El insecto ya invadió ocho departamentos. Gobierno e intendencias avanzan en una batería de medidas para intentar frenarlo y sobre todo que no llegue a los palmares rochenses. De fondo, la discusión política y técnica sobre si se demoró en reaccionar cuando se detectó en 2022.
Un insecto importado que come palmeras hasta matarlas está cambiando el paisaje de algunos departamentos de Uruguay. Pone en riesgo la biodiversidad y amenaza ejemplares patrimoniales, con más de 200 años de historia. ¿Cómo es el temido picudo rojo?
Desde la ruta 5 el paisaje ofrece una postal desoladora. En Florida, pasando Paso Pache, un antiguo trazado cruza la carretera principal: es la ex ruta 5, hoy camino vecinal. A ambos lados de ese cruce se alzan los esqueletos secos de lo que alguna vez fueron palmeras. Ya no hay frondas verdes vistosas ni sombra. Solo troncos secos, altísimos, que alguna vez marcaron con elegancia el camino.
Estamos en el epicentro, la zona de influencia donde por primera vez el picudo rojo mostró su veloz accionar.
Fueron los vecinos los que notaron que algo andaba mal. “Nos llamaban desde acá, desde este camino que ahora es casi vecinal, y nos decían que las palmeras se estaban secando”, recuerda Daniel Berti, director departamental de Florida del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP). Pero lo que parecía un proceso natural era, en realidad, el principio de una infestación en el límite entre Canelones y Florida. Las palmeras no se estaban secando: se estaban pudriendo desde adentro. El Rhynchophorus ferrugineus, un escarabajo, un coleóptero, más conocido como picudo rojo, había llegado. Y, parece, vino para quedarse.
“Yo hablé con los vecinos y vi la situación, ahí no se sabía nada”, recuerda Berti. Era abril de 2022. No había diagnósticos ni protocolos. Solo una certeza que crecía con cada tronco afectado: algo las estaba matando y rápido.
“La explicación obviamente no lo sabíamos, a los 15, 20 días recibimos la visita de dos técnicos de servicios agrícolas que nos vinieron a explicar qué era lo que estaba pasando”, cuenta el ingeniero agrónomo de Florida. En aquel entonces se empezaron a despejar dudas, para que luego aparecieran muchas más: las palmeras estaban siendo comidas por un escarabajo asiático que hasta ahora no se sabe bien cómo ingresó al país.
Hoy la zona ya se da por muerta. Todas son palmeras canarias. “Nosotros obviamente no hicimos nada porque no estábamos habilitados a hacer ningún tipo de control y no sabíamos tampoco cómo hacerlo”, dice Berti, sobre un impasse entre abril y setiembre de 2022, cuando se conoció una resolución de servicios agrícolas del MGAP. “Vamos a decir las cosas como son, tuvimos que recurrir a la bibliografía extranjera; había trabajos españoles, israelíes, quienes también habían tenido un problema grande con esto”.
La escena interpela. Los humanos nos empeñamos en trazar fronteras, pero la naturaleza no reconoce líneas en un mapa. Avanza, muta, se adapta. Y así lo ha hecho este insecto de caparazón rojizo, originario del sudeste asiático, donde convive con palmeras datileras desde tiempos remotos. Desde hace décadas ataca también en Europa y Medio Oriente —en España, en Israel— y ahora devora con la misma eficiencia ejemplares centenarios de Uruguay.
El picudo rojo ya no es una amenaza lejana. Tiene nombre, forma, color. Y está acá. Y los uruguayos comienzan a verlo de cerca, cuando ya muchas de las palmeras más emblemáticas y antiguas están muertas.
Además, el avance del picudo rojo no solo es un problema ambiental: también está en el centro de una disputa política. El ministro de Ganadería, Alfredo Fratti, reconoció que al principio se subestimó la amenaza. “Se pensó que no iba a tener la dimensión que está alcanzando”, admitió esta semana en un evento. Y aunque se están evaluando alternativas, marcó distancia respecto a la urgencia de aplicar tratamientos. “Primero tenemos que ver si realmente tenemos la solución efectiva”, sostuvo, y advirtió que no es “partidario de gastar en cuestiones que la academia todavía no le ha dado luz verde”. La frase final deja claro el panorama: “Estamos en pleno proceso de pelea, de ver cómo lo podemos combatir”.
Por estos días hay fuego cruzado entre la Intendencia de Canelones y el Ministerio de Ganadería. Según informó el periodista Leonardo Haberkorn en Telemundo de Canal 12, un documento interno de la intendencia relata varias instancias en las que, durante 2022, se advirtió al MGAP sobre la gravedad que representaba la plaga del picudo rojo para las palmeras. Sin embargo, las alertas no habrían sido atendidas por las autoridades de ese momento.
Por otra parte, según supo El País, en el MGAP generó molestia la forma en que se actuó en la Quinta Capurro en Santa Lucía, el lugar donde se declaró oficialmente la llegada del insecto al país, a pocos kilómetros de Paso Pache. Las fuentes señalan que los traslados de palmeras ya muertas realizados por la intendencia no hicieron más que favorecer la expansión del picudo. No solo porque los ejemplares se enterraron sin la profundidad necesaria para asegurar la muerte de las larvas, sino porque ese propio traslado pudo haber llevado al insecto a otras zonas.
El gobierno avanza en la definición de medidas urgentes para frenar el avance del picudo que ya está en ocho departamentos: Canelones, Colonia, Durazno, Florida, Lavalleja, Maldonado, Montevideo y San José. La cantidad de palmeras afectadas no se conoce pero son miles en todo el país.
El objetivo marcado es contener la plaga que amenaza a las palmas nativas, y para eso se necesita de una estrategia nacional interinstitucional. Por eso se creó el Comité de Especies Exóticas Invasoras, que ya lleva su segunda reunión, está integrado por diversos organismos del Estado, la academia y sociedad civil, y es coordinado por el Ministerio de Ambiente.
Por estos días se trabaja en el diseño de un “cordón sanitario” que permita contener la propagación del coleóptero, adelanta a El País la directora nacional de Biodiversidad del Ministerio de Ambiente, Estela Delgado.
También llamado “cortafuegos”, la idea es que corte los corredores biológicos formados por las palmeras canarias al costado de las rutas nacionales.
El plan implica eliminar ejemplares vivos y sanos, sin contacto con el insecto, para abrir una franja de unos 20 kilómetros sin palmeras, que interrumpa el paso del insecto entre zonas afectadas y otras aún sanas. “Sabemos que el picudo puede volar entre cinco y 10 kilómetros”, dice el ingeniero agrónomo y entomólogo Juan Pablo Burla, del Centro Universitario Regional del Este (CURE). “La idea es dejar una franja que impida ese traslado aéreo entre ciudades con focos”.
Porque sí, el picudo también se mueve por sí solo. Detecta los olores de las palmeras que están en condiciones de ser atacadas y se traslada de una a otra. “Incluso se ha visto que hay un mayor desplazamiento en zonas con más densidad de palmeras, especialmente de palmera canaria, que es la más susceptible”, explica Burla.
Además de ese cordón, se creará una barrera en la que también se instalará un sistema de “trampeo masivo”. Este sistema utilizará feromonas para atraer a los insectos hacia trampas que contengan plaguicidas o insecticidas, una solución que aún debe ser ajustada por los riesgos que implica el uso de estos químicos. La idea es que el picudo rojo no llegue a la zona de los palmares de Rocha, un ecosistema único en Uruguay, declarado por la Unesco parte de la Reserva de Biosfera Bañados del Este, y el otro objetivo del gobierno es disminuir la población.
El diseño técnico del cordón está siendo definido por un grupo de trabajo recientemente conformado, que reúne a especialistas de la Facultad de Ciencias, de Agronomía, de Química, el CURE, y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). “Desde los ministerios de Ambiente y Ganadería estamos consultando a este grupo para definir desde el tipo de trampa hasta dónde se colocan y si deben llevar insecticida o no”, señala la bióloga Delgado.
Desde que se detectó la presencia en el país, en 2022, pasaron ya tres años. Pero recién ahora, dice Burla, las instituciones comienzan a coordinarse: “Hasta el momento fue un poco un descontrol. No se sabía bien cómo actuar. Se fueron generando experiencias, pero recién ahora se está empezando a organizar”.
Además, el gobierno trabaja en la creación de un visualizador público que concentre toda la información relevada por las intendencias y los ministerios sobre palmeras sanas e infectadas. Esta base de datos, que estará georreferenciada, será clave para predecir nuevas rutas de propagación y orientar las medidas de control. “Sin datos registrados es muy difícil predecir la expansión del picudo hacia otros lugares”, advierte Delgado.
Y dice que se trata de una tarea “interinstitucional” que no puede ser abordada de forma aislada: “Ninguna de las instituciones, ni del Poder Ejecutivo ni de los gobiernos subnacionales, podemos resolver esto solos”. Un punto crítico es el tratamiento de las palmas ubicadas en predios privados, donde también se ha detectado presencia del insecto.
La preocupación del gobierno también ha sido elevada a organismos internacionales. A fines de 2024, los ministerios de Ambiente y Ganadería solicitaron apoyo técnico a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que envió un consultor al país. Durante su misión, el experto mantuvo reuniones con técnicos de diversas instituciones, recorrió los departamentos más afectados y participó en talleres de análisis.
Aunque el picudo rojo representa una amenaza para el ecosistema, Delgado llama a evitar enfoques alarmistas. “Es un coleóptero que se alimenta de palmeras. Lo importante es entender cómo nosotros, como seres humanos, nos vinculamos con la naturaleza”, opina.
El picudo rojo no camina. Vuela. Pero su forma más eficaz de recorrer el mundo no tiene alas sino ruedas, porque los movimientos que hacemos los humanos son su vehículo más eficaz. Así lo explica Burla del CURE: “A nivel mundial, este tipo de insectos se traslada en el tronco de las palmeras infectadas. Y al inicio del ataque, no es perceptible. Esas palmeras pueden estar en un vivero, tener larvas adentro, y no se diagnostica bien porque es difícil. Entonces, cuando se trasladan, llevan las larvas del picudo”.
En otras palabras, el comercio internacional de palmeras ha sido una vía clave para su expansión global. Y Uruguay no fue la excepción. Técnicos ya habían advertido años atrás sobre los riesgos de exportar o importar ejemplares sin los controles necesarios. “Probablemente también desde Uruguay se haya exportado palmeras infectadas, quizás con picudo negro”, que es otro insecto, reconoce Burla. Pero el punto es que esas advertencias, dice, no siempre se atendieron.
El momento, asegura, es crítico. “Estamos tratando de que no llegue a determinadas zonas, o de atrasar su avance”, advierte, por eso la creación del cordón sanitario.
Los trazados de rutas nacionales, repletos de palmas plantadas en décadas pasadas con fines ornamentales, funcionan hoy como autopistas para el insecto. “Se transforman en corredores biológicos ideales. Los pájaros también colaboran en esto: comen los frutos y depositan las semillas en los bordes de ruta, en los alambrados. Lo vemos todo el tiempo”. Pero hay contrastes: en zonas ganaderas, por ejemplo, el crecimiento de nuevas palmeras se ve limitado porque el ganado consume los brotes cuando todavía parecen pasto.
¿Por qué el picudo prefiere la palmera canaria o Phoenix canariensis por su nombre científico? Burla lo explica por dos razones: una, evolutiva. “Han coevolucionado con ese tipo de palmeras, tienen preferencia porque se desarrollaron junto a ellas”. Y la otra, funcional: el tamaño. “El meristema (núcleo) de una palma canaria es mucho más grande que el de una butiá, por ejemplo. Eso les da un recurso óptimo: pueden instalarse y mantener una prole numerosa”.
Mientras las instituciones ajustan sus planes de contingencia y los expertos avanzan en diagnósticos y tratamientos, el picudo sigue su marcha, lenta pero constante, desde el interior de una palmera hacia otra, a través de una ruta o un vivero. Burla lo resume con claridad: “El desafío no es solo detenerlo. Es llegar a tiempo. Y hasta ahora, no llegamos”.
En medio del Parque Rodó, rodeado de palmeras de distintas variedades atacadas por el picudo rojo, José Berná, especialista y viverista con décadas de experiencia, no necesita demasiadas palabras para describir la amenaza. “Si no se actúa a tiempo en retirar las palmeras muertas, van a caer sobre las personas”, dice.
Berná ha estudiado palmeras por años. Pero para entender cómo el picudo las afecta, primero hay que comprender qué son las palmeras. “No son árboles”, aclara. A diferencia de los árboles, que crecen por fuera mediante un tejido llamado cambium, las palmeras crecen desde el interior, por un mecanismo meristemático. “La palma tiene un eje central, un meristema. Por eso logran en poco tiempo el ancho definitivo que van a tener y no se ramifican: son como columnas elevadas”, dice.
Algunas especies pueden vivir cientos de años. Muchas de estas palmas llegaron como ornamento y símbolo de estatus. Las canarienses, en particular, vinieron con los inmigrantes de las Islas Canarias. “Traían animales, herramientas y también frutos de estas palmas para alimentar al ganado. Así ingresaron las semillas. Y aunque no sabemos con certeza si las plantaban, lo que sí es claro es que las condiciones de Uruguay fueron ideales para que crecieran espontáneamente. Se adaptaron mejor incluso que algunas especies nativas”, relata.
Hoy, las huellas de esas palmas están por todo el país.
Pero, ya sabemos, ese esplendor está amenazado. El picudo rojo llega, generalmente, por arriba. Busca la copa de la palmera —donde está el punto vital de crecimiento, el meristema apical— para instalarse, reproducirse y comenzar su ciclo letal. “Una sola hembra puede depositar entre 300 y 500 huevos en pocos días. A los dos días ya empieza el desarrollo de la larva, que atraviesa distintas etapas hasta formar una pupa. Ese es el ‘canastito’ que muchos han visto”, describe Berná.
Una vez allí, la larva excava un túnel en el interior de la palma: “Imaginate que las fibras de la palmera son como mangueritas verticales, ahí están los haces vasculares, las células más tiernas. Eligen un lugar, van descendiendo y consumen esa parte blanda. Cuando lastiman el meristema apical, la palmera ya no tiene salvación: muere o inicia su proceso de muerte”.
Algunas especies, como la pindó, también pueden ser atacadas desde abajo, especialmente cuando desarrollan raíces adventicias que dejan espacios entre el tronco y el suelo. “Ahí se generan huecos por donde pueden entrar”, explica el especialista.
La expansión del picudo ya está dejando su marca en parques, viveros y espacios públicos. Y la muerte de cada palmera no es solo una pérdida botánica: es también el fin de una historia, muchas veces centenaria, que forma parte del paisaje cultural del país.
Diego Barbosa camina por el bulevar Aparicio Saravia de San José de Mayo y señala hacia arriba. A ambos lados de la avenida, las palmeras Phoenix canariensis dibujan una postal que hace décadas forma parte del paisaje urbano. Pero muchas de ellas ya no están, y otras muestran señales de lucha. “La primera palmera afectada la detectamos a comienzos de 2023”, cuenta. Desde entonces, la intendencia ha iniciado una carrera contra el tiempo para intentar salvar lo que aún se puede.
Barbosa es ingeniero agrónomo y asesor técnico del gobierno departamental. Explica que desde ese momento comenzaron a aplicar distintos tratamientos, combinando duchas foliares con endoterapia, una técnica que permite inyectar insecticida directamente al interior de la planta sin causarle un daño irreversible. “Se han probado distintas frecuencias y principios activos, porque no hay una única fórmula y lo que funciona en una puede no funcionar en otra”, detalla.
A pesar de los esfuerzos, las cifras son desalentadoras: “Más o menos el 30% de las palmeras que fueron tratadas igualmente se murieron o se perdieron”, admite. En otros casos, como los que se ven en el propio bulevar, la intervención parece haber tenido algún efecto: hay ejemplares que todavía se mantienen erguidos y con follaje verde. Pero el futuro es incierto. “No sabemos si las que están vivas ahora van a seguir vivas. Lo que hemos hecho es retrasar la muerte de las palmeras”, resume con franqueza.
El plan inmediato incluye una nueva aplicación de endoterapia en julio y, más adelante, ya en primavera, nuevas duchas foliares. Las palmas que todavía están en pie conservan la pequeña cánula plástica por donde se introduce el tratamiento. “Es una perforación de unos 30 centímetros de profundidad, donde se instala esa piqueta que queda sellada con una tapa”, explica Barbosa mientras muestra uno de los puntos de inyección.
El objetivo, más allá de salvar cada ejemplar, es ganar tiempo y aprender qué tratamientos son más efectivos. “Ahora vamos a empezar a probar productos que no hemos utilizado, para ver si logramos un poco más de eficiencia”, dice. La experiencia acumulada en San José —uno de los primeros departamentos en detectar la presencia del picudo rojo— puede ser clave para otros puntos del país que recién ahora comienzan a enfrentar el problema.
Para Gerardo Grinvald, director de la empresa Equitec, los tratamientos ya están comprobados en otros lugares del mundo; solamente hay que adaptarlos a las palmeras y hábitats uruguayos. Él trabaja con endoterapia, “una técnica de hace cientos de años”, cuenta. “Dicen que Leonardo da Vinci ya la usaba para envenenar los frutos de sus árboles y que no se los robaran”. Sin embargo, no fue hasta que el picudo rojo comenzó a arrasar con las palmeras en España, hace unos 20 años, que esta técnica se adaptó para ellas.
A diferencia de los árboles, cuyo tronco es leñoso y puede cicatrizar una herida, la palmera no regenera. “Cuando se la perfora, no cierra la herida: hace una necrosis, se retrae. Entonces hay que engañarla para que no sienta que está herida”.
Lo que hacen es perforar sin generar daño permanente. Para ello, utilizan una cánula patentada en España que actúa como una vía intravenosa: entra en el tronco, queda sellada de forma hermética y permite futuras aplicaciones sin necesidad de volver a perforar. “La próxima dosis no tengo que volver a lastimar a la palmera. Esa cavidad queda fija y estanca, no penetra aire y se puede usar por años”, detalla.
La endoterapia consiste en introducir el insecticida directamente en los haces vasculares de la palmera, esos conductos por donde asciende la savia y los nutrientes.
Pero el proceso no es tan simple como perforar e inyectar. “Esto tiene que hacerlo alguien capacitado, que entienda cómo funcionan las palmeras. No es cuestión de ir y tratar todas igual. No se trata de fumigar todas ni de inyectarlas de forma casera. Es como si quisiéramos inyectar a nuestros perros o gatos en casa: no lo haríamos sin saber”, advierte. Su opinión no es compartida por otros profesionales, que señalan que con un correcto manejo y las herramientas necesarias cualquier persona puede curar una palmer.
En Uruguay los errores ya se han visto, en opinión de Grinvald. En San José, por ejemplo, se aplicó endoterapia a presión —una técnica pensada para árboles, no para palmeras—, lo que puede provocar daños irreversibles.
La precisión, insiste, es fundamental. Las dosis, el lugar de aplicación, el tipo de cánula y el producto utilizado deben ajustarse a cada ejemplar según su porte y condición.
Mientras el picudo rojo continúa su avance, son necesarias acciones coordinadas que contemplen la correcta destrucción de las palmeras infectadas, las duchas que se le puedan hacer desde la copa y hasta tratamientos a través de hongos. El ingeniero agrónomo Agustín Giudice, director general de Servicios Agrícolas del Ministerio de Ganadería, dice que todo tiene que estar aplicado con procedimientos previamente establecidos.
Entre las estrategias que se exploran para combatir al picudo rojo, el control biológico empieza a asomar como una posibilidad incipiente. Así lo señala Giudice, quien explica que existen entomopatógenos —organismos que enferman o matan insectos— que podrían jugar un rol clave. “Parecería que hay una serie de agentes de control biológico que se están empezando a desarrollar. Es una línea que existe desde hace muchos años, pero que ahora comienza a tomar fuerza”, afirma.
Uno de los más prometedores es un hongo que ataca al picudo rojo y lo mata. Según explica, el Ministerio de Ganadería cuenta con una ley de bioinsumos que habilita el uso de este tipo de agentes, especialmente aquellos que son propios del territorio nacional. Aunque aún se trata de un enfoque en etapa de experimentación, podría convertirse en una herramienta de combate sin los riesgos ambientales asociados a los pesticidas químicos.
Pero para enfrentar al picudo rojo no alcanza con el esfuerzo de una sola institución. “Acá es como en la serie argentina: nadie se salva solo”, dice Giudice. Por eso considera fundamental la creación de la comisión interinstitucional que reúna a todos los actores involucrados: el sector público, el privado, las empresas, la academia.
También llama a poner en perspectiva el momento del año. “Estamos en invierno, está gélido, está frío. Igual que nosotros, los insectos se ven afectados por las bajas temperaturas”, explica. Algunos se mueven incluso en condiciones frías, pero no es el caso del picudo rojo. “Este coleóptero prefiere la primavera y el verano. Es ahí cuando hay que estar más alerta”.
Si bien no es entomólogo, tiene experiencia en manejo integrado de plagas y reconoce una lógica común: “Las plagas suelen comenzar con fuerza y luego estabilizarse, porque si no se agotan a sí mismas”. Por eso, dice, actuar a tiempo y de forma coordinada es fundamental.
Mientras tanto, sugiere bajar las ansiedades. “No digo que no haya habido omisiones en el pasado, eso que lo analicen otros. A mí me interesa mirar para adelante, que esto no siga avanzando, y empezar a controlar la situación”. Erradicar por completo la plaga, admite, hoy ya parece muy difícil. “Lo que sí se puede y se debe hacer es mantenerla bajo control”. Y concluye con una comparación: “Vamos a tener que aprender a convivir con esto, como con la gripe. Todos los años conviviendo con distintas cepas”.
El gobierno concentra hoy sus esfuerzos en evitar que el picudo llegue a los palmares nativos. También nos observan desde la región: las fronteras con Brasil y Argentina son una preocupación para los países vecinos, que todavía no tienen al insecto y temen su ingreso. Pero lo cierto es que hoy no se sabe ni cómo entró. Y esa es quizás la señal más clara de lo expuesto que está el país: el picudo rojo no es ni será la última plaga. De momento hay cerca de 40 detectadas por Ambiente.
Hoy son las palmeras. Mañana podría ser un hongo exótico que pudra las praderas de las que se alimenta el ganado. O una bacteria que enferme al ceibo. O un insecto que se coma los ombúes.
El equilibrio del ecosistema parece frágil, delicado, como las propias palmeras. Y las barreras humanas, por más fronteras que se tracen con los controles, parecen no alcanzar para detener lo que puede viajar en silencio, oculto en un tronco.
La Intendencia de Montevideo (IMM) y el Club de Golf del Uruguay impulsan un tratamiento conjunto para las palmeras en la zona del Parque Rodó, la rambla Sur, Punta Carretas y Pocitos. En total, intervendrán 844 palmeras.
El trabajo forma parte del acuerdo vigente entre ambas instituciones. La campaña incluye cuatro aplicaciones de producto, bajo supervisión del Servicio de Arbolado de Áreas Verdes de la IMM.
La empresa Equitec, que ya realizó trabajos en Plaza Independencia y Bulevar Artigas, entre otros puntos, fue seleccionada para ejecutar las tareas de campo, que también incluyen monitoreo y control del tratamiento.
El costo total asciende a unos 70.000 dólares, que serán cubiertos por el Club de Golf. Ese monto se descontará luego del canon que la institución abona a la intendencia por el uso del predio.
El picudo rojo ingresó a España como plaga en 1994. Se movió por diferentes zonas y en 2005 llegó al Palmeral de Elche, el más grande del país y de Europa. El equipo liderado por el doctor José Manuel Llorens, por entonces jefe de Sanidad Vegetal de la Conselleria de Agricultura de Alicante y luego director de la Cátedra del Palmeral de Elche de la Universidad Miguel Hernández, comenzó a experimentar para combatirlo.
Según explica Llorens a El País, una de las primeras pistas apareció casi por azar: en una de las primeras palmeras infectadas encontraron un picudo adulto cubierto por un hongo. Lo llevaron al catedrático de patología de la Universidad de Alicante, quien identificó el hongo como Beauveria bassiana, un agente biológico conocido por su capacidad para matar insectos. A partir de ese hallazgo, se desarrolló un sistema de reproducción del hongo: todavía hoy se produce y aplica esta biotecnología para el control del picudo.
En paralelo, el ayuntamiento de Alicante había comenzado a probar un sistema de inyecciones en las palmeras a través de piquetas metálicas, una suerte de cánulas que permitían introducir insecticidas directamente en el tronco.
En 2009 se creó la Cátedra del Palmeral de Elche, y Llorens asumió como director. Desde allí comenzaron a firmar convenios de colaboración gratuita con asociaciones de palmereros, viveristas y el propio ayuntamiento. El primer paso fue verificar la eficacia de las piquetas: si hacían daño a las palmeras, cuánto duraba el efecto de los productos aplicados y cuál era su impacto real en el insecto. Después vinieron los ensayos con distintos insecticidas: entre 10 y 12 compuestos diferentes.
Contactaron a una doctora química que había desarrollado una pintura insecticida para el control de la vinchuca en Sudamérica, cuenta Llorens. Empezaron a aplicarla en las zonas bajas de las palmeras: primero fue blanca, luego marrón y finalmente transparente. El principio era simple: la pintura contenía un insecticida que se liberaba cuando el insecto raspaba la superficie. Funcionó. Tanto que muchas palmeras canarias lograron salvarse.
Otra de las estrategias clave fue la cirugía mecánica. Si el centro de la palmera no estaba afectado, se podía recuperar. De lo contrario, con la palmera afectada, entraban los equipos de destrucción. La clave era eliminar al insecto antes de que completara su ciclo y se multiplicara.
El arsenal se completó con trampas: una especie de vaso invertido que contenía atrayentes alimenticios en la base, fermentos de palmera o fruta, y feromonas en la parte superior. Los adultos eran atraídos y quedaban atrapados. Pero había un riesgo: “Si colocás una trampa muy cerca de una palmera, es probable que atraigas al insecto y termines afectando a esa palmera. Las trampas deben colocarse en zonas sin palmeras”, advierte Llorens.
Hoy, el palmeral de Elche sigue en pie. La guerra contra el picudo no terminó, pero lograron evitar una tragedia ecológica y están conviviendo con la plaga.
Textos y entrevistas: Karen Parentelli
Equipo Narrativas Visuales: Faustina Bartaburu, Florencia Cruz, Mateo Vázquez y Florencia Traibel
Fotos: Mateo Vázquez, Florencia Cruz, Estefanía Leal y Ricardo Figueredo
Diseño y modelado 3D: Gustavo Suárez
Video: Florencia Cruz y Mateo Vázquez
Video dron: Ricardo Figueredo
Para la imagen de portada y el proceso de degradación de la palmera, se utilizó herramientas de inteligencia artificial. El insecto fue creado con modelado 3D.