral, reclama una mayor claridad en lo que respecta al voto de los ciudadanos y una máxima flexibilidad en sus articulaciones; los partidos necesitan de mayor coherencia y disciplina interna.

Todo esto es un programa de reformas en el que desde hace tiempo viene existiendo una coincidencia de todos lo partidos políticos del país. Y si no se han hallado en otros momentos los acuerdos necesarios, esta es la hora en la que ellos deben encontrarse. Eso debe ocurrir ahora, en este año, alejados de lo que es la próxima elección. No podemos esperar a que el transcurso de la vida política nos vaya acercando a las elecciones y, en consecuencia, todos perdamos la deseable objetividad con la cual tenemos que encarar este tema para que el sistema político sea, en definitiva, la democracia eficaz que todos estamos pretendiendo, que todos estamos sintiendo y anhelando.

El país está incorporado ya a un proceso de integración. Formamos parte del MERCOSUR, con tres de nuestros países hermanos, representados hoy aquí a través de sus máximos mandatarios. Seguramente otros países de nuestra América se incorporan a él en un momento no distante.

Esto nos impone el esfuerzo de actuar acompasadamente. No podemos imprimir a la región nuestros propios ritmos; no podemos imponerle el ritmo de nuestros debates y de nuestras discusiones. Por lo contrario, tenemos que actuar con instituciones que tengan la flexibilidad suficiente, la eficacia necesaria para poder acompañar ese proceso con agilidad, haciendo sentir que es posible conciliar las libertades propias de la democracia con la destreza propia de los sistemas de administración modernos.

Ese es el desafío que tenemos por delante y creo, con firmeza, que junto con los partidos políticos y con los señores legisladores podremos encontrar los mejores caminos para realizarlo.

Estamos viviendo un tiempo distinto, una era diferente. Se han caído grandes sistemas ideológicos, y pese a ello el debate de ideas sigue siendo fuerte e importante, aun cuando hay un pragmatismo que nos impone la necesidad de encontrar soluciones concretas a los problemas planteados. Pero, naturalmente, no sólo con pragmatismo se puede sustentar un programa; no sólo con pragmatismo se puede conducir una nación; no sólo con pragmatismo vamos a mantener la unidad de nuestras sociedades y a proyectarlas hacia adelante. Son necesarias otras reformas que también hacen a la idealidad.

De ahí que nuestro país, tanto como una reforma constitucional, requiera de una reforma educativa, la que debemos lograr con la misma fe, con el mismo ánimo que en tiempos difíciles de la República, en 1876, este país se lanzó a alfabetizar a través de una escuela laica, gratuita y obligatoria. Así debemos actuar hoy, con ese mismo espíritu resuelto, para que todos podamos llegar a conjugar, inclusive, el lenguaje de la informática, ese nuevo código sin el cual la nueva generación en caso de desconocerlo, vivirá en la mudez del analfabetismo funcional. Y eso debe hacerlo el país.

Tenemos que redefinir los roles de cada sector de la educación; debemos incorporar e impregnar a esa educación de los contenidos científicos y tecnológicos que la civilización actual nos va imponiendo. Asimismo, tenemos que establecer una mayor flexibilidad de todo ese sistema de educación; debemos lograr matrículas nuevas, que no mantengan aquellos rígidos cánones con los que hemos actuado. Sabemos que hay limitaciones materiales; sabemos que con más recursos nos conduciremos más rápido y que con menos quizás tengamos que ir más lentamente. Pero más allá de que tengamos más o menos recursos -lo que, en rigor, dependerá del crecimiento de la economía global del país- lo importante es que sepamos cual es el derrotero, cual es el fin, cuales son los objetivos, cuáles son los procedimientos, qué jóvenes queremos formar y para qué, en que disciplinas los queremos cultivar, hacia qué sociedad los estamos proyectando.
Eso es, para nosotros, lo que hace imprescindible una reforma educativa.

Además, creemos que el proceso de integración que tanto hace al destino de este país tiene que ser vertebrado, tratando de buscar la especialización, la calidad. Nunca nuestras respuestas van a ser cuantitativas, porque nuestras propias dimensiones no nos han configurado ontológicamente para la cantidad. Tenemos que tratar de buscar, a través de la educación, la máxima calidad de nuestra gente y de nuestra producción de bienes y servicios. El país ha sido eso desde que nació. No somos herederos de grandes territorios ni de viejas civilizaciones. Hemos sido una zona de aluvión, que tuvo que construirse así misma en las fronteras entre los viejos imperios, y que nació en torno a valores culturales, a ideas y a principios que fueron los que configuraron nuestra propia identidad nacional.

Hoy más que nunca, cuando nos incorporamos a este espacio regional con el que tantas cosas compartimos, nuestra apuesta está indisolublemente ligada al éxito y a la suerte de ese proceso de educación.

Esto también nos introduce en un mundo de valores que en la civilización moderna se han ido perdiendo entre la fugacidad de las imágenes que nos comunican los medios de información, el debilitamiento de la familia como núcleo esencial -que, felizmente, en el Uruguay sigue siendo fuerte, pero no tiene la fortaleza de otros tiempos -y el cese de los grandes enfrentamientos de sistemas de ideas articuladas, que nos ofrece más libertad pero que a veces también nos deja algo perdidos en los horizontes, teniendo que buscar sin paradigmas definidos los mejores caminos. Entonces, tenemos que reencontrarnos con esos valores fundamentales que no sólo impregnan el fenómeno educativo sino la propia vida de la sociedad.

Este país tuvo una historia de paz y de democracia también tiempos de turbulencia; pero felizmente esos últimos han sido tiempos que hemos dejado atrás. Cada tanto aparece alguna amenaza, pero todo el sistema político uruguayo ha sabido superar -y lo seguirá haciendo- todo lo que pueda ser la tentación de la violencia.
Tenemos por cierto, más seguridad pública que otros países; pero ella ha descendido y retrocedido en relación a nuestro propio pasado. Esto compromete un gran esfuerzo que todos tenemos que realizar los legisladores, encontrando aquellas normas que puedan enfrentar mejor esos fenómenos novedosos de la delincuencia organizada que aparecen especialmente en las ciudades; los jueces, aplicando recta y correctamente estas normas; y el poder administrador y la Policía, ejerciendo las necesarias actividades de prevención y de represión en los casos en que ello sea necesario. Hay un esfuerzo que la sociedad debe hacer y, además, siendo -como lo es- una sociedad liberal, no puede permitirse ninguna debilidad, porque cuando el Estado deja de ser eficaz aparece la reacción privada, y eso es lo que no ha ocurrido en este país. Y no ocurrirá.

De manera que depende de nosotros que a tiempo preservemos los valores de esa democracia y de esa libertad, a través de una eficaz acción del Estado en la que sepamos conciliar los principios de la libertad y de los derechos humanos con el orden necesario e imprescindible para la convivencia.

Sabemos que estos problemas de seguridad no son únicamente legislativos sino profundamente sociales y que están íntimamente ligados a los fenómenos de pobreza. El Uruguay ha hecho un enorme esfuerzo de superación social que a todos nos enorgullece y al que todos hemos contribuido a lo largo de las etapas de su historia. Nos consta que en la última década ha bajado sustancialmente la pobreza en nuestro país. Sin embargo, ha aumentado la marginalidad. Los porcentajes de pobreza son menores, pero es mayor la cantidad de gente que no integra los circuitos y los valores de la sociedad. Se ha acentuado la distancia y eso, que se conecta directamente con estos fenómenos, nos compromete a todos a realizar los mayores esfuerzos para combatir las desigualdades sociales desde la propia escuela que, como todos sabemos, debe ser el primer instrumento para tratar de que esa marginalidad social ceda el paso a una socialización armónica dentro de nuestra sociedad.

En definitiva, éste es el concepto de solidaridad, a veces invocado como expresión de una ilimitada demanda de derechos, cuando en realidad la solidaridad es básicamente un conjunto de obligaciones; las obligaciones que todos tenemos para con nuestros contemporáneos, para con nuestros congéneres; las obligaciones que tiene el servidor público frente al ciudadano al que debe servir, ya sea un funcionario del Estado, un empresario o un trabajador. Y esas obligaciones comienzan en la propia ética de su trabajo, en el que hay que tratar de llegar al cumplimiento máximo, lo cual implica en todo sentido, el respeto a los demás.

Todos estos valores son consustanciales a un país que hizo de la tolerancia religiosa, de la tolerancia de ideas, de la amabilidad en la vida cotidiana, un culto histórico. Tenemos que volverlos a impregnar en aquellos lugares donde sentimos que existe cierta amenaza, porque todos estos valores los vemos hoy comprometidos en muchos sectores de la sociedad.

Uno de los mayores desafíos que no aguardan, y que todos los partidos también hemos reconocido hasta como urgencia, en el de modificar nuestro sistema de seguridad social. Fue, sin discusión, un orgullo histórico del país. Pero es también un sistema que, para poder salvarlo en sus bases esenciales, hoy lo tenemos que reformar y transformar.

Hace diez años, en análoga circunstancia, hablábamos acá de lo que era la deuda externa. Era el fenómeno que dominaba el mundo de aquellos años. En aquel momento pudimos habernos dejado arrastrar por la fácil tentación de la impugnación, que nos hubiera conducido al aislamiento, o haber caído en la resignación frente a las condiciones que se nos podían imponer y que hubieran restringido nuestra capacidad de crecimiento.
Después de diez años y de Administraciones que enfrentaron el tema con seriedad, la deuda externa hoy no es el fenómeno que en aquel tiempo era. Pero internamente, para nosotros y para nuestra generación, hay una suerte de deuda interna que es nuestro sistema de seguridad social. Todos sentimos que el problema ha ido creciendo y agravándose. Por alguna causa, el gobierno que hoy termina propuso diversos enfoques en esa materia; nuestro gobierno anterior también y el que lo precedió también, y todos ya coincidimos en que se hace imprescindible una reforma profunda. Podemos tener algunas diferencias de perspectiva -que las hay- pero no en cuanto a que el sistema necesita de una reforma profunda.

Hace algunos años, como hay todavía en la mayor parte del mundo, había tres o cuatro trabajadores activos por cada pasivo. Todos sabemos que en el Uruguay hemos llegado a una situación en que estamos en menos de 1,5 trabajador activo por cada pasivo y que esta situación sigue deteriorándose progresivamente. Creo que, históricamente, no nos podríamos permitir la indiferencia o, la falta de sentido de responsabilidad para asumir esta situación. No podemos, además, transformar en tragedia lo que es una bendición; porque, en verdad, lo que ocurre es que en el país la expectativa de vida es cada vez mayor, vivimos más y vivimos mejor y, esa situación bienvenida para que podamos así superar eso que hoy se siente en la sociedad.

El empresario siente que tiene una seguridad social demasiado cara, que le impide o le dificulta la competencia a la hora de esta competición internacional tan fuerte en la cual nos encontramos. A su vez, el trabajador siente también que por este camino la economía pierde dinamismo y no tiene la capacidad de generar empleos. El trabajador joven, especialmente, no ve con claridad cuál es el destino de su aporte, que se diluye en un sistema en el que no visualiza cuál va a ser el final de su propia presentación. Y el Estado, al cabo de esta situación, se va comprometiendo en un esquema en el que con serenidad de espíritu y a través de la búsqueda de las mejores soluciones, tenemos que encontrar los caminos para introducirnos en ese gran cambio; un cambio para el que, felizmente, hemos estado dialogando en los últimos tiempos todos los partidos aquí representados.

Hemos hecho avances, y aun cuando no pueda decirse que hay unanimidad, existe la conciencia suficiente para asegurar al país que en las próximas semanas habrá una gran reforma del sistema; una reforma quedará a los jubilados no sólo la tranquilidad de que sus derechos estarán protegidos en las leyes, sino también la certeza de que habrá un Banco de Previsión Social fuerte, financiado y con futuro. Los trabajadores sabrán a donde ira a parar su aporte y sabrán que en definitiva eso simplemente será un sistema de ahorro para asegurar su propio futuro; y los empresarios sentirán, a su vez, que tienen la capacidad para poder competir sin que esto, que es necesario e imprescindible en una sociedad como la nuestra -que fue pionera en estos esfuerzos- signifique, por el contrario, un lastre que les dificulta la competencia.

Estoy persuadido de que esto también nos abrirá la posibilidad de lograr, en el terreno de la economía, otras expansiones y otros desarrollos. nuestro país tiene que seguir adelante en esta búsqueda incesante de desarrollar una economía cada día más moderna. La racionalidad que toda América Latina hoy cultiva y que en algunos momentos de su pasado tantas veces perdió, también está en nuestro país.

Sabemos ya que podemos discutir, pero sabemos también que tenemos que encontrar entendimientos. El gran Leonardo Da Vinci nos decid «Allí donde hay gritos no hay conocimiento». Y eso, creo que lo hemos aprendido en esta materia siempre tan ardua que es la economía, que nos ha enseñado que las cosas concretas y los planteos con racionalidad son los que nos van a dar las respuestas; porque el país es también la experiencia que ha vivido.

Este país tiene que seguir creciendo y debe crecer hacia afuera; tiene que exportar, tiene que producir más y mejor,. y puede hacerlo. Estamos dotados de una agropecuaria capaz. En los próximos meses entraremos ya, seguramente, en el área no aftósica para colocación de carnes, con todo lo que esto significa. Nuestra producción de lanas sigue siendo, no sólo una producción básica, sino que también se integra a un largo proceso agroindustrial que termina en los magníficos tejidos que exportamos al mundo. Tenemos una industria manufacturera capacitada, que desde ya hace muchos años llega a muchos mercados del mundo. Tenemos agroindustrias vigorosas. Nuestra industria láctea., con la cual tanto nos sentimos comprometidos a lo largo de los años, pose enormes potencialidades. Sabemos que tiene fuertes problemas de crecimiento y sectores aún sumergidos desde el punto de vista tecnológico, pero sabemos también que si hacemos un gran esfuerzo mancomunado entre el sector industrial, el sector productor y el sector estatal, podremos salir adelante, como en su momento se multiplicó una cuenca lechera que antes era apenas una pequeña zona alrededor de la capital.

Si miramos lo que es el país hoy en la forestación y recordamos que hace siete u ocho años, en nuestro anterior período, se pudo obtener una ley que fue la chispa dinamizadora de ese proceso, y vemos hoy las potencialidades que existen para el Uruguay sea un gran país maderero, naturalmente eso nos obliga a un gran esfuerzo; tendremos que invertir en medios de transporte para poder extraer esa producción; tendremos que invertir también en etapas superiores de industrialización; tendremos que seguir plantando. Pero lo que es claro es que el país tiene enormes potencialidades y que cada vez que ha podido organizar las condiciones de estabilidad para generar ese estímulo, ha encontrado respuestas. Y lo puede volver a hacer ahora en las mejores circunstancias.

El proceso de integración, el proceso del MERCOSUR, impone al Uruguay, precisamente, la búsqueda de espacios de mercado para todos aquellos sectores que han demostrado las mayores capacidades, para de esa manera poder seguir desarrollando una economía que no sólo se sustente a sí misma, sino que sea el elemento imprescindible a través del cual -mediante esta transformación productiva- podamos financiar esa reforma educativa de que hablábamos y los servicios de salud y de vivienda por las cuales tenemos que seguir batallando, como una acción permanente, para continuar mejorando las condiciones de vida de nuestra gente.

Este país tiene un enorme porvenir. Cada vez que conjunto esfuerzos para desarrollarse, así lo demostró. Cada vez que nuestro país se volcó con energía a buscar audazmente esos caminos, los encontró.

Su primera gran reforma educativa se hizo en condiciones mucho más penosas que las nuestras. José Pedro Varela tuvo que reformar y construir la escuela laica, gratuita y obligatoria -cuyo liberalismo y profundo humanismo sigue inspirando a nuestra sociedad- en las adversas condiciones de una dictadura y de una situación de penuria económica. ¡Cómo nosotros no podemos hoy, entonces, emprender estos otros caminos, cuando los conocemos, cuando sabemos que más allá de discrepancias ideológicas, son caminos concretos y precisos en los cuales todos podemos coincidir!

Este es el país de José Pedro Varela y es el país de Pedro Figari, que no sólo pintó la memoria rioplatense sino que soñó y comenzó a construir una escuela técnica en la cual el arte y la industria se mancomunaron para hacer del trabajo de la gente una expresión máxima de la dignidad.

Si somos ese país, ¿por qué, entonces, no encarar esta etapa con ese mismo entero espíritu, sintiendo que una reforma de transformación productiva, una reforma en el sistema de seguridad social, una reforma en la educación y una reforma en las instituciones políticas nos pueden abrir una vía más venturosa para todos, para nosotros y para quienes seguirán adelante en ese siglo que está alumbrando?

Señor presidente: permítame una simple e íntima referencia personal. Imaginen los señores legisladores lo que significa para un ciudadano de este país llegar por segunda vez a este podio y tener la enorme responsabilidad de ser el primero que lo hace en elecciones directas y el tercero que lo hace en la historia del país.

Imaginen ustedes lo que eso supone como peso de responsabilidad. Asuman también que ya nada mayor puedo esperar de mi vida pública y que, más que nunca, en mi acción podré cometer errores, pero ninguna podrá estar inspirado en una visión menuda de la vida pública. Sólo una ambición tengo y es muy fuerte: es la de cumplir aquel mandato de nuestras gloriosas y fundacionales Instrucciones del año 1813, cuando decían que debían constituir un gobierno que preservará las ventajas de la libertad y que fuera un gobierno libre, de justicia, de piedad, de moderación y de industria.

Señor presidente, señores legisladores: quiero terminar mis palabras mirando a todos nuestros hermanos de América Latina, compañeros en esta nueva aventura de este tiempo que está comenzando, y diciéndoles que nos sentimos más que nunca identificados con todos ellos y comprometidos con el destino de nuestra América Latina. Y también quiero decir a nuestros hermanos presidentes del Perú y de Ecuador, de Ecuador y de Perú, que así como sus soldados, representantes del pueblo de sus países, han sabido verter su sangre con heroísmo y con la mayor legitimidad, que es la de sentir que están defendiendo su propia soberanía, ojalá puedan encontrar también hombres de Estado con el mismo arrojo para hallar el camino de la paz que será vuestra propia gloria.

Queridos amigos: si la gloria del soldado es el triunfo en la guerra, la gloria del estadista es la paz. Que así sea.

Mis saludos a los señores Presidentes de las Repúblicas hermanas de este continente, al cual hace ya quinientos años que hemos todos llegado, y a los señores ex Presidentes que nos honran hoy con su presencia. 

Mis saludos al señor Presidente electo de Chile, a los señores Vicepresidentes que nos acompañan hoy, así como a los señores Presidentes y Representantes de los organismos internacionales y de las naciones hermanas que adhieren a la fiesta de la democracia del Uruguay. 

Mi saludo al joven Príncipe de Asturias, al Representante de la Santa Sede y a todos los demás delegados que han llegado a nuestra Casa.

Mi saludo al señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia. 

Mi saludo a los señores dirigentes políticos de Uruguay, actores fundamentales en el acontecer de la vida pública nacional, y a los señores integrantes de la Asamblea General, con quienes, a lo largo de los próximos cinco años, procuraremos establecer un diálogo abierto, franco y sincero. 

Y, finalmente, mi saludo al pueblo del Uruguay, razón y fin de todas las cuestiones que preocupan al gobernante, puesto que él es el origen y la causa de nuestra existencia y de nuestra razón de ser como nación.

Esta es la primera y la única oportunidad que tengo en los próximos cinco años de dirigirme a los integrantes de esta Asamblea General. Siento, pues, que es mi obligación expresar, más allá de lo que entiendo que el Gobierno debe realizar, aquello de lo que estoy convencido que al Uruguay le tocará vivir en los tiempos que corren, hubiera sido yo u otro el que hubiera llegado a este cargo, para el cual hoy he tenido el honor de prestar el juramento de cumplir con la Constitución y con la ley, sagrado en esta República.

 No deja de ser un lugar común decir que vivimos en una época de creciente globalización. 

Sin embargo, no es ésta la primera vez en la historia reciente de nuestra civilización atlántica que ello ha ocurrido. 

Los tiempos del mercantilismo proteccionista comenzaron a caer y a quedar atrás a partir de 1820, y las transferencias tecnológicas de entonces, la baja abrupta en los precios y en los fletes de los transportes, las inmigraciones masivas, los flujos de capital que por entonces y en términos desestacionados eran mayores en aquella época que lo que aún son hoy, permitieron asistir en la segunda mitad del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX a un mundo abierto, en el cual aun las naciones más débiles, que recién nacían a la vida institucional, pudieron crecer y desarrollarse.

 Al influjo de pueblos decididos y gobiernos ilustres, los países de nuestra América alcanzaron niveles de justicia, de equidad y de desarrollo que los colocaron, por cierto, en muchos casos, a la vanguardia del crecimiento. 

Y el Uruguay fue, sin duda, uno de ellos. Los acontecimientos posteriores, desde 1914 a 1945, echaron por tierra aquel sistema económico. Lo que para los países del viejo mundo fue dolor y desolación, para algunos de nosotros significó un importante aumento de ingresos. Desde 1950 hasta 1989 vivimos la vorágine de la guerra ideológica y política. Y es recién en los últimos diez años que el mundo se ha lanzado a un nuevo ciclo de apertura y globalización, proceso sostenido y alentado por los formidables cambios científicos y tecnológicos de los que hoy somos testigos. 

En el Uruguay, recién a partir de 1985 y en las Administraciones sucesivas del doctor Sanguinetti primero, del doctor Lacalle después y del doctor Sanguinetti finalmente, comenzamos a tomar conciencia de la necesidad de incorporarnos a esta nueva realidad. Han sido quince años de procesos difíciles, iniciados con la apertura cambiaria en la década del setenta y alcanzados, finalmente, en esta Administración, a través de la reforma de la seguridad social, el comienzo de la reforma del Estado y el consenso de que el país sólo crece sin inflación, sin déficit fiscal y con estabilidad cambiaria. 

Ello está, sin duda, definitivamente arraigado entre nosotros. Hoy, al admitir que un tiempo ha concluido y que son importantes los logros y cambios positivos que la sociedad uruguaya ha alcanzado, reconocemos implícitamente que otro es el período que comienza. Por cierto que tiene importantes diferencias con aquel, tanto hacia el exterior como hacia lo interno. Actualmente, no contamos, como entonces, con un mercado europeo abierto a nuestros productos primarios, que es notorio que América los produce con igual calidad y mejor precio que cualquier otro productor. 

Pero tampoco es similar hacia adentro, puesto que es una «contradictio in se» no advertir que para integrarse a un mundo globalizado no se puede estar, al mismo tiempo, abierto hacia fuera y cerrado hacia adentro. Las regulaciones, los monopolios, los oligopolios, las trabas en todas sus formas, los mercados protegidos, tanto de los sectores públicos como de los privados, dificultan y entorpecen la evolución de esta sociedad uruguaya. Este tema será inexorablemente el asunto central de los próximos años, y este país, este Parlamento y el Gobierno lo deben considerar sin temor, en un dialogo en el que la realidad ocupe la cabecera de la mesa y presida nuestro análisis. Todo esto forma parte de lo que la sociedad uruguaya siente, expresa y llama el «costo uruguayo», que nos limita en nuestra capacidad de competir, y que no se resuelve de ninguna manera por el camino coyuntural de la política cambiaria, sino atacando de raíz las causas de su existencia. Los temas de la sociedad uruguaya son ahora las reformas de segunda generación y sus lógicas «reingenierías» institucionales, tanto en el sector público como en el privado.

 Quiero ser claro en esto porque lo siento así, lo he sentido siempre así y hoy, desde el Gobierno y a la edad en la que estoy, no solamente sigo pensando igual, sino que sigo creyendo en ello y por eso lo trasmito, porque lo siento y por que espero poder trabajar con ustedes para analizar -como dije- con sinceridad., franqueza y apertura de pensamiento y de alma las cosas que entre todos, sólo entre todos, vamos a poder hacer para poner al Uruguay en el mundo real.

 En este sentido, nos proponemos: en primer lugar, el Gobierno Central debe reordenar y disminuir el gasto, muchas veces innecesario y redundante. 

En segundo término, las empresas públicas tienen que continuar mejorando las condiciones de calidad y precio de sus servicios. Tanto ellas como las empresas privadas deben establecer sus objetivos, no en el mercado nacional sino en el regional, buscando las asociaciones, que hoy en el mundo están a la orden del día, para consolidar -como ya se ha hecho en algún caso- su exitosa presencia en los mercados. 

En tercer lugar, otro cambio no menos importante será el perfeccionamiento de la relación institucional del Gobierno Central con las Intendencias, en base al principio de descentralización previsto en la Constitución de la República. Se trata de llegar a un acuerdo sobre el nivel y el destino de las transferencias de orden financiero que habrán de apoyar la acción municipal, así como sobre las reformas estructurales que permitirán a éstas una gestión más eficiente. 

En cuarto término, haremos todos los esfuerzos por lograr la total transparencia y objetividad en el régimen de compras del Estado y en las concesiones de obras y servicios. Presentaremos un proyecto de ley conteniendo normas que aclaren en forma definitiva los aspectos más discutibles de nuestra actual ley de contrataciones administrativas. 

Pondremos a disposición de los ciudadanos, en forma electrónica, la información necesaria, a los efectos de que sepan fehacientemente en qué gasta el estado los ingresos de los ciudadanos y de qué forma. Como parte de este proceso de transparencia, presentaremos un proyecto de ley con el propósito de instaurar una Escuela de Auditoría Gubernamental para la formación de funcionarios públicos, de manera de capacitarlos adecuadamente en estas tareas. 

En quinto lugar, procuraremos la desregulación de todas aquellas actividades del sector privado en las que la normativa legal o reglamentaria hoy permite, y aun facilita, la formación de situaciones monopólicas o de acuerdos de cartelización. 

Aspiramos a reducir al mínimo posible las trabas administrativas para el ingreso de nuevas empresas a todos los sectores de la vida económica del país, con excepción de aquellos en los cuales la ley establece limitaciones basadas en razones de interés nacional. 

En particular, se habrá de propiciar la aprobación de una ley que defienda el principio de la libre competencia en toda la actividad económica y que prevea sanciones para todas las formas irregulares de poder monopólico u oligopólico sobre los mercados. Impulsaremos, en esta misma línea de trabajo, ciertas leyes esenciales a los efectos de lograr los objetivos antes señalados, tales como leyes antimonopolios y sobre fideicomisos, quiebras, concursos y concordatos, así como otras normas afines, necesarias e impostergables. 

En sexto término, procuraremos impulsar una clara separación entre «Estado-empresario» y el «Estado-regulador», lo que ayudará a poner reglas claras para el funcionamiento de los distintos mercados en los que se muevan las empresas públicas, y coadyuvará al mejoramiento de sus servicios y a la integración con la región, a la que estamos definitivamente unidos. 

Finalmente, el país, a través de la reforma de la seguridad social, genera la existencia de una masa de ahorro público que no puede estar únicamente destinada a comprar deuda pública. Los ahorros deben ser utilizados en proyectos sensatos de expansión nacional, referidos a las distintas actividades productivas, así como a proveer recursos para mejorar el uso por parte de la ciudadanía de los servicios básicos instalados: saneamiento, agua potable, infraestructura básica, etcétera.

 A lo largo de mi vida, he tratado de hablar claramente siempre, sin medir ventajas o desventajas en ello y, por lo tanto, en mi calidad de Presidente de la República debo decir que el año que corre será para el Uruguay un año difícil. Será un año difícil, especialmente el primer semestre, comenzando a mejorar en el segundo y afirmando dicha tendencia hacia fines del año. 

El Uruguay ha sufrido desde las postrimerías de 1998 y durante 1999 los efectos negativos de acontecimientos ajenos -totalmente ajenos- a nuestra voluntad: la crisis asiática, que determinó la baja de los precios de los productos primarios; la suba desmedida de los precios del petróleo; las crisis cambiarias en la región y, finalmente, una tremenda sequía de primavera. 

Todo ello produjo la pérdida de ingresos a la Tesorería, así como la disminución general de nuestras actividades económicas, causándonos las dificultades que hoy estamos decididos a enfrentar y a resolver con éxito.

 El Gobierno que llega sabe que, para mantener la inflación anual en niveles internacionalmente aceptables que aseguren la inversión, así como la estabilidad de los precios y de su política cambiaria, es su obligación aplicarse con energía al reordenamiento del gasto público, manteniendo, por lo tanto, una estricta política de austeridad en el gasto y una estricta política de responsabilidad fiscal. 

El Gobierno se siente comprometido con este objetivo y tanto quien habla como los señores Ministros que lo integran, participan de esta decisión. Ella nos permitirá superar con éxito las dificultades que hoy vivimos y alcanzar, en el marco de las economías de la región -que todas, por suerte, presentan signos positivos de crecimiento- una razonable expansión al final del año. Todo el país, y no sólo el Gobierno, se siente obligado con la producción agropecuaria y con su consecuente y necesaria transformación industrial. Las dificultades vividas por ella llevan al Gobierno anunciar que, pese a nuestra situación, está resuelto a hacer esfuerzos de distinto orden para restablecer su actividad. 

Suspenderemos por este año los aportes patronales al Banco de Previsión Social, buscando que se establezca en el Presupuesto Nacional un régimen distinto y mejor que el actual. 

Auxiliaremos a las finanzas municipales con el propósito de aliviar la presión de la Contribución Inmobiliaria Rural sobre la producción agropecuaria. También, en oportunidad de la discusión del Presupuesto Nacional, propondremos un sistema que genere un entendimiento de los Municipios con el Poder central para ordenar las políticas financieras, las políticas salariales y las políticas de recursos humanos e ingresos, de forma tal que el Poder central esté en condiciones de contribuir al Tesoro Municipal, beneficiando a los productores rurales en el pago de los impuestos a la tierra. 

Para alcanzar los niveles de exportación que el Uruguay necesita, el agro sigue siendo un factor de enorme y principal importancia en el país. Utilizar mejor nuestros recursos hídricos, impulsar aun más la mejora de nuestra genética animal, así como la tasa, hoy muy baja de nuestros procreos, y atender la comercialización por las vías modernas y adecuadas, son, entre otros, temas esenciales para lograr en diez años niveles y volúmenes similares a los que hoy nos muestra nuestro par: Nueva Zelanda. 

En este sentido, continuaremos con la política iniciada por el PRENADER y aplicaremos el plan ganadero, siguiendo las sugerencias de nuestros técnicos y los aportes de las sociedades agropecuarias particularmente las realizadas por la sociedad agropecuaria de Durazno. 

Para dirigir esta política hemos convocado al Gabinete como Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca a quien fuera por dos veces Decano de la Facultad de Agronomía, el ingeniero agrónomo Gonzalo Gonzáles quien lo integra, no en su condición de blanco, que lo es y menos en su condición de votante colorado, que no lo es para que desde la libertad de su experiencia como productor y de su conocimiento académico elija a los colaboradores que entienda mejor capacitados, sean quienes sean, vengan de dónde vengan y hayan votado a quien hayan votado.

 Todo esto mejorará nuestro nivel de vida, afincará a los productores en el campo, dará trabajo a la industria, abatirá el desempleo en el interior de la república tanto como en el capital y atenderá el destino natural de esta nación Nuestra industria nació al amparo de dos vertientes, una vinculada con nuestras ventajas comparativas cuando los mercados estaban abiertos, y más tarde durante el régimen de sustitución de importaciones. 

Nuestra industria ha sufrido también por obra y gracia de los cambios que se vienen dando en el mundo. 

Reinvirtiendo y modernizándose ha podido ir superando las dificultades y hoy muestra una capacidad nueva que le permite enfrentar el porvenir con un conocimiento cabal de cuál es el camino necesario para alcanzar la excelencia. Esta transformación también viene procesándose con la misma fuerza y con la misma claridad en el sector sindical, que ha tomado en buena medida conciencia de las realidades actuales.

 Ambos sectores, tanto el patronal como el sindical, reclaman por los perjuicios que les genera lo que todos calificamos como el «costo uruguayo». 

Tienen razón. Reinvirtiendo, mejorando la productividad, buscando la excelencia, profundizando los procesos de asociación y trabajando en estas cosas juntos, sindicatos y asociaciones empresariales, al tiempo que reciba del Estado mejores condiciones para competir, nuestra industria no tiene por qué temer al porvenir. Uruguay, como todas las naciones desarrolladas del mundo, se ha transformado en un país de servicios y éstos ocupan un porcentaje cada día mayor de la mano de obra ofrecida. El sector más importante es el turístico. Tampoco allí hay más clientes cautivos. 

Ya sea por diferencias cambiarias o por otras razones, competimos con el mundo entero. 

Nuestro turismo sigue siendo básicamente regional y es hora de que, con imaginación y creatividad, mostremos al mundo las muchas cosas que el Uruguay ofrece. Si en la era industrial la brecha entre los países poderosos y los menos desarrollados se ensanchó ,ayudada por la tecnología, hoy, en la era de la información, ésta desdibuja aquel esquema de ventajas y desventajas y es concebible para un país como el Uruguay un rápido posicionamiento en varias áreas clave del milenio que empieza.

De igual modo que las grandes redes ferroviarias, las autopistas, los grandes puertos y las represas constituyeron la piedra angular de la sociedad industrial, los sistemas de información son hoy la infraestructura básica del nuevo tiempo. Todos nuestros jóvenes -y aun aquellos que no lo son tanto- tendrán que ser alfabetos electrónicos, de la misma forma en que antes aprendimos los palotes, las primeras letras, a leer y a escribir.

 En la actualidad, los países que están a la vanguardia en el mundo ya no son más aquellos con grandes riquezas naturales solamente. 

Los vientos que soplan en estos momentos han reemplazado algunos paradigmas. Términos abstractos como información y conocimiento hoy son pilares concretos del poder, y las autopistas de la información -como la Internet- han cambiado realmente, no sólo la economía de los países, sino la vida de los países. Un aspecto insospechado de las tecnologías de la información es que la gente, hasta la de las zonas rurales más remotas, se siente el centro del mundo. Desde allí puede trabajar, puede recibir toda la cultura, puede aprender y puede crecer. 

El Estado tiene en todo esto un papel central -absolutamente central- y será el motor de la implementación de la visión estratégica aquí referida, que es esencial para el Uruguay todo en los próximos años. Es hora de que el Estado asuma en este caso, de nuevo, su papel integrador, superando antagonismos anacrónicos. En el mundo que adviene, a la Universidad, a todo el sistema educativo público y privado, a nuestra empresa de telecomunicaciones, les corresponde jugar un papel excepcional. 

El Estado será junto a la sociedad civil un gran factor de unión y de reencuentro, reincorporando así, en un mundo en el que las fronteras físicas tienden a desaparecer, a multitud de uruguayos que hoy residen fuera del país, para que compartan la gran causa del despegue de esta sociedad. 

A esto estamos comprometidos. 

El Uruguay, país abierto y de vocación internacional, respetuoso de las leyes y de las libertades, no podía menos que integrar desde el primer día -como su Constitución lo establece- el Tratado de Asunción. Hemos crecido en el MERCOSUR; aspiramos a seguir creciendo en el MERCOSUR. Creemos en el MERCOSUR; no nos molestan las crisis; ellas sirven para corregir los errores. 

Hemos avanzado en pocos años más que otras naciones en muchos. Nuestro objetivo en el MERCOSUR, como uruguayos, es ampliarlo y consolidarlo. Sentimos al MERCOSUR integrado y abierto al mundo, ordenado en su funcionamiento por una Secretaría Técnica, confirmado en sus instituciones por soluciones arbitrales, en la búsqueda permanente de ampliar la región con la incorporación de otras naciones de América, para que en algún momento éstas -que tienen por su origen histórico una vocación de unidad heredada de nuestros grandes libertadores- conformen un mercado formidable desde Alaska hasta Ushuaia. 

Todos estos caminos conducentes a mejorar la economía, tienen un solo objetivo -uno solo-: el bienestar de los ciudadanos, la justicia, la solidaridad, la igualdad de oportunidades y la libertad. Estas medidas, entre otras, son las que nos van a permitir atender nuestras obligaciones con la salud, a la cual el Uruguay destina el 10% del Producto Bruto Interno y para cuyo ordenamiento tenemos el honor de haber pedido -y de que él lo haya aceptado- al ex Decano de la Facultad de Medicina, doctor Touyá, que sea el Director Nacional de Salud. 

Asimismo, nos permitirán ocuparnos de temas fundamentales como educación, seguridad y vivienda. Estas medidas darán a los ciudadanos del Uruguay las condiciones de vida a las que tienen derecho por el solo hecho de ser, de existir y de vivir en este país de libertad y de justicia. 

Solamente las sociedades de economías abiertas y de alta incorporación tecnológica tienen tasas de desempleo aceptables. 

El Uruguay puede y debe transformarse en una nación de este porte. La economía hoy es la economía del conocimiento y, por lo tanto, en él basa esencialmente la expectativa de crecimiento del Uruguay. Hemos venido desarrollando hasta ahora -y con éxito- una muy fuerte política de apoyo a la educación en los sectores más débiles de la sociedad y, además, entre los niños antes de entrar a la escuela. Hemos hecho muchísimo en esa materia; lo continuaremos haciendo. 

Atenderemos, con los recursos ya obtenidos, los sectores instalados en los así llamados «asentamiento precarios». 

Al tiempo que hemos tomado la decisión de hacer el mayor esfuerzo para erradicarlos, afirmamos que el Gobierno Central, ante el error de algunos Municipios en el manejo territorial, está dispuesto a adquirir tierras -más que dispuesto, está decidido a adquirir tierras- a fraccionarlas en lotes con servicios, para evitar que los ciudadanos, en violación de los derechos de propiedad, muchas veces no tengan otro camino que ocupa un terreno para vivir, en un país en donde sobra tierra y falta gente. 

También en la educación superior queremos poner énfasis. Estamos convencidos de que, desde la Universidad de la República -con su Rector, el ingeniero Guarga- y desde los sectores de la actividad privada, vamos a poder hacer en común una enorme cantidad de cosas dentro y fuera del país. 

Además, el MERCOSUR no puede ser únicamente un MERCOSUR político -como lo es y es importante que así lo sea y que lo siga siendo- ni tampoco solamente un MERCOSUR económico -como lo es y es importante que lo siga siendo y se perfecciones-; tiene que ser un MERCOSUR cultural, un MERCOSUR científico, un MERCOSUR tecnológico, en donde el conocimiento de nuestra academia, de la gente intelectualmente superior de estas naciones se junte para poder hacer cosas en común y desarrollar una civilización, no solamente como nos corresponde, sino como es nuestra obligación, en esta América que es grande por lo que ha hecho y por lo que podemos hacer todos juntos. 

Hace muchos años -ya bastantes- en oportunidad de participar en la reforma de la Constitución de 1966, pude contribuir a incluir en su texto algunas disposiciones, una de las cuales para mí es fundamental. La misma tiene que ver con la familia y dice: «La familia es la base de nuestra sociedad. 

El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad». Ello quiere decir, en buen romance, que en la vida vale más el «ser» que el «tener» representado el «ser» por los valores morales, éticos y de conducta, que se aprenden, antes que en ningún otro lugar, en el regazo de la madre, en el seno de la familia y en la escuela, porque ésta es nuestro segundo hogar y seguirá siéndolo por siempre en este país. 

Toda política social tiene, pues, por finalidad vigorizar a la familia, a la familia uruguaya, porque haciéndolo se asientan los valores a los cuales está sujeta nuestra civilización, desde nuestros orígenes primeros -de donde todos provenimos- conforme el único libro que todos hemos leído -comulguemos con él, o no- y que leemos desde Alaska hasta Ushuaia. 

Son los mismos valores morales que sentimos desde que nacemos. Aunque nadie nos venga a decir cuándo nos portamos mal o cuándo nos portamos bien, cada uno de nosotros sabe, dentro de su ser, qué es lo que está haciendo, qué es lo que está bien y qué es lo que no se debe hacer. Eso es el centro y el corazón de la vida de las sociedades.

 El Gobierno que tengo el honor de presidir es un Gobierno de unidad, de una unidad política que surge no sólo del acuerdo de tres partidos, sino, además y naturalmente, de las disposiciones constitucionales que los uruguayos nos hemos dado. Pero esa unidad que él representa no se limita a su gestión., sino que es nuestro propósito extenderla a todos los distintos sectores de la sociedad, tanto de la sociedad política como de la sociedad civil. 

Como lo hemos hecho hasta ahora, en los próximos cinco años llegaremos a todos los sectores de nuestra nación para escuchar, para informar, para dialogar y para sostener, con firmeza y claridad -como lo hemos hecho siempre- nuestras ideas y puntos de vista, en procura de los entendimientos y los acuerdos que aseguren la armonía de los uruguayos y sellen para siempre -sellen para siempre- la paz entre los uruguayos. Y ésa nuestra obligación.

 Si tantas cosas hemos pasado y tanto hemos sufrido y ninguno de nosotros puede decir que alguien es culpable o que alguien es inocente -por lo tanto, éste no es el resultado de un mundo maniqueo, de malos contra buenos, sino que todos estamos dentro de la misma historia- es a todos nosotros que nos corresponde, como responsabilidad primera, sellar para siempre la paz entre los uruguayos.

 Este año, el 23 de setiembre de 2000, recordaremos los ciento cincuenta años de la muerte de nuestro héroe, el General José Artigas. Su pensamiento filosófico, político, libertario y económico se expresa con diáfana claridad en las Instrucciones del Año XIII, particularmente en la número III, que nos dice: «Se promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable». 

Nuestro compromiso, desde el Gobierno de la República, con todos los uruguayos, se afianza, no sólo en el juramento aquí pronunciado, sino en la profunda identificación que sentimos con el ideario artiguista. 

Para finalizar, permítaseme una referencia personal. Como todos los uruguayos, llegamos a estas tierras en busca de libertad, de trabajo, de familia, de destino. Vinimos desde las costas catalanas, del pequeño puerto de Sitges, hace ya doscientos años. 

Durante toda este tiempo hemos tratado de servir a la Patria: en los campos de batalla, en la revolución del Quebracho, en el Gobierno de la República, en el destierro, en la vida política, en el periodismo, siempre luchando por la libertad y por la justicia social. Ese ha sido, por generaciones, nuestro estilo de vida. Hoy lo comprometo ante ustedes.

Hasta pronto y buena suerte a todos.

SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPUBLICA.-

 Señor Presidente de la Asamblea General; señoras y señores Legisladores; señor Presidente y señores Ministros de la Suprema Corte de Justicia; señores Presidentes y Jefes de Estado de países hermanos; señoras y señores Jefes y miembros de delegaciones internacionales que nos honran con su presencia; señores Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas; señores ex Presidentes de la República Oriental del Uruguay, doctores Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle; autoridades nacionales y departamentales; compatriotas residentes en el país o en el exterior que siguen esta ceremonia a través de los medios de comunicación; señoras y señores: de acuerdo con el pronunciamiento ciudadano del 31 de octubre próximo pasado, y en cumplimiento de lo dispuesto en la Constitución de la República, he realizado ante esta Asamblea General la declaración de fidelidad constitucional que corresponde a quien ha sido electo para ejercer la Presidencia de la República durante el período de gobierno que hoy se inicia.

No es esta una ceremonia meramente protocolar. 

Por el contrario, la declaración de fidelidad constitucional no solo da cuenta del mayor honor al que puede aspirar un ciudadano en una sociedad democrática, sino que además implica el mayor compromiso de aquel a quien la ciudadanía le ha confiado responsabilidades de gobierno. 

Pueden ustedes estar seguros de que seré vertical e integralmente consecuente con dicha declaración.

Señoras y señores, esta es la primera vez que hablo en este recinto y seguramente será la última. 

Permítanme, entonces, compartir con ustedes algunas ideas que, expresadas aquí y en estas circunstancias, adquieren una especial significación. 

En primer lugar, que no he venido solo. 

Llego a la Presidencia de la República junto a cientos de miles de compatriotas que el pasado 31 de octubre se expresaron soberana y democráticamente a favor de un proyecto de país mejor para todas las uruguayas y todos los uruguayos. 

En segundo término, que venimos de lejos. 

Nos inspiran e impulsan los principios de libertad, solidaridad e igualdad de oportunidades para todos los uruguayos, tan presentes en el ideario de nuestro Padre Artigas y aún hoy tan plenamente vigentes. 

Libertad, porque la libertad es un impulso que no garantiza la felicidad humana, pero asegura la condición humana.

 Libertad para ser felices; libertad para ser independientes y tener intereses privados; libertad para colaborar en la construcción de un mundo donde a nadie se le estafe la oportunidad y la ocasión de ser feliz. 

Sin libertad, la igualdad es una caricatura y la vida no tiene sentido. 

Solidaridad, porque ella es el mejor componente de la condición humana, aquella que nos hace asumir al otro como un semejante y a todos como nosotros mismos. Igualdad: igualdad ante la ley, pero también igualdad ante la vida. La igualdad como derecho básico y como mandato ético. 

Quiero decirles también que, aunque venimos de lejos, debemos ir mucho más lejos aún. Las naciones no se construyen refugiándose en el pasado, ni resignándose al presente, ni renunciando al futuro. Lo que hace apasionante a esta compleja pero hermosa creación humana que es la sociedad democrática, es que esta nunca será perfecta pero siempre es perfectible. 

No somos los dueños del pasado de nuestro país, pero tampoco somos ajenos al mismo.

La fuerza política que me honró con la candidatura al cargo que hoy asumo tiene raíces más que centenarias, y su trayectoria, como las de los demás partidos políticos del Uruguay, ha sido un aporte en la construcción del Uruguay de nuestros días, que no es otro más que el Uruguay que las uruguayas y los uruguayos hemos podido construir a lo largo de generaciones. 

La historia no tiene fin, pero como la historia se construye también con opciones cotidianas, quiero decirles, además, que tenemos el firme propósito de recorrer ese largo camino que está ante nosotros junto a todas las mujeres y a todos los hombres de este país. 

Porque así como las naciones se construyen entre todos, los cambios trascendentes también han de involucrar a todos.

 El Gobierno que hoy asume funciones tiene señas de identidad bien definidas, y por cierto que su accionar será coherente con los valores, los principios y las propuestas que lo inspiran, pues, entre otras razones, tal es la voluntad ciudadana expresada el pasado 31 de octubre. 

Pero, asimismo, este Gobierno será el Gobierno de todos los uruguayos; de todas las uruguayas y de todos los uruguayos por encima de raza, edad, lugar de residencia, identificación ideológica, credo religioso, filiación política o condición social.

 En tal sentido, permítanme reiterar en esta oportunidad la especial trascendencia que adjudico a los acuerdos en materia económica, exterior y educativa entre el nuevo Gobierno que hoy se inicia y los partidos políticos, oficializados el pasado 16 de febrero en este edificio, sede del Parlamento Nacional. 

Sería ingenuo esperar de tales acuerdos efectos milagrosos, pero sería necio desconocer la significación de los mismos en tanto expresión de voluntad y compromiso político de quienes los suscribimos, para con la República, para con la Patria. 

Permítanme decir también que, sin perjuicio de la importancia de tales acuerdos, el Gobierno que hoy asume considera que los cambios que el Uruguay reclama y merece no solamente necesitan un gran sustento político, sino que también requieren sustento social, y que actuará en consecuencia. 

En el mundo, atrás, definitivamente atrás, quedan los tiempos de los gobiernos pretendidamente iluminados y sustancialmente distantes. 

Ahora los hombres y las mujeres de este país asumen el derecho inalienable y la responsabilidad inexcusable de ser los artífices de su propio destino. 

Señoras y señores: no ignoro el contexto mundial, regional y nacional en el que asumo la responsabilidad de gobierno que la ciudadanía uruguaya me ha confiado. 

Soy también plenamente consciente tanto de las dificultades como de los desafíos, de las posibilidades y de las expectativas existentes en dicho contexto. 

Creo que, ante esta realidad, en estas circunstancias y por una razón de elemental respeto al pueblo uruguayo, a ustedes y a mí mismo, están de más los relatos enciclopédicos, los análisis ecuménicos y las promesas ambiguas. 

Sin embargo, por esta misma razón considero necesario que, en una línea de continuidad con la declaración de fidelidad constitucional ya realizada, reitere mi compromiso de trabajo. 

Mi compromiso de trabajar al extremo máximo de mis aptitudes, potestades y posibilidades en la construcción de un proyecto nacional de desarrollo productivo y sustentable. 

Mi compromiso de trabajar incansablemente por el Uruguay social, productivo, innovador, democrático y regionalmente integrado que, como las caras de un poliedro, conforman una única estrategia de país para todos los uruguayos. 

Mi compromiso de jerarquizar el Poder Legislativo, que reside en esta Casa, como ámbito representativo de la voluntad ciudadana, como organismo de control, como espacio de debates, pero también de acuerdos democráticos imprescindibles para construir Nación.

Mi compromiso de respetar y apoyar al Poder Judicial en su condición de Poder estatal independiente y, al mismo tiempo, garantizar su independencia económico-financiera. 

Mi compromiso de jerarquizar a los Gobiernos Departamentales tanto en su representatividad ciudadana como en sus responsabilidades para con la ciudadanía. 

Mi compromiso de combatir implacablemente la corrupción y cualquier otra modalidad de gestión desaprensiva del Estado.

Mi compromiso de instrumentar políticas que ofrezcan a nuestra gente posibilidades de trabajo decente. Y, en estrecha relación con lo anterior, mi compromiso de promover políticas educativas, científicas y tecnológicas que preparen a nuestros hombres y mujeres -en especial, a los más jóvenes- para ese trabajo decente, que es, al fin y al cabo, la mejor política social y la mejor política económica que puede tener un país. 

Mi compromiso de promover una política activa en materia de derechos humanos.

 Reconozcámoslo: a veinte años de recuperada la institucionalidad democrática aún subsisten, en materia de derechos humanos, zonas oscuras. 

Reconozcamos también que por el bien de todos es necesario y posible aclararlas en el marco de la legislación vigente para que la paz se instale definitivamente en el corazón de los uruguayos y la memoria colectiva incorpore el drama de ayer, con sus historias de entrega, sacrificio y tragedia, como un indeleble aprendizaje para el mañana.

 Y con la verdad buscaremos que nuestra sociedad recupere la paz, la justicia y, sobre todo, que el horror de otras épocas nunca más vuelva a pasar. Nunca más, uruguayos reconozcamos, además, que también hay mucho para hacer en materia de igualdad racial, equidad de género, derechos del niño -¡derechos del niño!-, derecho a la información, derecho a la cultura, derecho a un medio ambiente seguro. 

Esos también son derechos humanos que hacen a la calidad de la democracia. Mi compromiso de escuchar a la gente, de dialogar con ella, de rendirle cuentas, de promover una ciudadanía que potencie los derechos políticos, civiles y sociales de las uruguayas y de los uruguayos.

 En fin, mi compromiso de trabajar por los cambios propuestos durante la campaña electoral y que la ciudadanía respaldó con su voto, respaldo que todos deben respetar y que quien habla asume como un mandato.

 Atrás, definitivamente atrás, quedó el tiempo de los «mandatos presidenciales» amnésicos respecto a la voluntad de sus «mandantes» y a las necesidades de sus «mandatados». 

Prometimos cambios y haremos cambios, empezando por el Gobierno mismo en su actitud, en sus acciones, fundamentalmente en lo que se refiere a la austeridad, el respeto, el diálogo, la tolerancia y la modalidad de trabajo cotidiano. 

Cambios impostergables; cambios factibles; cambios responsables; cambios progresivos; cambios entre todos y para todos, pero especialmente en beneficio de quienes más los necesitan para alcanzar niveles de vida digna. Señoras y señores: permítanme ahora hacer algunas referencias específicas. 

La primera de ellas a los ilustres Jefes de Estado, representantes de Gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y personalidades de países hermanos que nos acompañan. Gracias, muchas gracias por vuestra presencia en un país en el que deseamos se sientan como en casa y por acompañarnos en esta jornada tan trascendente para el Uruguay. Valoramos vuestra actitud y corresponderemos a ella instrumentando una política exterior independiente, de Estado y basada en:

 Primero, la adhesión al derecho internacional y especialmente el pleno respeto a la soberanía de los Estados, la defensa y promoción de los derechos humanos, la solución pacífica de las controversias, el principio de no intervención, la autodeterminación de los pueblos, el universalismo en las relaciones internacionales y la defensa y promoción de la democracia. 

Desde el inicio de nuestro Gobierno debe quedar bien claro -lo decimos con respeto, pero con la máxima firmeza-: no toleraremos injerencias externas en nuestros asuntos internos; los asuntos, decisiones y problemas de los uruguayos los resolvemos entre los uruguayos. 

Segundo: el firme rechazo a todo tipo de terrorismo, violencia y discriminación. 

Tercero: el compromiso con el MERCOSUR y el carácter prioritario del proceso de integración como proyecto político estratégico en la agenda internacional del Uruguay. Lo hemos dicho muchas veces y lo decimos ahora una vez más: el Gobierno que hoy asume quiere más y mejor MERCOSUR; un MERCOSUR ampliado, redimensionado y fortalecido, que será a su vez una plataforma más sólida para lograr una mejor inserción internacional tanto del bloque en sí como de todos sus integrantes. 

Cuarto: sin perjuicio de lo anterior, desarrollaremos activamente nuestras relaciones con todos los demás países latinoamericanos – todos, sin excepción alguna-, pues de todos nos sentimos igualmente hermanos por nuestra común condición latinoamericana. 

Aportaremos nuestra convicción y nuestra voluntad para dar un nuevo impulso a las cumbres iberoamericanas, a la rápida y mejor concreción del tratado de asociación con la Unión Europea, al mejor relacionamiento con otros bloques regionales ya existentes o en formación, así como al desarrollo de la cooperación Sur-Sur. Nuestra integración al mundo tampoco ignorará la relación con los organismos financieros internacionales. 

También en este terreno, desde el cumplimiento de las obligaciones contraídas por el país, promoveremos una relación de mutuo respeto que tenga en cuenta las necesidades y el derecho al desarrollo de la sociedad uruguaya en su conjunto. En fin, la política exterior del Gobierno que hoy inicia su tarea se nutrirá de las mejores tradiciones que hicieron del Uruguay en el pasado un país respetado por la comunidad internacional; respetado no por sus dimensiones ni por su fuerza, sino por su actitud de vanguardia y por su coherencia en la afirmación de principios éticos de derecho y de justicia en la relación entre las naciones. 

Rescataremos ese legado y daremos prioridad a las Naciones Unidas como ámbito de afirmación de la vigencia del derecho internacional y del multilateralismo.

 En un mundo lacerado por la desigualdad y el hambre, comprometemos todos nuestros esfuerzos para que la agenda del desarrollo, que encuentra uno de sus principales fundamentos en la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas, sea preeminente frente a una agenda de la seguridad cuyos discutibles resultados están a la vista. Señoras y señores: la segunda referencia que quiero hacer está dirigida a tres sectores específicos de la sociedad uruguaya: nuestros jóvenes, nuestras mujeres y nuestros compatriotas que viven en el exterior. 

A nuestros jóvenes, no solamente porque son nuestro mejor vínculo con el futuro, sino también -y principalmente- porque son ellos mismos. 

No tenemos la ridícula y peligrosa pretensión de construir el futuro en nombre de los jóvenes; queremos, sí, construirlo junto a ellos.

 Queremos contar con sus esperanzas, con su alegría y, sobre todo, con su rebeldía y su compromiso. 

A las mujeres uruguayas, para quienes el «no más deberes sin derechos, ni derechos sin deberes» que en 1884 proclamara una trabajadora, lavandera, llamada Mercedes, sigue siendo un objetivo que compartimos y asumimos.

 Y a nuestros compatriotas que viven en el exterior, porque la patria peregrina es peregrina, pero sobre todo es patria. Señoras y señores: entre las muchas peculiaridades que presenta la historia de las naciones latinoamericanas hay una especialmente trágica: la soledad en que murieron tantos precursores de nuestra independencia. José Artigas fue uno de ellos.

 Traicionado y derrotado en 1820, vivió exiliado en nuestra hermana República del Paraguay hasta su muerte, en 1850. 

En cierta forma, ese exilio fue una larga agonía, una crucifixión de treinta años que Artigas soportó en silencio, sin un lamento, sin un reproche. Cuenta la historia que alguien fue a visitarlo, atraído por su pasado como Jefe del Pueblo Oriental y Protector de los Pueblos Libres.

 Al recibirlo, el viejo General le preguntó con una mezcla de tristeza y picardía: «¿Así que mi nombre todavía suena por allá?». 

Señoras y señores: siento que no puedo cerrar esta intervención -seguramente la única que haré ante ustedes y en este recinto- sin responder la pregunta de nuestro Padre Artigas: por cierto que su nombre suena todavía y suena fuerte.

 El nombre de José Artigas nos impulsa y convoca; su ejemplo nos inspira y compromete y, en nombre de ese compromiso, al expresar ante ustedes mi fidelidad constitucional como Presidente de la República, los invito desde mis sentimientos, mis convicciones y mis responsabilidades a trabajar juntos en la construcción de un Uruguay donde nacer no sea un problema, donde ser joven no sea sospechoso, donde envejecer no sea una condena, un Uruguay donde la alimentación, la educación, la salud y el trabajo decente sean derechos de todos y todos los días; un Uruguay confiado en sí mismo; un Uruguay que recupere su capacidad de soñar y de hacer sus sueños realidad. 

Muchas gracias.

Señora Presidenta de la Asamblea General hasta hace un minuto, mi querida Lucía; Legisladores y Legisladoras que representan la diversidad de la nación; Presidentes y Presidentas de países amigos que están con nosotros; altos funcionarios destacados para apoyar esta ceremonia; Cuerpo Diplomático; Presidente de la Suprema Corte de Justicia; Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas; señores ex Presidentes; dirigentes de los partidos políticos del Uruguay, de las principales organizaciones sociales y de las comunidades religiosas; en fin, señores y señoras: a todos los aquí presentes, gracias. Y también gracias a todos ustedes, compatriotas del alma, los que nos acompañan desde sus casas, desde las calles, desde el exterior; gracias.

Mis pocos conocimientos jurídicos, extraordinariamente escasos, me impiden dilucidar cuál es el momento exacto en que dejo de ser Presidente electo para transformarme en Presidente a secas. No sé si es ahora, o si es dentro de un rato cuando reciba los símbolos del mando de manos de mi antecesor. Por mi parte, desearía que el título de electo no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy Presidente solo por la voluntad de los electores. «Electo» me advierte que no me distraiga y que recuerde que estoy mandatado para la tarea. No en vano, el otro sobrenombre de los Presidentes es mandatario; primer mandatario, si se quiere, pero mandado por otros, no por sí mismo.

Con mejores palabras y más solemnidad, esto es lo que la Constitución establece. La Constitución es un marco, una guía, un contrato, un límite que encuadra a los gobiernos. Ese parece ser su propósito principal. Pero es también un programa que nos ordena cómo comportarnos en cuestiones que tienen que ver con la esencia de la vida social. Por ejemplo, nos manda literalmente evitar que las cárceles sean instrumentos de mortificación; o nos dice no reconocer ninguna diferencia de raza, género o credo. ¡Cuánta deuda tenemos aún con nuestra Constitución! ¡Con qué naturalidad la desobedecemos!

No está de más recordarlo hoy, un día en que nos enorgullecemos de estar aplicando las reglas con todo rigor y detalle. Por nuestra parte, pondremos todo nuestro empeño en cumplir los mandatos constitucionales; en cumplir los que aluden a las formas de organización política del país, por supuesto, y también en cumplir los enunciados constitucionales que describen la ética social que la nación quiere darse.

Hoy es el día cero, o el día uno de mi Gobierno. Yo agregaría: hoy es un día de cielo abierto; mañana comienzan los pasos hacia el purgatorio. Y para mí, gobernar empieza por crear las condiciones políticas para gobernar. Por si suena como un trabalenguas lo repito: para mí, gobernar empieza por crear las condiciones políticas para gobernar; y gobernar para generar transformaciones hacia el largo plazo es más que nada crear las condiciones para gobernar treinta años, con políticas de Estado. Me gustaría creer que esta de hoy es la sesión inaugural de un gobierno de treinta años; no mío, por supuesto, ni tampoco del Frente Amplio, sino de un sistema de partidos, tan sabio y tan potente que sea capaz de generar túneles herméticos que atraviesen las Presidencias de distintos partidos y que, por allí, por esos túneles, corran intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos: asuntos como la educación, la infraestructura, la matriz energética o la seguridad ciudadana.

Esto no es una reflexión para el bronce ni para la posteridad. Es una formal declaración de intenciones. Me estoy imaginando el proceso político que viene como una serie de encuentros a los que unos llevamos los tornillos y otros llevan las tuercas. Es decir, encuentros a los que todos concurrimos con la actitud de quien está incompleto sin la otra parte. En ese tono se va a desarrollar el próximo Gobierno del Frente Amplio, asistiendo incansablemente a las mesas de negociación, con vocación de acuerdo. Puede ser que el Gobierno tenga más tornillos que nadie, más tornillos que el Partido Nacional, más tornillos que el Partido Colorado y que el Partido Independiente, más que los empresarios y más que los sindicatos. Pero, ¿de qué nos sirven los tornillos sueltos si son incapaces de encontrar sus piezas complementarias en la sociedad?

Vamos a buscar así el diálogo, no de buenos ni de mansos, sino porque creemos que esta idea de la complementariedad de las piezas sociales es la que mejor se ajusta a la realidad de hoy.

Nos parece que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto, y que solo con el diagnóstico correcto se puede encontrar el tratamiento correcto. Miramos la radiografía y lo que vemos adentro de la sociedad son formas convexas y cóncavas negociando el ajuste, porque se necesitan entre sí. Entonces, pensamos que sería contra natura que los representantes políticos de esos retazos sociales nos dedicáramos a separar y no a concertar.

En Uruguay todos los partidos políticos son socialmente heterogéneos, pero los partidos tienen fracciones y las fracciones tienen acentos sociales. Pero aun en el caso de las fracciones más específicamente representativas de sectores, el mandato de sus votantes no es el de atropellar ciegamente para conquistar territorio. Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque.

Queremos una vida política orientada a la concertación y a la suma, porque de verdad queremos transformar la realidad; de verdad queremos terminar con la indigencia; de verdad queremos que la gente tenga trabajo; de verdad queremos seguridad para la vida cotidiana; de verdad queremos salud y previsión social bien humanas.
Nada de esto se consigue, en este país, a los gritos. Basta con mirar a los países que están adelante en estas materias y vamos a ver que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena, con poca épica, pocos héroes y pocos villanos; más bien tienen políticos que son honrados artesanos de la construcción.

Nosotros queremos transformaciones y avances de verdad. Queremos cambios de esos que se tocan con la mano, que no afectan las estadísticas, sino la vida real de la gente. Estamos convencidos de que para lograrlo se necesita una civilizada convivencia política, y no vamos a ahorrar ningún esfuerzo para alcanzarla. Por supuesto, nada de esto comienza con nosotros. El país tiene hermosas tradiciones de respeto recíproco que vienen de muy atrás, pero es probable que nunca hayamos estado tan cerca de conseguir un cambio cualitativo en la intensidad de esos vínculos entre partidos políticos. Quizás ahora podemos pasar de la tolerancia a la colaboración, de la confrontación controlada a ciertos modos societarios de largo plazo.

Con el Frente Amplio en el Gobierno el país ha completado un ciclo. Ahora todos sabemos que los ciudadanos no le extienden cheques en blanco a ningún partido y que los votos hay que ganárselos una y otra vez, en buena ley. Los ciudadanos nos han advertido a todos que ya no son incondicionales de ningún partido, que evalúan y auditan las gestiones, que los que hoy son protagonistas mañana pueden convertirse en actores secundarios. Después de cien años, al fin, ya no hay partidos predestinados a ganar y partidos predestinados a perder.

Esa fue la dura lección que los lemas tradicionales recibieron en los últimos años. El país les advirtió que no eran tan diferentes entre sí como pretendían, que sus prácticas y estilos se parecían demasiado, y, tal vez, que se necesitaban nuevos jugadores para que el sistema recuperara su saludable tensión competitiva.

Por su parte, el Frente Amplio, eterno desafiante y ahora transitorio campeón, tuvo que aceptar duras lecciones, no ya de los votantes sino de la realidad. Descubrimos que gobernar era bastante más difícil de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos y las demandas sociales infinitas; que la burocracia tiene vida propia; que la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias, y hasta tuvimos que aprender, con mucho dolor y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune a la corrupción.

Estos últimos años han sido, entonces, de intenso aprendizaje para todos los actores políticos. Es probable que ahora todos estemos más maduros y, por tanto, listos para pasar a una etapa cualitativamente nueva en el relacionamiento entre las fuerzas políticas. Cada uno con su identidad y sus énfasis ideológicos, sin aflojarle ni a la pulseada ni al control recíproco, pero sí ampliando dos capacidades que estamos lejos de haber llevado al máximo: la sinceridad y la valentía. Más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos y un poco menos atado a lo que nos conviene, y más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías. Esa sinceridad y esa valentía van a ser necesarias para llevar adelante las políticas de Estado que proyectamos y con las cuales soñamos, tal vez. Para ponernos de acuerdo vamos a tener que rebajar nuestras respectivas posturas y promediarlas con las otras, y esa rebaja implica líos obligatorios con nuestras bases políticas. Ese va a ser un test de valentía.

Los temas de Estado deben ser pocos y selectos; deben ser aquellos asuntos en los que pensamos que se juega el destino, la identidad, el rostro futuro de esta sociedad. Sin pretensiones de verdad absoluta, hemos dicho que deberíamos empezar con cuatro asuntos: educación, energía, medio ambiente y seguridad. Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación y otra vez educación. Los gobernantes deberíamos ser obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo cien veces: «Debo ocuparme de la educación». Porque allí se anticipa el rostro de la sociedad que vendrá. De la educación dependen buena parte de las potencialidades productivas de un país, pero también la futura aptitud de nuestra gente para la convivencia cotidiana. Seguramente, cualquiera de los aquí presentes podría seguir agregando argumentos sobre el carácter prioritario de la educación, pero lo que probablemente nadie pueda contestar con facilidad es: ¿a qué cosas vamos a renunciar para dar recursos a la educación? ¿Qué proyectos vamos a postergar, qué retribuciones vamos a negar, qué obras dejarán de hacerse? ¿Con cuántos «No» habrá que pagar el gran «Sí» a la educación?

Ningún partido querrá quedar en soledad para hacerse responsable de todo ese desgaste. Tendremos que hacerlo juntos, decidirlo juntos y, por supuesto, poner el pecho juntos. Este es el significado de las políticas de Estado. Sus consecuencias no deben beneficiar ni perjudicar a ningún partido en particular. Me pregunto: ¿estamos dispuestos a hacerlo? Si no lo estamos, todas nuestras grandes declaraciones de amor por la educación no serán más que palabras de discurso político.

También hemos sugerido que los temas de infraestructura de energía sean separados de la agenda gubernamental corriente y tratados en común por todos los partidos. La energía es un asunto lleno de complicaciones técnicas. Implica complejos pronósticos sobre el stock de recursos no renovables, como los hidrocarburos. Pero también implica casi adivinanzas sobre lo que nos traerá el desarrollo tecnológico de la energía solar o de la energía eólica, e implica cálculos, de resultados todavía inciertos, sobre la conveniencia de hacer agricultura de alimentos o agricultura para producir biocombustibles. Pero después que todos los ingenieros y todos los adivinadores del futuro den su veredicto, la política tendrá que ocuparse de las definiciones estratégicas en temas en los que la opinión social va a estar dividida. El más notorio de esos temas es el uso de la energía nuclear para generar electricidad. Otro es el de cuánto estamos dispuestos a pagar para apoyar las energías renovables que no son económicamente rentables, incluidos los biocombustibles.

En estos temas, tan imprevisibles, el aumento de la base de sustento político no garantiza que se tomen decisiones óptimas, pero sí asegura que los rumbos elegidos no serán modificados sobre la marcha. En materia energética no se puede avanzar en zigzag, porque pueden pasar décadas entre el momento en que un proyecto comienza a andar y el momento en que empieza a producir.

También hemos reservado las estrategias de medio ambiente para ser tratadas en régimen de políticas de Estado.

Hoy, la comunidad internacional nos pide que nos pensemos a nosotros mismos como miembros de una especie cuyo hábitat está cada vez más amenazado. Hace años que el país ha incorporado una fuerte conciencia sobre el tema, ha legislado con bastante sabiduría y ha operado con decisión y transparencia. Pero la tensión entre el cuidado del medio ambiente y la expansión productiva va a ir en aumento.

Vamos a estar cada vez más tironeados entre las promesas de la explosión agrícola y las amenazas asociadas al uso intensivo de elementos como los agroquímicos, etcétera; para no hablar de asuntos más complejos como las incógnitas vinculadas a la modificación genética de las especies vegetales. Hasta nuestras pobres vacas, con sus emisiones de gas, son un enorme tema de discusión medioambiental en el mundo, o de otras yerbas, y un viejo adversario que de vez en cuando cambia de ropaje.Sobre todos estos asuntos ya empiezan a escucharse algunos tambores de guerra, afortunadamente de guerra conceptual, entre los partidarios de la producción a rajatabla y los preservacionistas a toda costa. El Estado deberá arbitrar y tomar las mejores decisiones. Sean las que sean, deberán tener un ancho respaldo político para que tengan toda la legitimidad posible y puedan sostenerse en el tiempo contra viento y marea. Aquí, de nuevo, el sistema político tendrá que ser sincero y valiente, porque para cuidar el medio ambiente habrá que renunciar a algunas promesas productivas o, al revés, para sostener la producción habrá que rebajar la ambición de una naturaleza intocada.

Nos jugamos mucho en todo esto; tenemos que decidirlo entre todos y después enfrentar las consecuencias entre todos.
La seguridad ciudadana es el último tema que estamos proponiendo abordar, de inmediato, en régimen de política de estado. No lo incluiríamos si solo se tratara de mejorar la lucha contra una aumentada delincuencia tradicional. Creemos que no solo estamos frente a un escenario de números crecientes, sino ante transformaciones cualitativas. Ahora tenemos drogas como la pasta base, de muy bajo costo, que no solo destruyen al adicto sino que lo inducen a la violencia. Y tenemos mafias enriquecidas, con amplia capacidad de generar corrupción en todas partes. Además, tenemos operadores del narcotráfico internacional que usan el país para el tránsito, la distribución y el lavado de dinero.

Aún somos una sociedad tranquila y relativamente segura en el contexto de este continente, sin vueltas. Pero lo peor que podríamos hacer es subestimar la amenaza. La sociedad ha levantado el asunto a los primeros lugares de la agenda pública y desde el sistema político tenemos que responder sin demora y a fondo.

Educación, energía, medio ambiente y seguridad son los temas para los que deberíamos definir estrategias orientadas al largo plazo, y luego arroparlas, protegerlas del vaivén político, para que puedan proyectarse en el tiempo y consumar sus efectos. Para todo lo demás necesitamos que la política discurra en sus formas naturales, es decir, el Gobierno en el gobierno y la oposición en la oposición, con respeto recíproco, pero cada uno en su lugar. Como Gobierno nos corresponde la iniciativa para trazar el mapa de ruta. Aquí vamos.
Lo que hoy comienza se define a sí mismo, entusiastamente, como un segundo Gobierno. Ya dijimos en la campaña que nuestro programa se resume en dos palabras: «Más de lo mismo».

En primer lugar, vamos a dar al país cinco años más de manejo profesional de la economía, para que la gente pueda trabajar tranquila e invertir tranquila. Una macroeconomía prolija es un prerrequisito para todo lo demás. Seremos serios en la administración del gasto, serios en el manejo de los déficit, serios en la política monetaria y más que serios, perros, en la vigilancia del sistema financiero. Permítanme decirlo de una manera provocativa: vamos a ser ortodoxos, casi, en la macroeconomía. Y lo vamos a compensar largamente siendo heterodoxos, innovadores y atrevidos en otros aspectos. En particular, vamos a tener un Estado activo en el estímulo a lo que hemos llamado el país agrointeligente.

El agro uruguayo está viviendo una revolución tecnológica y empresarial, creciendo muy por encima del resto del país. Los problemas hoy son otros: la sustentabilidad del suelo y la incorporación masiva del riego como factor de producción y, sobre todo, de mitigación ante las frecuentes sequías. Los proyectos de fuentes de agua que involucran predios de diferente propiedad o multiprediales -como se dice en la jerga- marcan una época y es un deber darles el máximo apoyo. Las políticas de reserva y de seguros son exigencias de la adaptación al cambio climático. La investigación, la recreación genética, la alta especialización en las ramas biológicas que nutren el trabajo agrícola de toda esta región, definible como último reservorio alimentario de la humanidad, son para nosotros el capítulo central de una especialización que hemos dado en llamar «el país agrointeligente».

Queremos que la tierra nos dé uno, y a ese uno agregarle diez de trabajo inteligente, para al final tener un valor de once, verdadero, competitivo y exportable. No vamos a inventar nada; vamos, con humildad, detrás del ejemplo de otros países pequeños como Nueva Zelanda o Dinamarca.

Si el país fuera una ecuación, diría que la fórmula a intentar sería: agro, más inteligencia, más turismo, más logística regional, y punto. Esta es nuestra gran ilusión. Permítannos soñar. A mi juicio, esa es la única gran ilusión disponible para el país. Por eso no vamos a esperar de brazos cruzados que nos la traiga el destino o el mercado. Vamos a salir a buscarla con decisión pero también con seriedad, apoyando solo aquellas actividades que, una vez maduras, tengan verdadera chance de subsistir por sí mismas. No queremos repetir errores del pasado. En particular, no queremos que nos vuelva a pasar lo que ocurrió entre los años cincuenta y setenta, cuando la sociedad, tal vez con buena intención, desperdició enormes recursos en la quimera de industrias imposibles.

Ya una vez quisimos ser autárquicos y producirlo todo fronteras adentro. Nos fue mal; bastante mal. Sería criminal no aprender de aquellos dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al mundo. Somos muy pequeños. Y si vamos a ser proactivos en ciertas dimensiones de la economía productiva seremos el doble de proactivos en la búsqueda de una mayor equidad social. ¡Eso sí: no vamos a esperarlo sentados! Ahí sí que no tenemos paciencia para esperar que la prosperidad resuelva las cosas por sí misma.

Tal como hizo el Gobierno que termina, vamos a llevar el gasto social a lo máximo posible y vamos a sostener y a profundizar los múltiples programas solidarios emprendidos en los últimos cinco años. Ya bajamos la indigencia a la mitad, pero aún queda un 2% de población en esa triste situación. El objetivo es terminar con esa vergüenza nacional y que hasta el último de los habitantes del país tenga sus necesidades básicas satisfechas, en los términos definidos por Naciones Unidas. Pero con saciar las necesidades básicas hacemos muy poco.

Hoy, después de años de prosperidad y de esfuerzo solidario, uno de cada cinco uruguayos sigue en condiciones de pobreza. Aun si al país como conjunto le sigue yendo bien estamos amenazados con convertirnos en una sociedad que avanza a dos velocidades: unos recogen los frutos de un crecimiento acelerado; otros, por retraso cultural y marginación, apenas los contemplan. No es justo, pero, además, es peligroso, porque no queremos un país que se luzca en las estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir. Y no será bueno si la prosperidad y el bienestar de una familia se tienen que disfrutar con muros o alambres de púa.
De nuevo: para enfrentar la pobreza, la educación es la gran fuente de esperanzas. La escuela y sus maestros son el ariete principal que hemos de usar para integrar a aquellos a los que las penurias dejaron al costado. El combate a la pobreza dura tiene mucho de acción formativa en la niñez y también en la adolescencia. A la cabeza de todas las prioridades va a estar la masificación de las escuelas de tiempo completo, seguido por el fortalecimiento de la Universidad del Trabajo y el sostén de esa maravilla que es el Plan Ceibal. Ya tenemos una computadora por niño y por maestro; ahora vamos por una computadora por adolescente y por profesor, y por conexión a Internet en todos los hogares del Uruguay.

Si la educación es la vacuna contra la pobreza del futuro, la vivienda es el remedio urgente para la pobreza de hoy. En primera instancia, desplegaremos un abanico de iniciativas solidarias con quienes habitan en viviendas carenciadas, dentro y fuera de los recursos presupuestales. Apelaremos al esfuerzo social. Vamos a demostrar que la sociedad tiene otras reservas de solidaridad que no están en el Estado. Me niego al escepticismo; sé que todos podemos hacer algo por los demás y nos lo vamos a demostrar. ¡Van a ver! Van a aparecer materiales, dinero, cabezas profesionales y brazos generosos. ¡Les apuesto a los escépticos que sí!

No quiero olvidarme de nuestros pobres de uniforme. Las Fuerzas Armadas, llenas de pobres, van a ser parte del Plan de Emergencia Habitacional y vamos a movernos rápido para aliviar en algo la penuria salarial que las aflige. Señores: el pasado no es excusa para que hoy no nos demos cuenta de que una patria de todos incluye a estos soldados.

Nuestro reconocimiento para aquellos compatriotas militares que sirven en Haití y han demostrado una admirable entereza y eficiencia solidaria.

En estos años el Uruguay ha cambiado mucho, y nadie discute que ha cambiado para bien. Allí están los números económicos y sociales, de todos los colores. Pero hay un cambio menos visible, imposible de cuantificar pero, a mi juicio, de gran importancia: el cambio en la autoestima, el cambio en la manera en que nos percibimos a nosotros mismos y a los horizontes posibles. Nuestros modestos éxitos nos han hecho más ambiciosos y mucho más inconformistas. Hasta cierto punto, ¡bienvenido el inconformismo! ¡Bienvenido el cuestionamiento de viejas certezas! Y en esta línea, ¡bienvenido el profundo cuestionamiento al Estado uruguayo! Del Estado hacia adentro, como estructura, como organización, como prestador de servicios. El Uruguay se mantuvo al margen de los vientos privatizadores de los años noventa.

Es más: la sociedad recibió propuestas, las consideró y las rechazó explícitamente. Estuvimos entre los abanderados de ese rechazo, y no nos arrepentimos. Pero el respaldo de los ciudadanos fue a un modo de propiedad social, no a un modo de gestión de la cosa pública, y menos a sus resultados. Es probable que aquellos eventos y estas confusiones hayan postergado demasiado la discusión franca sobre el Estado, sobre los recursos que consume y sobre la calidad de los servicios que presta. Hoy, una revisión profunda es impostergable. Necesitamos evaluaciones serias, imparciales y profundas. Necesitamos números y comparaciones. Y con todo eso a la vista tenemos que rediseñar el Estado.

Todos sabemos que puede ser más eficiente y más barato. Esta reforma no va a ser contra los funcionarios, sino con los funcionarios, o no se hará. Pero tampoco vale hacerse el distraído: el 80% de la eficacia del Estado se juega en el desempeño de los funcionarios públicos.

La sociedad uruguaya ha sido benévola con algunos de sus servidores públicos y casi cruel con otros. Ha permitido que funciones sencillas, que no requieren esfuerzo ni preparación desmedida, en algunas oficinas se paguen siete, ocho veces más de lo que recibe quien realiza un trabajo imprescindible y duro, como un policía o un maestro rural. Cuando estas asimetrías duran un tiempo pueden considerarse errores o desaciertos; cuando duran décadas, más bien parecen manifestaciones de una sociedad que se va volviendo cínica. Del mismo modo, la sociedad uruguaya ha protegido a sus servidores públicos mucho más que a sus trabajadores privados.

Recordemos que en la crisis de los años 2002 y 2003 casi doscientas mil personas perdieron sus trabajos. Se estima que otras doscientas mil sufrieron rebajas en sus salarios, y todos, todos, fueron trabajadores privados. Como bien ha dicho el Presidente Tabaré, esta es la madre de todas las reformas. No deberíamos permitir que esa madre siga esperando.

Compatriotas: ¿en qué mundo vivimos? Amigos que han venido del exterior: ¿en qué mundo vivimos? No está fácil de saber; me gustaría preguntárselo. Sin duda, quienes tienen mucho mundo me atrevería a decir que no van a poder darme una respuesta simple. ¿Verdad que no? El mundo está cambiando a cada rato y, lo que es peor, a cada rato está cambiando la teoría de cómo se construye un mundo mejor. Todavía no acabamos de padecer las consecuencias de la crisis planetaria con que nos obsequió el sistema financiero en la cumbre del mundo. Descubrimos que habían creado un universo de burbuja y de casino, pero que desde allí no solo se jugaba a la ruleta sino que se podía golpear al mundo productivo real.

Durante la crisis, para rescatar lo que quedaba en pie se rompieron dogmas que parecían sagrados; se decretó la muerte de los paradigmas vigentes y se volvió a la política como un refugio de esperanza.
Hoy, ante los desafíos no previsibles de la realidad, casi todos pensamos que ningún camino puede descartarse a priori, ninguna experiencia desconocerse, ninguna fórmula archivarse para siempre; solo el dogmatismo ha quedado sepultado.

No está fácil navegar. Las brújulas ya no están seguras de dónde quedan los puntos cardinales. Así que mirando las estrellas nos quedan algunas pocas certezas para orientarnos. Primero, que en el mundo ya no hay un centro sino varios y que la globalización es un hecho irreversible. Por todos lados, los humanos anudamos nuestro destino y nos hacemos mutuamente dependientes, nos demos cuenta o no. La idea de cerrarse al mundo quedó obsoleta pero, a su vez, el proteccionismo sigue vivito y coleando, y a menudo es protagonizado por unidades de tamaño continental.

Los latinoamericanos, un poco a los tumbos, venimos intentando construir mercados más grandes. ¡Pero cómo nos cuesta! Somos una familia balcanizada, que quiere juntarse pero no puede. Hicimos, tal vez, muchos hermosos países, pero seguimos fracasando en hacer la Patria Grande; por lo menos hasta ahora. Nosotros no perdemos la esperanza, porque aún están vivos los sentimientos: desde el río Bravo a las Malvinas vive una sola nación: la nación latinoamericana.

Dentro de nuestro hogar latinoamericano tenemos un dormitorio que compartimos y que se llama MERCOSUR. ¡Ay, MERCOSUR! ¡Cuánto amor y cuánto enojo suscita! Pero hoy estamos en público y no es el momento de hablar de los temas de alcoba.

(Hilaridad)
-Solo déjenme afirmar que, para nosotros, el MERCOSUR es «hasta que la muerte nos separe»…
(Aplausos en la Sala y en la Barra)
…y que esperamos una actitud recíproca de nuestros socios mayores.
Deseamos que el Bicentenario nos encuentre con un Río de la Plata más angosto, despejados todos los caminos y los cielos que nos unen.

He reservado para el final la más grata de todas las tareas: saludar la presencia de quienes han venido a acompañarnos desde el exterior, especialmente de aquellos que han venido desde muy lejos, casi inesperadamente. Muchas gracias.

Años atrás hubiéramos considerado estas visitas como un valioso gesto diplomático, una cortesía de país a país. Creo que en los últimos tiempos estas presencias tienen un significado mucho más intenso y mucho más político. Siento que al estar aquí, ustedes expresan el respaldo a los procesos democráticos de renovación del poder; se hacen testigos de la celebración. La democracia no es perfecta; hay que seguir luchando por mejorarla.

Ya sabíamos del afecto, pero nos gusta más sentirlo en la presencia física de todos ustedes; sentirlo cara a cara y también corresponderlo cara a cara. Esto es así para el afecto entre la gente y para el afecto entre los países. Los hombres no somos solo ideas, somos sentimientos. Quererse de cerca debería estar recomendado en las academias de diplomacia. Así que, amigos del mundo aquí presentes, reciban el agradecimiento del Uruguay entero. Somos un país admirable para vivir, pequeño, sin multitudes, sin megalópolis, con Ministros que caminan por las calles sin escolta de cuidado.

Somos un país que ama los fines de semana largos…
(Hilaridad)
…tanto como la libertad. Y estamos esperando, no solo turistas sino mucha gente que venga a residir, porque este es un país ¡donde vale la pena vivir! Así que, amigos del mundo aquí presentes, reciban ese agradecimiento, y sepan que no solo estamos honrados por su presencia; estamos contentos de tenerlos aquí y hasta diría que conmovidos, muy particularmente este viejo luchador.

Para terminar, déjenme llegar al borde de la exageración y decir que este Gobierno que empieza no lo ganamos sino que en gran parte lo heredamos, porque la principal razón de nuestra llegada a la Presidencia es el éxito logrado por el primer Gobierno del Frente Amplio, encabezado por el doctor Tabaré Vázquez.
(Aplausos en la Sala y en la Barra)
Él y sus equipos han hecho un gran trabajo. Tal vez como país hemos tenido suerte; deseo que la sigamos teniendo, pero a la suerte hay que ayudarla.

Nosotros vamos a seguir en todo lo posible por ese camino, construyendo una patria para todos y con todos, absolutamente con todos.

Muchas gracias.

SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.- 

Señores representantes, gobernantes de países hermanos y amigos, señores ex-Presidentes de la República, señoras y señores legisladores, señoras y señores: al inicio de mi alocución quisiera, fervorosamente, saludar los treinta años ininterrumpidos de democracia de que gozamos en el Uruguay.


(Aplausos en la Sala y en la Barra).
 

–Quiero también recordar y saludar aquel primer Gobierno posdictadura que presidiera el doctor Julio María Sanguinetti, quien precisamente desde aquí, hace treinta años, asumiera la Presidencia de la República.


(Aplausos en la Sala y en la Barra).
 

–Señoras y señores: hace exactamente diez años, desde este mismo lugar, me dirigí a la Asamblea General del Poder Legislativo en ocasión de asumir la Presidencia de la República. Hoy la vida me da una segunda oportunidad. Ha pasado el tiempo y, obviamente, muchas cosas ocurrieron en el Uruguay y en el mundo: algunas buenas, algunas malas y otras sencillamente horribles. Es así que pocas veces en su historia la humanidad se vio tan sacudida, tan golpeada, tan abrumada como en estos tiempos. La violencia, el miedo, el terror y la intolerancia campean en distintas regiones de nuestro planeta. Los conflictos bélicos que parecen no concluir nunca; las muertes violentas y las que podrían ser evitables; los excluidos; el hambre crónica y la desnutrición que padecen millones de personas mientras toneladas de alimentos se arrojan diariamente como si fueran desperdicios; la intolerancia y la discriminación por razones religiosas, étnicas o de orientación sexual, constituyen la realidad a la que hacemos referencia. Parecería que los virtuosos –recordando a Aristóteles cuando afirmaba que «hay una línea entre la virtud y el vicio que divide a toda la humanidad»– están perdiendo terreno. No obstante, debemos decir que también hay signos positivos que nos alientan. No son pocos los que claman y luchan por la paz; quienes trabajan a favor de los derechos humanos; los que se preocupan por los pobres e indigentes; aquellos que militan cuidando el medio ambiente. Frente a esta dramática, crítica y a la vez contradictoria realidad mundial, cuando un ciudadano electo libre y democráticamente por el pueblo soberano para presidir el país se presenta ante ustedes, legítimos representantes del mismo, y ante los honorables visitantes provenientes de países amigos y hermanos, considera oportuno hablar, como lo hiciera hace diez años, de los principios y valores que constituyen el modo de vida del pueblo uruguayo.


Por feliz coincidencia, en este momento histórico se cumplen 200 años del Reglamento Provisorio de Tierras, a través del cual nuestro prócer Artigas, en el apogeo de su Gobierno y desde Villa Purificación afirmara, en conocida y célebre frase, el principio: Que los más infelices sean los más privilegiados. Es, entonces, propicia esta circunstancia para recordar los valores que animaran al gobierno artiguista. No se trata de una mera rememoración de ocasión, sino que estos valores serán los referentes axiológicos que inspirarán y animarán las políticas y medidas concretas que desde nuestro Gobierno impulsaremos. Ruego, entonces, a todos ustedes que me permitan despojar al prócer José Artigas de la frialdad y rigidez del bronce y del mármol, de los mitos y oropeles que lo rodean, y evocarlo con respeto y admiración, como un hombre con sus virtudes y sus defectos, como un «simple ciudadano», tal como pidiera se le designara el 25 de abril de 1815 en oficio al Cabildo de Montevideo; un hombre que dirigiendo su Ejército popular derrotó a los invasores y al final de esa batalla –la conocida Batalla de las Piedras– pidiera generosidad a su tropa para salvar a los vencidos. ¡Qué diferente del momento actual, donde se inmolan víctimas que se graban por televisión y tristemente se muestran como si fuera un espectáculo circense o deportivo!


(Aplausos en la Sala y en la Barra).
 

–Artigas fue, como todo hombre o mujer, hijo de su época, «El hombre y su circunstancia», como escribiera Ortega y Gasset.
Situemos, pues, a este hombre en el marco histórico de su circunstancia, donde se entrecruzaban de modo fermental las diversas corrientes doctrinarias del momento histórico que le tocó vivir. Era aquella «la época de la filosofía», de la Ilustración, el «Siglo de las Luces», donde era referencia obligatoria hablar, entre otros tópicos, de «la filosofía moral de los clásicos griegos». También era la época en que, en la Universidad de Córdoba, predominaba la enseñanza de los humanistas, inspirados en las tesis comunitarias de raíz no individualista sobre la soberanía popular y el bien común. Era el tiempo en que vientos independentistas recorrían el suelo americano. 

Artigas nace en esa época, cincuenta y seis años después de la fundación de Santo Domingo de Soriano, primer centro poblado de lo que luego sería el Uruguay. Nace el 19 de junio de 1764, en un Montevideo muy joven, con apenas cuarenta años de vida. Hacía solo nueve años de fundada la ciudad de Maldonado. Por entonces, Miguel Hidalgo, revolucionario mexicano, cumplía 11 años; George Washington, 32. En 1765, al año de Artigas, nacerá otro revolucionario mexicano: José María Morelos. En 1766, lo hace el prócer paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia. En 1769, cinco años después del nacimiento de Artigas, nace Napoleón Bonaparte. En 1778, San Martín, Mariano Moreno y el futuro prócer chileno O’Higgins. En 1783, Simón Bolívar. Artigas tenía entonces 19 años.


Recordemos, además, la realidad histórica de aquel momento. En 1764, año del nacimiento del Jefe de los Orientales –que luego sería llamado, inicialmente por resolución del Cabildo de Córdoba, «Protector de los Pueblos Libres»–, comienza el conflicto entre Inglaterra y sus colonias americanas originado por el tema de los impuestos, siendo el año de 1776 cuando estalla la revolución y guerra de la Independencia de lo que posteriormente serían los Estados Unidos de América. Artigas tenía 12 años.


Cuando cumplió 16, nuevamente se sacude la tierra americana, y esta vez en el sur; José Gabriel Condorcanqui, llamado Túpac Amaru, encabeza en Perú la insurrección indígena más importante de estas latitudes. En 1789 comenzó la Revolución Francesa bajo el lema: «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Y en agosto de ese año se aprobó la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», que consagra la «Resistencia a la opresión» como un derecho de todos los pueblos.


Es entonces donde nace y se forja la personalidad de Artigas. Será, como se ha dicho, su «grandeza de alma», su «hombría de bien», su compromiso con los más humildes y desposeídos, lo que lo hace trascender mientras que otros de esa época quedaron en el olvido o en la triste historia.


Hombre de dos sociedades, vive primero en Montevideo hasta los 16 años. A los 10, inicia su educación primaria en el Convento San Bernardino de los Padres Franciscanos; estudió dos años y aprendió lo básico: leer, escribir y contar. En 1780 abandonó la ciudad y se internó a vivir en la campaña y en los bosques durante diecinueve años. Una vida anónima que se desarrolló en contacto con las tolderías de los indios charrúas, con la cultura guaraní, con los negros, mestizos y zambos, y con los gauchos contrabandistas de ganado al norte del río Negro, sin perjuicio de que posteriormente, en diálogos enriquecedores, alternará con vigorosas personalidades intelectuales.


Llevó vida de «hombre suelto». Vivió la «libertad de los campos» y allí maduró su espíritu revolucionario. Un siglo después, en 1881, el historiador argentino Bartolomé Mitre escribía: «Artigas es hoy una especie de mito del que todos hablan y ninguno conoce». Y en 1910, Juan Zorrilla de San Martín expresaba magistralmente: «Artigas no ha sido visto, ya no digo en el mundo, pero ni siquiera en América». «Su aparición va a sorprender a muchos, pero acabará imponiéndose a todos». Para Zorrilla, Artigas era un «caudillo popular en todo el Virreinato», «el héroe criollo», «el héroe de la independencia de América», el que creyó «en la democracia nativa».


Es en ese hombre, pues –es allí–, en el que debemos buscar los valores y principios que conforman la identidad del pueblo uruguayo, valores y principios que en estos tiempos del mundo, más que nunca, debemos reivindicar, asumir y llevar a la práctica: libertad, igualdad, justicia, democracia, determinación, autodeterminación de los pueblos, ilustración, solidaridad, fraternidad, integración, respeto y tolerancia hacia los otros son mandatos que emanan del pensamiento artiguista y que intentaré desarrollar brevemente, basándome en documentos que, con su firma, nos legara.


La libertad es uno de los máximos valores por los que luchó el prócer. De ahí la carta que le dirigiera el 20 de diciembre de 1812 a la Junta Gubernativa del Paraguay, afirmando: «Yo estoy ya decidido: propenderé siempre a los triunfos de la verdadera libertad». Cinco días después le escribirá a Sarratea, su enemigo declarado: «La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo».


Pero si Artigas combatió por la libertad de los pueblos, con igual denuedo luchó por la igualdad de quienes los integren. Por eso le recordará al Gobernador de Corrientes, José Da Silva, el 9 de abril de 1815: «Todo hombre es igual en presencia de la ley. Sus virtudes o delitos los hacen amigables u odiosos. Olvidemos esta maldita costumbre, que los engrandecimientos nacen de la cuna».


Partiendo de este principio igualitario, nuestro prócer no querrá sojuzgar a los indígenas y les reconocerá el derecho de gobernarse por sí mismos. De ahí que casi un mes después del anterior oficio, el 3 de mayo de 1815, le escribirá al antedicho Gobernador: «Yo deseo que los indios, en sus pueblos, se gobiernen por sí».


Seis meses después, el 10 de febrero de 1816, insistirá sobre este tema en carta al Cabildo de Corrientes y, demostrando su coherencia y perseverancia, afirmará: «Es preciso que a los indios se los trate con más consideración, pues no es dable, cuando sostenemos nuestro derecho, excluirlos del que justamente les corresponde».


Artigas reafirmará este principio de integración y solidaridad, pronunciándose contra la exclusión, defendiendo el derecho de los marginados, expresando: «Recordemos que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación vergonzosa para nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser indianos».


La libertad y la igualdad las sustentaba con la justicia. En carta a la Junta Gubernativa del Paraguay de 20 de diciembre de 1812, expresará el prócer: «la razón y la justicia sancionarán mi proceder». Y en misiva a Barreiro del 28 de agosto de 1815, le ordena: «no condescienda de manera alguna con todo aquello que no se ajusta a la justicia y a la razón».


Sobre la base de los tres principios enunciados: libertad, igualdad y justicia, Artigas será un celoso defensor de los derechos de los pueblos. «Hoy estamos resueltos a hacer valer los derechos que los tiranos […] nos tenían usurpados», le escribe a Antonio Pereira el 10 de mayo de 1811. En correspondencia al comandante de las Misiones, el notable caudillo guaraní Andrés Artigas, le explicaba cuál era el fin buscado por sus acciones revolucionarias, reiterando su idea de autogestión para los pueblos indígenas: «con el fin» –le dirá– «de dejar a los pueblos en el pleno goce de sus derechos, esto es, para que cada pueblo se gobierne por sí». Y en carta a Simón Bolívar fechada el 20 de julio de 1817, le expresará: «Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros […] derechos».


Artigas recogía y extendía a toda la Provincia lo que el presbítero Pérez Castellano expresara refiriéndose a Montevideo en 1808: «La primera ciudad en América en proclamar sus derechos».
Para Artigas los «derechos de los pueblos» se asientan en su soberanía. Por ello, rindió culto al pueblo soberano en su discurso de abril de 1813, diciendo: «Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana».


En relación a los derechos de los pueblos y su ejercicio, en el pensamiento artiguista es pilar fundamental la integración, la Patria Grande. De este modo, le escribirá a la Junta Gubernativa del Paraguay, el 7 de diciembre de 1811: «Nuestro sistema continental», «nuestra América»; se refiere a la del Sur.


Elocuentemente, al Cabildo de Montevideo, el 9 de mayo de 1815 le advertirá: «Nosotros no debemos tener en vista lo que podemos respectivamente, sino lo que podrán todos los pueblos americanos reunidos». Ya con anterioridad le hará saber a Manuel Sarratea, el 25 de diciembre de 1812: «Hallará en mí» –dijo Artigas– «a un hombre decidido por el sistema de los pueblos».


La defensa de la soberanía de los pueblos hará que Artigas, sin caer en un peligroso aislacionismo, sea particularmente cuidadoso y firme en su relación con las potencias de la época. En oficio al Cabildo de Montevideo, con fecha 12 de agosto de 1815 y refiriéndose al comandante de los buques ingleses que comercializaban en ese momento en los territorios de la Banda Oriental, expresará: «Si no le acomoda, mande vuestra señoría retirar todos sus buques, que yo abriré el comercio con quien más nos convenga». Continuando, más adelante dirá: «Los ingleses deben conocer que ellos son los beneficiados, y por lo mismo jamás deben imponernos; al contrario, someterse a nuestras leyes territoriales, según lo verifican todas las naciones, y la misma inglesa en su puerto».


Pero si Artigas fue el principal adalid en la defensa de los derechos de los pueblos, también se preocupará para que en el ejercicio de estos derechos, estos –los pueblos– sean ilustrados. Es entonces en la época de la Patria Vieja que se abre la primera escuela pública. Será en esta época que se inaugurará la Biblioteca Nacional. Es entonces que Artigas pronuncia la conocida frase: Sean los orientales tan ilustrados como valientes.
Es en 1815 que aparece también el periódico El Prospecto Oriental, prensa del Estado, que Artigas definió como «conveniente para fomentar la ilustración de nuestros paisanos».


Señoras y señores: lo dicho es parte del pensamiento artiguista, de su doctrina, de su filosofía política. Es allí, precisamente allí, que está la génesis de nuestra identidad, de los principios y valores que le son tan caros a los buenos orientales. Inspirados en estos valores, los uruguayos y las uruguayas podemos y debemos proponer, analizar y discutir juntos, con respeto, sobre los distintos caminos para lograr la mejor educación pública para nuestra gente, el mejor de los que se propongan para obtener una salud de calidad e igual para todos, o una vivienda digna para la totalidad de los habitantes, tal como lo establece en su artículo 45 la Constitución de la República. Pero no debemos ni podemos, y no queremos ni por asomo, discutir o cuestionar la matriz de principios y valores que surgen desde el inicio de nuestra historia con el Jefe de los Orientales.


Señoras y señores: hace algunos minutos me comprometí ante ustedes a respetar y a hacer respetar la Constitución y la Ley. Ahora, en este momento tan particular que atraviesa el mundo, me comprometo ante ustedes y les pido me acompañen a proclamar, difundir y honrar en todo momento esos principios y valores a los que hice referencia, que constituyen el noble metal en el que se inscribe nuestra identidad como nación, principios y valores que nos legara nuestro prócer, el «simple ciudadano» José Artigas.


Muchas gracias.

Señora presidenta de la Asamblea General, Beatriz Argimón; señor expresidente de la república y senador Julio María Sanguinetti; señor expresidente y senador José Mujica; señor expresidente y querido padre, Luis Alberto Lacalle Herrera…

(Aplausos y manifestaciones en la sala y en la barra).

–… señora presidenta de la Suprema Corte de Justicia; jefes de Estado de países amigos –a quienes agradezco que estén acompañándonos–; delegaciones oficiales de todos los países presentes; legisladores; autoridades del Poder Judicial, militares y religiosas; querida familia –madre, hermanos, Loli, Luis, Violeta y Manuel–, fuente de amor y sostén permanente; amigos y amigas; uruguayos todos en cualquier ciudad, en cualquier pueblo y en el medio de la campaña: por séptima vez consecutiva, el Uruguay se apresta a vivir un cambio de mando entre dos presidentes elegidos por el pueblo. Los ocho presidentes que asumieron luego de la vuelta a la democracia han cumplido su mandato. Tres partidos políticos distintos se han sucedido en el ejercicio del Poder Ejecutivo, y, a lo largo de los últimos treinta y cinco años, la Constitución ha tenido plena vigencia. Hemos sido reconocidos como una de las democracias más plenas del mundo. Somos herederos de una larga historia y tenemos la responsabilidad de cuidarla y continuarla.

Uruguay, nuestro país, nosotros, somos una gran nación, construida por mucha gente de muchas ideologías, aun antes de ser Estado. Somos conscientes de esto y por eso sentimos una enorme responsabilidad sobre nuestros hombros.

En democracia, a los gobernantes los elige, les exige y los cambia la gente. Por esta razón, la base última y fundamental es una ciudadanía comprometida y responsable que ejerce sus derechos y asume sus obligaciones.

A la democracia uruguaya la construyen quienes votan cada cinco años, eligiendo de manera libre y soberana a quienes van a representarlos. La construyen los militantes políticos y sociales que dejan tiempo de su vida para la causa común. La construyen los profesionales de la comunicación, que nos suministran información y alimentan el debate público. La construyen los docentes, que ayudan a las nuevas generaciones a ejercer ciudadanía y a perseguir sus proyectos personales. La construyen también los intelectuales y los agentes culturales, que nos ayudan a entender el sentido profundo de nuestras decisiones. La construyen quienes trabajan, quienes emprenden, quienes producen, quienes comercian, porque ellos son los que aseguran la base material necesaria para que podamos cumplir nuestros sueños de libertad, justicia y oportunidades. La construyen, en cada rincón del país, los funcionarios públicos, que ayudan a sostener esa gran estructura que es el Estado, que debe estar al servicio de la gente. La construyen los policías, que mantienen el orden y los militares, que cumplen sus funciones en estricto respeto al poder civil.

Hay que tener siempre presente que somos inquilinos del poder, inquilinos transitorios. Debemos recordar que somos los empleados de los ciudadanos y estamos para servirlos. La política y el gobierno son, al fin y al cabo, eso: servicio. Por eso, el gobierno que hoy empieza pretende, con sus empleadores, tener una relación transparente, de comunicación constante, para poder generar confianza.

Hoy estamos ante un momento de cambio político. Es la primera vez en la historia que el gobierno será ejercido por una coalición compuesta por cinco partidos políticos y, obviamente, como todo lo nuevo, genera incertidumbres, y se hará camino al andar.

Son los ciudadanos los que empiezan los cambios, y ese comienzo se manifiesta en una voluntad popular que se deposita sobre los hombros de los políticos. Esta vez, la ciudadanía nos dio un mensaje claro, contundente, y dijo: «Es necesario un cambio, pero un cambio acompañado de acuerdos». Es hora, entonces, de cumplir con la voluntad popular.

Se terminan hoy los tiempos de los discursos. Por supuesto, estará el diálogo constante con los partidos políticos que no forman parte de nuestro gobierno y con todas las organizaciones civiles. Pero enseguida del diálogo, la acción. Si la gente eligió un cambio es para la acción y para la transformación, de las que nos haremos cargo.

Hace mucho tiempo que quien habla sostiene –y cree representar al resto de los miembros del gobierno– que no tenemos complejos refundacionales; con la trasmisión de mando no se trata de hacer tierra arrasada. Hicimos campaña de una manera y la vamos a practicar en el gobierno. Nos negamos a que esta nueva etapa sea cambiar una mitad de la sociedad por la otra mitad; la unión es lo que nos piden los uruguayos.

(Aplausos en la sala y en la barra).

–Estamos aquí para continuar lo que se hizo bien, para corregir lo que se hizo mal y, sobre todo, para hacer lo que no se supo o no se quiso hacer en estos años. Se suma a ello, en este cambio de época, la transformación constante que nos obliga al desafío de acompañarla e, incluso, de tratar de adelantarnos.

El gobierno que hoy comienza carga con un compromiso electoral, un compromiso que es un contrato con los orientales: es un contrato basado en un diagnóstico de la realidad nacional y, además, ofrecimos a la ciudadanía un conjunto de medidas concretas.

Lamentablemente, la situación económica se ha deteriorado. La inversión ha bajado y más de cincuenta mil uruguayos han perdido su empleo. Este es un problema de la sociedad, por supuesto, pero también es una tragedia individual y familiar para muchos uruguayos. La cifra de desempleo es la más alta de los últimos años. Debemos actuar sobre los costos de producir, comerciar, industrializar y prestar servicios. Debemos iniciar urgentemente una recuperación de la competitividad nacional. Por eso tenemos el compromiso ineludible de mejorar la calidad y el precio de los servicios públicos; de ordenar adecuadamente los recursos humanos del Estado; de generar un apoyo directo a las micro, pequeñas y medianas empresas, y también la apertura de mercados, en mejores condiciones, para nuestros bienes.

Al mismo tiempo, debemos mejorar la situación fiscal; esta luce muy deteriorada. El déficit fiscal de nuestro país es el más alto de los últimos treinta años. Todos sabemos que el ciudadano ya ha hecho el esfuerzo, un esfuerzo grande para sostener el gasto público y el aparato estatal. Este gobierno tiene el compromiso de manejarse de manera austera. Cuidaremos cada peso de los contribuyentes. Por esa razón, señoras y señores, desde el inicio del período impulsaremos una verdadera regla fiscal. Además, crearemos la agencia de evaluación y monitoreo de las políticas públicas, que ayudará al seguimiento de procesos en tiempo real para, eventualmente, optimizarlos y corregirlos.

Por otra parte, es inminente una reforma de la seguridad social. El gobierno saliente definió su urgencia, pero no la acción. Nos comprometemos a convocar a la brevedad a todos los partidos políticos, a toda la sociedad civil y a los técnicos idóneos en la materia para, urgentemente, y teniendo en cuenta la expectativa y la calidad de vida moderna, hacer del sistema de la seguridad social un sistema sostenible.

Nuestro país atraviesa una crisis de seguridad humana; no tenemos dudas de que estamos ante una emergencia. El presupuesto en seguridad pública se ha multiplicado por cuatro desde el año 2005, pero, a pesar del enorme gasto, el deterioro es cada día mayor. Por ello, para mañana mismo –como dijimos durante la campaña–, conjuntamente con el ministro del Interior, en la Torre Ejecutiva, a las nueve de la mañana, convocaremos a todas las jerarquías policiales del país para darles instrucciones claras con respecto a la estrategia y a la táctica que vamos a llevar adelante para cuidar a la enorme mayoría de los uruguayos, que se sienten desprotegidos.

(Aplausos en la sala y en la barra).

–El gobierno pretende introducir cambios en materia penal, en el procedimiento penal y en las herramientas al alcance de la Policía: apoyo legal y apoyo moral a los uniformados de azul. ¡Vamos a cuidar a los que nos cuidan!

(Aplausos en la sala y en la barra).

–No estamos dispuestos a ceder territorio a la delincuencia ni al narcotráfico, y vamos a perseguir el abigeato, que asola gran parte del interior de nuestro país.

(Aplausos en la sala y en la barra).

–Vamos a recuperar el control de cada rincón de nuestra patria, y también de las cárceles; por supuesto que en el centro y en el fondo están las causas de la exclusión social.

Hace muchos años que enfrento una batalla con Hobbes porque no doy el brazo a torcer: el hombre no es el lobo del hombre; el hombre es un ser que vive en paz y debe cuidar a sus semejantes.

Lo que sí es cierto es que en muchos lugares de nuestro país atravesamos procesos de anomia en los que la ausencia o el conflicto de normas, de alguna manera, distorsiona las relaciones pacíficas.

Estos años han sido también un período de retroceso en nuestra enseñanza. Pese a las grandes cantidades de dinero invertido, nuestro país, de estar a la vanguardia de América Latina, pasó a ubicarse entre los más atrasados en el porcentaje de jóvenes que culmina la educación media. A esto se suma que no hemos podido mejorar la calidad del aprendizaje de aquellos que siguen asistiendo a clase, y la falta de buenos resultados en la educación se convierte rápidamente en una fractura social: quienes no accedan a una educación de calidad no tendrán oportunidades de trabajo de calidad en el futuro próximo. Y por eso, como dijimos durante la campaña electoral, como manifestamos en el borrador del proyecto de ley de urgente consideración, vamos a proponer un cambio en la gobernanza de la educación, para hacerla más ágil y efectiva. Con las nuevas autoridades de la educación vamos a impulsar cambios en el funcionamiento cotidiano de los centros de enseñanza, para así poder fortalecer auténticas comunidades educativas. Para eso hay que trabajar en el involucramiento de docentes, alumnos, familia y comunidad local. Es ineludible el compromiso de que cada alumno consiga superar debilidades preexistentes, para poder generar un horizonte de oportunidades. Debe haber un cambio en la currícula y, al mismo tiempo, se debe innovar en materia de métodos y modalidades de supervisión. Todo esto, por supuesto, se va a llevar adelante en el más estricto respeto a la autonomía de los entes de la enseñanza.

Con relación al tema educativo, Uruguay tiene un enorme desafío en lo que refiere a la innovación. Tanto el Estado como el sector privado hicieron un camino interesante; estamos necesitando un salto cualitativo y cuantitativo en este tema. Las tecnologías de la información y la comunicación están presentes en cualquier actividad de nuestras vidas, aun en las más básicas, como el sector agropecuario, en el que el valor agregado muchas veces tiene un componente innovador.

Tenemos un sueño que no está lejos de ser realidad: convertir a nuestro país en un centro internacional de formación e inversión en las TIC. En ese sentido, como dijimos anteriormente, debemos modificar la currícula educativa con la introducción fundamental de habilidades y conocimientos en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas y, al mismo tiempo, impulsar aún más las carreras terciarias relacionadas con la ciencia, la investigación y la tecnología. Sabemos que hay una posibilidad inminente de que universidades del mundo vengan a complementar el sistema educativo en esta materia. La tecnología, la información y la comunicación pueden significar un fuerte apoyo para la necesaria descentralización demográfica y económica de nuestro país.

Uruguay padece un desequilibrio poblacional entre las zonas metropolitanas y el resto del país, que se agrava en algunos lugares. Claramente, esta migración tiene un contenido económico, un componente educativo y sanitario, sumado a la necesidad de confort que impera en esta nueva época. Nuestro gobierno va a potenciar todos los instrumentos que tenga al alcance para estimular la radicación de inversiones en el interior del país.

Al mismo tiempo, tenemos el compromiso de fortalecer la red educativa, contando con las formas tradicionales y también con la herramienta de la educación a distancia.

El centralismo está dado también por el sistema de transporte y por la logística de nuestro país. En ese marco, estamos convencidos de que un sistema nacional de puertos que tenga en cuenta las fortalezas y las necesidades va a ayudar al desarrollo de las distintas regiones. Estamos comprometidos con hacer viable la hidrovía del río Uruguay, que va a generar un fuerte alivio en el costo de traslado de bienes. No descartamos tampoco la posibilidad del puerto en el este del país, utilizando ríos y lagunas, así como tampoco queremos desaprovechar el puerto de La Paloma, en Rocha.

Con el debido análisis del tránsito futuro de mercaderías y también apostando al estímulo de algunas zonas del país, tenemos el compromiso de fortalecer algunos ejes viales como, por ejemplo, el de la ruta n.º 6.

Nuestro gobierno tiene asumido un compromiso claro con cerca de ciento noventa mil uruguayos que, a pesar de la bonanza económica de estos años, viven en asentamientos. Sabemos que este tema no se resuelve en cinco años, pero es fundamental mejorar y acelerar las soluciones habitacionales para estas familias. La vivienda popular tendrá prioridad en nuestra gestión; recurriremos a todos los mecanismos legales y a las técnicas de construcción que haya a nuestro alcance.

El gobierno asume hoy un compromiso ético con las generaciones actuales y con las futuras. No podemos seguir mirando hacia el costado mientras nuestro medioambiente continúa deteriorándose. Vamos a jerarquizar el tema, creando un ministerio específico. Vamos a acelerar la puesta en práctica de procesos amigables con el ecosistema; premiaremos a los que ayudan a mitigar la acción humana y seremos severos con quienes contaminan el medioambiente. Urge tener un diagnóstico acabado sobre la calidad de nuestras aguas y actuar en consecuencia.

No quiero dejar pasar el día sin referirme al Uruguay internacional, a las relaciones exteriores. Este mundo de dinamismo moderno, en el que la política media claramente entre la oferta y la demanda, nos obliga a actuar rápido y con claridad.

Hay que fortalecer la región, el Mercosur y, al mismo tiempo, flexibilizar el bloque, para que cada socio pueda avanzar en procesos bilaterales con otros países. Debemos terminar los procesos e internalizar el tratado firmado por Uruguay y el Mercosur con la Unión Europea. Los procesos iniciados deben terminarse; si no se terminan, generan descreimiento.

No debe importar el signo político de cada uno de los miembros del Mercosur. Para afianzar nuestros intereses en común, debemos dejarlos de lado, reducidos a cuestiones particulares de cada país. Si dejamos de lado los aspectos ideológicos que nos pueden diferenciar, el bloque se va a fortalecer en el concierto internacional.

Señoras y señores: hoy asume un gobierno, un presidente que se compromete a respetar el derecho de todos; el derecho de quienes tienen simpatía por nuestro gobierno y el de aquellos que hubieran preferido que gobernaran otros; los derechos de quienes viven de su trabajo y los derechos de quienes generan esos puestos de trabajo; los derechos de hombres y mujeres de distintas creencias y orientaciones sexuales; los derechos de quienes están presos y los derechos de quienes se ven amenazados o son víctimas del delito, y por supuesto que también los derechos de aquellos que combaten el crimen; los derechos de aquellos que no se animan a dejar su casa sola y los derechos de quienes no tienen una casa para vivir; los derechos de aquellos que se unen para reclamar en organizaciones de trabajadores o de empresarios y los derechos de aquellos que, lamentablemente, no tienen voz; los derechos de aquellos que sufren estrechez en la vejez y los derechos de quienes ahorran para no sufrirla; los derechos de aquellos que padecen una discapacidad y los derechos de su familia, que debe poder atenderlos.

A un país –a nuestro país– lo hace grande su gente. Le corresponde al gobierno generar herramientas, oportunidades, ser justo y asegurar la convivencia pacífica.

Dentro de cinco años, los uruguayos podrán evaluar nuestro desempeño. Estamos convencidos de que, si al final del período los uruguayos son más libres, habremos hecho bien las cosas; de lo contrario, habremos fallado en lo esencial. Permítanme, entonces, invitarlos a trabajar por la libertad en todas sus formas: la libertad de poder vivir en paz; la libertad de poder elegir un trabajo digno; la libertad de poder dar un techo a la familia; la libertad de poder perseguir los sueños personales porque se cuenta con las herramientas para hacerlo; la libertad de expresar las ideas de cada uno, sin temor a ser hostigado por quienes piensan distinto…

(Aplausos en la sala y en la barra).

–… la libertad de crear, de innovar, de emprender y de tender a la excelencia; la libertad de criticar al gobierno cuando se lo merezca; la libertad de buscar la felicidad de cada uno de nosotros, por los caminos que cada uno elija recorrer.

Esta es la tarea del gobierno que hoy empieza, y conducir esa tarea es la función del presidente de la república. Nos hemos preparado para este desafío; lo asumimos con conciencia y también con mucha confianza. Llegó la hora de hacernos cargo; llegó la hora de hacerme cargo.

¡Viva la patria!

Texto: Pamela Díaz
Visualización de datos: Faustina Bartaburu
Análisis de palabras: Belén Fernández
Fuente: Parlamento
Diseño: TI El País