Para entender por qué Grieco termina en la Facultad de Ingeniería hay que remontarse a sus años escolares. Hijo de padre y madre maestros en una época en que la dislexia no se diagnosticaba —tampoco había Google ni correctores ortográficos que luego le cambiarían la vida—, escribía “baca” en los dictados, luego hacía planas repitiendo “vaca” cien veces en cuadernos de doble raya y al día siguiente escribía “baca” otra vez. “La maestra creía que le estaba tomando el pelo. En un momento pensaban que yo era el demonio, que lo hacía a propósito”, recuerda.
Descartadas las letras entonces, Científico fue una elección natural, la duda era si Ingeniería o Arquitectura. La decisión la tomó en un 192 camino al liceo Dámaso, y fue Ingeniería. Arrancó la facultad en años “muy épicos”, signados por el retorno de la democracia. La facultad no le convencía y empezó a buscar otras opciones, apoyado por su madre. “Me decía: ‘¿Te vas a poner una panadería? Entonces iba y estudiaba, y estudié, curso de maestro de pala, venía y decía ‘mamá esto no’ y busqué otras cosas”.
En esa búsqueda —en la que también fundó una academia de inglés— cuando ya había cumplido los 20 años su madre le dejó claro que era momento de traer algún peso, de ganarse la vida. No se acuerda cómo surgió la oportunidad de ser guarda de UCOT, pero sí tiene nítida cómo fue esa experiencia de dos años y medio.
Lo primero que dice es que fueron años lindos y desafiantes. Para empezar, porque entraba a las 4 o 5 de la mañana, así que debía madrugar. Eran turnos de ocho horas, y comenzó a organizarse para seguir en Ingeniería, o al menos no perder la calidad de estudiante por cierta “adhesión espiritual” a militar en la ASSEP-FEUU y organizar movidas estudiantiles, candombe de por medio. A la vez, de noche comenzó sus estudios de lutería en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari.
Todo ocurría al mismo tiempo. Fundó la Casa de la Guitarra y en ese sótano de Gaboto casi 18 de julio organizaban talleres a los que iban jóvenes promesas como Jorge Drexler, Eric Coates y Walter Bordoni. “Habíamos juntado a ocho o diez poetas, y en esa juntada fui a ver al Darno y Silvia Meyer en El Tinglado. Quedé absolutamente fascinado con el Darno, subía al escenario y no podías dejar de mirarlo”.
Al día siguiente lo invitó a ir a la Casa de Poetas, hablaron largo rato hasta que Grieco le dijo que quería ser su productor. Y de inmediato lo fue. Desde entonces, ni bien subía al ómnibus de UCOT a las 5 de la mañana empezaban a sonar en el 300 el Darno y Zitarrosa.
—¿Cómo recordás la experiencia de ser guarda?
—Me acuerdo que fue un desafío enorme en dos sentidos. Primero el hábito de trabajo, es un trabajo durísimo atender al público. Había un tema de orden, de tener millones de monedas, das mal los cambios y perdés plata. Aprendés una serie de cosas: a relacionarte con la gente, no de la élite de los estudiantes de facultad. Te relacionabas con el laburante, con la doña, con el punga. Yo recorría Montevideo de punta a punta, entonces llevaba de un lado a otro a toda la comunidad. Ahí aprendí a decir buen día, a vincularme de otro modo, a no tomarme como personal que me tiraran las monedas arriba. Yo lo recuerdo como algo que logré superar, que en un momento me pareció una montaña, que era duro y difícil y que pude. Eso lo recuerdo como hermoso.
El veinteañero Grieco era entonces guarda, productor del Darno, hacía guitarras y también estudiante de Ingeniería. Ahí llegó otro mojón. Análisis 2 era esa materia filtro en Ingeniería: rendían examen 400 y salvaban 20. Grieco hizo cinco intentos y en el último logró aprobar. Para muchos era la señal de que la carrera de ahí en más iba a ser cuesta abajo y recibirse. En vez de eso, él sintió que había demostrado que podía ser ingeniero y le anunció a su familia que iba a abandonar los estudios para ser productor de Darnauchans.
“¡Pero, ¿qué hacés?! No se entiende.¿De qué vas a vivir?”, le dijo su padre. Pero más allá de la indignación, la familia lo apoyó.